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sábado, mayo 31, 2008

Listado de cosas que echan de menos de Cuba (III)

Aguaya Berlín:
Yo echo de menos mi familia completa, tirarme en el piso del portal de mi casa, los buenos aguaceros, comer en el sillón de mimbre con el plato en la mano, el batido de mamey, jugar con mis perritas, uffff, la lista es larga...
***
César Reynel Aguilera:
El helado de almendra.
***
GaviotaZalas:
El dominó, creía encontrarlo entre los primeros, pero se ve que de aquella parte se juega.

Versión Mazorra del Himno Nacional

Cortesía de César Reynel Aguilera:

¡Al orate, mirad, miamenses!
Con bolsita y la barba canosa.
No temáis una peste horrorosa,
que sufrir por la patria es vivir.

Cosa buena es verlo morir
sin batalla ni grito aguerrido.
De su panza, escuchad el quejido.
¡Solavaya! Valientes, corred.

Fotomontaje

En la foto ―cortesía de Los Miquis de Miami―, los jóvenes tapan la palabra “inhabitable”.

viernes, mayo 30, 2008

Monerías

Si mi isla fuera una jungla (que lo es), éste podría ser su himno:

A las palmas, trepad, mis primates,
que en el suelo no queda ni un fruto
y podemos morir de escorbuto.
¡El gorila nos quiere matar!

No se salva ni el orangután,
ni el tití que en las ramas ha dormido...
Del mandril, escuchad el rugido.
¡A las palmas, primates, trepad!

Requisitos para abrir un blog

Hay que ser kamikaze o ser orate,
hay que ser racional o ser marxista,
ser escritor, ser caricaturista
y soltar a menudo un disparate.

Hay que estar con los pies sobre la tierra,
hay que estar con los ojos bien abiertos,
hay que estar con los vivos o los muertos,
hay que estar con la paz o con la guerra.

Hay que ser y hay que estar con suave aplomo,
hay que estar y hay que ser con uno mismo,
hay que andar por sendero no trillado,

hay que no perturbarse con el plomo,
hay que no desmayar ante el abismo,
hay que no repetirse demasiado...

jueves, mayo 29, 2008

Sushi para paranoicos


La muerte de Castro referida por varios escritores cubanos, años después — o antes (II)

El caballito blanco de alguna deidad desconocida

Creo que era cierto que odiaba a Cuba, a toda Cuba. En la compleja Habana de los noventa se movía en un Mercedes del año, negro, casi ofensivo en su majestuosidad, rodando en el paisaje de basurales y abandono, lo mismo con una jinetera a bordo que con un funcionario de cultura, un general y un adulador. En la Habana trataba de inaugurar un centro de retinosis pigmentaria para agravar la ceguera de la izquierda moderna. Eso lo mantenía en contacto con los alegres funcionarios de cultura, con periodistas alertas y la plaga de jineteros líricos que cazan becas fugaces en el extranjero para coger un aire en el Periodo Especial.

Odiaba a Cuba desde los cincuenta, espiaba a todo el mundo, se hizo el santo y su escolta lo protegía siempre en sus viajes trágicos por el orbe, en los periplos por Bayamo y Ciego de Ávila y en sus visitas de médico a Bolivia y Venezuela y hasta en las nieves y el frío de Europa, donde sus colaboradores tienen que hacerse pasar por animales domésticos o palomas. Donde su infiltrado necesita más ron y más tabaco y escasea el dulce de coco y la ayuda se le hace más difícil (esto es discutible) porque los amantes del Destructor del Trópico no saben por dónde llega el mal en el invierno. Lo recuerdan muchos escritores en desgracia. Lo recuerdan como disculpándose por ametrallar con pequeñas balas, algo para el día o para la semana, algo para reafirmar la severidad de su propio bloqueo. ¿Qué bloqueo? «Los puerquitos vienen de Europa». «La malanga se cosecha en Boston». «Ve cogiendo esos espaguetis, ese perro sin tripa y una botellita de vino Fortín». Aquí (en la isla que me robó) siempre se movía como lo que era: un grosero (con el perdón de los groseros) de otro rumbo, un marginal que se apropiaba, sigiloso, la vida y la cultura de un país.

Todo era política, siempre en ese full-contact tan dañino en el boxeo para el estudio. Así se le odia en esta tierra por ahora fatal, donde ha tenido las puertas de solares y escondrijos, de residencias e instituciones, donde ha promovido el dolor, ese bueno para nada, bueno para la traición, la hipocresía, los insultos y las guerrillas, que anda por ahí, pendenciero en sí mismo, el caballito blanco de alguna deidad desconocida.

Para Castro el Grave, antes el Odioso, mi patria no está en el mismo sitio, no una patria que él vio caerse de vieja y de desidia, entre el cielo y la tierra, en pleno mar Caribe, sino ésta de más acá, donde transcribo amargo y sombrío, triste por mí y por Cuba, su falsa y gastada aberración: «Patria o muerte». (Valga la redundancia, orate).

Así las cosas: Castro se puso de pie, cogió una gran copa de cristal y comenzó, de mesa en mesa, a tambalearse, mientras moría pidiendo dinero para sus conquistas.

***
Guiño al lector: “La muerte de Castro referida por varios escritores cubanos, años después — o antes” está basada en “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después ― o antes”, del libro Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. Los textos citados y/o parafraseados en “La muerte de Castro…” han sido usados sin permiso previo de sus autores. El de hoy, pertenece a:

Rivero, Raúl. “El caballito blanco de Changó”. Encuentro de la Cultura Cubana 16-17 (2000): 155-56.

miércoles, mayo 28, 2008

La muerte de Castro referida por varios escritores cubanos, años después — o antes (I)

De patria pobre

Castro subió por última vez la colina universitaria con el gentío que acompañaba su cadáver hasta el Aula Magna. Profundamente muerto y agotado (habían sido diez días de agonía sufridos fanáticamente, minuto a minuto), su sepulcro cargado por una escolta impávida, ya desde aquella dimensión sentía el fluido del desconcierto popular (¿era alegría?) que por todas partes lo rodeaba. Hubiera querido salir de aquel rectángulo frío, ser uno de los estudiantes que, con sus consignas y cucuruchos de maní, empezaron a organizar el desfile tan pronto quedaron colocados el féretro, el escudo, la bandera y aquella esquela mortuoria con su inexplicable retahíla de títulos nobiliarios: Comandante en Jefe, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Vencedor del Mosquito Enemigo, Gran Pelotero de la Nación, Repartidor de Ollas Arroceras, Patrocinador de la Patria Roja y Negra, Vaticinador de Violentos Huracanes, Compañero Reflexionista, Creador de Olimpiadas Nacionales, Redistribuidor de la Geografía Insular, Plantador de Café en el Llano (en llamas), Demiurgo del Enemigo Plural, Fundador del Plátano Microjet y la Vaca F1, Cederista y Pionero Modelo, Separador de la Familia Cubana… Allí estaba, con su impermeable, inolvidable y, de una vez y por todas, prescindible uniforme color aceituna, más raquítico de lo que el pueblo lo imaginó, la línea de las cejas impartiéndole una gravedad realmente grave al nivel de las circunstancias, una gravedad distinta. «¡Murió el Adalid!», se dijo, embriagado de sí mismo, y el eco resonó en aquella caja impersonal que lo asfixiaba (es un decir, ya el hombre estaba muerto). La avalancha de emociones lo sepultó (literalmente) en la memoria colectiva. Hora tras hora, se saturó de las expresiones, los gestos y rasgos del pueblo más ultrajado: las plañideras con pañuelo a la cabeza que pasaban de largo sin asomarse al cristal del féretro; el lisiado que llegaba a duras penas, con el muñón en la muleta y hacía un comentario obsceno; el trapichero inmutable, gorra en una mano, caja de cigarrillos Malboro en la otra; el obrero ignorando la inminencia del cadáver… y entre todos ellos, de pronto, como una visión desgarradora, un niño, un niño desarrapado, descalzo, la camisa en jirones dejando ver el pecho casi adolescente, rectas las piernas desnudas, juntos los pies sucios, fino, grave, fiero, imponente de pobreza el óvalo del rostro desvalido, a la altura misma de su semblante hierático. A Castro se le arrasaron los ojos de lágrimas, a la vez que sentía nacer en él una muerte desconocida.

***
Guiño al lector: “La muerte de Castro referida por varios escritores cubanos, años después — o antes” está basada en “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después ― o antes”, del libro Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. Los textos citados y/o parafraseados en “La muerte de Castro…” han sido usados sin permiso previo de sus autores. El de hoy, pertenece a:

Vitier, Cintio. De Peña Pobre. México: Siglo Veintiuno, 1990.

lunes, mayo 26, 2008

Masa y Poder

El incidente fue a la salida de la antigua Casa del Joven Creador, en San Pedro y Sol, en los otrora ilustres predios del Casco Histórico. Corrían (a punto de desfallecer) los noventa.

Luego de parrandear y desgañitarnos cantando en una posible descarga de los futuros integrantes de Habana Abierta, descubrimos, ya resignados, que nos había cogido la madrugada y, con ella, la confronta. (A los no cubanos: periodo en que no funcionan los autobuses; vulgo: guaguas). En vista de que no tenía sentido esperar el transporte público en la zona del Puerto, tan presta a acoger a tiradores de todas las sectas, optamos por regresar a pie: a Centro Habana, los unos; al Vedado, el resto. Ya casi a la altura de Prado, nos detuvo un agente del orden.

Como establecía su libreto, pidió el carné de identidad a todos y cada uno de los miembros del grupo y se detuvo en el de un amigo color cartucho. El pigmento de la piel es un detalle de importancia: el esbirro era negro; lo que demuestra que caimán sí come caimán.

Después de examinar el documento una y otra vez, señaló el nombre y soltó:
―Ven acá, chico, ¿qué es lo que dice aquí?

La respuesta merece quedar grabada en los anales de la ocurrencia:
―Mire, oficial, yo le entrego el carné porque usted es la autoridad. Pero que lo enseñe a leer un maestro.

domingo, mayo 25, 2008

Tributo Miqui

Los Miquis, ya se sabe, son deidades
que habitan un canal de La Florida
y atacan a la Víbora Estreñida
recordándole todas sus ruindades.

Despabilan esa pasión siniestra
del dictador que muchos llevan dentro.
Tiran a la derecha, izquierda y centro:
da igual Agamenón que Clitemnestra.

Su anonimato, ¿es un secreto a voces?
Generan mil debates y enemigos.
(Los mil debates son los memorables).

Van desinflando el globo a ciertos dioses.
Tirando el primer cabo, venden higos…
(Escriben en horas no laborables).

Listado de cosas que echan de menos de Cuba (II)

Anónimo:
El mar...
***
Los Miquis de Miami:
Sentarme en el patio de mi casa, abrazar a mi madre, conversar con mi hermano, jugar con mis sobrinos y escuchar las ocurrencias de mi padre.
***
Eufrates del Valle:
Echo de menos ese sentimiento de echar de menos...
***
Jorge Salcedo:
Cosa curiosa y bucólica, pero, en lo que toca a las frutas, extraño más o menos las mismas cosas que el guajiro.

Comer naranjas al pie de un naranjo, o sentado en un muro contiguo. Cuchillo en mano, o sin cuchillo.

Mangos. Todos los mangos. Al pie de la mata.

Ciruelas amarillas y rojas. De la mata.

Tumbar cocos, pelarlos con machete o a mano limpia, lanzándolos contra el suelo. Agujerear la nuez, tomar el agua fresca, raspar con una cuchara la masa de coco tierna.

