No hace mucho, en su visita a Venezuela, Sean Penn declaró ante las cámaras que le han dado fama y fortuna: «Vine en busca de un gran país y he encontrado un gran país». La sinceridad de Penn me deslumbró: el actor optó por esconderse delante de sus prejuicios. No dijo que había ido a Venezuela a conocer el país. Penn fue, como las gallinas, directo al grano. ¿Quién tiene tiempo para conocer un país extranjero si ya decidió de antemano que es un “gran país”? Pasó por el pueblo, pero no vio las casas.
A propósito de ilusiones ópticas, hace un par de días leí un texto de Wendi Guerra titulado “La Habana y sus rutas interiores”. Por más que le di vueltas no logré reconocer esa ciudad que Guerra describe a manera de guía turística. Me llamó la atención que en el párrafo de cabecera la autora enfatizara que «no es el prisma turístico, no es el lado oficial, pero puedes decir que en sólo unos días tú sí que conociste la capital cubana». Discrepo. Siempre he pensado que La Habana ―esta Habana que describe Guerra y, ya que estamos, el resto de la isla― es una gran pecera colorida y antiséptica, diseñada para que los turistas que van ―como Sean Penn a Venezuela― en busca de un “gran país”, lo encuentren. Al margen de las cámaras desechables y los martinis a la roca quedarán los apagones, la represión, las miserias humanas, las colas del pan, los balcones al borde del colapso, la desidia que se come a la isla hambrienta mientras los neocolonialistas degustan un plato de camarones y admiran el paisaje.
El texto de Guerra contrasta con la carta que me enviara hace una semana Francesca Sammartino ―traductora de mi novela al italiano y hermana mía; no en ese orden―. Con su autorización, la reproduzco abajo, convoyada de unas fotos que tomara en el periplo mi sorella.
***
Hermano:
Aquí estamos. Acabamos de volver crecidos, diferentes, de nuestro viaje a la isla verde. Es difícil describir todo el viaje, y complejo decir lo que vimos y aprendimos, pero en fin, lo intentaré. Llegamos a La Habana por la noche, nadie nos estaba esperando y la primera cosa que me pareció rara fue que fuera del aeropuerto casi no había luces. De hecho, mientras esperábamos la guagua para el hotel, hubo un apagón (el chofer diría con un impresionante sentido del humor, un “alumbrón”, ya que parece ser la norma esa y no al revés). Nos chocó ver la gente que andaba por las calles oscuras a las tantas de la noche, tranquilitos o sentados fuera de las casas esperando no se sabe bien qué. Llegamos al hotel y nos desmayamos del cansancio.
Al día siguiente nos llamó nuestro guía que resultó ser un ambiguo personaje de casi 70 años que trabajaba para Cubatour, prácticamente el único tour operador que existe en la isla. La cosa más bonita fue saber que sólo éramos Luciano y yo los del “grupo”, eso quería decir que teníamos a un chofer y a un guía solo para nosotros.
Aquí va brevemente el tour que hicimos:
12- Llegada a La Habana
13- La Habana, Santa Clara, Trinidad
14- Trinidad
15- Trinidad, Sancti Spiritus, Camagüey
16- Camagüey, Bayamo, Santiago
17- Santiago
18-19- Santiago, La Habana
20- La Habana
21- La Habana, regreso
No sé por qué quisieron enseñarnos como primera ciudad Trinidad que sí que es bonita, muy coloreada y colonial, pero increíblemente pobre. La verdad es que durante toda la estancia no me podía creer que fuera tan pobre. Y lo que más me fastidiaba era pensar que hay un montón de gente (entre los mismos políticos que tenemos aquí) que siempre hablan de Cuba como del paraíso perdido. Y la verdad es que por naturaleza y maravilla de la gente lo es, pero no se puede esconder una pobreza tan descarada cuya motivación parece gritada a voces. Tuvimos miles de experiencias impresionantes para nosotros: ver plantas de café (¡que por lo visto no crece en paquetes de lavazza!), comer mangos desde el mismo árbol, oler el aire que sabía a flores de unos pueblitos de la montaña, ¡ver montañas con palmas! (¿pero la montaña no era aquella cosa con rocas y nieve?), ver cebúes, cocodrilos, iguanas, cangrejos que cruzaban las calles desafiando las ruedas sin piedad de nuestro chofer (uno se coló en nuestra habitación y dormimos con él), océanos de caña de azúcar, mares de personas a los lados de cualquier carretera esperando para que alguien los llevara a algún lugar, un mar preciosísimo salado y cálido, plátanos y bananas de formas y colores nunca vistos, todos los carros de los años 50 ―que no caben ni en un museo de carros de los años 50― apañados con cualquier tipo de ajuste, casas de estilo “estático-milagroso”, puros inverosímiles, niños, niñas, muchachos y hombres de una belleza despampanante de los que te preguntas si en serio no son actores o algo, tormentas tropicales que pensabas que iban a acabar con el ser humano, casas coloreadas que parecían pintadas por niños alegres (verdes, azules, rosas, rojas amarillas, como debería ser pintado el mundo), mariposas y lagartos de colores inquietantes, ridículos cambios de guardia a unos 32 grados centígrados con humedad tropical que derretían los cuerpos majestuosos de hombres en uniforme, tumbas de patriotas de guerras y patriotas del son, casas de la trova de un azul esperanzoso, culos olimpiónicos de negras generosas, ceguera hipócrita de blancos aturdidos, pavos reales, soportales decrépitos, pies hambrientos de zapatos, edificios de un pasado prometedor, amigos de primos hermanos de abuelos del que una vez prestó un bolígrafo a Hemingway para apuntarse la lista de la compra, banderas nacionales del primer tipo y del segundo, carteles de propaganda escritos por niños adultos y niños pequeños, colas para el abastecimiento, eufemismos crueles, controles ridículos de guardias en el aeropuerto, fuera del aeropuerto, cinco veces por la misma persona, aviones con hélices, falta de información, periódico de papel reciclado de solo dos colores, banderas del 26 de julio, océano aullante, hojas de todas las formas y tonalidades de verde, blanco de sonrisas, piel caoba, semillas que nunca crecerán en esta parte del charco, orgullo...
