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miércoles, abril 30, 2008

Traductor, traidor (II)

Ayer escribí un post sobre la calidad de las traducciones al español de ciertos anuncios que se dejan ver a menudo por las calles de Nueva Jersey. En respuesta, un lector anónimo envió la siguiente nota:

«Desde mi esquina, donde a diario cometo este tipo de errores y cuando me oigo me asustan a mí mismo, ¿qué propone usted que puedo hacer para eliminarlos? ¿Qué puede hacer el resto de los mortales, no muy intelectuales, para disminuir la cantidad de “abrochate o boleto” en nuestro día a día?».

Su comentario reúne varias de las razones por las que eché a rodar Belascoaín y Neptuno. Por tanto, doy las gracias a este lector por brindarme una excusa para ahondar otro poco en el tema.

(Antes de seguir, hago un paréntesis: el “abrochate o boleto” que menciona el lector hace referencia a la traducción al español del muy efectivo Click It or Ticket; una campaña encaminada a hacer que los conductores usen el cinturón de seguridad, so pena de multa).

Estimado anónimo: en primer lugar, este tipo de pifia no es patrimonio del común de los mortales. Nadie que viva una vida bilingüe está exento de estos errores. Yo ―que me jacto de haber trabajado varios años como corrector de estilo―, dejo caer, con más frecuencia de lo que me gustaría admitir, unos disparates que no tienen precio. Admito que no les temo tanto a los errores más obvios ―pongamos por caso el “abrochate o boleto” del anuncio en los autobuses de NJ―. Los que me causan pavor son los más sutiles; esos que se cuelan por el hueco de una aguja: por ejemplo, hace un lustro, en un contexto cubano, traduje al español “rice pudding” como “pudín de arroz”. Si no se hace mucho caso a la frase y no se es muy quisquilloso, no hay problema. Excepto por el hecho de que en Cuba ―y el resto de los países hispanohablantes, creo― no se le dice a ese dulce “pudín de arroz”, sino “arroz con leche”... rima infantil que, después de mi pobre traducción, ya no se quiere casar con una viudita de la capital. El diablo está en Cuba. Y también en los detalles. L.Q.Q.D. (Lo que queda demostrado).

No creo que exista un método infalible para evitar estos errores. O, si existe, lo desconozco. Compartiré el mío, con la esperanza de que le ayude. Dicho método es simple, pero pide constancia. Consiste en (1) vigilar constantemente lo que se va a decir. A veces, implica hablar un poco más despacio. (Esto le ha venido muy bien a mi dicción: llegué de La Habana hablando en ráfagas; ahora hablo tiro a tiro). (2) Hacer todo lo posible por evitar el uso de voces inglesas al hablar en castellano... y viceversa. (3) Ante la duda, hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo se diría esto en la isla?

He aquí mis herramientas. Por el momento, no se me ocurre más nada. O sí: abrir el foro: pedir la colaboración del resto de los lectores de este blog. Damas y caballeros: ¿cómo hacen «para disminuir la cantidad de “abrochate o boleto” en nuestro día a día?».

Yours truly,

Diario de Campaña de José Martí (XXII)

29.―Trabajo. Antonio Suárez, el colombiano, habla quejoso y díscolo, que desatendido, que coronel.―Maceo, alegando operación urgente, no nos esperará. Salimos mañana.

martes, abril 29, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XXI)

29.―Trabajo. Ramón queda a mi lado. En el ataque de Arroyo Hondo un flanco nuestro, donde estaba el hermano de un teniente criollo, mató al teniente, en la otra fuerza.―Se me fue, con su ahijada, Luis González. “Ese rostro quedará estampado aquí.” Y me lo decía con rostro celeste.

Road movie

Faltaban un par de horas para el amanecer y yo estaba —junto a mis incondicionales de entonces— incómodo y feliz, en el tren de Hershey, rumbo a Casablanca. Aquello era una matriuska: una locomotora dentro de una locomotora: por entonces, echaba más humo que un tren lechero; encendía un cigarro con el cabo del anterior. De tal suerte (o desgracia), a nadie sorprendió que, al poco rato de que el monstruo metálico diera mil brincos sobre los rieles, estuviera al borde de la desesperación. Minutos más tarde, pasaba el conductor por nuestro coche. Haciendo acopio de carisma y en una estudiada mezcla de súplica y demanda, le pregunté si se podía fumar en ese vagón. Me contestó que no. Acto seguido, repliqué: «¿Y todas esas colillas en el suelo?».

Han pasado quince años y aún no olvido su respuesta: «De los que no preguntaron».

Traductor, traidor

«Abrochate o Boleto». Ésta ―más que una broma de mal gusto que ignora a cabalidad el uso de la tilde o la mayúscula― es toda una amenaza: o “me abrocho” o no hay Dios que me libre de un “boleto”. Semejante disparate hasta hace unos meses se paseaba por las calles de Union City, tatuado en los autobuses del sistema de transporte público. Al leerlo, muchos trabajadores, visitantes y vecinos del área se harían las mismas preguntas que me hice yo: ¿abrocharme qué?, ¿la portañuela?, ¿la camisa?, ¿los zapatos?, ¿qué tipo de boleto me darán?, ¿de tren?, ¿de avión?, ¿o acaso están rifando entrada para una función en el Park Theater?

La primera vez que leí dicho cartel, pensé automáticamente en su muy efectivo equivalente en lengua inglesa: “Click It or Ticket”. Sólo gracias a esa referencia, es decir, sólo gracias a mi diálogo interno con mi otro idioma ―y, debo admitir, al complemento visual del anuncio en español que muestra las imágenes de un policía y La Parca, ambos al acecho de conductores desabrochados―, pude entender que quienes tradujeron esta frase en realidad querían decir: “abróchese su cinturón de seguridad o de lo contrario será multado”. Lamentablemente, dichos traductores decidieron sacrificar el contenido del mensaje en busca de una frase corta (y, muy a su pesar, incomprensible).

Otro de mis disparates favoritos también podía leerse recientemente en autobuses de NJ Transit y proclamaba, en un español que no envidiarían ni Chita, la sabia mona de Tarzán, ni Felipe Pérez Roque: «Hable a sus hijos sobre LAS GANGAS antes de que NOSOTROS tenemos que hacerlo». No me voy a enredar con la desatinada conjugación del verbo “tener”. Es obvio que, si no saben dónde va una tilde, estos traductores jamás aprendieron el modo subjuntivo.

Lo cierto es que no supe cómo reaccionar al leer tan tierna barrabasada. Me debatía entre la risa y el llanto. El motivo es simple: “ganga”, en su acepción más usada, significa, según el Diccionario de la Real Academia Española: “cosa apreciable que se adquiere a poca costa o con poco trabajo”. (O sea, que si tradujéramos la frase de vuelta al inglés, quedaría: Talk to your kids about BARGAINS… before we have to).

Por si las moscas (que no ha de ser traducido como “by if the flies”), busqué en dicho mataburros y, para mi sorpresa, encontré que en su última acepción, “ganga”, en Puerto Rico, significa: “pandilla callejera de mala reputación”. El único detalle notable es que New Jersey no es la bella isla caribeña, como tampoco es ―no puede serlo― El Salvador, Honduras, Nicaragua, etc. New Jersey ―casi en la misma medida que New York― es el melting pot, la olla en pleno proceso de ebullición, el punto de encuentro de infinidad de tribus, la Torre de Babel, lo múltiple, lo diverso… Y en medio de esa multiplicidad, quienes no son portorriqueños no tienen por qué entender esta acepción (local) de la palabra “ganga”.

Estos ejemplos intentan demostrar que de lo que se quiere expresar a lo que, en efecto, se expresa, en ocasiones, va un largo tramo. En el primer caso, los anunciantes optaron por mantener el mismo formato de la frase en inglés: “esto o lo otro”. Y al hacerlo, erraron al tutear al público, erraron al traducir literalmente el imperativo “Click It” y erraron una vez más al desconocer que la palabra que buscan en español es “multa”, no “boleto”. En el segundo caso, pecaron al traducir la voz inglesa gang por un falso amigo: la palabra que más se le acerca en la tan vilipendiada lengua del Quijote.

Los anunciantes tienen la tarea de comunicar un mensaje (cualquiera) y la necesidad de hacerse entender por el mayor número de gente posible. Si dicho mensaje viene plagado de errores o lleno de regionalismos, su efectividad, su alcance y, por tanto, su propósito, peligran. (A los amigos y lectores portorriqueños, les pido que imaginen cómo luciría dicho anuncio si en lugar de “ganga”, se usara el vocablo que designa “pandilla callejera” en los contextos argentino, mexicano, costarricense o de cualquier otro país del Caribe o el centro o sur de, ay, Nuestra América. Sería como si a mí en este texto se me escaparan mis temibles cubanismos y dijera “guaguas” en lugar de “autobuses”. ¿Quién me iba a entender más allá de los que nos fugamos de las garras del Traductor en Jefe?).

El uso inapropiado ―casi podría decirse barbárico― del castellano en estas tierras pobladas de hispanohablantes, en mis días de más puro optimismo, cuando menos, me asusta. Esta práctica irresponsable e indiscriminada necesita un parche, un dique, todo un muro de contención para evitar que se nos desangre la lengua, que se ahogue en la hemorragia que le provocan sus victimarios y muera, como no mueren los buenos boleros, rodeada de “traductores” y de gangas y de boletos.

lunes, abril 28, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XX)

28.―Amanezco al trabajo. A las 9 forman, y Gómez, sincero y conciso, arenga: Yo hablo, al sol. Y al trabajo. A que quede ligada esta fuerza en el espíritu unido: a fijar, y dejar ordenada, la guerra enérgica y magnánima: a abrir vías con el Norte, y servicio de parque: a reprimir cualquier intentona de perturbar la guerra con promesas. Escribo la circular a los jefes, a que castiguen con la pena de traición la intentona,―la circular a los hacendados,―la nota de Gómez a las fincas,―cartas a amigos probables,―cartas para abrir el servicio de correo y parque,―cartas para la cita a Brooks,―nota al gobierno inglés, por el cónsul de Guantánamo, incluyendo la declaración de José Maceo sobre la muerte, casual, de un tiro escapado de Corona, de un marino de la goleta Honor, en que vino la expedición de Fortune Island,―instrucciones a José Maceo, al que se nombra Mayor General,―nota a Ruenes, invitándole a enviar el representante Baracoa a la Asamblea de Delegados del pueblo cubano revolucionario―para elegir el gobierno que deba darse la revolución,―carta a Masó.―Vino Luis Bonne, a quien se buscaba, por sagaz y benévolo, para crearme una escolta. Y de ayudante trae a Ramón Garriga y Cuevas, a quien de niño solía yo agasajar, cuando lo veía travieso o desarmado en New York, y es manso, afectuoso, lúcido y valiente.

El que lo coja es suyo (Update)

Damas y caballeros:

En un desprendido y descarado acto de autopromoción, prometo solemnemente enviarle un ejemplar de Salidas de emergencia al visitante número 3000 de Belascoaín y Neptuno.

Requisitos:

1- Demostrar que usted ha sido el visitante número 3000.
2- Dejar un comentario en esta entrada con dirección de correo o forma de contacto.
3- Leerse el libro.

