lunes, diciembre 29, 2008
Notas al margen de la gloria
He decidido tomarme un par de días de descanso de la vorágine del blog. Regresaré con el año nuevo, que traerá similares bríos. Mientras tanto y para despedir el que culmina, les dejo de regalo de fin de año “La gloria eres tú”, magistralmente interpretada por Alina Brouwer.
Ya que estamos, les deseo un feliz y próspero 2009.
domingo, diciembre 28, 2008
Alergia generacional
Mariela Castro Espín pide asilo político en España
***
sábado, diciembre 27, 2008
El escritor tiene quien le cocine
que prepara el Comandante
—ese chef extravagante
que con la gloria alucina,
que ya no habla ni camina,
que es más terco que una mula,
que peca de envidia y gula,
que es sangrón y sanguinario,
cruel pichón de dinosaurio—
viernes, diciembre 26, 2008
Estampas habaneras (X)
Teresa Dovalpage
Seguimos en Carlos III. No hay más que cruzar la avenida, cargados con las jabas shoppinescas al salir de la Plaza Carlos III. Cuidado, por favor, con Nissans y Mercedes de turismo, cocotaxis, bicicletas, raudos Fords restaurados y autóctonos camellos que no le paran ni a su muy jorobada madre.
El busto de Doña Tula te recibe a la entrada del Instituto de Literatura y Lingüística con un ceño de piedra gris y la erguida cabeza vapuleada por ciclones y pájaros. Adelante. En el vestíbulo hay que dejar mochilas, jabas y carteras (allí una vez, perdón por el detalle, me sustrajeron unas gafas monísimas. En fin). A la izquierda queda la biblioteca, que siempre preferí, por recoleta y tranquilona, a la grande y desorganizada Nacional con sus empleadas educadas en la escuela de los galápagos. A la derecha y en los altos se encuentra el Instituto como tal, con sus archivos decimonónicos y una pléyade de investigadores que tenían (al menos en mis tiempos) la opción de realizar un sesenta por ciento del contenido de trabajo at home. Mi sueño, jamás realizado, fue enganchar un puestico allí....
El edificio ha pasado una serie de bautizos mayor que lo habitual. Empezó con “Sociedad Patriótica de La Habana”, al cual siguieron varias denominaciones más hasta que adoptó “Real Sociedad Económica Amigos del País”, en 1877. En 1899 le esmocharon el adjetivo “real” a fin de estar a tono con los tiempos. Actualmente se nombra “Instituto de Literatura y Lingüística José A. Portuondo Váldor”. Ajá. ¿No sería un buen detalle el volverle a cambiar el patronímico (una vez más, ¿qué importa?) a Gertrudis Gómez de Avellaneda, en honor a La Peregrina, eh?
jueves, diciembre 25, 2008
Navidad y festejo
La releo y en el gozo me viene a la mente un texto —quizá el más citado de ese maestro de la genuflexión que es Roberto Fernández Retamar— fechado proféticamente el 1 de enero de 1959. Del conjunto, destaco un verso con el que —por suerte o desgracia— dialoga mi poemario: «¿Sobre qué muerto estoy yo vivo?». Para que la anterior pregunta retórica abarque la totalidad del drama cubano actual, cabría añadirle una coda, elaborada con la simple alquimia de la traslación: «¿Sobre qué preso estoy yo libre?».
Hoy, fecha en que los cristianos de todos los países del mundo —¡uníos!— celebran el nacimiento del Mesías, interrumpo el festejo para recordar a todos y cada uno de los prisioneros de conciencia que cumplen injusta condena en Cuba. A ellos y a sus familias dejo acá este soneto arrítmico —como pide la ocasión—, deseándoles que para la próxima Navidad hayan desaparecido de una vez y para siempre las rejas de las diminutas celdas que los encierran y las rejas de la celda más grande que es la isla.
***
La frágil levedad del prisionero
traspasa las paredes de la hacienda,
inunda de promesas la trastienda,
intoxica, corrompe el semillero,
sale a las calles, burla los barrotes,
recicla el aluvión de los abrazos,
se sumerge en el mar de los sargazos,
escapa del furor de los garrotes,
se dispersa entre edificios derruidos,
bebe la transparencia de los charcos,
conjura en su retiro nuevos retos,
aprende a descifrar los sinsentidos,
se adapta a no esperar los desembarcos,
rompe la métrica de los sonetos.
miércoles, diciembre 24, 2008
Engáñame bien, chaleco, que te conocí sin mangas
Como está mal reseñar un libro sin haberlo leído —y como de ninguna manera pienso detenerme a hojear este panfleto—, me limito a comentar lo obvio: el título contiene las claves de la agonía por la que transita la revolución cubana.
