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miércoles, abril 23, 2008

Todos los bastones el bastón

Leer las siguientes variaciones con la cadencia y entonación adecuadas:

Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura.
(Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura).
(¿Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura?).
(¡Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura!).
¡Goza, Guillermo! ―Cabrera Infante― con el ejercicio, (de) la reescritura.
Guillermo Cabrera Infante, ¿goza? (¿con el ejercicio de la reescritura?).
Con el ejercicio... de la reescritura... Guillermo (Cabrera Infante)… goza.
Guillermo Cabrera Infante ―“con el ejercicio”―, ¿goza de la reescritura?
Guillermo goza con el Infante de Cabrera. ¿Ejercicio? ¡La reescritura!

Combinar hasta el infinito.

El ejercicio anterior pretende imitar modesta, tímidamente ―y quizá de forma hermética (o sea, usando las mismas palabras y sólo cambiando la intención, la sintaxis y la puntuación de la frase subvertida)― una de las técnicas favoritas de GCI: la recreación ―que es serpiente bífida: por una parte, proceso cíclico y serio (es decir, acto creativo que se repite, es decir, re-crea) y, por otra, bachata caribeña total (esto es, esparcimiento, playtime, recreo).

Si bien es cierto que en Vista del amanecer en el trópico —sobre el cual Encuentro de la Cultura Cubana me publicara este ensayo, en el número 34-35 de la revista—, el ejercicio de la reescritura es sublimado ―el autor, mediante la confrontación, el comentario y la compresión del corpus histórico-literario que le antecede, reescribe la Historia de Cuba, valiéndose exclusivamente de 101 viñetas (a falta de mejor nombre)―, es en Tres tristes tigres, su temprana consagración de la primavera isleña, donde el Infante lleva esta práctica a los límites del paroxismo.

Particularmente en dos instancias de TTT el palimpsesto se convierte en eje del libro, logrando que el leitmotif de la traducción (literaria, vernácula) y el pun-ible, pún-ico, pun-itivo, pun-tiagudo, pun-tual, pun-zante juego de palabras (puns are punishment, recuerda su traductora, Suzanne Jill Levine) ―ambos, grandes temas centrales del libro, esencia de una línea roja y traviesa que atraviesa la travesía del afligido y sin trigal trío de tigres― por momentos queden subordinados a esta técnica/ temática: la reescritura.

A pesar de lo que se pierde, debate, recupera a medias, tergiversa y disputa en las traducciones al español de los recuentos del señor y la señora Campbell ―y la consiguiente controversia que establecen sus voces en la sección «Los visitantes» (de TTT)―; a pesar del alevoso crimen de literalidad que, por momentos, comete el traductor de dichos textos; a pesar de las innecesarias note a pié di pagina que complementan, obstaculizan, aligeran, alargan sus narraciones; a pesar de las bastardillas usadas (en franca mímica del idioma inglés) en palabras y frases en español; a pesar de los neologismos, las voces tomadas en préstamo de otras lenguas, los anglicismos, los afrancesamientos, las expresiones en italiano; a pesar de que los reparos y correcciones de dichos visitantes respecto al misterioso bastón son obvias traducciones de textos originalmente escritos en la lengua de Alice in Wonderland, lo que define a este vasto fragmento (la imagen no es mía) de TTT es la existencia y el empeño por legitimarse ―pues se agolpan unas con otras/ y por eso no se matan― y, de esa forma, convertirse en realidad absoluta que demandan cada nueva traducción, cada nueva (sub)versión narrativa, cada nuevo ejercicio de reescritura.

El señor y la señora Campbell vuelven, una y otra vez, sobre sus pasos con tal de presentar sus versiones de los hechos y rectificarse el uno a la otra y viceversa; esto, en aras de establecer una verdad única («o si lo prefieren, húnica», como quería GCI) y, de paso, ganar la confianza del lector. Pero mientras la controversia (sobre la identidad, más bien, la trayectoria del bastón) acontece, dicho lector será testigo de las huellas que dejan los escritos de uno en la réplica de la otra (y a la inversa) y de cómo se reflejan ―juego de espejos que propone GCI, admirador confeso de Lewis Carroll― la anécdota de la visita a La Habana en ambas voces, en sus reparos, en sus correcciones.

La otra instancia de TTT en la que la reescritura toca su clímax es «La muerte de Trostky referida por varios escritores cubanos, años después ― o antes», en donde Cabrera Infante ―camaleón entre camaleones― cambia los colores de su prosa hasta asimilar e incorporar orgánicamente a su obra estilos tan variopintos como los de José Martí, el otro José (Lezama Lima), Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Lino Novás, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.

