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sábado, mayo 17, 2008

La noche de anoche

Salvando las distancias y los horrores, ¿qué tiene en común un espectáculo de variedades que comienza a las siete de la noche y se extiende hasta las dos de la madrugada con una dictadura próxima a cumplir medio siglo? Elemental, Watson. Que hay cosas que no deberían durar tanto.

Luego de casi una década por estos lares, es de suponer que ya sabría a qué atenerme en determinadas circunstancias. Pero cualquiera diría que anoche pagué la novatada. Y la pagué por llegar temprano. Y por crédulo. Salí rumbo al teatro (que hace las veces de salón de bailes o viceversa) luego de prolongar a conciencia y de mutuo acuerdo un café de media tarde con mi estimado Eufrates del Valle ―quien, a pesar de que tenía en planes asistir a la velada, en su inmensa sabiduría, decidió pasarse con ficha―. Ah, Eufrates, ¡enséñame cómo lo haces, Maestro!

Recién daban las cinco y llovía con una impertinencia propia de mayo. Al despedirme del previsor Eufrates, aún estaba al otro lado del túnel, en Nueva York, en medio de la hora pico. Iba rumbo al Holland Tunnel, antro que, una vez más, se regodeaba en su tráfico vespertino. (Los neoyorquinos deben haberlo bautizado Holland Tunnel porque en ocasiones es más fácil y rápido llegar a Holanda que a Nueva Jersey). Pero como había partido con la fresca, llegué al Schuetzen Park con tiempo para matar. (La metáfora no es gratuita. Durante la noche se me despertarían insólitos instintos homicidas).

Faltaba un cuarto para las siete cuando Enrisco, que tenía mi ticket, me llamó para alertarme que venía con unos quince minutos de atraso. Dichoso él. (Como me precio de conocer a mis amigos, le sumé quince minutos más a su optimismo). Las puertas abrirían a las siete en punto. Pero entre lo que el palo iba y venía, descansaba el hacha. Ya en el lobby se congregaba una multitud que pedía el último y que, en su bullicioso entusiasmo, me hizo salir a la intemperie, alegando mi proverbial alergia a las colas. Enrique no tardó mucho más de lo pronosticado. Ticket en mano, llegaba como quien va a una guerra o vuelve de ella. Saludo efusivo. Cacheo a la entrada. Resignados, pedimos que nos condujeran a la mesa reservada a Paquito D’Rivera y Armando López. Y una vez allí, de las 7:20pm a las 8:30pm, estuvimos hablando por señas; estudiando el panorama; bebiendo; él, un Jack Daniels; yo, una cerveza cualquiera. Hablábamos por señas pues el disc jockey tenía el volumen a límites jamás escuchados (valga la imagen, no el sonido). Las mesas temblaban. El público sufría en la espera. Enrique y yo nos turnábamos para ir hasta la mesa del torturador a pedirle que bajara los decibeles. El bárbaro, como la de Lima. Yo que me había ido de Cuba, entre otros motivos de infeliz mención, para no tener que volver a escuchar “Lady Laura”, ahora me veía forzado a tararearla en versión merengue, a todo lo que daban las bocinas. Cuéntame un cuento, Lady Laura. Y el cuento, a esa hora, habría sido de horror y misterio.

En vista de que la comida que ofrecían para picar (frita y deprimente) no estaba a la altura del momento histórico y a un paso de la sordera total, decidimos salir a comer a otra parte. Llamamos al resto del grupo para que se nos uniera en un restaurant de la 32 y Bergen. Salimos a pie, para no perder mi sitio en el parqueo, que estaba abarrotado. El chubasco nos perseguía como la Seguridad del Estado a los disidentes.

Al poco rato de llegar al restaurant, se nos sumaron, Paquito, Brenda Feliciano, Armando López, Frank Zimmerman, Martín Ruiz y Mayra (cuyo apellido desconozco). Gente buena. La comida fue grata, entre risas, bacalao con pan ―que comiera el Paco, quizá rememorando sus tiempos en Irakere― y los mil y un cuentos que intercalaran Frank y Armando. A las diez de la noche, luego de sendos flanes de coco para matar la jugada y sendas tazas de café cubano para alejar los demonios, salimos andando, que, dicen, es la mejor manera de quitar el frío.