A punto de morir el déspota, Báez lo atrapa en su daguerrotipo y lo define en presente de indicativo. “Así es” donde en realidad debería poner “así fue”, pues si pretendiera hacerle honor a la verdad —pecado que, por demás, no comete la prensa oficialista en la isla—, para describir al vetusto anciano en su estado actual debería mostrarlo en su profundo delirio intestinal, apoyándose (literal y figuradamente) en gobernantes de allende los mares, estrenando peinado de pensionario, inmerso en sus movimientos de marioneta y el chándal deportivo que parece no abandonarlo y que muestra un “F. Castro” estampado a la izquierda —cuya función es recordarle en todo momento al propio dictador y a sus seguidores que tal vez no lo reconozcan que, por más que les pese, así, ese es Fidel—.
martes, diciembre 23, 2008
La esquina tormentosa
Estimado Alexis:
Tu blog es el único que se ocupa, al parecer, de calles y esquinas de la Habana. Y hay algo que hace años me ha llamado la atención (...).
***
(Para Tere D., que por allí vivía).
Durante casi toda la década de los setenta, trabajaba en el octavo piso del Edificio Masónico, en Belascoaín y Carlos III —me niego a llamarle de otro modo—, ocupado el piso por una empresa de proyectos. Desde mi ventana, en la cara frontal del edificio, se contemplaba el sur de la ciudad. A lo lejos, en las lomas de la Víbora, se podían observar las dos torres neogóticas de la iglesia de los frailes Pasionistas. Un poco más cerca, el viejo y más pequeño campanario de la iglesia de Jesús del Monte. Pero a mis pies, a sólo metros, en la intersección de la Avenida de Carlos III y las Calzadas de Reina y Belascoaín se desarrollaba un drama histórico singular entre enemigos irreconciliables. Jesuítas, Carlos III —el déspota ilustrado que quiso aplastarlos— y masones —víctimas de ambos—, compartiendo la misma esquina.
Diciembre de 1845
El Capitán General Don Leopoldo O’Donnell —represor de sublevaciones de negros y nombrador de calles y plazas—, anunció a los miembros del cabildo reunidos:
He decidido que el actual Paseo de Tacón que une el Castillo del Príncipe con la Calle de la Reina se nombre, de ahora en adelante, Paseo de Carlos III. Honramos así a quien fue nuestro Ilustrado Monarca, que nos libró de esa plaga de traidores y conspiradores que integran la Compañía de Jesús, a quienes expulsó de los territorios de la Corona y despojó de todos sus dominios y riquezas. Una estatua de nuestro amado Rey será erigida con una tarja que recuerde sus hazañas.
Diciembre de 1913
El Padre Superior de la Orden de la Compañía de Jesús se dirigió a sus Hermanos Coadjutores:
Hermanos, les anuncio la construcción de nuestra más bella Iglesia en esta isla: La Iglesia del Sagrado Corazón, en la calle de La Reina, cuyo campanario será el más alto de la ciudad. La construiremos casi en la misma esquina y frente a la estatua de nuestro más fiero enemigo, el maldito rey Carlos III, cuya alma arde en el infierno. Le demostramos con esto que no logró destruirnos, y que somos cada día más fuertes. Observado desde la altura de nuestro campanario, su figura pegada a la tierra recordará su bajeza.
Marzo de 1951
El Gran Maestro Masón se dirigió a sus hermanos de logia después de colocar la primera piedra:
lunes, diciembre 22, 2008
Ecos y voces
A manera de agradecimiento, le dejé un cuarteto al que añadieron sendas estrofas Heriberto Hernández y Jorge Salcedo y que, para cerrar el círculo, concluí yo con el terceto final.
Si algo me gusta del bloggerato —el término es de Enrisco— es que se presta para estos ejercicios de escritura instantánea. Aquí transcribo el producto a seis manos, invitándoles a bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional:
Todo eco fue voz en su inocencia,
como toda doctrina fue invisible
y esta Finca cultiva lo imposible:
mantiene en jaque a la maledicencia.
Sin evadir la ríspida pendencia,
acá cultiva frutos lo inasible.
Ambrosía o guayaba, redimible
razón que en mieses torna la dolencia.
Agua que sube limpia hacia la tierra
y pende de un sabor o una memoria,
trasiego de lo oculto a lo perdido,
noble caudal que a la ignominia aterra,
parcela que anuncia nuestra victoria
sobre la eterna furia y el sonido.
Si a tu ventana llega una paloma
***
Si a tu ventana llega una paloma
Tremendo ñángara dice mi mom que es mi papá. Ñángara significa comunista o, como ella también dice, comuñángara. Mom lo pronuncia así, con rabia: ñángara.
Tantas palabras con eñe en el idioma de mi mom y la que más le gusta a ella es coño. Bien fuerte. Coñó. Coñoó porque la estira como si fuera chewing gum. Coñó, chilla mi mom cuando el avión se mueve y yo me río aunque igual estoy medio nerviosa. No por miedo a que el avión se caiga, como ella, sino porque al fin nos vamos a Cuba para conocer a mi dad.
Ésta no es mi primera vez en Cuba. Yo nací allá, en la mismísima Habana, cerca del Malecón. Mis amigas de la escuela no lo creen y dicen que eso es bullshit, de lo que pica el pollo, porque no tengo acento en inglés. Pero yo insisto que sí, que soy cubana cien por ciento. Bueno, o a lo mejor, ochenta por ciento. Pero cubana anyway.
