lunes, mayo 05, 2008
Diario de Campaña de José Martí (XXVII)
5.―Maceo nos había citado para Bocucy, adonde no podemos llegar a las 12, a la hora que nos cita. Fue anoche el propio, a que espere en su campamento. Vamos, con la fuerza toda. De pronto, unos jinetes. Maceo, con un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas. Salió a buscarnos, porque tiene a su gente de marcha; al ingenio cercano, a Mejorana, va Maspon, a que adelanten almuerzo para cien. El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración: el amo, anciano colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae vermouth, tabacos, ron, malvasía. “Maten tres, cinco, diez, catorce gallinas.” De seno abierto y chancletas viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas: otra trae ron puro. Va y viene el gentío. De ayudante de Maceo lleva y trae, ágil y verboso, Castro Palomino. Maceo y G. hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de generales con mando, por sus representantes,―y una Secretaría General:―la patria pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima el ejército, como Secretaría del Ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿pero V. se queda conmigo o se va con Gómez?” Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante. Lo veo herido―“lo quiero”―me dice―menos de lo que lo quería”―por su reducción a Flor en el encargo de la expedición, y gasto de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: “dentro de quince días estarán con Ud.―y serán gentes que no me las pueda enredar allá el doctor Martí”.―En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese al asunto: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre,―y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir. Que va a caer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas. Allí cerca, están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente―Rabí, de Jiguaní, Busto, de Cuba, las de José, que trajimos. A caballo, adiós rápido. “Por ahí se van Uds.”―y seguimos, con la escolta mohína; ya entrada la tarde, sin los asistentes, que quedaron con José, sin rumbo cierto, a un galpón del camino, donde no desensillamos. Van por los asistentes: seguimos, a otro rancho fangoso, fuera de los campamentos, abierto a ataque. Por carne manda G, al campo de José: la traen los asistentes. Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.
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2 comentarios:
Por el conrario de ese dicho popular de "no hagas negocios con negros, putas ni maricones" pienso que el Maestro no lo toreó bien. Ese día, 5 de Mayo, creo que sella su sentencia. Tenía que haberle dado la vuelta al Titán...inteligencia le sobraba al Maestro, pienso que se confió demasiado.
Y por qué G....en vez de Gómez??...
Parece que se le apendejó a Antonio Maceo...y el Maestro, hombre completo, lo resume así.
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