Los mamoncillos, descapotarlos con los dientes, y sacar la fruta intacta, de un naranja muy pálido, con su membrana transparente. El mismo procedimiento con los mamoncillos chinos, de cáscara más rugosa, pero más carnosos, más dulces.

Los tamarindos, al pie de la mata. Jugo de tamarindo luego.

Los caimitos, al pie de la mata. Todo al pie de la mata.

Los aguacates, de las tres matas de la casa. Los mejores aguacates del mundo. Gratis. (Me cago en la madre de Hass).

Y no voy a mencionar la guanábana, el anón, el mamey y todas las demás frutas tropicales del tópico (el tópico tropical, Bustrofedon) porque no se trata de eso, sino de lo que extraño.

Y que se sepa que yo soy de La Habana.
***
Anónimo:
¡Comer chirimoya a la sombra de la mata!
***
Anónimo:
Los aguaceros...
***
Jorge Salcedo:
Las tardes de invierno…
***
Eduardo Frias Etayo:
Las cervezas Mayabe a 5 pesos cubanos de las Romerías de Mayo, y las borracheras en las noches de Trovuntivitis del Mejunje, y por supuesto las descargas de los 80's en la Galería de Alamar.
***
Anónimo:
Sosa es un guajiro de verdad, se acuerda de todo, yo echo de menos al parque Aguirre.
***
Anónimo (1:18):
Todos son comelones, solo extrañan cosas comestibles...
***
Constancio Baraguá ( alias Cuco):
“La Procesión va por dentro” estimado anónimo 118. Cuestión de recato, digamos.
***
Anónimo:
1) Jugar viola (una mi mula, dos mi reloj, etc.…)
2) Jugar al pon
3) Los tirachapas
4) Jugar al trompo
5) Los teléfonos hechos de cajas de talco y pita
6) El cangrejo moro
7) El fufú de plátano
8) El humo de los cazadores que fumaba papá
9) El bullicio de Belascoaín y Zanja
10) El guarapo frío
11) Las frituras de carita
12) Las manjúas fritas
13) El quimbombó que resbala con yuca y ñame (la canción)
14) Las ranas llorando cuando se las traga el majá (en el Guajay)
15) Las hilachas de la manga blanca en los dientes
16) El pollo asado de Rancho Luna
17) El jugo del mango filipino
18) El marañón (ahora solo nos queda el “cashew”)
19) La jerigonza (¿chicom chipren chides?)
20) Las piedras del Cobre con sus destellos
21) El Caballero de París
22) Los sandwiches del OK
23) La picardía de los Barrios Cayo Hueso y Jesús María
24) El gao del cobio donde pegaba la gorra antes de vender el barco.

Sobre el arte de pescar en un barril

Me tomo la libertad de reproducir un correo que le enviaran a una amiga respecto al reciente vaivén provocado por la venta de teléfonos celulares en la isla. Corregí un par de erratas y la puntuación:
Pues te cuento: éste costó 70 CUC (equipo), es el más barato que había; éste no hace fotos, pero es bueno: 111 CUC la línea y 10 CUC ponerle algo para poder usarlo. En total costó 191 CUC, pero lo más triste es que cada dos meses aunque no gastes los 10 CUC iniciales, le tienes que poner obligado 10 CUC, sino pierdes la línea, así es que imagínate, en primer lugar, casi no se puede hablar porque los minutos son muy caros igual que los mensajes, te imaginas... En segundo lugar, no se puede mantener con el salario nuestro, lo tenemos, te repito, porque fue un regalo con la línea y todo sino ni te imagines que lo podríamos tener.

Después de Giselle

Me hago eco de la invitación que lanzara mi estimado Eufrates del Valle. A los dichosos que viven en Madrid y Barcelona: ¡buen provecho!

Presentación de Después de Giselle (Aduana Vieja, 2008), de Isis Wirth:
- 2 de junio, 19.00 horas:
Casa de América (Plaza de Cibeles, 2), Madrid, en la sala Cervantes.
Presentan: Isis Wirth, Raúl Rivero, Roger Salas, Fabio Murrieta.

- 4 de junio, 19.00 horas:
Palau de la Virreina (Rambla, 99), Barcelona, en la sala Espai 4.
Presentan: Isis Wirth, Ernesto Hernández Busto, Fabio Murrieta.

sábado, mayo 24, 2008

Dibujo a mano alzada de 1994

Si algo abundaba era la escasez, aunque la represión le seguía muy de cerca los pasos. El hambre sedujo a cientos (o miles) al suicidio, la locura o a esa combinación de ambos que invita a gente de mucho coraje y mayor desesperación a subir a la balsa de la Medusa. Se pusieron de moda la polineuritis y la ceguera, producto de la omnipresente falta de vitaminas en nuestras pobres dietas; adquirieron otro estatus en el que no sólo se toleraban (sino que se aceptaban como un subproducto de la debacle revolucionaria) la prostitución, el trapicheo, el desfalco... Por aquellos días comí mi primer coquito de col, que era, como su nombre sugiere, un turrón de coco, hecho exclusivamente con col. En las calles se rumoreaba que a los recién nacidos ya no había que pegarles la nalgada de rigor. Se les decía: «Naciste en Cuba». Las inocentes criaturas escuchaban la sentencia. Digerían la condena. Y rompían en llanto.

Noticias de Martin Mateo

En la entrada anterior, un amigo me dejó el siguiente comentario:

te escribí un sonetillo hace tiempo, no sé si lo recibiste, hoy he dado con tu blog:

Vive en New Jersey, dicen, con sus perros,
sus libros, su mujer y sus desvelos.
Riega a ratos la flor de los destierros
“otro cielo tan azul como mi cielo”.

Hermano, cuánto tiempo sin tus letras,
cuántos años sin verte, cuántas cosas.
Parece que en nosotros no penetra
el olvido, esa puta avariciosa.

La vida sigue haciéndose la dura.
De mí no tengo mucho que contarte:
tan flaco como siempre, mente impura
y cada día menos amor al arte.

Por suerte cuando agoto mi paciencia
tengo a mano salidas de emergencia.

jueves, mayo 22, 2008

Retrato de comentarista anónimo II

Anónima la piedra que se lanza
aprovechando la furtiva sombra;
anónimo el puñal que nadie nombra
ni descubre al azar su gris semblanza.

Anónimo, bien sabes esperarme
y medir cada paso de mi hastío;
silueta a contraluz, sitial vacío
que ya casi empieza a fustigarme.

Anónimo, seudónimo, mil ecos
dieron vida a las máscaras que eres;
nos cobras viejas deudas cuando hieres

tus propias ilusiones, cauces secos.
Anónimo, en tu nómina me incluyo:
anónimo también fue el padre tuyo.

Manuel Sosa

Retrato de comentarista anónimo

(a quien le sirva el sayo…)

Buscapleitos en casa del vecino,
aguafiestas en el banquete ajeno,
ataca al blanco, al negro y al moreno,
en la calma, forma su remolino,

arma bullas punzantes, ponzoñosas,
y quiere comentar lo que no entiende;
siente como la chispa se le enciende
y salta al Internet a soltar rosas.

Se escuda en lo invisible, en la pantalla.
Defiende lo que ya no tiene excusa
y el improperio es su único amuleto.

Amigo del escombro y la metralla,
luego de bautizarnos de gentuza,
pide que le guardemos su respeto.

Equivalencias

Salí de Cuba hace 9 años. O 42 libras. Que vienen a ser lo mismo.

miércoles, mayo 21, 2008

Salir de Itaca

Gracias a Penúltimos días me entero de que el gobierno cubano ha autorizado a viajar a Argentina a Hilda Morejón, la madre de la doctora Hilda Molina.

Celebro la noticia. Pero recuerdo que no debemos tomar como dádiva lo que constituye un derecho de cualquier ser que pise esa isla candente. El artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos —documento del cual Cuba es país signatario— establece que:
1- Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2- Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país.
La autorización del gobierno cubano tardó 14 años. Homero nos cuenta que Penélope tejió y destejió durante un par de décadas, mientras abrigaba la esperanza de reunirse con su amado. La señora Morejón tiene 89 años.

Su espera añade otro capítulo a La Odisea.

De cuando damos las cosas por sentado

Por estos días, WNYC, emisora de radio pública ―y, por consiguiente, libre de comerciales y de la cual soy asiduo―, hace su campaña de recaudación de fondos. Es esta una campaña muy efectiva; por lo general, logra recaudar lo necesario en menos del tiempo previsto para esos menesteres. ¿Cómo lo hace? En primer lugar: ofreciendo a diario un servicio sin parangón en las ondas hertzianas. Y en segundo lugar: recordándole al público el valor de dicho servicio y pidiéndole que ponga de su parte. Para ello, lanza una serie de preguntas clave a los oyentes: ¿cuánto vale esta emisora para ti?, ¿nos escuchas a diario?, ¿te subscribes a algún periódico?, ¿cuánto pagas (al mes, al año) por dicha subscripción?, ¿te gustaría seguir beneficiándote de nuestra cobertura de todo cuanto acontece en el orbe? Ya que este es un servicio diario que usas para estar al tanto de las noticias y cuya fuente principal de financiamiento viene del público, ¿considerarías ser parte de la familia que hace posible que WNYC se mantenga en el aire? Esta campaña tiene una frecuencia trimestral. Y cada tres meses me tumba dinero. No mucho. Lo suficiente como para que pueda seguir escuchando la emisora sin ese complejo de culpa que, de lo contrario, me gritaría: «¡Tacaño!», en mi trayecto diario de ida y regreso al trabajo.

Traigo a colación la campaña de WNYC a propósito de un llamado a cooperar financieramente que apareciera ayer en Penúltimos días. Esto no es noticia, pero no está de más recordarlo: Ernesto Hernández Busto, desde el momento en que lanzara su blog con la idea de que «durara un par de meses, entregarle la función mediática al exilio y hacer crítica inteligente» y, de paso, agotar el tema del castrismo, hasta estos días que siguen antojándose penúltimos, ha dado una cobertura crucial a la cosa cubana. Los insultos que le endilgan desde la isla, en el ciberespacio y en el blog que él mismo edita, dan prueba fehaciente de la calidad de lo que hace.

Soy uno de tantos que se levanta de la cama y, antes de preparar el café, revisa Penúltimos días, a ver con qué nueva se apearon en La Habana. Durante el día, visito con regularidad, y antes de dormir ―como casi todos los que me leen (sería ingrato olvidar que gran parte de mis lectores viene precisamente de PD)―, vuelvo a darme mi brinco por sus páginas, a ver si alguno de los dos Césares (Reynel Aguilera o Beltrán) dejó caer otra prenda, o si Ichikawa, o si Díaz de Villegas…

Para poner las cosas en contexto, propongo un experimento a los lectores de Penúltimos días: cuenten hoy las veces que entran a PD y donen un centavo por cada vez que abran el blog. Saquen cuentas. Es probable que mañana abran el blog la misma cantidad de veces. A final de mes, esos 15 centavos diarios tendrían otro peso y éste, por poco que parezca, si varios nos sumamos a la convocatoria, ayudará a mantener viva esa página de la cual muy pocos podríamos prescindir.

Escribo, desde finales de febrero, con sistematicidad y saña, sobre la isla que se repite y luego lo cuelgo en esta esquina virtual a manera de exorcismo. De hecho, es, más que exorcismo, desintoxicación. Pero, confieso, agota. Agota exprimirse constantemente buscándole la quinta pata al cuadrúpedo. Sin embargo, es un agotamiento que se disfruta.