UPDATE: ¡El clic número 3000 fue el mío! Por tanto, cambié el número ganador a 3100. Espero no ser dicho visitante.

UPDATE 2: Ver instrucciones (de cómo demostrar lo del número ganador; de a dónde escribirme, etc.) en la página de comentarios de esta entrada.

domingo, abril 27, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XIX)

27.―El campamento al fin, en la estancia de Filipinas. Atiendo enseguida al trabajo de la jurisdicción: Gómez escribe junto a mí, en su hamaca.―A la tarde, Pedro Pérez, el primer sublevado de Guantánamo: de 18 meses de escondite, salió al fin, con 37, seguido de muerte, y hoy tiene 200. En el monte, con los 17 de la casa, está su mujer, que nos manda la primera bandera. ¡Y él sirvió a España en las escuadras, en la guerra grande! Lealtad de familia a Miguel Pérez.―Apoyado en su bastón, bajo de cuerpo, con su leontina de plata, caídas las patillas pocas por los lados del rostro enjuto y benévolo, fue, con su gente brava, a buscar a Maceo en vano por todo Baracoa, en los dientes de los indios: su jipijapa está tinto de púrpura, y bordada de mujer es la trenza de color de su sombrero, con los cabos por la espalda.―El no quiere gente a caballo, ni monta él, ni tiene a bien los capotes de goma, sino la lluvia pura, sufrida en silencio.

Eufrates tras la noticia

En El Imparcial Digital, un muy divertido post sobre la lectura de Ramón Fernández Larrea en NYU.

sábado, abril 26, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XVIII)

26.―A formar, con el sol. A caballo, soñolientos. Cojea la gente, aun no repuesta. Apenas comieron anoche. Descansamos, a eso de las 10, a un lado y otro del camino. De la casita pobre envían de regalo una gallina al “General Matías”,―y miel. De tarde y noche escribo, a New York, a Antonio Maceo que está cerca e ignora nuestra llegada; y la carta de Manuel Fuentes al World, que acabé con lápiz sobre la mano, al alba. A ratos ojeé ayer el campamento tranquilo y dichoso: llama la corneta; traen cargas de plátanos al hombro; mugen las reses cogidas, y las degüellan: Victoriano Garzón, el negro juicioso de bigote y perilla, y ojos fogosos, me cuenta, humilde y ferviente, desde su hamaca, su asalto triunfante al Ramón de las Yaguas: su palabra es revuelta e intensa, su alma bondadosa y su autoridad natural: mima, con verdad, a sus ayudantes blancos, a Mariano Sánchez y a Rafael Portuondo; y si yerran en un punto de disciplina, les levanta el yerro. De carnes seco, dulce de sonrisa: la camisa azul y negro el pantalón: cuida, uno a uno, de sus soldados.―José Maceo, formidable, pasea el alto cuerpo: aún tiene las manos arpadas, de la maraña del pinar y del monte, cuando se abrió en alas la expedición perseguida de Costa Rica, y a Flor lo mataron, y Antonio llevó a dos consigo, y José quedó al fin solo; hundido bajo la carga, moribundo de frío en los pinos húmedos, los pies gordos y rotos: y llegó, y ya vence.

¿Qué hay en un nombre?

Hasta hoy, gran parte de la población de la isla estaba convencida de que el significado de las siglas de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (ETECSA) era: “Estamos Tratando de Establecer Comunicaciones. Sin Apuro”.

Pero ahora que Los Miquis de Miami han revelado la verdadera esencia de la compañía que monopoliza las telecomunicaciones en Cuba ―cuyo objetivo primordial es estar al tanto de vida y milagros de cuanta persona levante un teléfono en la isla―, desde el lejano New Jersey, descifro el origen de las antedichas siglas: “Estamos Tratando de Escuchar Conversaciones Subversivas Aleatoriamente”.

El copyright es mío.

viernes, abril 25, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XVII)

25.―Jornada de guerra.―A monte puro vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra, hasta Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas, nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, puyadas al tronco desnudo, o a tramo ralo.―La gente va vaciando jigüeras, y emparejándoles la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas, tres balas que dan en los troncos. “¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!”, dice el muchachón agraciado de San Antonio, un niño. “Más bonito es de cerca”, dice el viejo. Siguiendo nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa. Magdaleno, sentado contra un tronco, recorta adornos en su jigüera nueva. Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel, y chocolate de “La Imperial” de Santiago de Cuba.―A poco, las noticias nos vienen del pueblo. Y ya han visto entrar un muerto, y 25 heridos. Maceo vino a buscarnos, y espera en los alrededores: a Maceo, alegremente. Dije en carta a Carmita:―“En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores: se echan de los caballos abajo; los caballos que han tomado a la guardia civil: se abrazan y nos vitorean: nos suben a caballo y nos calzan la espuela”, ¿cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que vi en el camino? ¿ni la sangre a medio secar, de una cabeza que ya está enterrada, con la cartera que le puso de descanso un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta al campamento.

A las 12 de la noche habían salido, por ríos y cañaverales y espinares, a salvarnos; acababan de llegar, ya cerca, cuando les cae encima el español: sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con galletas engañaron el hambre del triunfo: y emprendían el viaje de 8 leguas, con tarde primera alegre y clara, y luego, por bóvedas de púas, en la noche oscura. En fila de a uno iba la columna larga. Los ayudantes pasan corriendo y voceando. Nos revolvemos, caballos y de a pie, en los altos ligeros. Entra al cañaveral, y cada soldado sale con una caña de él. (Cruzamos el ancho ferrocarril: oímos los pitazos del oscurecer en los ingenios: vemos, al fin del llano, los faros eléctricos.) “Párese la columna, que hay un herido atrás.” Uno hala una pierna atravesada, y Gómez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: “No amigo: yo no estoy muerto” y con la bala en el hombro sigue andando. ¡Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado, al borde del camino: y nos sonríen gloriosos. Se oye algún ¡ay! y más risas, y el habla contenta. “Abran camino” y llega montado el recio Cartagena, Teniente Coronel que lo ganó en la guerra grande, con un hachón prendido de cardona, clavado como una lanza, al estribo de cuero. Y otros hachones, de tramo en tramo... encienden los árboles secos, que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo. El río nos canta. Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Tal la última agua, y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderadas, el campamento ya duerme; al pie de un árbol grande iré luego a dormir, junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo y saco de él la medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas, a las 3 de la madrugada. A las 5, abiertos los ojos, Colt al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata y ¡a caballo!

Murió Alcil Duvergié, el valiente: de cada fogonazo, un hombre; le entró la muerte por la frente: a otro, tirador, le vaciaron una descarga encima: otro cayó, cruzando temerario el puente.―¿Y dónde, al acampar, estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del más grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca, colgando de un palo. Del jugo del tabaco, apretado a un cabo de la boca, se le han desclavado los dientes. Bebe descontento un sorbo de Marrasquino. ¿Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio? La trae fresca el servicial Evaristo Zayas, de Ti Arriba.―Y el practicante, ¿dónde está el practicante, que no viene a sus heridos? Los otros tres se quejan, en sus capotes de goma. Al fin llega, arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, curamos al herido de la hamaca, una herida narigona, que entró y salió por la espalda: en una boca cabe un dedal y una avellana en la otra: lavamos, iodoformo, algodón fenicado. Al otro, en la cabeza del muslo: entró y salió. Al otro, que se vuelve de bruces, no le salió la bala de la espalda: allí está al salir, en el manchón rojo e hinchado: de la sífilis tiene el hombre comida la nariz y la boca: el último, boca y orificio, también en la espalda: tiraban, rodilla en tierra, y el balazo bajo les atravesaba las espaldas membrudas. A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego.

Minimalismo

Transcribo un poema inédito de Ramón Fernández Larrea, hora y media antes de su lectura en NYU.

***

MINIMALISMO

yo te quería
tú ponías de tu parte

escribí cosas sobre tu cuerpo
incluso
apuntes de un domingo desenfrenado

tú sonreíste en silencio

la noche era tu territorio
a mí la luna me espantaba

amabas los teléfonos
el cenicero de barro
sentir los duendes del romero

mi país son las puertas
el cadáver que cuelga
al final de mi infancia

el rechinar de una carreta negra

veo demonios en el agua

un sello de correos
nos hace flotar o morir.

Mi hermano es hijo único

Anoche vimos Mio Fratello è Figlio Unico. Sin tiempo para reseñarla, doy mi veredicto: ¡corran a verla!

jueves, abril 24, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XVI)

24.―Por el cañadón, por el monte de Acosta, por el roncaral de piedra roída, con sus pozos de agua limpia en que bebe el sinsonte y su cama de hojas secas, halamos, de sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Por aquí pueden caer los indios de Garrido. Nos asimos en el portal de Valentín, mayoral del ingenio Santa Cecilia. Al Juan fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia; cuando su tío Luis lo llama al cercado:―“¿Y tú por qué no vienes?” ¿Pero no ve como me come el bicho?” El bicho―la familia―¡Ah, hombres alquilados, salario corruptor! Distinto, el hombre propio, el hombre de sí mismo. ¿Y esta gente? ¿qué tiene que abandonar?¿La casa de yagua, que les da el campo, y hacen con sus manos? ¿Los puercos, que pueden criar en el monte? Comer, lo da la tierra; calzado, la yagua y la majagua; medicina, las yerbas y cortezas; dulce, la miel de abejas.―Más adelante, abriendo hoyos para la cerca, el viejo barbón y barrigudo, sucia la camiseta y el pantalón a los tobillos―y el color terroso y los ojos viboreznos y encogidos:―¿Y ustedes qué hacen? “Pues aquí estamos haciendo estas cercas.”―Luis maldice y levanta el brazo grande por el aire.―Se va a anchos paso, temblándole la barba.

EMR, El Mensaje de Ramón

Amigos: El viernes 25, a las seis de la tarde, presentaré mi antología poética Nunca canté en Broadway (publicada por la editorial Linkgua, de Barcelona), precisamente cerca de Broadway, en la Universidad de New York. Quedan todos convocados, invitados y avisados. Caso de no poder asistir por graves dolencias como encontrarse en París, Madrid, Miami o Pekín, avísenles a sus amigos y seres queridos, incluso a gente que conozcan poco pero que suelan frecuentar Manhattan y sus alrededores. Cooperen con el artista cubano. Reenvíen este correo a todos los que puedan. Y todos los que puedan difundir mi mensaje de paz y esperanza a través de otros medios, escritos, radiales, vecinales o telepáticos, también hagan algo por este poeta que algún día se mezclará a la tierra, si no es que antes se lo comen los caníbales.

Agradecido de antemano, queda de todos,
Ramón

Salutación de Ochosi

Transcribo un poema inédito de Ramón Fernández Larrea. Y reitero la invitación a su lectura, mañana en NYU.

