Transcribo un fragmento de R.U.Y., de César Reynel Aguilera.
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Consuelo fue la embajadora entre dos mundos; al principio sola, y después con la ayuda de Bettina, empezó a borrar la última barrera, clase o estrato que seguía en pie: la que separaba a los “guapos” de los “pepillos”.
Pototo es un guapo de libro; el pelo untado con brillantina, el peinado con una raya lateral y un par de motas sobre las orejas, en cuanto pudo un bigotico y una cadena bañada en oro. El cuello de la camisa es puro almidón y está cubierto con un pañuelo fijado con presillas, las mangas tienen un filo que corta, el único ojal desabrochado deja ver un pecho que estornuda talco. La camisa va por dentro y el pantalón se abrocha a la altura del ombligo; la hebilla del cinto reluce y los genitales hacen un bulto donde empiezan las patas del pantalón, unas patas que tienen que bajar en corte recto o en campana. Los machos no se aprietan las piernas. Las botas relucen como charolina, los cordones van entre sueltos y amarrados, el cuero brilla limpiecito, tinta, betún, alcohol y candela, al que me pise lo mato. Camina de lado para que no te conozcan, mientras menos sombra mejor, un hombro por adelante, el brazo abriendo vereda, otro pañuelo tapando la boca, que no sepan si estoy hablando, que no me huelan el aliento, no quiero intriga, comentarios o vicisitudes. Hombre a todo y amigo de unos cuantos, pero de verdad, por la pura lo juro, porque madre hay una sola y padre es cualquiera. En la playa la trusa tiene que hacer bulto y los erizos se aplastan a pisotones, hombre que se deja pinchar es penco, si las púas hincan entonces hay que bañarse con tenis; y nadar con la cabeza afuera, mirando para los lados con cada brazada, sin hacer mucho alboroto, la espuma es cosa de mujeres. Eso es un guapo, el presidio sin haber estado, el peligro en cualquier esquina, los cataos siempre arriba, la candela provocada a fuerza de evitarla.
Un pepillo es Horacio con el pelo largo y despeinado, la camisa ancha y estrujada, el pantalón por la cadera y las patas en tubito; si es un Jean, mejor, si termina arrastrándose sobre unas zapatillas de marca, perfecto. Un chamaco que no está en nada, un tipo mortal, míralo cómo camina, relajado, parece un esqueleto rumbero, y con la trusa puesta se le ven los pelitos del pubis y la punta de la rabadilla. A la playa se va en chancletas o descalzo, los erizos se tantean, se les pide permiso antes de poner el pie en firme, el que se deja pinchar es un cheo que no sabe encontrar la piedra adecuada para el descanso, el que se baña con zapatos es un abusador que maltrata las olas porque les tiene miedo.
En la esquina Pototo se ríe de Horacio, en la playita es al revés, hasta que los dos aprenden a reírse juntos de Buenavista y de Miramar.
jueves, abril 10, 2008
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