No es secreto que todos los bloggers querríamos vivir de nuestros blogs. Pero no todos lo merecemos. Penúltimos días es otro tipo de fuego. No permitamos que se extinga.

Se va a formar un 21 de Mayo


Me sumo a la convocatoria de Solidaridad con Cuba.

martes, mayo 20, 2008

Listado de cosas que echan de menos de Cuba

Manuel Sosa:
-Comer mangos sentado en un gajo.
-Comer naranjas al pie de la mata, con un cuchillo en ristre.
-Las ciruelas amarillas.
-El canistel.
-El olor de los centrales.
-Los gallos cantando por la mañana.
-Piropear a las mujeres.
-Fumarme un tabaco torcido por mi hermano mayor.
-Comer raspa de harina.
-Comer malanga hervida y rociada con manteca de puerco.
-Comer harina con aguacate, yuca y empellas.
-Las calles estrechas de Trinidad y Sancti Spiritus.
-Irme con un cuchillo a pelar y comer caña "medialuna".
-Un guajiro pasando a caballo y saludándote con el siguiente sonido: "Yieeeyy".

Y ahora, que me acusen de folclórico.

***
Anónimo:
¡NADA!

***
Cuco:
¡¡¡Y yo la Vitanuova y los spaguettis de la esquina...!!!

Listado de cosas que echo de menos de Cuba

lunes, mayo 19, 2008

Apuntes sobre las Damas de Blanco

En la ciudad que es ruina vergonzosa,
van de blanco, en silencio, entre las fieras.
Sus testigos: las calles, las aceras.
La turba enardecida las acosa.

Una avenida de flores marchitas,
los domingos de lluvia o cielo abierto
y una iglesia, algún prójimo, algún muerto
han visto sus andanzas infinitas.

Otras madres, en mayo reprimidas,
no quieren condolerse con sus penas,
las acusan de innobles intereses…

Y ellas siguen rogando por las vidas,
rompiendo a cada paso las cadenas,
soñando con los panes y los peces.

Muerte de Martí en Dos Ríos

Título: Muerte de Martí en Dos Ríos
Autor: Carlos Enríquez
Técnica: Óleo sobre tela

sábado, mayo 17, 2008

Efemérides

Hoy, en todo el orbe, se conmemora el día del internet. Mientras tanto, en Cuba, celebran el día del campesino.

Diario de Campaña de José Martí (XXXVIII)

17.―Gómez sale, con los 40 caballos, a molestar el convoy de Bayamo. Me quedo, escribiendo con Garriga y Feria, que copian las Instrucciones Generales a los jefes y oficiales―conmigo doce hombres, bajo el teniente Chacón, con tres guardias, a los tres caminos; y junto a mí, Graciano Pérez. Rosalío, en su arrenquín, con el fango a la rodilla, me trae, en su jaba de casa, el almuerzo cariñoso: “por usted doy mi vida”. Vienen, recién salidos de Santiago, los hermanos Chacón, dueño el uno del arria cogida antier, y su hermano rubio, bachiller, y cómico como letrado,―y José Cabrera, zapatero de Jiguaní, trabado y franco,―y Duane, negro joven, y como... en camisa, pantalón y gran cinto, y... Avalos, tímido, y Rafael Vázquez, y Desiderio Soler, de 16 años, a quien Chacón trae como hijo.―Otro hijo hay aquí, Ezequiel Morales, con 18 años, de padre muerto en las guerras. Y estos que vienen, me cuentan de Rosa Moreno, la campesina viuda que le mandó a Rabí su hijo único Melesio, de 16 años: “allá murió tu padre: ya yo no puedo ir: tú ve”. Asan plátanos, y majan tasajo de vaca, con una piedra en el pilón, para los recién venidos. Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre,―y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo...

La noche de anoche

Salvando las distancias y los horrores, ¿qué tiene en común un espectáculo de variedades que comienza a las siete de la noche y se extiende hasta las dos de la madrugada con una dictadura próxima a cumplir medio siglo? Elemental, Watson. Que hay cosas que no deberían durar tanto.

Luego de casi una década por estos lares, es de suponer que ya sabría a qué atenerme en determinadas circunstancias. Pero cualquiera diría que anoche pagué la novatada. Y la pagué por llegar temprano. Y por crédulo. Salí rumbo al teatro (que hace las veces de salón de bailes o viceversa) luego de prolongar a conciencia y de mutuo acuerdo un café de media tarde con mi estimado Eufrates del Valle ―quien, a pesar de que tenía en planes asistir a la velada, en su inmensa sabiduría, decidió pasarse con ficha―. Ah, Eufrates, ¡enséñame cómo lo haces, Maestro!

Recién daban las cinco y llovía con una impertinencia propia de mayo. Al despedirme del previsor Eufrates, aún estaba al otro lado del túnel, en Nueva York, en medio de la hora pico. Iba rumbo al Holland Tunnel, antro que, una vez más, se regodeaba en su tráfico vespertino. (Los neoyorquinos deben haberlo bautizado Holland Tunnel porque en ocasiones es más fácil y rápido llegar a Holanda que a Nueva Jersey). Pero como había partido con la fresca, llegué al Schuetzen Park con tiempo para matar. (La metáfora no es gratuita. Durante la noche se me despertarían insólitos instintos homicidas).

Faltaba un cuarto para las siete cuando Enrisco, que tenía mi ticket, me llamó para alertarme que venía con unos quince minutos de atraso. Dichoso él. (Como me precio de conocer a mis amigos, le sumé quince minutos más a su optimismo). Las puertas abrirían a las siete en punto. Pero entre lo que el palo iba y venía, descansaba el hacha. Ya en el lobby se congregaba una multitud que pedía el último y que, en su bullicioso entusiasmo, me hizo salir a la intemperie, alegando mi proverbial alergia a las colas. Enrique no tardó mucho más de lo pronosticado. Ticket en mano, llegaba como quien va a una guerra o vuelve de ella. Saludo efusivo. Cacheo a la entrada. Resignados, pedimos que nos condujeran a la mesa reservada a Paquito D’Rivera y Armando López. Y una vez allí, de las 7:20pm a las 8:30pm, estuvimos hablando por señas; estudiando el panorama; bebiendo; él, un Jack Daniels; yo, una cerveza cualquiera. Hablábamos por señas pues el disc jockey tenía el volumen a límites jamás escuchados (valga la imagen, no el sonido). Las mesas temblaban. El público sufría en la espera. Enrique y yo nos turnábamos para ir hasta la mesa del torturador a pedirle que bajara los decibeles. El bárbaro, como la de Lima. Yo que me había ido de Cuba, entre otros motivos de infeliz mención, para no tener que volver a escuchar “Lady Laura”, ahora me veía forzado a tararearla en versión merengue, a todo lo que daban las bocinas. Cuéntame un cuento, Lady Laura. Y el cuento, a esa hora, habría sido de horror y misterio.

En vista de que la comida que ofrecían para picar (frita y deprimente) no estaba a la altura del momento histórico y a un paso de la sordera total, decidimos salir a comer a otra parte. Llamamos al resto del grupo para que se nos uniera en un restaurant de la 32 y Bergen. Salimos a pie, para no perder mi sitio en el parqueo, que estaba abarrotado. El chubasco nos perseguía como la Seguridad del Estado a los disidentes.

Al poco rato de llegar al restaurant, se nos sumaron, Paquito, Brenda Feliciano, Armando López, Frank Zimmerman, Martín Ruiz y Mayra (cuyo apellido desconozco). Gente buena. La comida fue grata, entre risas, bacalao con pan ―que comiera el Paco, quizá rememorando sus tiempos en Irakere― y los mil y un cuentos que intercalaran Frank y Armando. A las diez de la noche, luego de sendos flanes de coco para matar la jugada y sendas tazas de café cubano para alejar los demonios, salimos andando, que, dicen, es la mejor manera de quitar el frío.

Al llegar al Schuetzen Park, nos esperaba a la mesa David Oquendo y su esposa (cuyo nombre, entre la cerveza y la bulla, no escuché). Desde el escenario, “Azuquita” imitaba a Celia Cruz con mucha gracia y menos voz. En algún momento se le fue un gallo de Morón y lo disimuló muy bien. Pero cuando a éste le siguió el gallinero en vilo, paró de cantar (mientras la música seguía andando) y preguntó: «¿No se oye?». Hubo risas benignas. Hay gente que nace con carisma. Y esta señora me ganó con su inesperada salida de emergencia. (A quienes no hayan leído la novela: ¿a qué esperan, tiernas criaturas? Fin del comercial).

Poco antes de las once, Enrique colgó los guantes. Hasta el momento, el espectáculo ―palabra, en esta ocasión llana y aguda, con énfasis en las dos sílabas finales― era, cuando menos, lamentable. Pero diez minutos después de que el Henry hiciera mutis por el foro, llegó el plato fuerte. A decir verdad, lo de Alexis Valdés fue apoteósico. Entró a escena encarnando a su popular Cristinito. Y el teatro, a cupo lleno, se fue abajo. Reí desde que abrió con aquel: «¿cómo se dice toro gay en inglés? Repuesta: Gatorade» (que se pronuncia guei-toreid), hasta que abandoné el salón, a la una y media, con el Paq-Man y Brenda, de ilustre compañía.

Hay palabras cuya sola mención me provoca una incomodidad similar a la que siente cualquier escolar cuando la tiza de la maestra raya la pizarra. De esas palabras, destaco: actividad, mural, brigada. Este evento, de alguna manera, evocó esa olvidada trinidad.

A Alexis Valdés: gracias por rescatar lo rescatable. A los aquí aludidos: gracias por hacer más leve la tortura.

A los lectores: el lunes, cortesía de Jorge Gómez, colgaré fotos de la velada.

viernes, mayo 16, 2008

Mano de obra


Diario de Campaña de José Martí (XXXVII)

16.―Sale Gómez a visitar los alrededores. Antes, registro de los sacos, del Teniente Chacón, Oficial Díaz, Sargento P. Rico, que murmuran, para hallar un robo de ½ botella de grasa.―Convicción de Pacheco, el Capitán: que el cubano quiere cariño, y no despotismo: que por el despotismo se fueron muchos cubanos al gobierno y se volverán a ir: que lo que está en el campo es un pueblo, que ha salido a buscar quien lo trate mejor que el español, y haya justo que le reconozcan su sacrificio. Calmo,―y desvío sus atenciones de afecto a mí, y las de todos. Marco, el dominicano: “¡Hasta sus huellas!” De casa de Rosalío vuelve Gómez. Se va libre el alcalde de La Venta; que los soldados de La Venta, andaluces, se nos quieren pasar.―Lluvia, escribir, leer.

jueves, mayo 15, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXVI)

15.―La lluvia de la noche, el fango, el baño en el Contramaestre: la caricia del agua que corre: la seda del agua. A la tarde viene la guerrilla: que Masó anda por la Sabana, y nos lo buscan: traen un convoy, cogido en la Ratonera. Lo vacían a la puerta: lo reparte Bellito: vienen telas, que Bellito mide al brazo: tanto a la escolta,―tanto a Pacheco, el capitán del convoy, y la gente de Bellito,―tanto al Estado Mayor: velas, una pieza para la mujer de Rosalío, cebollas y ajos, papas y aceitunas para Valentín.