***

SALUTACIÓN DE OCHOSI

la palabra palíndrome la más sangrienta contubernio
la palabra poder que huele a lejanía
la que cercena y se posa en las ramas
otra que me dijeron al borde del mar

la palabra imposible oreja no respires
la que te aprieta en un zapato marrón

la palabra enemigo la malapalabra enemigo
la dolorosa palabra enemigo
como una lanza un dardo en la oscuridad del planeta
el bisturí que poda tus razones
y con ella
el nido de ave libre que te ampara

la palabra distancia con su costado enfermo
la palabrita carta que no llega
o llega balbuceando con el amor ya viejo
la palabra peligro esa que pone cepos
alambradas enormes ante el sol

y renuncia y confianza y dignidad
como vestidos de una rancia tela
despedazada humeante por la ciénaga
de quien la pone en vientre ajeno

la palabra jamás
que debe ser tachada
de la garganta de los reptiles
la palabra sudario la palabra extranjero
cuando hay caminos que llevan al hombre
y si no llevan la ilusión alcanza

la palabra vecino la palabra alcatraz
que sobrevuela a los marinos
la palabra traidor esa grotesca navaja
la palabra estoy solo la palabreja adiós
hierbas de cruel incendio malparidas

y las otras que inventa la muerte
y esta mañana no las sé
encerrado en mi selva
con una luna que gotea.

miércoles, abril 23, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XV)

23.―A la madrugada, listos; pero no llega Eufemio, que debía ver salir a los exploradores, ni llega respuesta de la fuerza. Luis va a ver, y vuelve con Eufemio. Se han ido los exploradores. Emprendemos marcha tras ellos. De nuestro campamento de dos días, en el Monte de la Vieja, salimos monte abajo, luego. De una loma al claro donde se divisa, por el Sur, el palmar de San Antonio, rodeado de jatiales y charrascos, en la hoya fértil de los cañadores, y a un lado y otro montes, y entre ellos el mar. Es monte, a la derecha, con un tajo como de sangre, por cerca de la copa, es Doña Mariana, ése, al Sur, alto entre tantos, es el Pan de Azúcar. De 8 a 2 caminamos, por el jatial espinudo, con el pasto bueno, y la flor roja y baja del guisaso de tres puyas: tunas, bestias sueltas. Hablamos de las excursiones de Gómez cuando la otra guerra.―Gómez elogia el valor de Miguel Pérez: “dio un traspiés, lo perdonaron, y él fue leal siempre al gobierno”; “en una yagua recogieron su cadáver; lo hicieron casi picadillo”; “eso hizo español a Santos Pérez”.―Y al otro Pérez, dice Luis, Policarpo le puso las partes de antiparras. “Te voy a cortar las partes”, le gritó en pelea a Policarpo.― “Y yo a ti las tuyas.” Y se las puso.―“Pero ¿por qué pelean contra los cubanos esos cubanos? Ya veo que no es por opinión ni por cariño imposible a España.”―“Pelean esos puercos, pelean así por el peso que les pagan, un peso al día menos el rancho que les quitan. Son los vecinos malos de los caseríos, o los que tienen que pagar un delito a la Justicia, o los vagabundos que no quieren trabajar, y unos cuantos indios de Baitiquirí y de Cajuerí.” Del café hablamos, y de los granos que lo sustituyen: el platanillo y la boruca. De pronto bajamos a un bosque alto y alegre, los árboles caídos sirven de puente a la primer poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos, a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la cañada a rastras, para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia. Llegan de noche los 17 hombres de Luis, y él, solo, con sus 63 años, una hora adelante: todos a la guerra: y con Luis va su hijo.

Todos los bastones el bastón

Leer las siguientes variaciones con la cadencia y entonación adecuadas:

Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura.
(Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura).
(¿Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura?).
(¡Guillermo Cabrera Infante goza con el ejercicio de la reescritura!).
¡Goza, Guillermo! ―Cabrera Infante― con el ejercicio, (de) la reescritura.
Guillermo Cabrera Infante, ¿goza? (¿con el ejercicio de la reescritura?).
Con el ejercicio... de la reescritura... Guillermo (Cabrera Infante)… goza.
Guillermo Cabrera Infante ―“con el ejercicio”―, ¿goza de la reescritura?
Guillermo goza con el Infante de Cabrera. ¿Ejercicio? ¡La reescritura!

Combinar hasta el infinito.

El ejercicio anterior pretende imitar modesta, tímidamente ―y quizá de forma hermética (o sea, usando las mismas palabras y sólo cambiando la intención, la sintaxis y la puntuación de la frase subvertida)― una de las técnicas favoritas de GCI: la recreación ―que es serpiente bífida: por una parte, proceso cíclico y serio (es decir, acto creativo que se repite, es decir, re-crea) y, por otra, bachata caribeña total (esto es, esparcimiento, playtime, recreo).

Si bien es cierto que en Vista del amanecer en el trópico —sobre el cual Encuentro de la Cultura Cubana me publicara este ensayo, en el número 34-35 de la revista—, el ejercicio de la reescritura es sublimado ―el autor, mediante la confrontación, el comentario y la compresión del corpus histórico-literario que le antecede, reescribe la Historia de Cuba, valiéndose exclusivamente de 101 viñetas (a falta de mejor nombre)―, es en Tres tristes tigres, su temprana consagración de la primavera isleña, donde el Infante lleva esta práctica a los límites del paroxismo.

Particularmente en dos instancias de TTT el palimpsesto se convierte en eje del libro, logrando que el leitmotif de la traducción (literaria, vernácula) y el pun-ible, pún-ico, pun-itivo, pun-tiagudo, pun-tual, pun-zante juego de palabras (puns are punishment, recuerda su traductora, Suzanne Jill Levine) ―ambos, grandes temas centrales del libro, esencia de una línea roja y traviesa que atraviesa la travesía del afligido y sin trigal trío de tigres― por momentos queden subordinados a esta técnica/ temática: la reescritura.

A pesar de lo que se pierde, debate, recupera a medias, tergiversa y disputa en las traducciones al español de los recuentos del señor y la señora Campbell ―y la consiguiente controversia que establecen sus voces en la sección «Los visitantes» (de TTT)―; a pesar del alevoso crimen de literalidad que, por momentos, comete el traductor de dichos textos; a pesar de las innecesarias note a pié di pagina que complementan, obstaculizan, aligeran, alargan sus narraciones; a pesar de las bastardillas usadas (en franca mímica del idioma inglés) en palabras y frases en español; a pesar de los neologismos, las voces tomadas en préstamo de otras lenguas, los anglicismos, los afrancesamientos, las expresiones en italiano; a pesar de que los reparos y correcciones de dichos visitantes respecto al misterioso bastón son obvias traducciones de textos originalmente escritos en la lengua de Alice in Wonderland, lo que define a este vasto fragmento (la imagen no es mía) de TTT es la existencia y el empeño por legitimarse ―pues se agolpan unas con otras/ y por eso no se matan― y, de esa forma, convertirse en realidad absoluta que demandan cada nueva traducción, cada nueva (sub)versión narrativa, cada nuevo ejercicio de reescritura.

El señor y la señora Campbell vuelven, una y otra vez, sobre sus pasos con tal de presentar sus versiones de los hechos y rectificarse el uno a la otra y viceversa; esto, en aras de establecer una verdad única («o si lo prefieren, húnica», como quería GCI) y, de paso, ganar la confianza del lector. Pero mientras la controversia (sobre la identidad, más bien, la trayectoria del bastón) acontece, dicho lector será testigo de las huellas que dejan los escritos de uno en la réplica de la otra (y a la inversa) y de cómo se reflejan ―juego de espejos que propone GCI, admirador confeso de Lewis Carroll― la anécdota de la visita a La Habana en ambas voces, en sus reparos, en sus correcciones.

La otra instancia de TTT en la que la reescritura toca su clímax es «La muerte de Trostky referida por varios escritores cubanos, años después ― o antes», en donde Cabrera Infante ―camaleón entre camaleones― cambia los colores de su prosa hasta asimilar e incorporar orgánicamente a su obra estilos tan variopintos como los de José Martí, el otro José (Lezama Lima), Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Lino Novás, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.

En esta ocasión la reescritura viene convoyada (con perdón) de una ―podría decirse elástica― capacidad de mimesis, que le permite al autor vestir la piel de estos significativos, disímiles y perfectamente reconocibles escritores cubanos. (A la par que los homenajea ―a algunos―, parodia despiadadamente sus tics narrativos). Para tal faena, GCI toma como punto de partida textos ―mejor aún, modelos literarios concretos― pre-existentes.

Cabrera Infante no sólo arranca de estos textos-modelos y, mientras avanza en la narración les cambia el derrotero, sino que desde el principio agarra el sartén por el mango, ciñe las riendas y se apropia completamente de lo que escribe. Y, entonces, escribe como Guillermo Cabrera Infante ―al respecto, entrevisto por Carlos Alberto Montaner en su libro De la literatura considerada como una forma de urticaria, señaló: «Yo no creo tener un estilo propio, si la noción de estilo significa algo más que el nombre que le damos a nuestras limitaciones. Es decir, quisiera no padecer esas limitaciones. De ahí mi amor por la parodia, que no es más que un ejercicio en apropiarse del estilo de los otros.»―, a la par que escribe como cada uno de los cubanos que usa para referir (años antes o después) la muerte del anarco.

En esta sección de Tres tristes tigres, el autor fusiona, de Martí, sus «Tres héroes» con «Los zapaticos de rosa» y el resultado es una pieza digna del mejor Modernismo: «Los hachacitos de rosa»; la carne de Trostky sangra como lo haría La carne de René, en «La tarde de los asesinos», que es su asimilación ―ah, la antropofagia― de la obra de Virgilio Piñera; donde Lino Novás Calvo alertaba: «¡Trínquenme ahí a ese hombre!», GCI le da nombre y rostro al sujeto anónimo al parafrasear: «¡Trínquenme ahí a ese Monard!»; El ocaso, de Alejo Carpentier ―escritor barroco francés del siglo XIX que escribe en español en el siglo XX, según Montaner― se transmuta en «El acoso»; y la (forzada) elegía de Guillén (Nicolás) a su Capitán Stalin queda convertida en loa al asesino Monard; mientras que de Lydia Cabrera y de Lezama Lima retoma su negritud (en ella) y su manera paradisíacamente esotérica de entender, procesar y exponer sus respectivas aristas de la realidad.

Cabrera Infante ―en entrevista concedida a Carlos Alberto Montaner en el libro antes citado― admite que: «Escribir es siempre luchar por darle forma a lo informe, ordenar un poco el caos. En ese sentido siempre me interesarán los problemas formales, que son los problemas de verdadero fondo». Pero lo cierto es que a GCI sólo le interesaban los problemas de verdadero fondo (no importa si estos fueran de carácter formal o conceptual). Sus trampas visuales (especialmente en TTT) ―entre ellas: el bustrófedon, las páginas en blanco, la página negra, la página que se mira en el espejo, el palíndromo―, sus trucos sonoros ―el trabalenguas, las trascripciones fonéticas del «cubano oriental» («La dejé hablal así na ma que pa dale coldel»), «el idioma habanero», el uso de la música (sobre todo en la parcela «Ella cantaba boleros»)―, sus juegos gráficos ―manipulaciones de las palabras dádiva, elevador, et al―, sus mañas lingüísticas ―el bilingüismo (a ratos, poliglotismo), las trascripciones fonéticas de los antedichas variantes del español cubano: la oriental y la habanera― merecen tanta consideración y crédito como la más audaz de sus hazañas conceptuales.

Si bien es cierto que, como afirma Jill Levine en The Subversive Scribe, «toda escritura es reescritura», cabría añadir que, definitivamente, toda reescritura es escritura y, por ende toda reescritura es, además, reescritura.

