No siempre ha sido así. En mi época de recién llegado a Nueva York, parecía tener un anuncio neón en la frente con la leyenda: «Soy cubano, ¡pregúnteme cualquier cosa!». Años más tarde, el cartel —con la paulatina asimilación— se fue disipando hasta desaparecer; pero entre uno y otro punto me han llamado desde peruano hasta marroquí, desde indio de Bombay hasta descendiente de tribus aborígenes norteamericanas. Un detalle notable: con el paso del tiempo ha desaparecido casi por completo mi “background hispano”. Por estos días hay gente que se asombra cuando —tras pasar revista al listado de países miembro de la ONU— descubre que soy de la isla.
Pero volvamos a la trattoria. Al regresar a la mesa, el camarero más carismático del mundo —muy para mi sorpresa— me dijo: «¡Cubano!». Este entusiasmo a ratos me pone suspicaz. Por lo general, va acompañado de: «¡Me encanta Fidel!», o alguna torpe variación sobre el tema, que hace que una comida que podría haber trascendido sin mayores altibajos se convierta en un intercambio —a veces sensato, a veces no tanto— de impresiones sobre la isla que se repite entre dos seres tan distintos como distantes: uno de los cuales no ha pisado jamás Cuba, mientras el otro se jacta de haberla recorrido desde uno a otro confín, delfín.
Le pregunté cómo había reconocido mi origen. Se señaló a la cara, como diciendo: «lo llevas escrito». No pude evitar una sonrisa. Acto seguido, mientras hacía un gesto con la mano —que luego usaría yo para indicar que el plato fuerte estaba delicioso— me dijo: «¡Chicas!».
(Por cierto, Jorge Ferrer destacaba recientemente el hecho de que en primera plana de El País coincidieran en el mismo día dos Cubas: una, en la deplorable imagen de quien ha luchado a brazo partido por imponer su voluntad así en la tierra como en el exilio; la otra, en un despampanante trasero de mujer).
Para mi fortuna —y quizá para facilitar mi digestión futura—, el camarero optó por la levedad en el intercambio; a diferencia de todos los “expertos en Cuba” que en situaciones similares argumentan en defensa del régimen, queriendo hacer alarde de conocer la historia de la isla con el simple hecho de mencionar a Batista, para luego desear que se los trague la tierra cuando les pregunto su nombre y no saben responder “Fulgencio”.
Lo cierto es que estas conversaciones de ahora para luego sobre Castro o sobre las chicas cubanas tienen algo en común: la trivialidad.
No saquen las pistolas, lectores, que no aún no termino.
Como lo pide la ocasión, me remito a Los italianos, de Luigi Barzini: «No todos los miembros del partido comunista quieren iniciar una revolución. La mayoría de ellos prefiere disfrutar el estatus de revolucionario en una asustadiza sociedad capitalista».
Aceptémoslo: a quienes defienden lo indefendible les importa un bledo la suerte o desgracia de nuestra nación. No están capacitados para dialogar pues ya han decidido a priori que tienen la razón y no hay argumento en el universo capaz de convencerlos de lo contrario. Más allá de redundar en los ya desmontados mitos de la educación y la salud, no les interesa admitir su ignorancia en el tema que (mal)tratan. Por muy profundo que sea el análisis que hagamos de la realidad cubana, no querrán oírlo, enfrascados como estarán en regresar a donde dan pie: las aguas turbias de los lugares comunes.
Hoy —que duermo cerca del mar— pienso que no quieren profundidad, pues no saben cómo nadar en ella.
Le pregunté cómo había reconocido mi origen. Se señaló a la cara, como diciendo: «lo llevas escrito». No pude evitar una sonrisa. Acto seguido, mientras hacía un gesto con la mano —que luego usaría yo para indicar que el plato fuerte estaba delicioso— me dijo: «¡Chicas!».
(Por cierto, Jorge Ferrer destacaba recientemente el hecho de que en primera plana de El País coincidieran en el mismo día dos Cubas: una, en la deplorable imagen de quien ha luchado a brazo partido por imponer su voluntad así en la tierra como en el exilio; la otra, en un despampanante trasero de mujer).
Para mi fortuna —y quizá para facilitar mi digestión futura—, el camarero optó por la levedad en el intercambio; a diferencia de todos los “expertos en Cuba” que en situaciones similares argumentan en defensa del régimen, queriendo hacer alarde de conocer la historia de la isla con el simple hecho de mencionar a Batista, para luego desear que se los trague la tierra cuando les pregunto su nombre y no saben responder “Fulgencio”.
Lo cierto es que estas conversaciones de ahora para luego sobre Castro o sobre las chicas cubanas tienen algo en común: la trivialidad.
No saquen las pistolas, lectores, que no aún no termino.