Cuando llegó el convoy, allí el primero Valentín, al pie, como diciendo, ansioso. Luego, la gente alrededor. A ellos, un galón “de vino de composición para tabaco”,―más vino dulce: Que el convoy de Bayamo sigue sin molestar a Baire, repartiendo municiones. Lleva once prácticos, y Francisco Diéguez entre ellos: “Pero él vendrá: él me ha escrito: lo que pasa es que en la fuerza teníamos a los bandidos que persiguió él, y no quiere venir, los bandidos de El Brujito, el muerto de Hato del Medio”.―Y no hay fuerzas alrededor con que salirle al convoy, que va con 500 hombres. Rabí,―dicen―atacó el tren de Cuba en San Luis, y quedó allá.―De Limbano hablamos, de sobremesa: y se recuerda su muerte, como la contó al práctico de Mayarí, que había acudido a salvarlo, y llegó tarde. Limbano iba con Mongo, ya deshecho, y llegó a casa de Gabriel Reyes, de mala mujer, a quien le había hecho mucho favor: le dio las monedas que llevaba; la mitad para su hijo de Limbano y para Gabriel la otra mitad, a que fuera a Cuba, a las diligencias de su salida, y el hombre volvió, con la promesa de 2,000 pesos, que ganó envenenando a Limbano. Gabriel fue al puesto de la guardia civil, que vino, y disparó sobre el cadáver, para que apareciera muerto de ella. Gabriel vive en Cuba, acusado de todos los suyos: su ahijado le dijo: “Padrino, me voy del lado de usted, porque usted es muy infame”.―Artigas, al acostarnos pone grasa de puerco sin sal sobre una hoja de tomate, y me cubre la boca del nacido.

(...) ni mal que dure cien años de soledad

Ahora que parecía que nos habíamos librado de La Plaga, García Márquez anuncia su próxima novela.

bustrófedon vs. The Walrus of Love

El reto fue en internet. La partida era de cinco minutos, con cinco segundos de incremento por cada jugada. Culminó hace un par de horas. Yo jugaba con las blancas, una variante aburrida del Giucopiano. Mi contrario hacía lo suyo en la defensa. El medio juego no deparó sorpresas para ninguno de los dos bandos. Hasta que el ente que jugaba con las negras me preguntó si era cubano. Antes de contestar, dejé que me picara la curiosidad: ¿cómo lo habría adivinado? ¿Estaba acaso desarrollando una “apertura cubana”, cuya existencia ignoraba por completo? ¿Me había adentrado en alguna versión que popularizara el inmortal Capablanca? En esas estaba, cuando recordé que en mi perfil de jugador en esa página ondea la bandera de la arroba solitaria. De todos modos, respondí con una pregunta: «¿Cómo lo sabes?». Valga aclarar que esto transcurría en inglés de “text message”, con todas las abreviaturas que establece el protocolo ajedrecístico en la red. Su respuesta fue en un castellano alto y claro: «Viva Fidel». Ni corto ni perezoso, le devolví la antípoda: «Abajo Fidel». Y llegó su enternecedora respuesta: «¿Qué quiere decir eso?». «Lo contrario de lo que dijiste».

Y desconectó.

miércoles, mayo 14, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXV)

14.―Sale una guerrilla para La Venta, el caserío con la tienda de Rebentoso, y el fuerte de 25 hombres. Manda, horas después, al alcalde; el gallego José González, casado en el país, que dice que es alcalde a la fuerza, y espera en el rancho de Miguel Pérez, el pardo que está aquí, de cuidador, barbero. Escribo, poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo, y en la soledad en que voy, impere acaso, por la desorganización e incomunicación que en mi aislamiento no puedo vencer, aunque, a campo libre, la revolución entraría, naturalmente, por su unidad de alma, en las formas que asegurarían y acelerarían su triunfo.―Rosalío va y viene, trayendo recados, leche, cubiertos, platos: ya es prefecto de Dos Ríos. Su andaluza prepara para un enfermo una purga de higuereta, de un catre le hace hamaca, le acomoda un traje: el enfermo es José Gómez, granadino, risueño, de franca dentadura: “Y usted, Gómez, ¿cómo se nos vino para acá? Cuénteme desde que vino a Cuba.” “Pues yo vine hace dos años, y me rebajaron, y me quedé trabajando en el Camagüey. Nos rebajaron así a todos, para cobrarse nuestro sueldo y nosotros de lo que trabajamos vivimos. Yo no veía más que criollos, que me trataban muy bien: yo siempre vestí bien, y gané dinero, y tuve amigos: de mi paga en dos años, sólo alcancé doce pesos.―Y ahora me llamaron al cuartel, y no sufrí tanto como otros, porque me hicieron cabo; pero aquello era maltratar a los hombres, que yo no lo podía sufrir, y cuando un oficial me pegó dos cocotazos, me callé y me dije que no me pegaría más, y me tomé el fusil y las cápsulas, y aquí estoy.” Y a caballo, en su jipijapa y saco pardo, con el rifle por el arzón de su potranca, y siempre sonriendo.―Se agolpan al rancho, venideros de la Sabana, de Hato del Medio, los balseros que fueron a preguntar si podían arrear la madera: vuelven al Cauto del Embarcadero, pero no a arrearla: prohibidos, los trabajos que den provecho, directo o indirecto, al enemigo. Ellos no murmuran: querían saber: están preparados a salir con el comandante Contiño.―Veo venir a caballo, a paso sereno bajo la lluvia, a un magnífico hombre, negro de color, con gran sombrero de ala vuelta, que se queda oyendo, atrás del grupo y con la cabeza por sobre él. Es Casiano Leyva, vecino de Rosalío, práctico por Guamo, entre los triunfadores el primero, con su hacha potente: y al descubrirse le veo el noble rostro, frente alta y fugitiva, combada al medio, ojos mansos y firmes, de gran cuenca; entre pómulos anchos, nariz pura; y hacia la barba aguda la pera canosa: es heroica la caja del cuerpo, subida en las piernas delgadas: una bala en la pierna: él lleva permiso de dar carne al vecindario; para que no maten demasiada res. Habla suavemente; y cuanto hace tiene inteligencia y majestad. El luego irá por Guamo.―Escribo las instrucciones generales a los jefes y oficiales.

martes, mayo 13, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXIV)

13.―Esperamos a Masó en lugar menos abierto, cerca de Rosalío, en casa de su hermano. Voy aquietando: a Bellito, a Pacheco, y a la vez impidiendo que me muestren demasiado cariño. Recorremos de vuelta los potreros de ayer, seguimos Cauto arriba, y Bellito poica espuelas para enseñarme el bello estribo, de copudo verdor, donde, con un ancho recodo al frente se encuentran los dos ríos: el Contramaestre entra allí al Cauto. Allí, en aquel estribo, que da por su fondo a los potreros de la Travesía, ha tenido Bellito campamento: buen campamento: allí arboleda oscura, y una gran ceiba. Cruzamos el Contramaestre, y, a poco, nos apeamos en los ranchos abandonados de Pacheco. Aquí fue cuando esto era monte, el campamento de Los Ríos, donde O’Kelly se dio primero con los insurrectos, antes de ir a Céspedes.―Y hablamos de las tres Altagracias.―Altagracia la Cubana, donde estuvimos.―Altagracia de Manduley.―Y Altagracia la Bayamesa.―De sombreros: “tanta tejedora que hay en Holguín”.―De Holguín, que es tierra seca, que se bebe la lluvia, con sus casas a cordel y sus patios grandes, “hay mil vacas paridas en Holguín”.―Me buscan hojas de zarza, o de tomate, para untarlas de sebo, sobre los nacidos. Artigas le saca flecos a la jáquima que me trae Bellito.―Ya está el rancho corrido: hamacas, escribir; leer; lluvia; sueño inquieto.

A lo cubano

Aquí, los detalles.

lunes, mayo 12, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXIII)

12.―De La Travesía a La Jatía, por los potreros, aún ricos en reses, de La Travesía, Guayacanes y La Vuelta. La yerba ya se espesa, con la lluvia continua. Gran pasto, y campo, para caballería. Hay que echar abajo las cercas de alambre, y abrir el ganado al monte, o el español se lo lleva, cuando ponga en La Vuelta el campamento, al cruce de todos estos caminos. Con barracas como las del Cauto asoma el Contramaestre, más delgado y claro y luego lo cruzamos y bebemos. Hablamos de hijos: con los tres suyos está Teodosio Rodríguez, de Holguín: Artigas trae el suyo: con los dos suyos de 21 y 18 años viene Bellito. Una vaca pasa rápida, mugiendo dolorosa y salta el cercado: despacio viene a ella, como viendo poco, el ternero perdido; y de pronto, como si la reconociera, se enarca y arrima a ella, con la cola al aire, y se pone a la ubre: aún muge la madre.―La Jatía es casa buena, de cedro y de corredor de zinc, ya abandonada de Agustín Maysana, español rico; de cartas y papeles están los suelos llenos. Escribo al aire, al Camagüey, todas las cartas que va a llevar Calunga, diciendo lo visto, anunciando el viaje, al Marqués, a Mola, a Montejo.―Escribo la circular prohibiendo el pase de reses, y la carta a Rabí. Masó anda por la sabana con Maceo, y le escribimos: una semana hemos de quedarnos por aquí, esperándolo. Vienen tres veteranos de las Villas, uno con tres balazos en el ataque imprudente a Arimao, bajo Mariano Torres,―y el hermano, por salvarlo, con uno: van de compras y noticias a Jiguaní: Jiguaní tiene un fuerte, bueno, fuera de la población, y en la plaza dos tambores de mampostería, y los otros dos sin acabar, porque los carpinteros, que atendían a la madera desaparecieron; y así dicen: “vean como están estos paisanos, que ni pagados quieren estarse con nosotros”.―Al acostarnos, desde las hamacas, luego de plátano y queso, acabado lo de escribir, hablamos de la casa de Rosalío, donde estuvimos por la mañana, al café a que nos esperaba él, de brazos en la cerca. El hombre es fornido, y viril, de trabajo rudo, y bello mozo, con el rostro blanco ya rugoso, y barba negra corrida.―“Aquí tienen a mi señora”, dice el marido fiel, y con orgullo: y allí está en su túnico morado, el pie sin medias en la pantufla de flores, la linda andaluza, subida a un poyo, pilando el café. En casco tiene alzado el cabello por detrás, y de allí le cuelga en cauda: se le ve sonrisa y pena. Ella no quiere ir a Guantánamo con las hermanas de Rosalío: ella quiere “estar donde esté Rosalío”. La hija mayor, blanca, de puro óvalo, con el rico cabello corto abierto en dos y enmarañado, aquieta a un criaturín huesoso, con la nuca de hilo, y la cabeza colgante, en un gorrito de encaje: es el último parto. Rosalío levantó la finca; tiene vacas, prensa quesos: a lonjas de a libra nos comemos su queso, remojado en café: con la tetera, en su taburete, da leche Rosalío a un angelón de hijo, desnudo, que muerde a los hermanos que se quieren acercar al padre: Emilia de puntillas, saca una taza de la alacena que ha hecho de cajones, contra la pared del rancho. O nos oye sentada; con su sonrisa dolorosa, y alrededor se le cuelgan sus hijos―.

La Bestia

El animal se aferra a lo imposible.
Vemos su barba imberbe hasta en la sopa.
Se impregna a la memoria, a nuestra ropa
el hedor de esa bestia irrepetible.

El monstruo se aficiona al inodoro.
La tripa que le falta o que le sobra,
a pesar de la ingente mano de obra,
no podrá devolverle su decoro.

Los analistas dicen que ha cambiado
y en medio de un paisaje de posguerra
presagian un futuro luminoso.

Mefisto no se baja del estrado.
Ya en su cita, tres metros bajo tierra,
¿qué gusanos querrán darle reposo?