Y es en esta categoría ―escritura que es reescritura, reescritura que es escritura y el cúmulo de combinaciones posibles― donde, de una vez y por todas, Guillermo Cabrera, nuestro Infante, se alza de una vez y para siempre con la corona al mejor espécimen del género.

Alexis Romay
Nueva Jersey, abril de 2008

No ebrios

Transcribo un poema inédito de Ramón Fernández Larrea. Al Vate: ¡gracias por la primicia!

***

NO EBRIOS

se ruega a los hombres que dejen de arder
se les conmina a lanzar su memoria
lejos de los tizones y si en esos recuerdos
vienen mujeres o dolor no entren

se le ordena a ese andrajo que se ha lanzado a zigzaguear
que pare en firme y se quite las alas
las carreteras no son para el vuelo
las mesas están preparadas para la tristeza
es allí solamente que se permite llorar
junto a un vaso el cenicero una luz azul que muerde el corazón
el gobierno se compromete a mantener la penumbra
a amenizar los desgarramientos con tangos y boleros
a romperle las cartas que no indiquen precisamente desamor

se indica en los carteles que la felicidad ha de cumplir normas y horarios
inscriba en esta planilla su amor perdido
su hijo lejano su madre casi muerta
el número de algo realmente imposible
llámese hambre o cielo nómbrese del tamaño que sea
tenemos una oferta bastante especial para cadáveres que no cesan
las pasiones de infancia irán aparte cuidamos la clientela
favor no mezclar recuerdos y deudas
se nos hace difícil clasificar penas y olores

sugerimos que no se llegue al extravío
nuestra misión es que pueda sufrir con absoluta tranquilidad
siempre en ligeras dosis siempre dejando un hueco al prójimo

se sugiere con absoluta convicción
que admitimos sólo a quienes cumplan lo previsto
la desesperanza ha de tener un orden lógico
beodos hijos de la noche hombres tristes
ligeramente desgarrados
prohibido protestar cuando cerremos
el patrón les regala esta ronda
se ordena que regresen mañana o pasado
con un desgarramiento mejor.

martes, abril 22, 2008

Nunca canté en Broadway

Hay gente que no necesita presentación. Ramón Fernández Larrea es uno de esos seres. Pero como siempre hay alguien que se queda dormido al volante, afirmo a los cuatro vientos que:

Ramón Fernández Larrea (Bayamo, Cuba, 1958) es poeta, humorista, realizador de radio, cine y televisión. Su obra poética abarca los siguientes títulos:

· El pasado del cielo (Ediciones Unión, La Habana, 1987), Premio Nacional de Poesía «Julián del Casal», Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1985.
· Poemas para ponerse en la cabeza (Editora Abril, La Habana, 1989), Premio XX Aniversario El Caimán Barbudo, La Habana, en 1986.
· El libro de las instrucciones (Colección Ciclos, UNEAC, La Habana, 1991).
· Manual de pasión (Universidad de Guadalajara, México, 1993).
· El libro de los salmos feroces (Ediciones Extramuros, La Habana, 1995).
· Terneros que nunca mueran de rodillas (Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 1998), Premio de poesía Julio Tovar en 1997.
· Cantar del tigre ciego (Editorial Arlequín, Libros del arrayán, Guadalajara, México, 2001).

De Fernández Larrea supe por primera vez en La Habana de finales de los ochenta. Si la memoria no me falla, la cita era en Radio Ciudad, a las cinco. La excusa: El Programa de Ramón. Con aquella mezcla de humor, frescura, irreverencia, buena música y su toque de erudición, EPR ―como los iniciados (y el propio autor) llamábamos al programa― era el mejor aliciente para aplacar el tedio de aquellas tardes de bochorno insoportable. Y así fue hasta la dichosa hora en que sin mucho miramiento ni explicaciones lo sacaron del aire. Volví a saber de Fernández Larrea luego de década y media, gracias a sus proverbiales epístolas a ciertos arquetipos cubanos ―su carta al oso Prudencio es buen botón de muestra―, que eran publicadas en Encuentro en la red. (Dichas cartas me hicieron lector asiduo del diario y, con el tiempo y un ganchito, me incitarían a colaborar en sus páginas).

Ahora ando de plácemes: el próximo viernes (25 de abril), Fernández Larrea presentará Nunca canté en Broadway, una antología personal de su poesía, en New York University. La lectura estará moderada por otro ilustre que tampoco necesita presentación: Enrique del Risco. La cita es a las 6 pm, en el 19 de University Place, salón 222. Quedan todos invitados.

Pero, marquen, que hay cola.

Diario de Campaña de José Martí (XIV)

22.―Día de espera impaciente.―Baño en el río, de cascadas y hoyas y grandes piedras, y golpes de cañas a la orilla. Me lavan mi ropa azul, mi chamarreta. A mediodía vienen los hermanos de Luis, orgullosos de la comida casera que nos traen: huevos fritos, puerco frito y una gran torta de pan de maíz. Comemos bajo el chubasco; y luego de un macheteo, izan una tienda, techada con las capas de goma. Toda la tarde es de noticias inquietas: viene desertado de las escuadras de Guantánamo un sobrino de Luis, que fue a hacerse de arma, y dice que bajan fuerzas; otro dice que de Baitiquirí,―donde está de teniente el cojo Luis Bertot, traidor en Bayamo,―han llegado a San Antonio, dos exploradores, a registrar el monte. Las escuadras, de criollos pagados, con un ladrón feroz a la caza, hacen la pelea de España, la única pelea temible en estos contornos. A Luis, que vino al anochecer, le llegó carta de su mujer: que los exploradores,―y su propio hermano es uno de ellos―van citados por Garrido, el teniente ladrón, a juntársele a la Caridad y ojear a todo Cajuerí; que en Vega Grande y los Quemados y en muchos otros pasos nos tienen puestas emboscadas.―Dormimos donde estábamos, divisando el camino.―Hablamos hoy de Céspedes y cuenta Gómez la casa de portal en que lo halló en las Tunas, cuando fue, en mala ropa, con quince rifleros a decirle cómo subía, peligrosa, la guerra desde Oriente. Ayudantes pulcros, con polainas.―Céspedes: kepis y tenacillas de cigarros. La guerra abandonada a los jefes, que pedían en vano dirección, contrastaba con la festividad del cortejo tunero. A poco el gobierno tuvo que acogerse a Oriente.―“No había nada, Martí”―ni plan de campaña ni rumbo tenaz y fijo.―Que la sabina, olorosa como el cedro, da sabor y eficacia medicinal, al aguardiente.―Que el té de yagruma,―de las hojas grandes de la yagruma,―es bueno para el asma.―Juan llegó, el de las escuadras, el vio muerto a Flor, muerto, con su bella cabeza fría, y su labio roto, y dos balazos en el pecho; el 10 lo mataron. Patricio Corona, errante once días de hambre, se presentó a los voluntarios. Maceo y dos más se juntaron con Moncada. Se vuelven a las casas los hijos y los sobrinos de Luis. Ramón, el hijo de Eufemio, con su suave tez achocolatada, como bronce carmíneo, y su fina y perfecta cabeza, y su ágil cuerpo púber,―Madgaleno, de magnífico molde, pie firme, caña enjuta, pantorrilla volada, muslo largo, tórax pleno, brazos graciosos, en el cuello delgado la cabeza pura, de bozo y barba crespa―el machete al cinto y el yarey alón y picudo.―Los duerme con nosotros.

Candil de la calle

Hoy amanecí tarareando una canción de Raúl Torres. La escuché por primera vez quizá en el otoño de 1991. Días más tarde, conocería a su autor e intérprete en una de las descargas que pululaban en La Habana alternativa de esos años. Creo que el encuentro fue en el Café Alhambra —¿del cine Payret?—. Al terminar el concierto, veintitantos insomnes nos reunimos en el césped del Capitolio a cantar nuestro descontento. Pero tanto acorde disminuido, tanto pelo largo y tanta letra inconforme estaban destinados a durar lo que la alegría en casa del pobre. Al poco rato, llegó un policía a interesarse por la identidad y el origen de los allí congregados. Alguien dijo que éramos miembros de la Asociación Hermanos Saíz —lo que era, en el mejor de los casos, una verdad a medias—. El cuadrúpedo respondió con una pregunta: «¿Que ustedes son hermanos de quién?». Risas. Energúmeno acomplejado. Congregación disuelta.

“Candil de nieve” marcó mi iniciación en la guitarra y hasta hace una década la tocaba, con mil forros, en do mayor. Hace años no comulgo con la estética lacrimosa de la Nueva Trova, sin embargo, todavía recuerdo con gratitud la «fuga catatónica, nocturna» con la que —en aquella Habana plagada de candiles de cera— nos quisiera alumbrar Raúl Torres.

lunes, abril 21, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XIII)

21.―A las 6 salimos con Antonio, camino de San Antonio. En el camino nos detenemos a ver derribar una palmera, a machetazos al pie, para coger una colmena, que traen seca, y las celdas llenas de hijos blancos. Gómez hace traer miel, exprime en ella los pichones, y es leche muy rica. A poco, sale por la vereda el anciano negro y hermoso, Luis González, con sus hermanos, y su hijo Magdaleno, y el sobrino Eufemio. Ya él había enviado aviso a Perico Pérez, y con él, cerca de San Antonio, esperaremos la fuerza. Luis me levanta del abrazo. ¡Pero qué triste noticia! ¿Será verdad que ha muerto flor, el gallardo Flor?―¿que Maceo fue herido en traición de los indios de Garrido; que José Maceo rebanó a Garrido de un machetazo? Almorzábamos buniato y puerco asado cuando llegó Luis―ponen por tierra, en un mantel blanco, el casabe de su casa. Vamos lomeando a los charrascales otra vez, y de lo alto divisamos el ancho río de Sabanalamar, por sus piedras lo vadeamos, nos metemos por sus cañas, acampamos a la otra orilla.―Bello, el abrazo de Luis, con sus ojos sonrientes, como su dentadura, su barba cana al rape, y su rostro, espacioso, sereno y de limpio color negro. El es padre de todo el contorno, viste buena rusia, su casa libre es la más cercana al monte. De la paz del alma viene la total hermosura a su cuerpo ágil y majestuoso. De su tasajo de vaca y sus plátanos comimos mientras él fue al pueblo, y a la noche volvió por el monte sin luz, cargado de vianda nueva, con la hamaca al costado, y de la mano el catauro de miel lleno de hijos.―Vi hoy la yaguama, la hoja fénica que estampa la sangre, y con su mera sombra beneficia al herido: “machuque bien las hojas y métalas en la herida; que la sangre se seca”. Las aves buscan su sombra.―Me dijo Luis el modo de que las velas de cera no se apagasen en el camino, y es empapar bien un lienzo, y envolverlo alrededor, y con eso, la vela va encendida y se consume menos cera. ―El médico preso, en la traición a Maceo, ¿no será el pobre Frank? ¡Ah,―Flor!

Cambios en Cuba

Según El Nuevo Herald, se analizan las siguientes reformas:

- Libre arriendo de casas y habitaciones, tanto a extranjeros como a nacionales, y posteriormente la venta controlada de inmuebles por parte de sus propietarios registrados.