Al llegar al Schuetzen Park, nos esperaba a la mesa David Oquendo y su esposa (cuyo nombre, entre la cerveza y la bulla, no escuché). Desde el escenario, “Azuquita” imitaba a Celia Cruz con mucha gracia y menos voz. En algún momento se le fue un gallo de Morón y lo disimuló muy bien. Pero cuando a éste le siguió el gallinero en vilo, paró de cantar (mientras la música seguía andando) y preguntó: «¿No se oye?». Hubo risas benignas. Hay gente que nace con carisma. Y esta señora me ganó con su inesperada salida de emergencia. (A quienes no hayan leído la novela: ¿a qué esperan, tiernas criaturas? Fin del comercial).

Poco antes de las once, Enrique colgó los guantes. Hasta el momento, el espectáculo ―palabra, en esta ocasión llana y aguda, con énfasis en las dos sílabas finales― era, cuando menos, lamentable. Pero diez minutos después de que el Henry hiciera mutis por el foro, llegó el plato fuerte. A decir verdad, lo de Alexis Valdés fue apoteósico. Entró a escena encarnando a su popular Cristinito. Y el teatro, a cupo lleno, se fue abajo. Reí desde que abrió con aquel: «¿cómo se dice toro gay en inglés? Repuesta: Gatorade» (que se pronuncia guei-toreid), hasta que abandoné el salón, a la una y media, con el Paq-Man y Brenda, de ilustre compañía.

Hay palabras cuya sola mención me provoca una incomodidad similar a la que siente cualquier escolar cuando la tiza de la maestra raya la pizarra. De esas palabras, destaco: actividad, mural, brigada. Este evento, de alguna manera, evocó esa olvidada trinidad.

A Alexis Valdés: gracias por rescatar lo rescatable. A los aquí aludidos: gracias por hacer más leve la tortura.

A los lectores: el lunes, cortesía de Jorge Gómez, colgaré fotos de la velada.

11 comentarios:

Eufrates del Valle dijo...

LOL!!!!

Que manera de reirme, estimado Bustro. A usted, que no le gusta medir a la gente por su edad, le demuestro que mas sabe el diablo por viejo que por diablo. Para algo existe lo vivido!!!!!

No pare de reirme leyendote.

Alexis Romay dijo...

Estimado Eufrates: ¡Gracias!

Anónimo dijo...

Gracias. Toda gente muy buena la que vio usted anoche. Aunque faltó EdV. Grosse Tête.

Anónimo dijo...

Pero es que conoces a Paquito,Brenda y Armando, saludalos de mi parte y espero verlos la proxima vez que vaya a Miami, (estoy muy lejos), ya me parecia conocido ese choteo tuyo cuando escribes,a lo mejor nos conocemos de Cuba, digo si eres senior, pues yo soy una memere de, la vieja generacion, no te preocupes por las comas, a mi tambien me encanta poner por todas partes, saludos de la franco-cubana.

Alexis Romay dijo...

Grosse Tête: Un placer verle por estas páginas.

Franco-cubana: Sí, por acá he tenido la oportunidad de conocer a Paquito, Brenda, Armando y otros seres entrañables. Me agrada que mi choteo te resulte familiar. A lo mejor nos conocemos de La Habana. Aquí te paso un enlace con una nota biográfica y una foto. A lo mejor me reconoces: http://www.alexisromay.com/alterego_span.htm.

Saludos,
B.

Anónimo dijo...

OK alla voy, aunque creo vi tu foto en algun comentario que dejaste en otro blog, pero bueno puede ser un avatar, FC

Aguaya dijo...

Ves? eso es lo que por aquí falta :-(
Cómo me hubiera gustado estar allá para ver en vivo a Alexis y para martirizarme un poco con la antesala, cosas que se extrañan de verdad cuando no se ven en años...
Saludos desde Berlín!

Anónimo dijo...

Hola Alexis, divertido evento y buen relato del mismo...
saludos,

Frank Z

Isis dijo...

Gracias, Bustro, por esta deliciosa crónica. Y la metáfora del chubasco!
Saludos,
Isis

Alexis Romay dijo...

Aguaya: el martirio de la antesala habría sido menos si hubieras estado presente.

Frank: Divertido evento, en parte, gracias a ti.

Isis: Imagino el próximo lema del castrismo: “El chubasco: ¡un arma de lucha de la revolución!”.

Aguaya dijo...

Ya lo creo que sí! La mesa de ustedes hubiera estado divertidísima. Qué artistas ni ocho cuartos! :-)