Hay, pero no te toca

A propósito de un post de Los Miquis de Miami, reproduzco un texto que me publicara Encuentro en la red hace poco más de cuatro años. Si insulta lo infame de la situación, más insulta su vigencia, en medio de los tan cacareados “cambios”.

Lleva razón el himno. En cadenas vivir es vivir/ en afrenta y oprobio sumidos.

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El cristal con que se mira

Digamos que tengo una hermana que vive en Canadá. Digamos que su esposo es colombiano. Y digamos que tienen un hijo, oriundo de la tierra que está al norte del Norte. Hasta ahí, santo y bueno. Ahora digamos que a mi hermana la atrapa el “efecto boomerang” y no puede resistirse a visitar la Isla, la infancia, los años duros, la vida que abandonó en el Caribe.

Digamos que tiene que solicitar el denigrante “permiso de entrada” para pasear por su país de origen, “dueña de todo cuanto hay en él”. “Ciudad” puede decir. Y puede protestar y poner la cosa fea. Pero no dice nada. Este viaje, “en silencio ha tenido que ser, pues hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”.

Digamos que su esposo, colombiano, y su hijo, canadiense, también tienen que pedir visa para visitar Cuba. Ya que estamos suponiendo, aventuremos que a mi cuñado le autorizan un mes de estancia y que al niño, con su escaso año y medio de vida, le otorgan otros treinta amaneceres en el trópico. Como todo esto que escribo es basado en la hipótesis, podemos decir también que a mi hermana, hija legítima de la Isla caníbal, sólo le dan tres semanas para desandar las calles que la vieron crecer. Sólo 21 días de nostalgia para la madre cubana, aunque su crío canadiense pueda quedarse otras nueve noches en la mismísima capital o el resto de las áreas verdes, dada su condición de ciudadano extranjero.

Digamos que esta hermana que me he inventado se tiene que tragar el buche amargo, la humillación legal y el chantaje administrativo con tal de llevar a mi sobrino ficticio a conocer a la parte de su familia que habita el archipiélago anómalo. Digamos que hacen su entrada casi triunfal en la Isla y que al tercer cambio de luna recogen los matules y se van a visitar a la estirpe colombiana.

Como hoy tengo una imaginación desbordante, los veo, un mes más tarde, de regreso de la tierra del café, haciendo una escala de ocho horas en el aeropuerto José Martí. Aquí es donde se me traba la pluma. Lo próximo que vislumbro es a mi cuñado irreal, mi sobrino de mentiritas y mi hermana que no existe en la sala de espera del mencionado aeródromo. Y veo a mi madre hipotética, al otro lado del cristal, en territorio cubano, mirando con una tristeza infinita a su familia, que le devuelve la congoja desde zona neutra.

Digamos que al colombiano y al canadiense les dejan salir a ver a la suegra/abuela, pero a esa hermana que no tengo, por el pecado capital de haber nacido en Cuba, le impiden regalarle un abrazo de saludo y despedida a su madre. Digamos que no me gustan los culebrones. Y digamos que el régimen que no permite a esta joven cubana salir a territorio cubano a encontrarse con la autora cubana de sus cubanísimos días es el mismo desgobierno que lanzó a su pueblo a las calles a reclamar la reunificación familiar, en suelo patrio, de Elián González Brotons —suerte de Moisés caribeño, punto de convergencia entre dos orillas, futuro presidente de Cuba— con ese objeto (in)animado y maleable que resultó ser su padre.

Digamos que estoy triste. Digamos que no me permito llorar mientras recreo esta anécdota aberrada, pues soy cubano y exiliado y esos dos defectos son incompatibles con el llanto.

Digamos que, habiendo nacido después del accidente de 1959, soy hijo del Marqués de Sade. Por último, digamos que todo esto lo imaginé mientras la indignación me pedía que creyera que no fue cierto.

domingo, mayo 11, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXII)

11.―A más allá, en la misma Travesía, a casa menos fangosa. Se va Miró, con su gente. Llegamos pronto. A Rosalío Pacheco; que sirvió en toda la guerra, y fue deportado a España en la Chiquita; y allá casó con una andaluza, lo increpa reciamente Gómez.―Pacheco sufre, sentado en la camilla de varas al pie de mi hamaca.―Notas, conversación continua sobre la necesidad de activar la guerra, y el asedio de las ciudades.

sábado, mayo 10, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXI)

10.―De Altagracia vamos a La Travesía.―Allí volví a ver de pronto, a la llegada, el Cauto, que ya venía crecido, con su curso ancho en lo hondo, y a los lados, en vasto declive, los barrancos. Y pensé de pronto, ante aquella hermosura, en las pasiones bajas y feroces del hombre. Al ir llegando, corrió Pablo una novilla, negra, de astas nacientes, y la echan contra un árbol, donde, a vueltas, le van acortando la soga. Los caballos, erguidos, resoplan: les brillan los ojos. Gómez toma del cinto de un escolta el machete, y abre un tajo, rojo, en el muslo de la novilla.―“¡Desjarreten esa novilla!” Uno, de un golpe, la desjarreta, y se arrodilla el animal, mugiendo: Pancho, al oír la orden de matar, le mete, mal, el machete por el pecho, una vez y otra: uno, más certero, le entra hasta el corazón; y vacila y cae la res, y de la boca sale en chorro la sangre. Se la llevan arrastrando. Viene Francisco Pérez, de buen continente, enérgico y carirredondo, capitán natural de sus pocos caballos buenos, hombre sano y seguro. Viene el capitán Pacheco, de cuerpo pequeño, de palabra tenaz y envuelta, con el decoro y la aptitud abajo: tomó un arria, sus mismos cubanos le maltrataron la casa y le rompieron el burén, “yo no he venido a aspirar, sino a servir a la patria”, pero habla sin cesar y como a medias, de los que hacen y de los que no hacen, y de que los que hacen menos suelen alcanzar más que el que hace, “¡pero él sólo ha venido a servir a la patria!” “¡Mis polainas son éstas!”,―las pantorrillas desnudas: el pantalón a la rodilla, los borceguíes de vaqueta: el yarey, amarillo y púrpura. Viene Bellito, el coronel Bellito de Jiguaní, que por enfermo había quedado acá. Lo adivino leal, de ojo claro de asalto, valiente en hacer y en decir. Gusta de hablar su lengua confusa, en que, en las palabras inventadas, se le ha de sorprender el pensamiento. “La revolución murió por aquella infamia de deponer a su caudillo.” “Eso llenó de tristeza el corazón de la gente.” “Desde entonces empezó la revolución a volver atrás.” “Ellos fueron los que nos dieron el ejemplo”,―ellos, los de la Cámara.―Cuando Gómez censura agrio las rebeliones de García, y su cohorte de consejeros: Belisario Peralta, el venezolano Barreto, Bravo y Senties, Fonseca, Limbano Sánchez, y luego Collado,―Bello habla dándose paseos, como quien espía al enemigo, o lo divisa, o cae sobre él, o salta de él. “Eso es lo que la gente quiere: el buen carácter en el mando.” “No, señor, a nosotros no se nos debe hablar así, porque no se lo aguanto a hombre nacido”. “Yo he sufrido por mi patria cuanto haiga sufrido el mejor general.” Se encara a Gómez, que lo increpa porque los oficiales dejan pasar a Jiguaní las reses que llevan pase en nombre de Rabí. ―“Los que sean; y además esa es la orden del jefe, y nosotros tenemos que obedecer a nuestro jefe.” “Ya sé que eso está mal, y no debe entrar res; pero el menor tiene que obedecer al mayor.” Y cuando Gómez dice: “Pues lo tienen a usted bueno con lo de Presidente. Martí no será Presidente mientras yo esté vivo”: y enseguida, “porque yo no sé lo que les pasa a los Ptes., que en cuanto llegan ya se echan a perder, excepto Juárez, y eso un poco y Washington”.―Bello, animado, se levanta, y da dos o tres brincos, y el machete le baila a la cintura: “Eso será a la voluntad del pueblo”: y murmura: “Porque nosotros, ―me dijo otra vez, acodado a mi mesa con Pacheco―, hemos venido a la revolución para ser hombres , y no para que nadie nos ofenda en la dignidad de hombre”.―En lluvias, jarros de café, y plática de Holguín y Jiguaní, llega la noche. Por noticias de Masó esperamos. ¿Habrá ido a la concentración con Maceo? Miró a oscuras, roe en la púa una paloma rabiche.―Mañana mudaremos de casa.

Patrón de prueba

Le había prometido a mi esposa que ―a excepción de las entradas correspondientes a los días 10 y 11 de mayo del Diario de Campaña de José Martí― me daría un descanso de la vorágine del blog durante este fin de semana. El poco sueño acumulado en días recientes ―a cuenta de mi salto al denostado ciberchancleteo―, el cansancio que genera ese estar constantemente a la búsqueda de material para Belascoaín y Neptuno, y la vida común y corriente ―que a veces suele transcurrir en otra dimensión paralela a la pantalla del ordenador― me pedían a gritos que dejara a un lado el mundo virtual y saliera a respirar un poco de aire fresco, ahora que el clima lo permite.

Sin embargo, mi querido Eufrates del Valle ―cuyo blog es mi pan diario―, acaba de colgar este post que resume con exactitud esa complicada relación a la que somos objeto quienes hemos encontrado en el blog válvula de escape a la vez que tiranía.

Don Eufrates: desde aquí, reciba mis respetos.

A Cuco y el resto de los fieles lectores del Diario de Campaña: cuenten con los textos de hoy y mañana.

A todos: les deseo un feliz fin de semana. Y me voy del aire.

viernes, mayo 09, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXX)