- Eliminación del decreto que limita el desplazamiento de los ciudadanos dentro del país, principalmente hacia La Habana.

- Compraventa sin restricción de automóviles que antes no tenían traspaso. Se estudia también la venta de autos por parte del gobierno.


Fotos: EFE.

Las venas abiertas de Eduardo Galeano

Hizo época su máxima rojiza
y el furor de saberse en sus palabras
incitó violentos abracadabras,
algún acto de oprobio y su paliza.

Repitió su metáfora sangrante.
Fue best-seller de la inocencia ajena.
Su índice conjuraba la condena.
Su pulgar aplastaba al discrepante.

Equivocó lo diestro y lo siniestro…
Un cubano se opuso a sus mandatos
y encontró mucho exilio y pocas nueces.

La ironía hoy actúa en favor nuestro:
sus venas se abren sólo a los ingratos,
convierten sus victorias en reveses.

domingo, abril 20, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XII)

20.―La marcha con velas, a las 3 de la mañana. De allí, Teodoro Delgado, al Palenque: monte pedregoso, palos amargos y naranja agria: alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes, serrados, tetudos, picudos; monte plegado a todo el rededor; el mar al Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la gente. Los vecinos: Estévez, Fromita, Antonio Pérez, de noble porte, sale a San Antonio. De una casa nos mandan café, y luego gallina con arroz. Se huye Jaragüita. ¿Lo azoraron? ¿Va a buscar a las tropas? Un montero trae de Imía la noticia de que han salido a perseguirnos por el Jobo. Aquí esperaremos, como lo teníamos pensado, el práctico para mañana. Jaragua, cabeza cónica. Un momento antes me decía que quería seguir con nosotros ya hasta el fin. Se fue a la centinela, y se escurrió. Descalzo, ladrón de monte, práctico español; la cara angustiada, el hablar ceceado y chillón, bigote ralo, labios secos, la piel en pliegues, los ojos vidriosos, la cabeza cónica. Caza sinsontes, pichones, con la lírica del lechuzo. Ahora tiene animales y mujer.―Se descalzó por el monte. No lo encuentran. los vecinos lo temen.―En un grupo hablan de los remedios de la nube en los ojos: agua de sal―leche del ítamo, “que le volvió la vista a un gallo”―la hoja espinuda de la romerilla “bien majada”―“una gota de sangre del primero que vio la nube”. Luego hablan de los remedios para las úlceras: la piedra amarilla del río Jojo, molida en polvo fino, el excremento blanco y pelado del perro, la miel del limón; el excremento, cernido, y malva. Dormimos por el monte en yaguas.―Jaragua, palo fuerte.

La reina de los campos de Cuba

Damas y caballeros: con ustedes, la piña.

sábado, abril 19, 2008

Las Furias

Transcribo un fragmento de Furia del discurso humano, de Miguel Correa Mujica.

***

8 de mayo
''Año del Esfuerzo Decisivo''

Querida tía Inocencia: (¡ay, déjate ya de esas boberías!) yo no sé si tú te acordarás de mí (¡termina esa carta pronto y ven a ayudarme a recoger los trapos!) pero yo de ti no me olvido un minuto (¡ay, eso fue lo primero que ella hizo apenas se subió al avión: enterrarnos!) a pesar de que tú te fuiste de Cuba cuando yo tenía cinco días de nacido (¡ay, corre, que ya empezó a llover!) yo soy el hijo de tu hermana Mireya (¡hijo, que me va a caer un trueno!) de Yeya como le dicen en la familia (¡ponle de tu hermana La Mula para que veas cómo se acuerda enseguida!) aquel niño que tú querías bautizar ¿te acuerdas, tía? (¡una mujer que en tantos años no nos ha escrito una letra!) y aunque no me puedo imaginar tu rostro (¡ay, pues yo sí: ella era igualitica a un chipojo!) te he empezado a reconocer entre las fotos que dejaste (¡hijo, que me va a matar un relámpago!) y por los cuentos que me hacen los mayores (¡hijo, que esa mujer ya no entiende el habla de aquí!) te diré que por aquí todos estamos bien (¡pues yo me estoy muriendo de apoplejía y de tristeza!) yo estoy muy bien extrañándote mucho (¡hijo, no le vayas a poner esa barbaridad que se va a reír de nosotros) pensando en cuando te volveremos a ver (¡hijo, tú no comprendes que esa mujer hará todo lo posible por no vernos más nunca!) pensando (¡hijo, no le escribas palabras raras que ella es un arado!) en conocer a mis primos que nacieron allá (¡que los muchachos que ella tiene son adoptados!) americanos de nacimiento (¡que ella es machorra y no puede tener familia!) yo estoy seguro que tú les hablas de nosotros (¡hijo, apúrate que se está al desbordar la cañada!) de nuestras vidas (¡si les habla de mi vida tendrá que explicarles cómo es que viven los piojos!) de lo unida que nuestra familia siempre ha sido (¡hijo, tú crees que esa mujer quisiera volver a comer fango!) aquí nadie te echa a mal que te hayas ido del país (¡que nos haya dejado es lo que no le podremos perdonar nunca!) al contrario nos alegramos (¡si esa luz toca los alambres de púa quedo carbonizada aquí mismo!) de que te vayan tan bien las cosas (a mí me dijeron que ella se había hecho millonaria vendiendo papas rellenas en la puerta de su casa) como aquí dicen que las cosas te van (¡pregúntale si es verdad que se compró la palangana eléctrica que ella siempre soñó tener!) que Dios te siga abriendo los caminos (¡hijo, si no me ayudas a recoger la ropa te la tendrás que poner mojada!) y que sigas prosperando como hasta ahora (¡hijo, basta de peroratas: la lista de las cosas que necesitamos está en la gaveta de la vitrina!) tía Ino: aquí se comenta que dentro de poco ustedes podrán visitar Cuba (¡te dije que no le escribieras palabras raras que ella es un arado!) y podrán traer lo que deseen a sus familiares (¡si le sigues dando vueltas no va a terminar de leer esa carta!) tú sabes cómo se vive aquí (¡eso no tienes que explicárselo: ella tuvo que comer hasta babosas cuando vivía aquí!) tú sabes que aquí falta desde la pasta dental hasta las dentaduras (¡ponle que yo no me lavo la boca desde 1959!) y no se sabe por cuánto tiempo esas cosas estarán en falta (¡hijo, tu única camisa blanca se me ripió toda con el alambre de púas!) queremos embullarte a que vengas (¡agrega a la lista una camisa blanca porque ésta se hizo trizas!) a pasarte una semana con nosotros (ella no va a venir: ella siempre dijo que la miseria era infecciosa) y a ver si nos traes algunas cositas que necesitamos (¡termina esa carta y ven a ayudarme con los ripios!) sin las cuales no se puede vivir (¡deja que tú veas lo que le pasó a tu camisa blanca!) mamá ha hecho una lista de las cosas que necesitamos con más urgencia (¡con más desesperación!) y te la vamos a enviar junto con esta carta para que la pongas en la pared (¡la camisa quedó que no sirve ni para trapo de culo!) para cuando te decidas a venir (¡una camisa menos!) te guíes por ella (¡si sigues con esa carta te vas a tener que envolver en una yagua!) para hacer las compras (en seguida que ella vea esa lista cambia el teléfono y se muda para otra parte) que nosotros sabemos que esas cosas no deben ser muy caras allá (¡hijo, la ropa se me ha caído toda en un fanguero!) y aquí no se encuentran a ningún precio (¡hijo, que esto es un huracán!) no olvides que aquí todas las cosas son de primera necesidad (¡ya esta ropa no sirve para más nada!) todas nos hacen la misma falta (¡no cierres el sobre todavía que mi ajustador se cayó por una cueva de arañas!) y si demoras en venir la necesidad se hará cada vez más dolorosa (¡ahora nos tendremos que sentar desnudos a esperar por ella!) también puedes enviarnos lo que se te ocurra con alguien que venga para acá (¡las vacas se han empezado a comer la ropa enfangada!) nos da mucha pena tener que pedirte todas estas cosas (¡yo me siento aquí mismo!) pero ya no tenemos escapatoria (¡vacaaaaaaa! ¡vacaaaaaaaa!) y le damos gracias a Dios de tenerte por lo menos a ti (¡que se la coman toda!) en ese país (¡yo no puedo más!) disculpa si te parece que estamos abusando de tu generosidad (¡hijo, cuando te asomes y veas lo que ha ocurrido te vas a morir de la tristeza!) pero aunque no nos envíes nada el mero hecho de decírtelo nos alivia (¿tú o alguien nos podrá socorrer?) la ropa hecha jirones sobre el potrero (tú te fuiste cuando la nueva miseria recién se instalaba) y sobre el potrero el cielo como una enorme tapia blindada (tú no te puedes imaginar lo que se siente cuando nuestro único ajustador es devorado por las arañas) impenetrable y callado cerrándonos el paso por todos los flancos (tú no te imaginas lo que se siente debajo de los cordeles de púas) asediándonos a punta de rayo (tú siempre diciéndonos que la desesperación florece entre las güásimas) como blancos perfectos para un tirador enloquecido que dispara contra la manada de lechones en estampida (tú convencida de que ni siquiera el mar detiene este tipo de espanto) que en nerviosa confusión huyen a protegerse bajo la esperanza de no ser alcanzados (tú comiendo inmundicias y babosas pero con la mirada fija en esa otra puerta) entonces la noche una noche metálica atornillada por los cuatro testeros contra las paredes del mundo (si yo pudiera hacerte la lista de las cosas que verdaderamente necesitamos) conforma en un dos por tres el techo celestial de la celda (anotaría ''estropajos'': para por lo menos tener una desgracia definida) una celda con capacidad para varios millones de seres empeñados en la quimérica labor de sobrevivir (fideos: es inconcebible tener que acudir a un pariente emigrado para conseguir unos fideos) por supuesto que irrumpirán aplausos y cantos en medio de la gran celda tapiada (una camiseta de farol chino) los cantos y el estruendo de promesas hechas a dioses altísimos que tienen en sus manos el destino de millones de gargantas (un ñame: ¿habrá ñames allá donde tú vives?) la intensidad de los aplausos creciendo con la intensidad de la asfixia (una latica de bija) las aves post-diluvianas se apresuran a recorrer los cielos tapiados (maíz: necesitamos diez mazorcas de maíz para hacer unas arepas) son ellas las encargadas de recoger la intensidad de los aplausos colectivos (tía Ino: aunque te parezca mentira necesitamos azúcar: no te aparezcas sin un saco de azúcar prieta) las vibraciones en los pechos emotivos (yo me pongo a mirar las cañas y las miro y las miro y no hay modo de transformarlas en azúcar) los colores de las mejillas amaestradas (azúcar: ven a ver esto: azúcar) que los dioses se encargarán de registrar y clasificar como las emociones correctas (tú no te imaginas lo que se siente cuando bebemos refresco de limón al tiempo sin limón y sin azúcar) y habrá recompensas si los pechos cimbran y se estremecen (tú no te imaginas lo que sienten las ratas escogidas para experimentos de laboratorio) entonces tal vez entonces los dioses corran las cortinas y permitan el paso de la luz hasta el piso de la celda (tú no sabes lo que se siente debajo de los cordeles de púas arrente al piso de esta celda) tú ni nadie que no seamos nosotros se lo imagina...

