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miércoles, abril 23, 2008

Diario de Campaña de José Martí (XV)

23.―A la madrugada, listos; pero no llega Eufemio, que debía ver salir a los exploradores, ni llega respuesta de la fuerza. Luis va a ver, y vuelve con Eufemio. Se han ido los exploradores. Emprendemos marcha tras ellos. De nuestro campamento de dos días, en el Monte de la Vieja, salimos monte abajo, luego. De una loma al claro donde se divisa, por el Sur, el palmar de San Antonio, rodeado de jatiales y charrascos, en la hoya fértil de los cañadores, y a un lado y otro montes, y entre ellos el mar. Es monte, a la derecha, con un tajo como de sangre, por cerca de la copa, es Doña Mariana, ése, al Sur, alto entre tantos, es el Pan de Azúcar. De 8 a 2 caminamos, por el jatial espinudo, con el pasto bueno, y la flor roja y baja del guisaso de tres puyas: tunas, bestias sueltas. Hablamos de las excursiones de Gómez cuando la otra guerra.―Gómez elogia el valor de Miguel Pérez: “dio un traspiés, lo perdonaron, y él fue leal siempre al gobierno”; “en una yagua recogieron su cadáver; lo hicieron casi picadillo”; “eso hizo español a Santos Pérez”.―Y al otro Pérez, dice Luis, Policarpo le puso las partes de antiparras. “Te voy a cortar las partes”, le gritó en pelea a Policarpo.― “Y yo a ti las tuyas.” Y se las puso.―“Pero ¿por qué pelean contra los cubanos esos cubanos? Ya veo que no es por opinión ni por cariño imposible a España.”―“Pelean esos puercos, pelean así por el peso que les pagan, un peso al día menos el rancho que les quitan. Son los vecinos malos de los caseríos, o los que tienen que pagar un delito a la Justicia, o los vagabundos que no quieren trabajar, y unos cuantos indios de Baitiquirí y de Cajuerí.” Del café hablamos, y de los granos que lo sustituyen: el platanillo y la boruca. De pronto bajamos a un bosque alto y alegre, los árboles caídos sirven de puente a la primer poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos, a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la cañada a rastras, para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia. Llegan de noche los 17 hombres de Luis, y él, solo, con sus 63 años, una hora adelante: todos a la guerra: y con Luis va su hijo.

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