9.―Adiós a Banderas,―a Moncada,―al fino Carvajal que quisiera irse con nosotros, a los ranchos donde asoma la gente, saludando con los yareyes: “¡Dios los lleve con bien, mis hermanos!” Pasamos sin que uno solo vuelva a ella los ojos, junto a la sepultura. Y a poco andar, por el hato lodoso se sale a la sabana, y a unos mangos al fondo: es Baraguá: son los mangos, aquellos dos troncos con una sola copa, donde Martínez Campos conferenció con Maceo. Va de práctico un mayaricero que estuvo allí entonces: “Martínez Campos lo fue abrazar, y Maceo le puso el brazo por delante, así: ahí fue que tiró el sombrero al suelo. Y cuando le dijo que ya García había entrado, viera el hombre cuando Antonio le dijo: ‘¿quiere usted que le presente a García?’: García estaba allí, en ese monte; todo ese monte era de cubanos no más. Y de ese lado había otra fuerza, por si venían con traición.” De los llanos de la protesta salimos al borde alto, del rancho abandonado, de donde se ve el brazo del río, aún seco ahora, con todo el cauce de yerbal y los troncos caídos cubiertos de bejuco, con flores azules y amarillas, y luego de un recodo, la súbita bajada: “¡Ah, Cauto―dice Gómez,―cuánto tiempo hacía que no te veía!" Las barrancas feraces y elevadas penden, desgarradas a trechos, hacia el cauce, estrecho aún, por donde corren, turbias y revueltas, las primeras lluvias.De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caguairán, “el palo más fuerte de Cuba”, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, “vuelven raso el tabaco”, la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre:―A Cosme Pereira nos hallamos en el camino, y con él a un hijo de Eusebio Venero, que se vuelve a anunciarnos a Altagracia. Aún está en Altagracia Manuel Venero, tronco de patriotas, cuya hermosa hija Panchita murió, de no querer ceder, al machete del asturiano Federicón. Con los Venero era muy íntimo Gómez, que de Manuel osado hizo un temido jefe de guerrilla, y por Panchita sentía viva amistad, que la opinión llamaba amores. El asturiano se llevó la casa un día y en la marcha iba dejando a Panchita atrás, y solicitándola y resistiendo ella.―“¿Tú no quieres porque eres la querida de Gómez?” Se irguió ella, y él la acabó, con su propia mano.―Su casa hoy nos recibe con alegría en la lluvia oscura y con buen café.―Con sus holguineros se alberga allí Miró, que vino a alcanzarnos al camino: de aviso envió a Pancho Díaz, mozo que por una muerte que hizo se fue a asilar a Montecristi, y es práctico de ríos, que los cruza en la cresta, y enlazador, y hoceador de puercos, que mata a machetazos. Miró llega, cortés en su buen caballo: le veo el cariño cuando me saluda: él tiene fuerte habla catalana; tipo fino, barba en punta y calva, ojos vivaces. Dio a Guerra su gente, y con su escolta de mocetones subió a encontrarnos.―“Venga, Rafael.”―Y se acerca, en su saco de nipe amarillo, chaleco blanco, y jipijapa de ala corta a la oreja, Rafael Manduley, el Procurador de Holguín, que acaba de salir al campo. La gente, bien montada, es de muy buena cepa. Jaime Muñoz, peinado al medio, que administra bien, José González, Bartolo Rocaval, Pablo García, el práctico astuto sagaz, Rafael Ramírez, Sargento primero de la guerra, enjuto, de bigotillo negro, Juan Oro, Augusto Feria, alto y bueno, del pueblo, cajista y de letra, Teodorico Torres, Nolasco Peña, Rafael Peña, Francisco Díaz, Inocencio Sosa, Rafael Rodríguez,―Y Plutarco Artigas, amo de campo, rubio y tuerto, puro y servicial: dejó su casa grande, su bienestar, y “nueve hijos de los diez que tengo, porque el mayor me lo traje conmigo”. Su hamaca es grande, con la almohadilla hecha de manos tiernas; su caballo es recio, y de lo mejor de la comarca; él se va lejos, a otra jurisdicción, para que de cerca “no lo tenga amarrado su familia”: y “mis hijitos se me hacían una piña alrededor y se dormían conmigo”. Aún vienen Miró y Manduley henchidos de su política local; a Manduley “no le habían dicho nada de la guerra”, a él que tiene fama de erguido, y de autoridad moral; trae espejeras: iba a ver a Masó: “y yo, que alimentaba a mis hijos científicamente; quién sabe lo que comerán ahora”. Miró, de gesto animado y verbo bullente, alude a su campaña de siete años en La Doctrina de Holguín, y luego en El Liberal de Manzanillo que le pagaban Calvar y Beattie, y donde les sacó las raíces a los “cuadrilongos”, a los “astures”, a la “maya integrista”. Dejó hija y mujer, y ha paseado, sin mucha pelea, su caballería de buena gente por la comarca”. Me habla de los esfuerzos de Gálvez, en La Habana, para rebajar la revolución: del grande odio con que Gálvez habla de mí, y de Juan Gualberto: “a usted, a usted es a quien ellos le temen”: “a voz en cuello decían que no vendría usted, y esos es lo que los va ahora a confundir”.―Me sorprende, aquí como en todas partes, el cariño que se nos muestra, y la unidad de alma, a que no se permitirá condensación, y a la que se desconocerá, y de la que se prescindirá, con daño, o por lo menos, el daño de demora de la revolución, en su primer año de ímpetu. El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y el de la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaríamos brevemente, y con mejor victoria, y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiempo al menos, se divorciará a la fuerza a la revolución de este espíritu,―se le privará del encanto y gusto, y poder de vencer de este consorcio natural,―se le robará el beneficio de esta conjunción entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y el espíritu que las anima―. Un detalle: Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y muestras del goce de la gente en mi presencia y sencillez.―Y al acercarse hoy uno: Presidente, y sonreír yo: “No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí como General: no me le digan Presidente.”“¿Y quién contiene el impulso de la gente, General?”; le dice Miró: “eso les nace del corazón a todos”. “Bueno: pero él no es Presidente todavía, es el Delegado”.―Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el agravio.―Miró vuelve a Holguín, de Coronel; no se opondrá a Guerra: lo acatará: hablamos de la necesidad de una persecución activa, de sacar al enemigo a las ciudades, de picarlo por el campo, de cortarle todas las proveedurías, de seguirle los convoyes. Manduley vuelve también, no muy a gusto, a influir en la comarca que lo conoce, a ponérsele a Guerra de buen consejero, a amalgamar las fuerzas de Holguín e impedir sus choques, a mantener el acuerdo de Guerra, Miró, y Feria.―Dormimos, apiñados, entre cortinas de lluvia. Los perros, ahítos de la matazón, vomitan la res. Así dormimos en Altagracia.―En el camino, el único caserío fue Arroyo Blanco: la tienda vacía: el grupo de ranchos: el ranchero barrigudo, blanco, egoísta, con el pico de la nariz caído en las alas del poco bigote negro: la mujer, negra: la vieja ciega se asomó a la puerta , apoyada a un lado, y en el báculo amarillo el brazo tendido: limpia, con un pañuelo a la cabeza: “¿Y los patipeludos matan gente ahora?” Los cubanos no me hicieron nadita a mí nunca,―no, señor.

jueves, mayo 08, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXIX)

8.―A trabajar, a una altura vecina, donde levantan el nuevo campamento: ranchos de troncos, atados con bejuco, techados con palma.―Nos limpian un árbol, y escribimos al pie.―Cartas a Miró:―de G., como a Coronel, de seguro que ayudará “al Brigadier Angel Guerra, nombrado Jefe de Operaciones”,―mía, con el fin de que, sin desnudarle el pensamiento, vea la conveniencia y justicia de ayudar a Guerra.―Miró hace de árbitro de la comarca, como Coronel. Guerra sirvió los 10 años, y no le obedecería.―Cartas a prominentes de Holguín, y circulares:―a Guadalupe Pérez, acaudalado,―a Rafael Manduley, procurador,―a Francisco Frexes, abogado.―En la mesa, sin rumbo, funge el consejo de guerra de Isidro Tejera, y Onofre y José de la O. Rodríguez: los pacíficos dijeron parte del terror en que pusieron al vecindario: el capitán Juan Peña y Jiménez.―Juan el Cojo, que sirvió en “las tres guerras”, de una pierna sólo tiene el muñón, y monta a caballo de un salto,―oyó el susto a los vecinos, y vio las casas abandonadas, y define que los tres le negaron las armas, y profirieron amenazas de muerte.―El consejo, enderezado de la confusión, los sentencia a muerte. Vamos al rancho nuevo, de alas bajas, sin paredes.―José Gutiérrez, el corneta afable que se lleva a Paquito, toca a formación. Al silencio de las filas traen los reos; y lee Ramón Garriga la sentencia, y el perdón. Habla Gómez de la necesidad de la honra en las banderas: “ese criminal ha manchado nuestra bandera”. Isidro, que venía llorando, pide licencia de hablar: habla gimiendo, y sin idea, que muere sin culpa, que no le dejarán morir, que es imposible que tantos hermanos no le pidan el perdón. Tocan marcha. Nadie habla. El gime, se retuerce en la cuerda, no quiere andar. Tocan marcha otra vez, y las filas siguen, de dos en fondo. Con el reo implora Chacón y entre rifles, empujándolos. Detrás, solo, sin sus polainas, saco azul y sombrero pequeño, Gómez.―Otros, atrás, pocos, y Moncada,―que no ve al reo, ya en el lugar de la muerte, llamando desolado, sacándose el reloj, que Chacón le arrebata, y tira en la yerba… manda Gómez, con el rostro demudado, y empuña su revólver, a pocos pasos del reo. Lo arrodillan, al hombre, espantado, que aún, en aquella rapidez, tiene tiempo, sombrero en mano, para volver la cara dos o tres veces. A dos varas de él, los rifles bajos. ¡Apunten!, dice Gómez. ¡Fuego! Y cae sobre la yerba muerto.―De los dos perdonados,―cuyo perdón aconseje y obtuve―uno, ligeramente cambiado de color pardo, no muestra espanto, sino sudor frío: otro, en sus cuerdas por los codos, está como si aún se hiciese atrás, como si huyese el cuerpo, ido de un lado lo mismo que el rostro, que se le chupó y desencajó.―El, cuando les leyeron la sentencia, en el viento y las nubes de la tarde, sentados los tres por tierra, con los pies en el cepo de varas, se apretaba con la mano las sienes. El otro, Onofre, oía como sin entender, y volvía la cabeza a los ruidos. “El Brujito”, el muerto, mientras esperaba el fallo, escarbaba, doblado, la tierra,―o alzaba de repente el rostro negro, de ojos pequeños y nariz hundida de puente ancho.―El cepo fue hecho al vuelo: una vara recia en tierra, otra más fina al lado, atada por arriba,―y clavada debajo de modo que deje paso estrecho al pie preso.―“El Brujito”, decían luego, era bandido de antes: “puede usted jurar, decía Moncada, que deja su entierro de catorce mil pesos.”

Sentado en un baúl, en el rancho, alrededor de la vela de cera, Moncada cuenta la última marcha de Guillermo moribundo; cuando iba a la cita con Masó. A la prisión entró Guillermo sano, y salió de ella delgado, caído, echando sangre en cuajos a cada tos. Un día, en la marcha, se sentó en el camino, con la mano en la frente: “me duele el cerebro”; y echó a chorros, la sangre, en cuajos rojos.―“Estos son de la pulmonía”―decía luego Guillermo, revolviéndolos;―“y éstos, los negros, son de la espalda.” Zefí cuenta, y Gómez, de la fortaleza de Moncada. “Un día, dice, lo hirieron en la rodilla, y se le montó un hueso sobre el otro, así”, y se puso al pecho un brazo sobre otro: “no se podía poner los huesos en lugar, y entonces, por debajo de los brazos lo colgamos, en aquel rancho más alto que éste, y yo me abracé a su pierna, y con todas mis fuerzas me dejé descolgar, y el hueso volvió a su puesto, y el hombre no dijo palabra.” Zefí es altazo, de músculo seco: “y me quedo de bandido en el monte si quieren otra vez acabar esto con infamias”. “Una cosa tan bien plantificada como ésta, dice Moncada, y andar con ella trafagando”.― Se queja él, con amargura, del abandono y engaño en que tenía a Guillermo, Urbano Sánchez.―Guillermo, ansioso siempre de la compañía blanca: “le digo que en Cuba hay una división horrorosa”. Y se le ve el recuerdo rencoroso en la censura violenta a Mariano Sánchez, cuando en el Ramón de las Yaguas, abogó porque se cumpliese al Teniente rendido la palabra de respetarle las armas, y M. que se veía con escopeta, y otros más, quería echarse sobre los 60 rifles.―“¿Y usted quién es, dice N. que le dijo M., para dar voto en esto?”―Y G. expresa la idea de que M. “no tiene cara de cubano, por más que usted me lo diga,―y dispénseme”. Y de que el padre anda afuera, y mandó al hijo adentro, para estar a la vez en los dos campos. Mucho vamos hablando de la necesidad de picar al enemigo aturdido, y sacarlo sin descanso a la pelea,―de cuajar con la pelea el ejército revolucionario desocupado,―de mudar campos como éste, de 400 hombres, que cada día aumentan y comen en paz y guardan 300 caballos, en fuerza más ordenada y activa, que: “yo, con mis escopetas y mis dos armas de precisión, sé cómo armarme”, dice Banderas: Banderas, que pasó allá abajo el día, en su hamaca solitaria, en el rancho fétido.