Diario de Campaña de José Martí (XI)

19.―Las 2 de la madrugada. Viene Ramón Rodríguez, el práctico, con Angel; traen hachos, y café.―Salimos a las 5, por loma áspera. A los Calderos, en alto. El rancho es nuevo, y de adentro se oye la voz de la mambisa: “Pasen sin pena, aquí no tienen que tener pena.” El café enseguida, con miel por dulce: ella seria, en sus chancletas, cuenta, una mano a la cintura y por el aire la otra, su historia de la guerra grande: murió el marido, que de noche pelaba sus puercos para los insurrectos, cuando se lo venían a prender: y ella rodaba por el monte, con sus tres hijos a rastro, “hasta que este buen cristiano me recogió, que aunque le sirva de rodillas nunca le podré pagar”. Va y viene ligera; le chispea la cara; de cada vuelta trae algo, más café culantro de Castilla, “para que cuando tengan dolor al estómago por esos caminos, masquen un grano y tomen agua encima”,―trae limón. Ella es Caridad Pérez y Piñó.― Su hija Modesta, de 16 años, se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos, y se sienta con nosotros, conversando sin zozobra, en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto, junto al cercado, le trae Ramón una, que se pone ella al pelo. Nos cose. El General cuenta “el machetazo de Caridad Estrada en el Camagüey”.

El marido mató al chino denunciante de su rancho, y a otro―a Caridad la hirieron por la espalda; el marido se rodó muerto―la guerrilla huyó―Caridad recoge su hija al brazo, y chorreando sangre, se les va detrás: “si hubiera tenido un rifle”. Vuelve, llama a su gente, entierran al marido, manda por Boza: “¡vean lo que me han hecho!” Salta la tropa: queremos ir a encontrar a ese capitán. No podía estar sentado en el campamento. Caridad enseñaba su herida. Y siguió viviendo, predicando, entusiasmando en el campamento. Entra el vecino dudoso Pedro Gómez y trae de ofrenda café y una gallina.―Vamos haciendo almas.―Valentín, el español que se le ha puesto a Gómez de asistente, se afana en la cocina.―Los seis hombres de Ruenes hacen su sancocho al aire libre.―Viene Isidro, muchachón de ojos garzos, muy vestido, con sus zapatos orejones de vaqueta: ése fue el que se nos apareció donde Pineda, con un dedo recién cortado: no puede ir a la guerra: “tiene que mantener tres primos hermanos”. A las 2 ½ después del chubasco, por lomas y el río Guayabo, al mangal, a 1 legua de Imía. Allí Felipe Dom, el alcalde de P.―Juan Rodríguez nos lleva, en marcha ruda de noche, costeando vecinos, a cerca del alto de la Yaya.

viernes, abril 18, 2008

Fragmento de mi discurso humano

(a Miguel Correa Mujica)

Al norte del infierno naufragamos,
entre un idioma extraño y gente extraña,
enredados en una telaraña
de nostalgia, dolores y reclamos:

reclamos de un pasado que regresa
(esa factura nunca antes pagada),
y en esta telaraña ilusionada,
reinventamos la patria y su certeza,

recordamos las tardes en Atillo,
las tiñosas, las mujeres decentes,
los telegramas que anunciaban guerra,

aquel bodrio en lugar de picadillo,
los discursos, las jaulas, los tenientes…
¡y más nos aferramos a esta tierra!

Diario de Campaña de José Martí (X)

18.―A las 9½ salimos. Despedida en las filas.―G. lee las promociones. El sargento Pto. Rico. dice: “Yo muero donde muera el G. Martí.”―Buen adiós a todos, a Ruenes y a Galano, al Capitán Cardoso, a Rubio, a Dannery, a José Martínez, a Ricardo Rodríguez.―Por altas lomas pasamos seis veces el río Jobo. ―Subimos la recia loma de Pavano, con el Panalito en lo alto y en la cumbre la vista de naranja de china. Por la cresta subimos… y otro flotaba el aire leve, veteado… A lo alto de mata a mata colgaba, como cortinaje, tupido, una enredadera fina; de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón. La pomarrosa, bosque. En torno, la hoya, y más allá los montes azulados, y el penacho de nubes. En el camino a los Calderos,―de Angel Castro―decidimos dormir, en la pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas: Guerra y Paquito―por tierra. La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, tilila y se eleva, siempre sutil y mínima―es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas? Se nos olvidó la comida; comimos salchichón y chocolate y una lonja de chopo asado.―La ropa se secó a la fogata.

Furia de la independencia

Transcribo un fragmento de Al norte del infierno, de Miguel Correa Mujica.

***

¡Cállense! ¡Cállense, que no la van a abrir! ¡Cállense y siéntense, que si no, no la van a abrir! ¡Qué gente ésta tan estúpida! ¡Señores! ¡Qué ignorancia! ¡Apaga ese radio, vejigo! No te muevas de mi lado, que te cogen el puesto y se acabó tu viaje. ¡Hasta que no se organicen, no la van a abrir! Los perjudicados somos nosotros, señores. No se cuelen, hagan la cola. Allá dentro hay espacio para todo el mundo. Y mientras más se demoren en abrir, más gente va llegando. Parecen bestias. ¡Señores! Cuando él se asome y vea este molote desorganizado, no la va a abrir. ¡Señores! No echen a perder lo que ya tenemos adelantado. Llevamos cinco días frente a esta embajada, y ahora, en el último momento, que ya están al abrir, ustedes con esa molotera y esa bulla. Por Dios, callen a esos niños, apaguen los radios, desaparten a esos dos. Madre mía. Seguro que él ya se asomó. Seguro, seguro, seguro que ya se asomó y los vio. ¿Tú crees que alguien va a abrir con este desorden? Imposible, im-po-si-ble. Yo tampoco abriría. ¿Para qué, para que me pelen el jardín? Él se tuvo que haber asomado ya, porque ya era la hora de abrir. A no ser que esté desayunando. Pero ahí sí sé que está, porque nadie lo va a dejar salir sin abrir primero. A lo mejor lo ha dejado para mañana o para el viernes, que está feriado. Aunque no creo que él sea tan cruel de tenernos aquí así como si fuéramos los árboles de la avenida, sin condiciones para tenernos aquí, así, sin movernos de esta cola por tantos días, con sed y hambre, con dolores diversísimos. Y todo el mundo sabe que va a abrir, porque si no, la gente se fuera. No hemos perdido la esperanza de irnos del país. Y no fue él el que nos dio esa esperanza. Esa esperanza nos la dio el edificio mismo, la sede. Porque ese edificio quiere decir: irse del país. Esa construcción emana la suerte de podernos ir. Porque a través de ese edificio la gente se va, llega, huye, le saca la lengua, le dice una barbaridad, o sencillamente coge y escupe, o le tira una fotografía, o le enseña el fondillo nada más, a este país. ¡Ay, edificio mágico y bienaventurado, digno y virgen entre los demás edificios sometidos igual que nosotros! ¡Quién fuera la última loza de tu traspatio, la taza de tu inodoro, la pared más vieja, el respiradero de tu cocina! ¡Felices partes! Hasta las débiles plantas que adornan tu interior son más bellas que toda nuestra naturaleza, que todos nuestros árboles, torcidos y anudados a más no poder, jorobados y resecos a más no poder, sin fruto en todo el año, sin hojas masticables, metidos en el piso hasta la cintura para que no se puedan escapar de este país. Edificio todopoderoso, santo y divino, ahí estás para vergüenza de los demás que te rodean, sucios y detenidos para siempre, amarrados por debajo al núcleo de la Tierra. Bien que te conozco, bien que te he soñado. Sé del olor de tus maderos, del viento que conecta tus habitaciones espaciosas, de la suave melodía que rechinan tus ventanas enormes, de las plegarias a Dios que cada noche cuchicheas. Sé de todos tus secretos, del terror a que termine la cerca divisoria que te uniría a nuestros días, porque los días que aquí transcurren no son los que transcurren entre tus paredes silenciosas. Sé de tu incontrolable pánico a caer bajo la enumeración, a ser la siguiente cifra, y por tanto, invitado a la barbarie. Nosotros también tememos por ti, edificio, más que por nosotros mismos. Nosotros ya padecemos estas fiebres por muchos años; apenas notamos ya cuán minados y carcomidos nos tienen. Tú, en cambio, eres sano, erguido, libre; te levantas día a día con esa furia de la independencia, con esa soberbia que emana, exclusivamente, todo aquello que puede tomar decisiones. Y por eso eres distinto, meritorio, majestuoso y monolítico. Por ti tememos, edificio, porque sabemos que sólo tú sigues produciendo la esperanza; sólo tú, en toda esta comarca, nos hablas de otra cosa, de un lejano individuo que, al igual que tú, puede tomar o desechar a su antojo. Eso es lo que nos estás tratando de decir hace tanto tiempo. Y nosotros sin entenderte, sin saber qué hacías aquí donde no hay nada grandioso que hacer. Hasta que nos dimos cuenta de que tú tenías que tener alguna función entre nosotros. Porque si tú ni meneas papeles comerciales con nosotros, ni te interesará menearlos nunca, ni te mezclas con nosotros, ni sacas ni traes nada, ni sales en ningún periódico, ni te da una rabieta como aquí a todo el mundo le da, ni hablas yo creo, ¿qué haces tú aquí entonces? Fue así que nos dimos cuenta. ¿Cómo no trataste de hablarnos antes; cómo no sacaste un pañuelo o nos hiciste una murumaca? Tu mera presencia lo explicaba todo. ¡Cuánto tiempo perdimos! La más sencilla seña que nos hubieras hecho, la más complicada, nos hubiera traído a tiempo toda tu importancia. Nosotros sólo hablamos por señas, en murumacas, porque siempre dejan un margen de equivocación. La murumaca de aquí, la que nosotros entendemos, todo lo dice. Y todo lo confunde. ¡Y los enredillos que forma! Las murumacas son para las cosas que no se deben decir, para las cosas con problemas y que no se deben ni mentar. Pero como aquí todo tiene algún problema, la murumaca se ha convertido en el idioma oficial de la república y de los cayos adyacentes a la república. La murumaca se puede entender de una forma y a la vez de mil formas diferentes. Supongamos que tú quieres decirle a alguien que esto es una mierda. Ésa es una de las cosas que no se deben decir. Pero tú quieres decirlo, porque ya no puedes estar quieto sin dispararlo, sin decirlo, porque a veces a uno le cae esa desesperación por decir que esto es una mierda, y de no decirlo, ya posiblemente no puedas decir nada más en tu vida, te dan fiebres, te cae esa tos que aquí todo el mundo tiene, y ya no te queda otro remedio que decirlo. Yo he llegado a pensar que poder decir “esto es una mierda”, sin otro objetivo, sencillamente el poder decirlo, es una de las grandes necesidades del ser humano. Y para poder decirlo aquí, sin que te pase nada, debes decir “esto está malo”, una frase muy ambigua que puedes referir, en el momento en que te cojan, a una de tus manos, o a una parte podrida de un mango que te comiste hace tiempo. Y casi siempre te salvas. Y si eres diestro, le echas toda la culpa al agente disfrazado de hijo tuyo que te cogió. Que él lo entendió así, por lo malo, porque él tiene problemas ideológicos. Ideológicos es como les llaman a esos problemas aquí. También los llaman problemas de penetración ideológica. Yo no acabo de entender esa nomenclatura, porque a mí nadie me ha penetrado nunca. Yo pienso como pienso desde que empecé a pensar. Nadie ha venido de ninguna parte a cambiarme lo que yo pienso. Nadie. Porque para que uno piense así, como yo vengo pensando, nadie tiene que venir de ningún sitio a decírtelo; con mirar unos minutos aquí, basta. Ni me han penetrado, ni me han desviado nada. Y ahora ellos dicen que nos están desviando la mente desde el exterior. ¡Si en el exterior no saben ni la milésima parte de lo que nosotros pasamos aquí, metidos en el horno! Pero hay que decir que sí, que hay personas que están siendo desviadas ideológicamente por unos seres distantes, extraterrestres casi, que no saben nada del asunto, de la cosa en sí, pero que tienen esa siniestra labor, la de desviarnos la mente. Así es todo, o casi todo, porque esto es lo que me viene a la mente en estos momentos, edificio. Y todo esto te lo he dicho pensando, sin la más diminuta murumaca. Y te hablo desde mi puesto en esta cola de cinco días ya, sin ningún tipo de reservas. Porque ya hacia ti no tengo penas. Nunca sabremos lo que significa para ti tenernos aquí apilados, muriéndonos de vergüenza al tener que suplicarte un sitio entre tus paredes silenciosas. No sabremos cómo nos miras desde allí, qué ideas te vienen de momento al ver esta procesión de mendigos congestionando la ciudad. Nunca lo sabremos.