En esta ocasión la reescritura viene convoyada (con perdón) de una ―podría decirse elástica― capacidad de mimesis, que le permite al autor vestir la piel de estos significativos, disímiles y perfectamente reconocibles escritores cubanos. (A la par que los homenajea ―a algunos―, parodia despiadadamente sus tics narrativos). Para tal faena, GCI toma como punto de partida textos ―mejor aún, modelos literarios concretos― pre-existentes.

Cabrera Infante no sólo arranca de estos textos-modelos y, mientras avanza en la narración les cambia el derrotero, sino que desde el principio agarra el sartén por el mango, ciñe las riendas y se apropia completamente de lo que escribe. Y, entonces, escribe como Guillermo Cabrera Infante ―al respecto, entrevisto por Carlos Alberto Montaner en su libro De la literatura considerada como una forma de urticaria, señaló: «Yo no creo tener un estilo propio, si la noción de estilo significa algo más que el nombre que le damos a nuestras limitaciones. Es decir, quisiera no padecer esas limitaciones. De ahí mi amor por la parodia, que no es más que un ejercicio en apropiarse del estilo de los otros.»―, a la par que escribe como cada uno de los cubanos que usa para referir (años antes o después) la muerte del anarco.

En esta sección de Tres tristes tigres, el autor fusiona, de Martí, sus «Tres héroes» con «Los zapaticos de rosa» y el resultado es una pieza digna del mejor Modernismo: «Los hachacitos de rosa»; la carne de Trostky sangra como lo haría La carne de René, en «La tarde de los asesinos», que es su asimilación ―ah, la antropofagia― de la obra de Virgilio Piñera; donde Lino Novás Calvo alertaba: «¡Trínquenme ahí a ese hombre!», GCI le da nombre y rostro al sujeto anónimo al parafrasear: «¡Trínquenme ahí a ese Monard!»; El ocaso, de Alejo Carpentier ―escritor barroco francés del siglo XIX que escribe en español en el siglo XX, según Montaner― se transmuta en «El acoso»; y la (forzada) elegía de Guillén (Nicolás) a su Capitán Stalin queda convertida en loa al asesino Monard; mientras que de Lydia Cabrera y de Lezama Lima retoma su negritud (en ella) y su manera paradisíacamente esotérica de entender, procesar y exponer sus respectivas aristas de la realidad.

Cabrera Infante ―en entrevista concedida a Carlos Alberto Montaner en el libro antes citado― admite que: «Escribir es siempre luchar por darle forma a lo informe, ordenar un poco el caos. En ese sentido siempre me interesarán los problemas formales, que son los problemas de verdadero fondo». Pero lo cierto es que a GCI sólo le interesaban los problemas de verdadero fondo (no importa si estos fueran de carácter formal o conceptual). Sus trampas visuales (especialmente en TTT) ―entre ellas: el bustrófedon, las páginas en blanco, la página negra, la página que se mira en el espejo, el palíndromo―, sus trucos sonoros ―el trabalenguas, las trascripciones fonéticas del «cubano oriental» («La dejé hablal así na ma que pa dale coldel»), «el idioma habanero», el uso de la música (sobre todo en la parcela «Ella cantaba boleros»)―, sus juegos gráficos ―manipulaciones de las palabras dádiva, elevador, et al―, sus mañas lingüísticas ―el bilingüismo (a ratos, poliglotismo), las trascripciones fonéticas de los antedichas variantes del español cubano: la oriental y la habanera― merecen tanta consideración y crédito como la más audaz de sus hazañas conceptuales.

Si bien es cierto que, como afirma Jill Levine en The Subversive Scribe, «toda escritura es reescritura», cabría añadir que, definitivamente, toda reescritura es escritura y, por ende toda reescritura es, además, reescritura.

Y es en esta categoría ―escritura que es reescritura, reescritura que es escritura y el cúmulo de combinaciones posibles― donde, de una vez y por todas, Guillermo Cabrera, nuestro Infante, se alza de una vez y para siempre con la corona al mejor espécimen del género.

Alexis Romay
Nueva Jersey, abril de 2008

4 comentarios:

Isis dijo...

Excelente ensayo, Bustrofedon, y cómo lo he disfrutado. También, el de PD.
Saludos,

Anónimo dijo...

Aaah, el poder de las palabras! unos nos las dan para que nos miremos en ellas y otros las levantan, las tiran unas contra otras, las rebanan, les miran las entranan y nos ayudan a entenderlas. Ellas, astutas, enganosas y ay! escurridizas.

Way to go Bustrafedon!

Alexis Romay dijo...

Honor que me haces, Isis. Advierto que estamos a 29 iguales; que yo también me doy banquete en tu blog.

Anónimo: me dejaste sin palabras. Espera... encontré una: ¡gracias!

Anónimo dijo...

Pero en esas fotos esta Belascoain y la cuadra anterior a Carlos III...