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domingo, abril 13, 2008

El regreso del Chacal

1
Hace cuestión de un año, un artículo de The New York Times sobre José Conde suscitó una nota en Penúltimos días, así como un hostil intercambio de comentarios entre al menos un par de lectores de dicho blog.

A decir verdad, la canción de José Conde y Ola Fresca ―cuyo video clip aparece en el enlace a la nota de PD― no se me antojó nada del otro mundo; esto es: ni tan buena como para ameritar una mención en el NYT, ni tan mala como para merecer el despecho o el olvido. Así que me olvidé del asunto.

2
La semana pasada, una amiga me regaló Café cubano, un disco del sello Putumayo Records. (A los melómanos: lo he buscado en todas partes, pero aún no ha salido a la venta; ni siquiera está anunciado en la página web de la disquera). La carátula deja mucho que desear: presenta esa imagen bucólica que a ratos se tiene de la isla. Sólo faltan el taparrabo, el taburete y la tacita de café para convoyar el título del álbum.

Con esos truenos, pospuse el momento de sentarme a escuchar el CD… hasta que por fin anoche decidí meterle mano. Las notas de apertura de la primera canción me recordaron un poco a “Marc Ribot y los cubanos postizos”: una mezcla agraciada de tambores con guitarras, algo que Habana Abierta define ―y ejecuta― con gracia inimitable: el rock and roll con timba. Pero cuando después del segundo compás entró la letra, ésta me hizo soltar lo que estaba haciendo y prestarle atención a lo que cantaba José Conde:

Obligaron a ponerte
en histórica altura,
promovieron tu bravura
al mundo entero con tu muerte.

Aquí se quedó tu cara
en camisetas y postales…
No dicen todas las verdades
del Chacal de la Cabaña.

La canción que interpreta Ola Fresca es un buen ejemplo de cómo arar con útiles mellados o cómo construir sobre los escombros. Conde modificó la letra y la melodía de la plañidera “Hasta siempre, Comandante” ―que compusiera e interpretara hasta el hastío Carlos Puebla― lo suficiente como para hacer que la nueva canción se disfrute y lo ponga a bailar a uno por sus propios méritos, pero no demasiado como para que ésta perdiera vínculo con el lamento guevariano de Charly People.

Hay un inconveniente: “El Chacal” sólo puede ser apreciado a plenitud por un grupo selecto: quienes vivieron en la isla desde finales de los sesenta hasta quienes la habitan estos días. Hoy ―por poner un ejemplo fresquito―, se la tarareaba a unos compatriotas que ―por haberse fugado de la jaula grande hace varias décadas―, desconocían el original de Puebla y, aunque les gustó la idea, no captaron las varias vueltas de tuerca que presupone el tema de Conde. En ese aspecto, “El Chacal” recuerda al proverbial árbol que se cae en medio del monte: si no hay alguien por los alrededores que se entere, ¿se cayó en realidad? (Aclaro que no intento hacer leña del árbol caído).

No es difícil encontrar sátira en la música popular cubana. Sin embargo, una buena parodia cuesta tiempo y talento. El resto del álbum depara muy gratas sorpresas, entre las que se cuentan “Ay, mi vidita”, de Pedro Luis Ferrer, “Morenita”, de La Orquesta Mágica de La Habana y “Fue una de mambo”, de Kelvis Ochoa. Pero si recomiendo que se tomen un buchito de este Café cubano, es para que no se pierdan las venturas y desventuras del Chacal de la Cabaña.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hijo de puta, cualquiera que hable mal del che es un maldito gusano hijo de puta, traidor, y tu por dar cabida a esa mierda podes ir a chingar a tu puta madre.