jueves, abril 17, 2008

Diario de Campaña de José Martí (IX)

17.―La mañana en el campamento.―Mataron res ayer y al salir el sol, ya están los grupos a los calderos. Domitila, ágil y buena, con su pañuelo egipcio, salta al monte y trae un acopio de tomates, culantro y orégano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapo y hojas.―Muelen un mazo de cañas. Al fondo de la casa, la vertiente con sus sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre: al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los claros, naranjos, alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con esas nubes blancas, y surcan perdidas… detrás la noche.―Libertad en lo azul.―Me entristece la impaciencia.―Saldremos mañana.―Me meto la Vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo 50 cápsulas. Escribo cartas.―Prepara el General dulce de raspa de coco con miel. Se arregla la salida para mañana. Compramos miel al ranchero de los ojos azorados y la barbija.―Primero, 4 reales por el galón, luego, después del sermón, regala dos galones. ―Viene “Jaragüita”―Juan Telesforo Rodríguez,―ya no quiere llamarse Rodríguez, pues ese nombre llevaba de práctico de los españoles,―y se va con nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se escurre.―El pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de ébano.―Mañana salimos de la casa de José Pineda:―Goya, la mujer.― (Jojó arriba).

Al norte del infierno

Acabo de releer Al norte del infierno. La oración es literal y figurada. Indica que leí Al norte del infierno, de Miguel Correa Mujica. Y que lo releí en Estados Unidos. Al norte... fue publicado, al norte del infierno, en 1983. A pesar de este detallito técnico, su vigencia data simultáneamente de 1961 y de la semana próxima. Obra imprescindible e inclasificable, Al norte..., en su infinita brevedad, puede ser leído como novela, colección de cuentos, ejercicio de ficción desesperada, testimonio de lo inenarrable, ensayo de la locura, crónica sensata, autobiografía de una isla silente y gritona que se durmió mientras la Historia le pasaba por encima, psicoterapia de grupo, vaticinio del pasado, lamento del porvenir, jamming session… en fin, el Marx.

Éste es el libro, o uno de los libros, que quise haber escrito. Iré más lejos: cualquiera que haya vivido, al menos un lustro, en la Ínsula Barataria no sólo pudo haber escrito este libro, sino que lleva este libro adentro. Le guste o no. Al norte... regala un prisma a la vez aéreo y visceral del secuestro de una sociedad y la subsiguiente conversión de sus ciudadanos en ciudad-anos. Confesiones, delaciones, vejaciones, prohibiciones, cremaciones, migraciones, chivatos, retratos, castratos, ingratos, mulatos y la mar de malos ratos: ¡Todo mezclado!

«Nosotros sólo hablamos en murumacas, porque siempre dejan un margen de equivocación», declara una de sus voces. Sin embargo, la obra no deja margen a equivocaciones. Al norte... es un libro terriblemente cómico. Y terrible. Y otra vez cómico. Y triste. He reído mi tristeza de Isla y Exilio en cada párrafo: una tristeza chovinista, endémica, interminable, una tristeza que se ríe de sí misma, una triste tristeza que goza la paranoia y el ancho mar de sus secuelas infinitas. Y entre tanta risa y nudo en la garganta, me ha conmovido la lucidez del autor, su capacidad de aprehender nuestro provincialismo, la génesis del miedo bajo un régimen que implantó la máscara como método universal de subsistencia y la hipocresía de un pueblo que salió a la calle a despedir a sus emigrantes con el cálido grito de «traidores», para luego, en su miseria cotidiana, aclarar que todo se debía a un error de dicción: la frase original era: «¡trae dólares!».

Mi gratitud por Al norte del infierno no conoce límites. Tal es así que la mejor manera que encontré de recomendarlo (y comenzar el culto) fue traducirlo al inglés. Dicha edición saldrá en un par de meses. A los lectores, sólo una súplica es válida: corran la voz al sur, al este, al oeste, al norte… y, no faltaba más, en el mismísimo infierno.

miércoles, abril 16, 2008

Diario de Campaña de José Martí (VIII)

16.―Cada cual con su ofrenda―buniato, salchichón, licor de rosa, caldo de plátano.―Al mediodía, marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas; naranjas y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin fruta llegamos a un rincón de palmas y al fondo de dos montes bellísimos.―Allí es el campamento. La mujer india… de ojos ardientes, rodeada de 7 hijos, en traje negro roto, con el pañuelo de toca atado a lo alto por las trenzas, pila café. La gente cuelga hamacas, se echa a la caña, junta candela, traen caña al trapiche para el guarapo del café. Ella mete la caña, descalza.―Antes, en el primer paradero, en la casa de la madre y e hijona espantada, el General me dio a beber miel, para que probara que luego de tomarla se calma la sed. Se hace ron de pomarrosa.―Queda escrita la correspondencia de N.Y., y toda la de Baracoa.

En Barnes & Noble

Como cantara el gran Charly García: «alguien en el mundo piensa en mí». A quién deba esta promoción de ensueño: ¡mil gracias!

Manifiesto UNEAC

Socialismo con swing, descafeinado,
para retar al ciberchancleteo
y a dormir en los brazos de Morfeo
y a soñar que el Pasado no ha pasado.

¿Qué tenemos? Congreso, celulares,
la dicha del grillete que acaricia,
el par de siglos que promete Alicia,
tantos años leyendo titulares

en busca de ese cambio prometido,
hace treinta, cuarenta… ¿quién se acuerda?
¡Seguiremos siendo incondicionales!

(A pesar de que todo se ha perdido).
Es agrio nuestro vino. (Buena mierda).
¡Que vivan nuestras aguas albañales!

El quinto clavadista

Había doscientos espectadores aglutinados en el estadio municipal. Cuatro centenares de pupilas pendientes de cada paso del quinto clavadista rumbo al trampolín de siete metros que gozaba del privilegio de ser la más alta elevación del complejo deportivo. Al comenzar la contienda, la alberca era de un azul océano que magnificaba sus escasos doce pies de profundidad. Con su inusual configuración de triángulo equilátero hacía más nítido el momento en que los competidores entraban a ella, pues el foco de atención se reducía a un hombre, girando en el aire, teatral y osadamente, hasta precipitarse dentro de aquel microuniverso que lo acogería, previo a un consecuente y eufórico aluvión de aplausos.

“Complejo deportivo” era una licencia poética utilizada para definir aquel espacio de estructura circular, pobremente techado y lleno hasta el límite de su capacidad. Tendría un diámetro de veinte metros y de sus cuatro puntos cardinales colgaban reflectores de media intensidad que lucían anacrónicos atados a las pencas de guano que conformaban la primitiva cúpula del estadio. La electricidad dependía de una extensión que, una semana antes del evento, se empataba varias veces desde la casa más cercana, hasta colarse entre las infinitas hendiduras del techo, convirtiéndose en la instalación eléctrica más impresionante del cuarto y más obsoleto de los mundos. Al igual que para el resto de las casas del poblado, “impermeabilidad” era un nombre de muchacha desconocida y eso justificaba que el evento tuviera una fecha fija: el decimotercer día de agosto, acompañando a un terrible periodo de sequía y a una jornada de festejos callejeros. La ventilación era natural, por lo que los pobladores se jactaban de haber situado el estadio en el descampado más limpio de la zona para aprovechar la brisa que atravesaba las paredes, sin otras cortinas rompevientos. De la misma forma entraban el vapor vespertino, las moscas y el resto de los insectos aéreos, pero en el evento social más importante de Las Palmas y ante la excitación de los competidores y del público, eran obstáculos menores que podían obviarse sin graves problemas.

La rutina había sido dictada por el Presidente y se cumplía con metódica religiosidad: en la mañana celebraban una feria juvenil en el parque del pueblo y las competencias de clavado se realizaban durante esa misma tarde. El resto del año el complejo deportivo permanecía cerrado.

El motivo de que la piscina tuviera tres lados respondía a una innovación en la etapa ejecutoria, que tenía el propósito de ahorrar el material constructivo enviado por el gobierno de turno con una carta de autorización dirigida a los miembros del caserío Las Palmas, en la que oficialmente se aprobaba la construcción de un local de esparcimiento si los vecinos se hacían responsables del diseño y de la futura puesta en práctica del mismo. El vecindario estaba poblado por unas setenta casas con igual número de familias repartidas hasta, a veces, habitar cuatro generaciones bajo un mismo techo, de las cuales, al menos las dos intermedias habían participado activamente en la ejecución de aquel sitial que era el único en la comunidad en donde cabían todos los palmeros apiñados en ocho filas de bancos dispuestos en espiral.

A pesar de que la información que los pobladores tenían del clavado era básica: “deporte olímpico que consiste en un clavadista que salta desde un trampolín u otro sitio de altura hacia una piscina e incluye toda suerte de giros gráciles y artificiosos en su caída”, la premisa les interesó al punto de que había pasado una década desde que se aventuraron en la tarea de ejecutar su propio estadio. Luego gastaron años en entrenar a los atletas nativos y, desde entonces, con la inauguración del evento anual, que andaba ya por su tercera edición, los espectáculos se habían caracterizado por varias constantes, donde la más notable era el público, que estaba presidido por los fundadores de la región, acompañados de sus orgullosos descendientes, que conformaban entre todos una audiencia campechana y jovial en la que nadie tenía permiso para entrar ni bebidas alcohólicas ni armas blancas. En el cinturón del Presidente de la comunidad se oxidaba un revólver que había adquirido un carácter simbólico y ornamental.

El Presidente de la comunidad basaba el éxito del torneo y de toda su campaña política en una teoría que había heredado con su cargo de máximo responsable de Las Palmas y que nunca tuvo una idea exacta de quién la había originado: “Sin importar su tamaño, su nivel cultural o sus aspiraciones, lo realmente necesario para dominar a cualquier grupo social es la distribución de pan y circo. Es imprescindible darles algo de comer y un poco de entretenimiento”.