Como lo pide la ocasión, me remito a Los italianos, de Luigi Barzini: «No todos los miembros del partido comunista quieren iniciar una revolución. La mayoría de ellos prefiere disfrutar el estatus de revolucionario en una asustadiza sociedad capitalista».
Aceptémoslo: a quienes defienden lo indefendible les importa un bledo la suerte o desgracia de nuestra nación. No están capacitados para dialogar pues ya han decidido a priori que tienen la razón y no hay argumento en el universo capaz de convencerlos de lo contrario. Más allá de redundar en los ya desmontados mitos de la educación y la salud, no les interesa admitir su ignorancia en el tema que (mal)tratan. Por muy profundo que sea el análisis que hagamos de la realidad cubana, no querrán oírlo, enfrascados como estarán en regresar a donde dan pie: las aguas turbias de los lugares comunes.
Hoy —que duermo cerca del mar— pienso que no quieren profundidad, pues no saben cómo nadar en ella.
9 comentarios:
genial hermano...como dice la frase del Churchill: el comunismo encuentra mucho apoyo alli,..donde no gobierna."
A nadie le importa el horror imperante en la isla, más que a nosotros. Pero también es lógico, ¿acaso a nosotros de verdad nos importa Haití? Bueno, si Cuba aún fuera la Perla de las Antillas tal vez nos importaría mucho, pero dadas las circunstancias con preocuparnos de los nuestros y sufrir por ellos (y en el fondo también por nosotros mismos) ya tenemos bastante. Pero tienes razón, la trivialidad es marca esencial de casi todo el no cubano que se interesa por Cuba. Un saludo.
Bueno..Al menos en su parquedad el hombre llevaba algo de razón. Cada día es más cierto que la hembra criolla se ha consolidado como el primer renglón exportable de la finca kasstrista. Cuando se habla de Suiza uno piensa en bancos, chocolates y relojes…Cuba para muchos por aquellos lares es sinónimo nada mas que de de mulatas y pingueros.
Saluti brother!…
Oye, ese Barzino sabía muy bien lo que se decía. Los camunistas de champaña o la izquierda caviar hacen ola. Me da gracia con las confusiones...a mí generalmente terminan endilgándome algún sitio de Europa del este.
Cómete una lasaña bien sabrosa (no te preocupes por las calorías) por mí...
Como la Coca Cola,la dictadura castrista se ha encargado de expandir la mejor promoción comercial:su Revolución,que es una mierda;pero todos se han tragado el panfleto de la educación y cuidados médicos.Y ay del que quiera explicar que todo esto es a medias y al precio de no tener libertad de expresión y los más mínimos derechos humanos!Ya yo temo decir por ahí que soy cubana para no estropearme la noche.
Y esos de la izquierda alegre que van por ahí, tan cínicos, uno de ellos una vez me dijo: Ay chica, si Cuba se arregla de verdad será terrible porque todo costará muy caro y será dificil ir allá a divertirme... O sea, no le importa a la izquierda europea como viven los cubanos, sino ir a divertirse a costa de los sufrimientos nuestros....en serio, casi le parto la cara!
Brother, un abrazo.
Yo, sí considero muy útil que haya personas, como tú, que "se dediquen" ha darle vueltas a este asunto. No quiero ofender a nadie, menos enemistarme, pero hay una tendencia reiterada en ramificaciones infinitas, bueno, por lo menos a mí me lo parece, en eso que ha dado llamar la "blogosfera", sobre todo la relativa a "nuestro origen evidente", a hacer aportes MUY FULAS al estereotipo que se nos estampa inevitablemente.
Como yo no soy un entendido, menos un autorizado, ni erudito, ni letrado, ni intelectual, mucho menos un orgullo de familia, que decir de nación. Dejo algo aquí que leí, por supuesto, tardíamente...; puede que sea actualizable, sí, ya "los ordenadores no se fabrican en U.S.A", sino en ASIA. Es un texto de alguien que considero muy imprescindible como tú Alexis, un orgullo de "compatriota". No lo tomes a mal, no dejas de sorprenderme.
Otro abrazo, ah, sí, sí, a Todas, claro.
Alex,
Es como llover sobre mojado con esta gente que le da su apoyo "incondicional" a la dictadura de Fidel Castro.
A veces pienso que no vale la pena el argumento, pero otras digo, que no quede por nosotros, para que despué no digan:"es que yo no sabía"..
Es doloroso que vean a Cuba como un prostíbulo.. Según recuerdo, la revolución quería acabar con las putas, si o no? Como dice Bauta, la mujer cubana sustituyó la exportación de azúcar..
Cariños para los dos.
Niurki
Continua dandole vueltas al asunto, eres excelente en esos menesteres.
F.C.
Publicar un comentario