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sábado, mayo 10, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXXI)

10.―De Altagracia vamos a La Travesía.―Allí volví a ver de pronto, a la llegada, el Cauto, que ya venía crecido, con su curso ancho en lo hondo, y a los lados, en vasto declive, los barrancos. Y pensé de pronto, ante aquella hermosura, en las pasiones bajas y feroces del hombre. Al ir llegando, corrió Pablo una novilla, negra, de astas nacientes, y la echan contra un árbol, donde, a vueltas, le van acortando la soga. Los caballos, erguidos, resoplan: les brillan los ojos. Gómez toma del cinto de un escolta el machete, y abre un tajo, rojo, en el muslo de la novilla.―“¡Desjarreten esa novilla!” Uno, de un golpe, la desjarreta, y se arrodilla el animal, mugiendo: Pancho, al oír la orden de matar, le mete, mal, el machete por el pecho, una vez y otra: uno, más certero, le entra hasta el corazón; y vacila y cae la res, y de la boca sale en chorro la sangre. Se la llevan arrastrando. Viene Francisco Pérez, de buen continente, enérgico y carirredondo, capitán natural de sus pocos caballos buenos, hombre sano y seguro. Viene el capitán Pacheco, de cuerpo pequeño, de palabra tenaz y envuelta, con el decoro y la aptitud abajo: tomó un arria, sus mismos cubanos le maltrataron la casa y le rompieron el burén, “yo no he venido a aspirar, sino a servir a la patria”, pero habla sin cesar y como a medias, de los que hacen y de los que no hacen, y de que los que hacen menos suelen alcanzar más que el que hace, “¡pero él sólo ha venido a servir a la patria!” “¡Mis polainas son éstas!”,―las pantorrillas desnudas: el pantalón a la rodilla, los borceguíes de vaqueta: el yarey, amarillo y púrpura. Viene Bellito, el coronel Bellito de Jiguaní, que por enfermo había quedado acá. Lo adivino leal, de ojo claro de asalto, valiente en hacer y en decir. Gusta de hablar su lengua confusa, en que, en las palabras inventadas, se le ha de sorprender el pensamiento. “La revolución murió por aquella infamia de deponer a su caudillo.” “Eso llenó de tristeza el corazón de la gente.” “Desde entonces empezó la revolución a volver atrás.” “Ellos fueron los que nos dieron el ejemplo”,―ellos, los de la Cámara.―Cuando Gómez censura agrio las rebeliones de García, y su cohorte de consejeros: Belisario Peralta, el venezolano Barreto, Bravo y Senties, Fonseca, Limbano Sánchez, y luego Collado,―Bello habla dándose paseos, como quien espía al enemigo, o lo divisa, o cae sobre él, o salta de él. “Eso es lo que la gente quiere: el buen carácter en el mando.” “No, señor, a nosotros no se nos debe hablar así, porque no se lo aguanto a hombre nacido”. “Yo he sufrido por mi patria cuanto haiga sufrido el mejor general.” Se encara a Gómez, que lo increpa porque los oficiales dejan pasar a Jiguaní las reses que llevan pase en nombre de Rabí. ―“Los que sean; y además esa es la orden del jefe, y nosotros tenemos que obedecer a nuestro jefe.” “Ya sé que eso está mal, y no debe entrar res; pero el menor tiene que obedecer al mayor.” Y cuando Gómez dice: “Pues lo tienen a usted bueno con lo de Presidente. Martí no será Presidente mientras yo esté vivo”: y enseguida, “porque yo no sé lo que les pasa a los Ptes., que en cuanto llegan ya se echan a perder, excepto Juárez, y eso un poco y Washington”.―Bello, animado, se levanta, y da dos o tres brincos, y el machete le baila a la cintura: “Eso será a la voluntad del pueblo”: y murmura: “Porque nosotros, ―me dijo otra vez, acodado a mi mesa con Pacheco―, hemos venido a la revolución para ser hombres , y no para que nadie nos ofenda en la dignidad de hombre”.―En lluvias, jarros de café, y plática de Holguín y Jiguaní, llega la noche. Por noticias de Masó esperamos. ¿Habrá ido a la concentración con Maceo? Miró a oscuras, roe en la púa una paloma rabiche.―Mañana mudaremos de casa.

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