En efecto, desde que el Presidente decretó feriado aquel caluroso día del octavo mes para que los vecinos pudieran disfrutar del evento deportivo, el impacto en los grupúsculos inconformes de la población había sido palpable. Organizaban menos revueltas callejeras, pintaban menos carteles en el triste mercado del pueblo, hacían menos comentarios subversivos y, finalmente, se dejaban llevar por el jolgorio y se reunían con el resto de los pobladores a compartir cervezas mal fermentadas y de producción casera, mientras los competidores se catapultaban y con ellos las apuestas, que iban desde una hasta tres gallinas y dos sacos de arroz.

El quinto clavadista comenzó su caminata hacia el trampolín con el pleno convencimiento de que estaba cercano a alcanzar la cumbre de su carrera. La teatralidad con que se desplazaba dio margen a que la excitación de los espectadores se desbordara en decenas de gritos y chiflidos. Era el último competidor y sobre él pesaba la responsabilidad de concluir aquel campeonato municipal. Aunque su entrenamiento lo había preparado para ese instante, los nervios lo estaban traicionando públicamente. Convirtió cada peldaño de la escalera que lo conducía al trampolín en el escenario de un drama personal que los palmeros no entendían.

Evitó mirar dentro de la piscina, pues sentía un vértigo monumental que siempre había interpretado como símbolo del peligroso acercamiento al éxito. Al llegar al final de su trayecto, se le escapó una lágrima que los presentes no pudieron notar. Su cuerpo estaba rígido y los músculos sobresalían embadurnados con la crema reglamentaria, que era preparada con manteca de majá de Santa María (una culebra fácil de encontrar en los riachuelos cercanos a Las Palmas).

La trusa del quinto clavadista era un pantalón corto, carmelita y oscuro, que todavía mostraba huellas de su reciente etapa en el trabajo agrícola.

¿En qué pensaba en ese momento tan cercano a su más elemental noción de gloria?

Los palmeros habían estado en plena algarabía, dando brincos y hurras mientras los concursantes anteriores recorrieron el estadio para concluir parados en la cúspide de sus vidas, pero luego guardaban un respetuoso silencio para propiciar un ambiente tranquilo en el que los deportistas pudieran concentrarse y superar sus miedos. Cuando el quinto clavadista se preparó para ejecutar sus audaces maniobras voladoras, las expresiones de los vecinos del caserío Las Palmas lucieron petrificadas, como si solamente sus órganos vitales estuvieran al tanto de mantenerlos respirando.

De los saltos de los cuatro competidores anteriores, lo más notable fue cuando el segundo estuvo a punto de tocar el techo con sus pies (que puntearon, buscando prolongar la línea vertical en el giro que marcó la altura máxima de su parábola); el primer contendiente, al igual que el cuarto, intentó un doble salto mortal en el que se encogió durante las vueltas para entrar parado a la piscina; el tercero ejecutó el famoso “uno y medio”, que era un complicado ejercicio que exigía dar una vuelta entera y luego estirarse en posición perpendicular a la alberca, con las manos por delante. El quinto clavadista pegó los brazos a su cuerpo y después de aguantar la respiración se dejó caer.

La calma se rompió con el impacto. Al ver como se hacía pedazos, uniéndose a los cuerpos destrozados de los cuatro participantes anteriores y a los aplausos eufóricos de aquel público que escandalizaba una alegría incomprensible. Un público igualmente digno de haber perdido la voz siglos atrás en los entretenimientos salvajes del coliseo romano.

La piscina nunca tuvo agua pues nadie del gobierno de turno le explicó al Presidente que el clavado era un deporte acuático.

***
Fragmento de Salidas de emergencia.

martes, abril 15, 2008

Diario de Campaña de José Martí (VII)

15.―Amanecemos entre órdenes. Una comisión se mandará alas Veguitas a comprar en la tienda española. Otra al parque dejado en el camino. Otra a buscar práctico. Vuelve la comisión con sal, alpargatas, un cucurucho de dulce, tres botellas de licor, chocolate, ron y… José viene con puercos. La comida―puerco guisado con plátanos y malanga.―De mañana… frangollo, el dulce de plátano y queso, y agua de canela y anís, caliente. Viene a… Colombié, montero, ojos malos: va… de su perro amarillo. Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el General, con Paquito, Guerra y Ruenes. ¿Nos permite a los 3 solos? Me resigno mohíno. ¿Será algún peligro? Sube Ángel Guerra llamándome, y al capitán Cardoso. Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.―A la noche, carne de puerco con aciete de coco, y es buena.

Viñeta desesperada

Yo, un ente sonriente, silbante, sonante, constante cantante, vibrante, urgente y decente, puedo notar que tú que eres tan suave como la nave clave o el ave que sabe lo que cabe en el casabe, ciudad adicta a la guaracha, buena racha, coge el hacha sin tacha pues te escacha la confesión del melón y el útil diapasón de la canción, que viva el vacilón de esta generación con ilusión en la historia, (las tumbas de) la gloria, muerte a la escoria, gran victoria, notoria, nuestra euforia se perdió, cayó, rompió, soñó, saltó, inspiró a más de tres poetas, con tretas concretas, discretas, tibias metas, sin profetas ni viñetas, abajo los trompetas que estropearon el amor, el candor del trovador generador o el resplandor del verdor de aquel señor, ¡señor, no!, compañero, sincero, primero de enero, tercero para el cenicero y el florero, ¿quién dice que esto es cuero?, ¿y dónde está el baño?, es que desde antaño los extraños orinan por el caño, todo el año usan un paño y eso no me pone huraño, pues no soy tacaño, no me empaño, no regaño ni hago daño y vivo con cuatro pulmones, dos riñones, mil canciones (muchos sones), rincones y constelaciones (sabias evasiones), proyecciones e inyecciones de memoria compilada: Lada, mermelada, alguna abogada pelada y más nada que cada marejada empleada en la bajada a la cañada y la escalada forzada por la tonada del aburrimiento, mal ungüento y si no miento y cuento reviento de contento y el intento contra viento y viento me recuerda a la ¿carne de res?, ¡seguro que yes!, uno, dos y tres, me duelen los pies, siempre es ¿veintitrés?, ¡que viva el Marqués!, aunque el tipo es Conde y esconde y esconde, ¿me pregunto en dónde?, pero no hay respuesta porque mucho cuesta entender su fiesta fuera de la cesta con esta fiera bandera colgada en la tendedera y en la gozadera, ruñidera, bailadera, cumbanchera, al igual que el gato Asrael, personaje cruel, dictador sin piel, dentro de la miel detectamos hiel, con tanto papel, ¿no podré ser fiel?, ¿lealtad a quién?, ¿uno igual a cien?, me gusta Dan Den, pero no el vaivén de este viejo tren, lo repito bien: no es tan fácil, men, y aunque desahuciado, fatigado, descartado del listado de habaneros valiosos, sabrosos, generosos, caudalosos, me alegran los osos y los marsupiales, los pavos reales y los animales que no son virtuales, los caudales, los habituales y los verbales y normales recuerdos que mi paso por tus calles me entregó.

***
Publicado originalmente en Encuentro en la red.

lunes, abril 14, 2008

Diario de Campaña de José Martí (VI)

14.―Día mambí.―Salimos a las 5. A la cintura cruzamos el río, y recruzamos por él―bayás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey, de piña estrellada. Vemos, acurrucada en un lechero, la primera jutía. Se descalza Marcos, y sube. Del primer machetazo la degüella: Está aturdida: Está degollada. Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara: “¡qué dulce!” Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José. Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos. Me dan la manzana Guerra y Paquito de guardia. Descanso en el campamento. César me cose el tahalí. Lo primero fue coger yaguas, tenderlas por el suelo. Gómez con el machete corta y trae hojas, para él y para mí. Guerra hace su rancho; cuatro horquetas: ramas en colgadizo: yaguas encima. Todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del General, desuella la jutía. La bañan con naranja agria y la salan. El puerco se lleva la naranja, y la piel de la jutía, en la parrilla improvisada, sobre el fuego de leña. De pronto hombres: “¡Ah, hermanos!” Salto a la guardia. La guerrilla de Ruenes, Félix Ruenes, Galano, Rubio, los 10.―Ojos resplandecientes.

Abrazos. Todos traen rifle, machete, revólver. Vinieron a gran loma. Los enfermos resucitaron. Cargamos. Envuelven la jutía en yagua. Nos disputan la carga. Sigo con mi rifle y mis 100 cápsulas, loma abajo, Tibisial abajo. Una guardia. Otra. Ya estamos en el rancho de Tavera, donde acampa la guerrilla. En fila nos aguardan. Vestidos desiguales, de camiseta algunos, camisa y pantalón otros, otros chamarreta y calzón crudo: yareyes de pico: negros, pardos, dos españoles,―Galano, blanco. Ruenes nos presenta. Habla erguido el General. Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos. En la nueva avanzada: volvemos a hablar. Cae la noche, velas de cera, Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre guardias, me cuelga el General mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal.―Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella. El lugar se llama Vega de la…

Invitación

A los interesados: Foreign Policy Association busca bloggers voluntarios.

Donde dije digo, digo Diego

Muy a mi pesar, al hablar del foro en Madrid y el espectador airado, combiné dos anécdotas en una. María Werlau me corrige: quien la acusó de mentir no fue un miembro del público, sino (lo que es aún más triste) un panelista. Cosas veredes, Sancho.

A los lectores y a María, ofrezco mis más sinceras disculpas por tergiversar los hechos.

En palabras de Werlau:

Querido Alexis:

Para ser preciso, te sugiero corregir la anécdota. [Tu descripción] se trata de un evento que se suscitó a propósito del foro en Madrid en marzo del 2007. Fue un debate televisivo en CNN Plus que sostuve con Manuel Martín Medem, autor del libro Fidel, ¿Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti?, reciente corresponsal de televisión española en Cuba durante cuatro años. Éramos los invitados de un conocido programa cuyo anfitrión es el destacado periodista español José María Calleja. Medem no pudo más que alegar, al tratarse el tema de las víctimas, de que eran puras mentiras.

Por cierto, entre otras cosas, veo en el internet en entrevistas que ha condedido Medem que él sostiene que Cuba no es una dictadura comparada con los regímenes militares que gobernaron en Latinoamérica el siglo pasado, calificó a Osvaldo Payá de mercenario, y se refiere a la FNCA [Fundación Nacional Cubano Americana] como “mafia terrorista de Miami”.

Para tu información, fue un intercambio muy cívico (el mismo Calleja luego me dijo que era el debate más sobrio que había visto sobre temática cubana). Luego, invité a Medem a acompañarme a Madrid en el carro que me llevaba de regreso a la ciudad contratado por el canal. Le dije que para qué utilizar dos carros y así podíamos conversar. Tuvimos una conversación cordial y aproveché para entregarle material sobre el proyecto y contarle más sobre las víctimas. Le pedí que me avisara qué le parecía. Nunca más supe de él. Me parece que traté de llamarlo por teléfono antes de irme de Madrid y no di con él. Así que si sigue insistiendo en que es mentira, al menos ya no puede afirmarlo con la conciencia limpia.