Lo que no hemos visto: libertad.
Sé que es parcial e incompleta la descripción y que llevaré bastantes cartas sobre el mismo asunto, pero en fin, por algún lado quería empezar.
Pues, nada, he de ir. Volveré a contarte cosas de la isla verde. Por ahora te dejo algunas fotos que nos costaron un maravilloso aguacero... Llegamos a Belascoaín y Neptuno y sacamos éstas; espero reconozcas algo.
A propósito de ilusiones ópticas, hace un par de días leí un texto de Wendi Guerra titulado “La Habana y sus rutas interiores”. Por más que le di vueltas no logré reconocer esa ciudad que Guerra describe a manera de guía turística. Me llamó la atención que en el párrafo de cabecera la autora enfatizara que «no es el prisma turístico, no es el lado oficial, pero puedes decir que en sólo unos días tú sí que conociste la capital cubana». Discrepo. Siempre he pensado que La Habana ―esta Habana que describe Guerra y, ya que estamos, el resto de la isla― es una gran pecera colorida y antiséptica, diseñada para que los turistas que van ―como Sean Penn a Venezuela― en busca de un “gran país”, lo encuentren. Al margen de las cámaras desechables y los martinis a la roca quedarán los apagones, la represión, las miserias humanas, las colas del pan, los balcones al borde del colapso, la desidia que se come a la isla hambrienta mientras los neocolonialistas degustan un plato de camarones y admiran el paisaje.
El texto de Guerra contrasta con la carta que me enviara hace una semana Francesca Sammartino ―traductora de mi novela al italiano y hermana mía; no en ese orden―. Con su autorización, la reproduzco abajo, convoyada de unas fotos que tomara en el periplo mi sorella.
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Hermano:
Aquí estamos. Acabamos de volver crecidos, diferentes, de nuestro viaje a la isla verde. Es difícil describir todo el viaje, y complejo decir lo que vimos y aprendimos, pero en fin, lo intentaré. Llegamos a La Habana por la noche, nadie nos estaba esperando y la primera cosa que me pareció rara fue que fuera del aeropuerto casi no había luces. De hecho, mientras esperábamos la guagua para el hotel, hubo un apagón (el chofer diría con un impresionante sentido del humor, un “alumbrón”, ya que parece ser la norma esa y no al revés). Nos chocó ver la gente que andaba por las calles oscuras a las tantas de la noche, tranquilitos o sentados fuera de las casas esperando no se sabe bien qué. Llegamos al hotel y nos desmayamos del cansancio.
Al día siguiente nos llamó nuestro guía que resultó ser un ambiguo personaje de casi 70 años que trabajaba para Cubatour, prácticamente el único tour operador que existe en la isla. La cosa más bonita fue saber que sólo éramos Luciano y yo los del “grupo”, eso quería decir que teníamos a un chofer y a un guía solo para nosotros.
