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martes, abril 08, 2008

Al César lo que es del César

Hace poco menos de un mes, a propósito de un excelente artículo suyo, acordé con César Reynel Aguilera un intercambio de libros. El canje quedó a pedir de boca: imagino que ambas novelas se cruzaron en la frontera que delimita al Norte de su vecino del norte y, al cabo de una semana, ya había recibido mi ejemplar de R.U.Y., obra que recrea con estructura y prosa inolvidables cómo se vive y se muere en el país de las siglas.

No me extrañó en lo absoluto que la novela me enganchara desde la primera línea. Ya Aguilera había demostrado con creces su dominio del arte de narrar en infinidad de textos publicados en Penúltimos días, de los cuales “La ribera del tueste” acontece precisamente en el barrio que vio crecer a su protagonista, el nunca bien ponderado Ruy Urrutia Yánez. Lo que sí me llamó la atención fue el hecho de que una obra tan compleja se dejara leer con tanta facilidad. Compuesta de un mar de viñetas que relatan una multiplicidad de historias que van saltando de pasado a presente y viceversa con la precisión de un Rolex Air King (artefacto caro al protagonista), R.U.Y. es Rayuela, pero con sentido del humor.

Los personajes de Aguilera gozan de una profundidad abrumadora. Son más tridimensionales que gente con quien comparto café matutino e incontables reuniones. Hasta el gato tiene personalidad en este libro. (Esto es literal. Hay un gato que tiene personalidad).

A los incautos: abrir R.U.Y. es condenarse ―grata condena― a leer la novela de una sentada. Es rastrear La Habana en busca de un reloj maldito. Es ir a Angola a cazarle la pelea a Savimbi, o salir a repartir mil trompones y recibir otros tantos desde las alturas de Buenavista hasta las bajezas de Miramar. Es financiar una carrera de medicina con ciertos negocios turbios. Es sumergirse hasta el primer veril y no querer salir a por aire. Y es intimar con Ruy, Bettina, Humbertico, El Loco, El Puppy, Nieves la Negra y todo un catálogo tan diverso como verosímil de personas (que no personajes). Es intuir cómo piensan y qué les quita la picazón a estos seres que buscan aliviarse ese escozor que provoca el vivir rodeado de la maldita circunstancia y que sólo se puede curar, si acaso, con la única libertad que es posible alcanzar en la isla: esa que enarbola el sexo como bandera.

Pocos libros he recomendado en mi vida con tanta vehemencia.

***
Portada: «Venn con vista al mar», Jennifer Grossman

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bustrofedon

No hay libro que reseñes que no provoque urgencia de leer. Acepto mi condena.