Promoción especial de teléfonos celulares en Cuba

Diseñados en su totalidad por el grupo de telecomunicaciones de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR), estos sofisticados modelos de telefonía celular estarán disponibles en breve en las tiendas de la capital. Una vez demostrada la popularidad de los mismos, se estudia comercializarlos en Camagüey y Santiago de Cuba. De tener éxito al centro y este de la isla, se extendería la venta a otras provincias clave de la nación, entre las que se cuentan Villa Clara, Caracas, Pinar del Río…

Los contratos para los siguientes modelos serán por un mínimo de 50 años, con la posibilidad de renovarlos al término de los mismos. ETECSA garantiza la libertad de expresión a través de estas líneas, siempre y cuando el contenido de las conversaciones no vaya en detrimento de las conquistas de nuestra gloriosa Revolución.

Sin más, presentamos:

1) El Guerrillero

Con acceso semanal a internet, este modelo es idóneo para consultar el horóscopo y estar al tanto de las noticias. Posee una plataforma compatible con infinidad de juegos online. El contrato estándar incluye programas de “solitario” y “dominó” (hasta el doble seis).




2) El Trovador

¡No sienta envidia del iPod! ¡Lleve toda su música consigo! ¡Presentamos el primer teléfono-walkman! Incluye infinidad de tonos gratis; a saber: la discografía entera de Alfredito Rodríguez y Amaury Pérez (en este momento estamos tramitando los derechos para algunas canciones del diputado Silvio). Sorprenda a sus amigos cuando, al recibir llamadas, en lugar del timbre, se escuche el siguiente estribillo:

Buena persona.
Buena persona.
Que se respire parejo,
que nadie muera,
buena persona.



3) El Reportero

¡Basta ya de no poder capturar la magia del momento! ¿Se derrumbó un insigne edificio ante sus ojos mientras se paseaba por las nostálgicas calles de La Habana? Este modelo, con su cámara digital de alta resolución (1 mega píxel) es idóneo para hacer una crónica visual de la Patria que esté a la altura de nuestros gloriosos días.


Revolucionariamente,
ETECSA

miércoles, mayo 07, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXVIII)

7.―De Jagua salimos, y de sus mambises viejos y leales, por el Mijial. En el Mijial, los caballos comen la piña forastera, y de ella, y de cedros hacen tapas, para galones. A César le dan agua de hojas de guanábana, que es pectoral bueno, y cocimiento grato. En el camino nos salió Prudencio Bravo, el guardián de los heridos, a decirnos adiós. Vimos a la hija de Nicolás Cedeño, que habla contenta, y se va con sus 5 hijos a su monte de Holguín. Por el camino de Barajagua―“aquí se peleó mucho”, “todo esto llegó a ser nuestro”―vamos hablando de la guerra vieja. Allí, del monte tupido de los lados, o de los altos y codos enlomados del camino, se picaban a las columnas, que al fin, cesaron: por el camino se va a Palma y a Holguín. Zefí dice que por ahí trajo él a Martínez Campos, cuando vino a su primera conferencia con Maceo: “El hombre salió colorado como un tomate, y tan furioso que tiró el sombrero al suelo, y me fue a esperar a media legua”. Andamos cerca de Baraguá. Del camino salimos a la sabana de Pinalito, que cae, corta, al arroyo de las Piedras, y tras él, a la loma de La Risueña, de suelo rojo y pedregal, combada como un huevo, y al fondo graciosas cabezas de monte de extraños contornos: un bosquecillo, una altura que es como una silla de montar, una escalera de lomas. Damos de lleno en la sabana de Vio, concha verde, con el monte en torno, y palmeras en él, y en lo abierto un cayo u otro, como florones, o un espino solo, que da buena leña: las sendas negras van por la yerba verde, matizada de flor morada y blanca. A la derecha, por lo alto de la sierra espesa, la cresta de pinos. Lluvia recia. Adelante va la vanguardia, uno con la yagua a la cabeza, otro con una caña por el arzón, o la yagua en descanso, o la escopeta. El alambre del telégrafo se revuelca en la tierra. Pedro pasa, con el portabandera desnudo,―una vara de…: A Zefí, con la cuchara de plomo en la cruz de la bandolera, le cose la escarapela el ala de atrás. A Chacó, descalzo, le relumbra, de la cintura a la rodilla, el pavón del rifle. A Zambrana, que se hala, le cuelga por la cadera el cacharro de hervir. Otro, por sobre el saco, lleva una levita negra. Miro atrás, por donde vienen, de cola de la marcha, los mulos y los bueyes, y las tercerolas de retaguardia, y sobre el cielo gris veo, a paso pesado, tres… y uno, como poncho, lleva por la cabeza una yagua. Por la sabana que sigue, por Hato del Medio, famosa en la guerra, seguimos con la yerba ahogada del aluvión, al campamento, allá detrás de aquellas pocas reses. “Aquí, me dijo Gómez, nació el cólera, cuando yo vine con doscientas armas y 4,000 libertos, para que no se los llevasen los españoles, y estaba esto cerrado de reses, y mataron tantas, que del hedor se empezó a morir la gente, y fui regando la marcha con cadáveres: 500 cadáveres dejé en el camino a Tacajó.” Y entonces me cuenta lo de Tacajó, el acuerdo entre Céspedes y Donato Mármol. Céspedes, después de la toma de Bayamo, desapareció. Eduardo Mármol, culto y funesto, aconsejo a Donato, la dictadura. Félix Figueredo pidió a Gómez que apoyase a Donato, y entrase en lo de la dictadura, a lo que Gómez le dijo que ya lo había pensado hacer, y lo hacía, no por el consejo de él, sino para estar dentro, y de adentro impedirlo mejor: “Sí, decía Félix, porque a la revolución le ha nacido una víbora.” “Y lo mismo era él”, me dijo Gómez. De Tacajó envió Céspedes a citar a Donato a conferencia cuando ya Gómez estaba con él, y quiso Gómez ir primero, y enviar luego recado. Al llegar donde Céspedes, como Gómez se venía con la guardia que halló como a un cuarto de legua, creyó notar confusión y zozobra en el campamento, hasta que Marcano salió a Gómez que le dijo: “Ven acá, dame un abrazo”.―Y cuando los Mármol llegaron, a la mesa de cincuenta cubiertos, y se habló allí de la diferencia, desde las primeras consultas se vio que, como Gómez, los demás opinaban por el acatamiento a la autoridad de Céspedes. “Eduardo se puso negro.” “Nunca olvidaré el discurso de Eduardo Arteaga: El sol, dijo, con todo su esplendor, suele ver oscurecida su luz por repentino eclipse; pero luego brilla con nuevo fulgor, más luciente por su pasajero oscurecimiento: así ha sucedido al sol Céspedes.” Habló José Joaquín Palma. “¿Eduardo? Dormía la siesta un día, y los negros hacían bulla en el batey. Mandó callar, y aún hablaban. ‘¿Ah, no quieren entender?’ Tomó el revólver,―él era muy buen tirador: y hombre al suelo, con una bala en el pecho. Siguió durmiendo.”―Ya llegamos, a son de corneta, a los ranchos, y la tropa formada bajo la lluvia, de Quintín Banderas. Nos abraza, muy negro, de bigote y barbija, en botas, capa y jipijapa, Narciso Moncada, el hermano de Guillermo: “¡Ah, sólo que falta un número!” Quintín, sesentón, con la cabeza metida en los hombros, troncudo el cuerpo, la mirada baja y la palabra poca, nos recibe a la puerta del rancho: arde de la calentura: se envuelve en su hamaca: el ojo, pequeño y amarillo, parece como que le viene de hondo, y hay que asomarse a él: a la cabeza de su hamaca hay un tamboril. Deovato Carvajal es su teniente, de cuerpo fino, y mente de ascenso, capaz y ordenada: la palabra, por afinarse, se revuelve, pero hay en él método y mando, y brío para su derecho y el ajeno: me dice que por él recibía mis cartas Moncada. Narciso Moncada, verboso y fornido, es de bondad y pompa: “en verbo de licor, no gasto nada”: su hermano está enterrado―“más debajo de la altura de un hombre, con planos de ingeniero, dónde sólo lo sabemos unos pocos, y si yo muero, otro sabe, y si ése muere, otro, y la sepultura siempre se salvará”. “¿Y a nuestra madre, que nos la han tratado como si fuera la madre de la patria?” “Dominga Moncada ha estado en el Morro tres veces: y todo porque aquel General que se murió la llamó para decirle que tenía que ir a proponerles a sus hijos, y ella le dijo: Mire, General, si yo veo venir a mis hijos, por una vereda, y lo veo venir a V. por el otro lado, les grito: huyan, mis hijos, que éste es el general español.” A caballo entramos al rancho, por el mucho fango de afuera, para podernos desmontar, y del lodo y el aire viene hedor, de la mucha res que han muerto cerca: el rancho, gacho, está tupido de hamacas. A un rincón, en un cocinazo, hierven calderos. Nos traen café, ajengibre, cocimiento de hojas de guanábana. Moncada, yendo y viniendo, alude al abandono en que dejó Quintín a Guillermo.―Quintín me habla así: “y luego tuvo el negocio que se presentó con Moncada, o lo tuvo él conmigo, cuando me quiso mandar con Masó, y pedí mi baja”. Carvajal había hablado de las decepciones sufridas por Banderas. Ricardo Sartorius, desde su hamaca, me habla de Purnio, cuando les llegó el telegrama falso de Cienfuegos para alzarse: me habla de la alevosía con su hermano Manuel, a quien Miró hurtó sus fuerzas, y “forzó a presentarse”: “le iba ésto”, la garganta.―Vino Calunga, de Masó, con cartas para Maceo: no acudirá a la cita de M. muy pronto, porque está amparando una expedición del Sur, que acaba de llegar. Se pelea mucho en Bayamo. Está en armas Camagüey. Se alzó el Marqués, y el hijo de Agramonte.―Hiede.

Remandingo por la calle del medio

Remandingo ha colgado un excelente poema de Osmany Oduardo Guerra. El texto goza de muy buenas imágenes y una cadencia envidiable. Coleccionista empedernido de endecasílabos que soy, me dediqué a compilar los que abundan en este texto. Los versos que destaco abajo —reproducidos aquí en el orden en que aparecen en el original— los habría usado con gusto en cualquiera de mis sonetos. Oduardo Guerra se me adelantó. Muy buen oído tiene y buena pluma. (La oración anterior, ya se sabe, es endecasílaba).

