1
La comidilla del momento no es otra que el par de zapatos que le lanzara un dizque periodista iraquí al presidente George W. Bush durante una conferencia de prensa otorgada por éste en su visita sorpresa al país sacudido tanto por la brutalidad de la guerra como por la brutalidad de los brutos. “Dizque periodista” pues dejó de serlo en el momento en que se quitó el primer zapato y se lo zumbó a la cara del mandatario estadounidense. Poniendo las cosas en términos bien simples: la labor del periodista constituye en entrevistar a quien tira el zapato —si es antes del “performance”, mejor—, determinar el origen del disgusto del lanzador del calzado, averiguar la marca del zapato, o cómo llegó a la mano que lo lanzará al vacío (o a la cara presidencial), o, ya una vez consumado el hecho, calcular la velocidad que alcanzó en su trayecto el proyectil, o especular sobre qué habría pasado de haber hecho contacto con el rostro del visitante, o indagar sobre los daños que el impacto causó en la víctima... pero el acto de quitarse el zapato y dispararlo contra el gobernante está fuera de la jurisdicción de quien diga representar al cuarto poder.
2
Desde que las cámaras atraparan los zapatos en pleno vuelo hasta ahora que escribo esta nota, con toda seguridad ya el clip de la “despedida peletera” habrá sido visto más veces que la cinta porno de Paris Hilton. Reúne todos los requisitos —presidente norteamericano, zapato volador, por nombrar los elementos que tienen más gancho— para convertirse en uno de esos fenómenos virales —como el video del “león Christian”— que la gente se envía y reenvía y que, cual si fuera un credo, cuelga en su página de Facebook, blog, o cualquier otra plataforma de conexión social en la red. He visto el video del tiro al blanco (valga la expresión) en par de ocasiones y debo admitir que no me hizo ninguna gracia. Y me alegré de que el presidente esquivara los zapatos con la misma destreza con que años atrás eludiera su participación en la guerra de Vietnam.
3
No es que esté en contra de que se les tiren zapatos a los jefes de estado. ¡En lo absoluto! Sin embargo, en dicho contexto, a mí particularmente me habría gustado ver esos zapatos rumbo a la cara de Saddam Hussein. O, por poner un ejemplo que me toca más de cerca y a este lado del océano, a la cara de alguno de los hermanos Castro. (¿Por qué nadie les tira un zapato a esos señores? La respuesta es bien simple: porque es mucho más fácil tirarle un zapato a un presidente —bueno, malo, regular— de los Estados Unidos y luego posar de héroe antiimperialista que tirarle el mismo zapato a un dictador que no cree ni en la madre que lo parió. Los perros siempre saben de qué palo rascarse). Pero regreso al hombre de letras que devino lanzador de calzado: en su caso lo que me preocupa no es el acto, sino quien lo ejecuta: un supuesto periodista.
4
Este supuesto periodista tal vez no quiera admitirlo, pero con su recién adquirida libertad de prensa (gracias a las tropas del gobierno norteamericano, todo sea dicho), tenía otras maneras de ridiculizar (y de pedirle cuentas) al gobernante ajeno. Pudo hacer como Lee C. Bollinger, presidente de Columbia University, quien en septiembre de 2007 recibió al mandatario iraní Mahmoud Ahmadinejad con el siguiente preámbulo: «Señor Presidente, usted muestra todas las señales de ser un mezquino y cruel dictador (…). Usted es abiertamente provocador o increíblemente ignorante». ¡Así es como se tira un zapato!
5
Huérfanas de otra cosa que comentar, las cadenas de televisión no se han cansado de repetir aquello de que mostrar la suela de un zapato es un grave insulto en la cultura árabe. Eso tiene un ligero inconveniente: el presidente de los Estados Unidos no pertenece a dicha cultura, por tanto, para él, al igual que para el resto de Occidente, este acto representa única y exclusivamente eso: un tipo que lo odia y que ha decidido tirarle un zapato. Además: ¿hemos caído tan bajo, tan torpes somos que nos tienen que explicar la significación de un zapato tirado a cabeza ajena? Al oír a los comentaristas diseccionar las interpretaciones del atentado, recordé una escena de Stardust Memories, de Woody Allen, en la que un periodista —faltaría más— le pregunta al personaje que interpreta Allen (un director de cine), que qué representa el Rolls Royce en tal o cual escena de su más reciente película. A lo que el aludido responde: «representa el carro».
La comidilla del momento no es otra que el par de zapatos que le lanzara un dizque periodista iraquí al presidente George W. Bush durante una conferencia de prensa otorgada por éste en su visita sorpresa al país sacudido tanto por la brutalidad de la guerra como por la brutalidad de los brutos. “Dizque periodista” pues dejó de serlo en el momento en que se quitó el primer zapato y se lo zumbó a la cara del mandatario estadounidense. Poniendo las cosas en términos bien simples: la labor del periodista constituye en entrevistar a quien tira el zapato —si es antes del “performance”, mejor—, determinar el origen del disgusto del lanzador del calzado, averiguar la marca del zapato, o cómo llegó a la mano que lo lanzará al vacío (o a la cara presidencial), o, ya una vez consumado el hecho, calcular la velocidad que alcanzó en su trayecto el proyectil, o especular sobre qué habría pasado de haber hecho contacto con el rostro del visitante, o indagar sobre los daños que el impacto causó en la víctima... pero el acto de quitarse el zapato y dispararlo contra el gobernante está fuera de la jurisdicción de quien diga representar al cuarto poder.