Aquí va brevemente el tour que hicimos:
12- Llegada a La Habana
13- La Habana, Santa Clara, Trinidad
14- Trinidad
15- Trinidad, Sancti Spiritus, Camagüey
16- Camagüey, Bayamo, Santiago
17- Santiago
18-19- Santiago, La Habana
20- La Habana
21- La Habana, regreso
No sé por qué quisieron enseñarnos como primera ciudad Trinidad que sí que es bonita, muy coloreada y colonial, pero increíblemente pobre. La verdad es que durante toda la estancia no me podía creer que fuera tan pobre. Y lo que más me fastidiaba era pensar que hay un montón de gente (entre los mismos políticos que tenemos aquí) que siempre hablan de Cuba como del paraíso perdido. Y la verdad es que por naturaleza y maravilla de la gente lo es, pero no se puede esconder una pobreza tan descarada cuya motivación parece gritada a voces. Tuvimos miles de experiencias impresionantes para nosotros: ver plantas de café (¡que por lo visto no crece en paquetes de lavazza!), comer mangos desde el mismo árbol, oler el aire que sabía a flores de unos pueblitos de la montaña, ¡ver montañas con palmas! (¿pero la montaña no era aquella cosa con rocas y nieve?), ver cebúes, cocodrilos, iguanas, cangrejos que cruzaban las calles desafiando las ruedas sin piedad de nuestro chofer (uno se coló en nuestra habitación y dormimos con él), océanos de caña de azúcar, mares de personas a los lados de cualquier carretera esperando para que alguien los llevara a algún lugar, un mar preciosísimo salado y cálido, plátanos y bananas de formas y colores nunca vistos, todos los carros de los años 50 ―que no caben ni en un museo de carros de los años 50― apañados con cualquier tipo de ajuste, casas de estilo “estático-milagroso”, puros inverosímiles, niños, niñas, muchachos y hombres de una belleza despampanante de los que te preguntas si en serio no son actores o algo, tormentas tropicales que pensabas que iban a acabar con el ser humano, casas coloreadas que parecían pintadas por niños alegres (verdes, azules, rosas, rojas amarillas, como debería ser pintado el mundo), mariposas y lagartos de colores inquietantes, ridículos cambios de guardia a unos 32 grados centígrados con humedad tropical que derretían los cuerpos majestuosos de hombres en uniforme, tumbas de patriotas de guerras y patriotas del son, casas de la trova de un azul esperanzoso, culos olimpiónicos de negras generosas, ceguera hipócrita de blancos aturdidos, pavos reales, soportales decrépitos, pies hambrientos de zapatos, edificios de un pasado prometedor, amigos de primos hermanos de abuelos del que una vez prestó un bolígrafo a Hemingway para apuntarse la lista de la compra, banderas nacionales del primer tipo y del segundo, carteles de propaganda escritos por niños adultos y niños pequeños, colas para el abastecimiento, eufemismos crueles, controles ridículos de guardias en el aeropuerto, fuera del aeropuerto, cinco veces por la misma persona, aviones con hélices, falta de información, periódico de papel reciclado de solo dos colores, banderas del 26 de julio, océano aullante, hojas de todas las formas y tonalidades de verde, blanco de sonrisas, piel caoba, semillas que nunca crecerán en esta parte del charco, orgullo...
Lo que no hemos visto: libertad.
Sé que es parcial e incompleta la descripción y que llevaré bastantes cartas sobre el mismo asunto, pero en fin, por algún lado quería empezar.
Pues, nada, he de ir. Volveré a contarte cosas de la isla verde. Por ahora te dejo algunas fotos que nos costaron un maravilloso aguacero... Llegamos a Belascoaín y Neptuno y sacamos éstas; espero reconozcas algo.
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Fotos: cortesía de Francesca Sammartino.
13 comentarios:
very nice! hahahahaha
So that those who will accidentally visit your site will not waste there time with this stupid topics.
Yo también leí el artículo de W.G. y no reconocí La Habana, puede ser que tuvo un sueño muy lindo...
Saludos
F.C.
Mi piace la lettera di tua sorella, davvero!
Infelizmente, la fama general del visitante italiano en la gran antilla es bastante mala. Mas, si en la propia Italia conviven Toscana y Campania...
Y en cuanto a Wendy, pues, si fuera más receptiva dando, seguramente tendría más dentro. Pero eso probablemente ya lo sabías.
WG es una protegida de García Márquez, además de megalómana que va robándole trozos de personalidad a la gente, y ella no tienen ninguna. No lee, y de La Habana no sabe absolutamente nada. Rodoendo.
Muy bueno, estimado Bustro. Felicidades a tu hermana/traductora, por captar tan rapido la realidad que tratan de esconder tanto las agencias turisticas, el gobierno y el articulo de alguien que se llama Wendy Guerra sobre la verdadera escena cubana.
Alexis, requetebueno este post. La italiana ha estado mas clara que la cubana. Deberia darle verguenza a la cubana. Tendra, como para darle...?
También mi paisaje está sin río. ¿Dónde corren ahora sus aguas?
Se te extraña.
QF
Creo que eso es un reclamo amoroso, amigo Bustro. Dediquele un tiempo a esa dama y la poesia saldra fortalecida.
No, Celimar. No se imagine cosas... Es sin duda amor, pero en otra de sus tantísimas bellas formas.
QF
Ah, olvidé decirte que la carta de tu hermana italiana, esa si refleja bien la realidad cubana.
Re-saludos
F.C.
También mi paisaje está sin río. ¿Dónde corren ahora sus aguas?
Se te extraña.
Estimada(o)QF, la verdad no imagino en que otra forma. Si su paisaje esta sin rio y añorando las aguas que un día corrieron en él, ¿No es justo pensar que la pregunta tiene una dosis de reclamo, sobre todo si el "ahora" deja entender que la aguas ausentes son las mismas por las que pregunta y extraña. Bueno, no se. Las relaciones humanas son complejas.
Ya veo que le ha estado dando vueltas a mi respuesta. No se equivoca esta vez, hay "una dosis de reclamo" y vuelve a estar acertado: las relaciones humanas son muy complejas. Pero no me mire usted en sus aguas, yo tengo mi propio reflejo.
QF
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