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lunes, abril 14, 2008

A propósito de “Tribuna Barcelona”

Esta escena de los amantes del castrismo (allende los mares) defendiendo lo inexcusable me recuerda una anécdota que me contara no hace mucho María Werlau, directora del antes mencionado Archivo Cuba.

El año pasado, Werlau participó en calidad de panelista en un foro sobre la situación en la isla. Dicho foro tuvo lugar en Madrid. Luego de que Werlau expusiera con fechas y datos precisos y constatables un muestrario de las víctimas del régimen cubano, uno de los amanuenses de la dictadura, desde el público, le gritó: «Eso es mentira».

El grito sumado a la caterva de insultos ―por parte del espectador― es significativo. Expone, como pocas cosas, el modus operandi de los seguidores del régimen: ante la incontestable evidencia, agreden.

Viví un episodio similar a raíz del traspaso de poderes que tuvo lugar a finales de febrero en la monarquía cubana: en una mini feria de libros, un colega de la industria osó pedirme mi opinión sobre el Heredero en Jefe©. Cuando le dije que si Pinochet o Franco o cualquier otro dictador pasara el poder a su hermano en The New York Times habría una avalancha de editoriales en su contra, una cadena de infartos masivos o ambas, mi interlocutor contestó que no podía comparar a Fidel con Pinochet, pues este último era un «dictador malo». Lo dijo con esas palabras. Luego de preguntarle si creía que el mandatario cubano era un “dictador bueno” y pedirle que me explicara dónde radicaba la diferencia entre dictaduras buenas y malas ―habida cuenta de que con los 49 años que detentó el poder en Cuba, Castro había casi triplicado el número de víctimas y la permanencia en el poder de su homólogo chileno―, el castrista light me dijo que habíamos ido a la feria del libro a hacer negocios, no a discutir de política.

Estos ejemplos muestran la férrea voluntad de no escuchar que se gastan quienes prefieren creer en aquella utopía que les vendieron a precio de saldo a principios de los sesenta. Es duro para ellos, después de tantas décadas, admitir que les dieron gato por liebre. A nadie le gusta que le pinchen el globo, aunque sea un globo tinto en sangre.

Al margen de eso, debemos seguir insistiendo en mostrar la naturaleza despótica del régimen en cuanta oportunidad se presente, aunque esté más que demostrado que no se le puede dar la verdad a quien no sabe qué hacer con ella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En realidad Franco sí que designó un sucesor, aunque no era su hermano. Además, tuvimos la gran suerte de que tuviera alma de demócrata, como demostró entonces y también en posteriores ocasiones.

Alexis Romay dijo...

Tienes razón, Amalia. ¡Gracias por la visita! Regresa...