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Desde que las cámaras atraparan los zapatos en pleno vuelo hasta ahora que escribo esta nota, con toda seguridad ya el clip de la “despedida peletera” habrá sido visto más veces que la cinta porno de Paris Hilton. Reúne todos los requisitos —presidente norteamericano, zapato volador, por nombrar los elementos que tienen más gancho— para convertirse en uno de esos fenómenos virales —como el video del “león Christian”— que la gente se envía y reenvía y que, cual si fuera un credo, cuelga en su página de Facebook, blog, o cualquier otra plataforma de conexión social en la red. He visto el video del tiro al blanco (valga la expresión) en par de ocasiones y debo admitir que no me hizo ninguna gracia. Y me alegré de que el presidente esquivara los zapatos con la misma destreza con que años atrás eludiera su participación en la guerra de Vietnam.
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No es que esté en contra de que se les tiren zapatos a los jefes de estado. ¡En lo absoluto! Sin embargo, en dicho contexto, a mí particularmente me habría gustado ver esos zapatos rumbo a la cara de Saddam Hussein. O, por poner un ejemplo que me toca más de cerca y a este lado del océano, a la cara de alguno de los hermanos Castro. (¿Por qué nadie les tira un zapato a esos señores? La respuesta es bien simple: porque es mucho más fácil tirarle un zapato a un presidente —bueno, malo, regular— de los Estados Unidos y luego posar de héroe antiimperialista que tirarle el mismo zapato a un dictador que no cree ni en la madre que lo parió. Los perros siempre saben de qué palo rascarse). Pero regreso al hombre de letras que devino lanzador de calzado: en su caso lo que me preocupa no es el acto, sino quien lo ejecuta: un supuesto periodista.
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Este supuesto periodista tal vez no quiera admitirlo, pero con su recién adquirida libertad de prensa (gracias a las tropas del gobierno norteamericano, todo sea dicho), tenía otras maneras de ridiculizar (y de pedirle cuentas) al gobernante ajeno. Pudo hacer como Lee C. Bollinger, presidente de Columbia University, quien en septiembre de 2007 recibió al mandatario iraní Mahmoud Ahmadinejad con el siguiente preámbulo: «Señor Presidente, usted muestra todas las señales de ser un mezquino y cruel dictador (…). Usted es abiertamente provocador o increíblemente ignorante». ¡Así es como se tira un zapato!
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Huérfanas de otra cosa que comentar, las cadenas de televisión no se han cansado de repetir aquello de que mostrar la suela de un zapato es un grave insulto en la cultura árabe. Eso tiene un ligero inconveniente: el presidente de los Estados Unidos no pertenece a dicha cultura, por tanto, para él, al igual que para el resto de Occidente, este acto representa única y exclusivamente eso: un tipo que lo odia y que ha decidido tirarle un zapato. Además: ¿hemos caído tan bajo, tan torpes somos que nos tienen que explicar la significación de un zapato tirado a cabeza ajena? Al oír a los comentaristas diseccionar las interpretaciones del atentado, recordé una escena de Stardust Memories, de Woody Allen, en la que un periodista —faltaría más— le pregunta al personaje que interpreta Allen (un director de cine), que qué representa el Rolls Royce en tal o cual escena de su más reciente película. A lo que el aludido responde: «representa el carro».
9 comentarios:
no estoy de acuerdo
en nada
un abrazo
a ver si nos vemos por bcn
Gracias Alexis
Muy a lugar el comentario.
Me dio risa y me hizo pensar como un gobierno totalitario, con un dictador de mas de 40 anos ha logrado penetrar la condicion humana del cubano, aquella valentia de los libertadores " se perdio ", por eso nadie se atreve no a tirarle un zapato ni a mirar con mala cara al presidente so pena de ser arrestado . Por eso una vez mas doy gracias por vivir en este pais, que no es perfecto pero se respetan los derechos humanos.
El odio a Bush ciega a muchos. ¿Ese "periodista" comete un acto de violencia atenido a una libertad que recién le han concedido? Primero tiene que aprender a hacer ejercicio de la libertad, y llegar a conocer lo que realmente significa.
Además es un admirador del Che... ¿se puede pedir más?
Ah, olvide anotar: ¿cuántos zapatos se atrevió a tirarle a
Sadam Hussein el susodicho? Si Alexis, el perro sabe de que palo se arrasca.
El miedo a la represión influye en la decisión de los periodistas cubanos de no tirarle zapatos a sus gobernantes, pero no tanto como la escasez de calzado.
Sí, Jorge Salcedo, esa es buena; pero allí no vuela un piedra y creo que es lo único que sobra...
Los soldados americanos que han muerto en Iraq no han muerto en vano, obviamente. Espero que este periodista sepa entender esto. Aunque lo dudo.
Un aparte:
Los del Servicio Secreto estaban comiendo caca.
Muy bueno tu post.
Creo que este es un claro ejemplo de como se puede llegar a pasar de la raya con la libertad de expresión. Los extremos no son buenos. Antes de Bush este señor posiblemente no podía decir nada, ahora se pasa diciendo y haciendo cosas. Violencia genera violencia y odio genera odio. Triste pero real como la vida misma.
excelente un saludo willi
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