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miércoles, mayo 21, 2008

De cuando damos las cosas por sentado

Por estos días, WNYC, emisora de radio pública ―y, por consiguiente, libre de comerciales y de la cual soy asiduo―, hace su campaña de recaudación de fondos. Es esta una campaña muy efectiva; por lo general, logra recaudar lo necesario en menos del tiempo previsto para esos menesteres. ¿Cómo lo hace? En primer lugar: ofreciendo a diario un servicio sin parangón en las ondas hertzianas. Y en segundo lugar: recordándole al público el valor de dicho servicio y pidiéndole que ponga de su parte. Para ello, lanza una serie de preguntas clave a los oyentes: ¿cuánto vale esta emisora para ti?, ¿nos escuchas a diario?, ¿te subscribes a algún periódico?, ¿cuánto pagas (al mes, al año) por dicha subscripción?, ¿te gustaría seguir beneficiándote de nuestra cobertura de todo cuanto acontece en el orbe? Ya que este es un servicio diario que usas para estar al tanto de las noticias y cuya fuente principal de financiamiento viene del público, ¿considerarías ser parte de la familia que hace posible que WNYC se mantenga en el aire? Esta campaña tiene una frecuencia trimestral. Y cada tres meses me tumba dinero. No mucho. Lo suficiente como para que pueda seguir escuchando la emisora sin ese complejo de culpa que, de lo contrario, me gritaría: «¡Tacaño!», en mi trayecto diario de ida y regreso al trabajo.

Traigo a colación la campaña de WNYC a propósito de un llamado a cooperar financieramente que apareciera ayer en Penúltimos días. Esto no es noticia, pero no está de más recordarlo: Ernesto Hernández Busto, desde el momento en que lanzara su blog con la idea de que «durara un par de meses, entregarle la función mediática al exilio y hacer crítica inteligente» y, de paso, agotar el tema del castrismo, hasta estos días que siguen antojándose penúltimos, ha dado una cobertura crucial a la cosa cubana. Los insultos que le endilgan desde la isla, en el ciberespacio y en el blog que él mismo edita, dan prueba fehaciente de la calidad de lo que hace.

Soy uno de tantos que se levanta de la cama y, antes de preparar el café, revisa Penúltimos días, a ver con qué nueva se apearon en La Habana. Durante el día, visito con regularidad, y antes de dormir ―como casi todos los que me leen (sería ingrato olvidar que gran parte de mis lectores viene precisamente de PD)―, vuelvo a darme mi brinco por sus páginas, a ver si alguno de los dos Césares (Reynel Aguilera o Beltrán) dejó caer otra prenda, o si Ichikawa, o si Díaz de Villegas…

Para poner las cosas en contexto, propongo un experimento a los lectores de Penúltimos días: cuenten hoy las veces que entran a PD y donen un centavo por cada vez que abran el blog. Saquen cuentas. Es probable que mañana abran el blog la misma cantidad de veces. A final de mes, esos 15 centavos diarios tendrían otro peso y éste, por poco que parezca, si varios nos sumamos a la convocatoria, ayudará a mantener viva esa página de la cual muy pocos podríamos prescindir.

Escribo, desde finales de febrero, con sistematicidad y saña, sobre la isla que se repite y luego lo cuelgo en esta esquina virtual a manera de exorcismo. De hecho, es, más que exorcismo, desintoxicación. Pero, confieso, agota. Agota exprimirse constantemente buscándole la quinta pata al cuadrúpedo. Sin embargo, es un agotamiento que se disfruta.

No es secreto que todos los bloggers querríamos vivir de nuestros blogs. Pero no todos lo merecemos. Penúltimos días es otro tipo de fuego. No permitamos que se extinga.

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