***

Transcribo esquirlas del poema de Oduardo Guerra:

(…) las calles populosas y sus pasos.
Me enervan esos cantos que se ausentan (…)
Puedo decir que hay cientos de escaleras (…)
Es vacía mi edad sobre los muros (…)
(…) es vacío el hedor de las paredes (…)
Es mi deber, o al menos mi osadía,
no reprimir el llanto de los Otros.
(…) maldecir tantas calles como espejos (…)
(…) o al menos escaparme del silencio,
o inventarme una piel tatuada a gritos(…)
(…) ellos hacen las paces con nosotros
y se desnudan tercos sobre el fuego.
(…) es cosa de calar en los rincones (…)
Imagino que el mar es un abrazo
pero no tengo frío ni amanece (…)
(…) es noche de inocentes tentaciones (…)
Por eso es que camino por la orilla (…)
(…) qué castrados de toda alevosía,
qué infelices los Otros, ellos mismos
que condenaron todas nuestras puertas (…)
(…) martillando mi piel en la madera.
(…) donde duermo con sed de madrugada.
Difícil es morder la sien al puerto.
(…) conversar con el cuello abierto a todo (…)
Avergüenza nacer ya sin zapatos (…)
(…) y unos pocos recuerdos y caricias (…)
Hoy no importan los barcos ni la nieve
ni los vientos calados en mi orilla (…)
(…) me he descubierto absorto, impredecible,
negado ser el pasto de los Otros,
imposibles los Otros en su histeria.
(…) pero tiene unas grietas invisibles
(…) me encontrarán sin hambre ni rencores (…)
(…) a veces sabe a muerte desgarrada (…)
Qué importan los teléfonos si azules.
(…) nos hicieron creer tantas mentiras (…)
(…) que tenía ese mar inconfundible (…)
La Habana es sólo el centro del pantano (…)
Qué hacer si la ciudad nos contamina
a pesar del residuo de uno mismo.
Es mejor olvidar hasta la sangre (…)
(…) remontarnos al tiempo del deseo (…)
Es preferible ser el vagabundo
(…) por imprudente y cruel y despiadado.

De himnos nacionales y otras sustancias inflamables

Siempre he desconfiado de los himnos nacionales; éstos me provocan una incomodidad de la que me cuesta desprenderme. ¿Cómo podría ser menos? ¿Por qué habrían de hacerme gracia las convocatorias a la violencia o la inmolación, ya sea en nombre de la patria, el honor, la mujer del vecino? ¿Por qué subscribirme a ese coro unánime que pide intolerancia? Pongo por caso nuestro llevado y traído himno nacional. El “Himno de Bayamo” constituye un lírico llamado a la independencia, armas mediante, o, lo que es lo mismo: un llamado a la violencia; una violencia concebida para ser desatada (y vivida) por terceros: «¡Al combate corred bayameses(…)».

Nuestra historia —corta como es— ya abunda en hechos de sangre. (No es noticia: los últimos cincuenta años han aportado un caudal inagotable de muertes a La Causa —cualquiera que ésta fuere—). Ya lo resumió Cabrera Infante en Vista del amanecer en el trópico: «¿En que otro país del mundo hay una provincia llamada Matanzas?». En otra viñeta de este libro, Cabrera Infante —citando la vox populi— tuvo la feliz idea de tergiversar la puntuación del himno nacional. El resultado es un hilarante grito de retirada: «¡Al combate, corred, bayameses…». Al entrecomillar el imperativo, la oración puede leerse como: «¡Al combate, huid, bayameses…».

De la misma manera en que, a fuerza de desencajar en su contexto histórico, dejaran de cantarse las cuatro estrofas finales del himno nacional cubano, a ratos pienso que éste pide un reajuste que lo acerque a nuestros días. Yo querría un himno que no llamara al gratuito (esto es, muy costoso) desperdicio de vidas, que no excluyera a tal o cual grupo por su ideología, raza, tendencia religiosa o sexual... Un himno con salero —grato contrasentido—; un texto que deseche el “vosotros”, voz que quedara en desuso en la isla desde tiempos inmemoriales.

En fin, abro el foro a los lectores. Estimados: escriban sus himnos. Aquí va mi versión, que, por cuestiones de comodidad y vagancia, mantiene la melodía del “Himno de Bayamo”. Espero las vuestras.

A qué tanto fervor, feligreses,
si la patria se ha roto en pedazos
y los muertos confirman, a plazos,
que morir por la patria es morir.

En La Habana, vivir no es vivir.
Y en Miami se añora el olvido.
Y en Madrid encontramos sentido
a la isla que nos vio nacer.

***
La frase «morir por la patria es morir» se ha atribuido al poeta y humorista Ramón Fernández Larrea. Al Vate, una vez más, gracias.

martes, mayo 06, 2008

Día aciago

Faltan las (4) cuartillas correspondientes al 6 de mayo en el Diario de Campaña de José Martí. Se especula que las manos piadosas de Gómez las hicieron desaparecer… Ante el desconcierto, prefiero la variante que imaginan Enrique del Risco y Francisco García, en Leve historia de Cuba, texto que reprodujera El Tono de la Voz.

Mapa de Cuba (masa cárnica)

Autor: Xavier Cortada
Título: Masa cárnica
Técnica: Carne cruda sobre fuente
Año: 2000

Retrato de Fidel Castro

(Tomé la foto en un museo de Roma, el año pasado).

lunes, mayo 05, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXVII)

5.―Maceo nos había citado para Bocucy, adonde no podemos llegar a las 12, a la hora que nos cita. Fue anoche el propio, a que espere en su campamento. Vamos, con la fuerza toda. De pronto, unos jinetes. Maceo, con un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas. Salió a buscarnos, porque tiene a su gente de marcha; al ingenio cercano, a Mejorana, va Maspon, a que adelanten almuerzo para cien. El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración: el amo, anciano colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae vermouth, tabacos, ron, malvasía. “Maten tres, cinco, diez, catorce gallinas.” De seno abierto y chancletas viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas: otra trae ron puro. Va y viene el gentío. De ayudante de Maceo lleva y trae, ágil y verboso, Castro Palomino. Maceo y G. hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de generales con mando, por sus representantes,―y una Secretaría General:―la patria pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima el ejército, como Secretaría del Ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿pero V. se queda conmigo o se va con Gómez?” Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante. Lo veo herido―“lo quiero”―me dice―menos de lo que lo quería”―por su reducción a Flor en el encargo de la expedición, y gasto de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: “dentro de quince días estarán con Ud.―y serán gentes que no me las pueda enredar allá el doctor Martí”.―En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese al asunto: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre,―y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir. Que va a caer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas. Allí cerca, están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente―Rabí, de Jiguaní, Busto, de Cuba, las de José, que trajimos. A caballo, adiós rápido. “Por ahí se van Uds.”―y seguimos, con la escolta mohína; ya entrada la tarde, sin los asistentes, que quedaron con José, sin rumbo cierto, a un galpón del camino, donde no desensillamos. Van por los asistentes: seguimos, a otro rancho fangoso, fuera de los campamentos, abierto a ataque. Por carne manda G, al campo de José: la traen los asistentes. Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.

El cartero llama dos veces

1
«Así en la paz como en la guerra, mantendremos las comunicaciones». Impregnado de ese afán bélico que recorrió desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí a raíz del estrepitoso accidente de 1959, el lema del Ministerio de Comunicaciones ―como casi todo lo que se repite a coro― peca de un triunfalismo abrumador. Al leer el leitmotiv de la empresa de correos, el observador sagaz intuirá que ni lo uno ni lo otro: ni se han mantenido las prometidas comunicaciones, ni existieron esos extremos que tanto preconiza el lema: en Cuba, jamás viví la paz, como tampoco viví la guerra; viví ese término medio que aún persiste por estos días, esa perpetua atmósfera de plaza sitiada ―esto es, sitiada desde adentro―; La Habana fue siempre un limbo frágil, una suerte de purgatorio por el que penar mientras se esperaba pasar a mejor vida: el consabido más allá, literal o figurado.

2
A finales de los noventa, L. trabajaba en una filial del Ministerio de Comunicaciones. Su oficina estaba en la calle Zanja, esquina a Infanta (si mal no recuerdo). Un buen día, L. me comentó que en el trabajo le habían pedido que hiciera una prueba, en aras de monitorear los servicios de correo en la capital… y había decidido usarme de conejillo de Indias: ¡me había enviado carta! Mi misión: decirle el día exacto en que me llegaba el sobre. Lo puso un lunes. Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar. Y el sobre, ay, siguió muriendo. La remitente vivía en el Vedado; el destinario, vecino de Belascoaín y Neptuno. La postal: todavía debe andar perdida en el cosmos de uno de los incontables ministerios fantasma que se gasta el régimen cubano.

3
Siempre me resulta difícil explicarles a mis amigos de otras tierras la relación de cualquier habitante de la isla con ese hecho tan profundamente mundanal que es el correo. No pueden entender que a estas alturas no me sea posible enviar correspondencia desde este país, cuyas más cercanas costas se acercan a noventa millas de las costas que me vieron crecer. Mucho menos entienden el uso de viajeros para el trasiego de cartas, o que las mismas vayan escondidas entre la ropa. Y, puestos a no entender, se quedan en Babia cuando les digo que las cartas que me llegan de Cuba ―cuando llegan― vienen invariablemente abiertas. Lo triste del caso es que, en muchas ocasiones, llegan en ese estado de indefensión no porque las hayan abierto los oficiales de aduana en el aeropuerto, sino porque los remitentes envían los sobres sin sellar; como para ahorrarles el trabajo a los censores.

4
Hoy me pasé la santa mañana respondiendo mi correo postal: se me habían acumulado un par de semanas y el resultado era una montañita respetable. Recuerdo que en mis primeros días en Estados Unidos, recibir una carta, telegrama, o cualquier cosa que llegara a mi buzón ―junk mail incluido― me provocaba una alegría incontenible; tomaba cada sobre como una especie de bienvenida personal que me daba el mundo civilizado.

Por estas fechas, ya curado de ese espanto, hago fiesta cuando mi buzón está vacío.

domingo, mayo 04, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXVI)

4.―Se va Bryson. Poco después, el consejo de guerra de Masabó. Violó y robó. Rafael preside, y Mariano acusa. Masabó sombrío, niega: rostro brutal. Su defensor invoca nuestra llegada, y pide merced. A muerte. Cuando leían la sentencia, al fondo del gentío un hombre pela una caña. Gómez arenga: “este hombre no es nuestro compañero: es un vil gusano”. Masabó, que no se ha sentado, alza con odio los ojos hacia él. Las fuerzas, en gran silencio, oyen y aplauden: “¡Que viva!” Y mientras ordenan la marcha, en pie queda Masabó, sin que se le caigan los ojos, ni en la caja del cuerpo se vea miedo: los pantalones, anchos y ligeros, le vuelan sin cesar, como a un viento rápido. Al fin van, la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano; al sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros, y otro más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. “¿Cómo me pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda?” “De frente.” En la pelea era bravo.

sábado, mayo 03, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXV)

3.―A las 5, con el Coronel Ferié, que vino anoche a su cafetal de Jaragüeta, en una altura, y un salón como escenario, y al pie un vasto cuadro, el molino ocioso, del cacao y café. De lo alto, a un lado y otro cae, bajando, el vasto paisaje, y dos aguas cercanas, de lecho de piedras en lo hondo, y palmas sueltas y fondo de monte, muy lejano. Trabajo el día entero, en el manifiesto al Herald, y más para Bryson. A la 1, al buscar mi hamaca, veo a muchos por el suelo, y creo que se han olvidado de colgarla. Del sombrero hago almohada: me tiendo en un banco: el frío me echa a la cocina encendida: me dan la hamaca vacía: un soldado me echa encima un mantón viejo: a las 4, diana.

Meta: un enlace por verso y un enlace perverso

Emanaciones: los lirios del jardín,
Cuba al pairo, la reina de la noche,
parque del ajedrez (y vas en coche).
Y los Miquis de Miami tienen swing.

El tono de la voz de Enrisco es leve.
Generación Y es un potro salvaje.
Rumor de Cuba: experto en camuflaje;
y sin embargo la tierra se mueve.

Fogonero emergente da la talla,
en la finca de Sosa el pasto es bueno
y algo se cuece en penúltimos días.

Con Tejuca y Garrincha, a la batalla.
Imparcial digital no tiene freno.
Ernesto, Remandingo, correrías