Aunque no hablo perfecto el español, entiendo todos los programas de Univisión y Telemundo. Si no hablo mejor es porque salí de Cuba cuando tenía ocho meses y mi mom se montó en una balsa y arrancó conmigo para acá. O para allá, que estamos en el aire.
Mi papá no lo supo y tampoco supo (¿o sabía? ¿Por qué habrá dos pretéritos en español?) que yo había nacido. Él no me habría dejado salir porque es tremendo ñángara. Como el papá de Elián González, que lo vino a buscar y se lo llevó otra vez a La Habana, a ser pionero como el Che. Mi papá es tres veces más ñángara que el de Elián. Más comunista que el underwear de Fidel, vaya.
Pero a mí no me importa. Ñángara y todo, es el único dad que tengo. Por eso lo quiero ir a ver. Fue lo único que pedí al terminar el curso con A en todas las asignaturas. Honor student, eh. No me interesaba ir de nuevo a Disneyland. Ni a Miami con todo y lo que me divierto allí en la playa, sino a La Habana. Se lo dije a mi mom: si de verdad tienes ganas de hacerme un regalo, llévame a conocer a mi papá. Después de mucha lipidia al fin me complació. Y para allá vamos. Hey, Cuba, here I come!
En la mochila llevo un montón de regalitos. Unos vaqueros Wrangler, un cinto y varios T-shirts para mi dad. Adornos de pelo para mi hermana y tenis para mi hermano. Y bolsas de M & M y muñequitos de Star Trek. Todo comprado con mi propio dinero, con lo que me he ganado babysitting. Porque yo sé que voy a encontrarme por lo menos a una hermana o a un hermano pequeño. Ya estoy harta de ser única hija.
No me importa si es una familia de ñángaras porque es mi familia. Pues como dice mi mom, que hace un año trajo de Cuba a abuela Julia con todo y lo que se pelean, la familia es la familia por encima de la cabeza de Dios padre, above all.
La familia estará por encima de todo, pero le zumba malanga y su puesto de viandas que a casi quince años de salir de Cuba cuando salí de La Habana válgame Dios regrese yo a buscar al hijoeputa ese. Si me lo hubieran dicho hace un año me habría reído. ¡Yo que nunca quise volver ni a ver a mi madre!
Menos mal que el regreso es en avión aunque me entra el tembleque cada vez que éste da un bandazo. Pero bastante en ganga vamos con no tener olas de tres metros de alto zancajeando alrededor, como entonces. Ni el sol rajándose encima de uno ni el miedo a que un tiburón esté apostado esperándonos como un guardacostas de Cuba. Aunque por especial favor de Yemayá no vimos ninguno —ni guardacostas ni tiburones...
Aquel viaje en balsa, en pleno agosto, y con una criatura de brazos berreando todo el tiempo no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo. Ni al mismo Pedro Luis, vaya.
Pedro Luis era un descarado. Al principio me llamaba paloma si a tu ventana llega una paloma. Era un picaflor. Un pingahappy, como dice Rosita, mi amiga panameña. Un tipo alto y bien despachado que llamaba la atención dondequiera, mientras que yo nunca he sido lo que se llama vistosa. Menos en Cuba, con lo flacundenga que estaba. Ahora es que me he arreglado un poco con la buena comida y clases de Pilates tres veces por semana.
Vaya usted a saber cómo estará el hombrín, porque no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después. Pero entonces, con su uniforme verde olivo y su pistola al cinto, que no se la quitaba ni para mear, daba la hora. Me volvió loca. Yo era una inocentona, con todo y diecinueve años cumplidos. Cualquiera me hacía un cuento. Él me lo hizo y yo caí ilusionada, como paloma con señuelo.
A la semana de conocernos me prometió, no villas y castillas, que no las hay en Cuba, sino casarse conmigo y llevarme a vivir con su familia que tenía un caserón enorme en Miramar. Se lo habían dado al padre, ñángara de los antiguos que bajó de la Sierra Maestra con Fidel Castro. Por eso decía Pedro Luis: “Yo soy revolucionario desde que estaba en los cojones de mi viejo”.
¿Todavía lo será? Dicen que hasta el pan lo pusieron por la libreta en los años noventa. Un panecito por persona al día. Y que ya ni hay guaguas, sino unos camiones cerrados que les dicen camellos. Y tiendas donde todo es por dólares, creo que les dicen shoppings, así en inglés. Cucha pa eso. Cuando antes al que encontraban con un dólar en el bolsillo lo metían en chirona por aquello de la moneda del enemigo. A saber qué dirá Pedro Luis de eso. A saber.
Claro, los militares siempre tienen sus prebendas, así que él no estará pasando mucha necesidad. Me imagino que seguirá en el ejército. Ya habrá llegado a coronel, por lo menos. O a general de cinco estrellas, como las de los hoteles. ¿Vivirá todavía por la Quinta Avenida? Ojalá que sí, porque no pienso pasarme la semana rastreándolo por toda la isla.
Cuando conocí a Pedro Luis yo acababa de empezar la carrera de letras y vivía con mi madre, las dos apurruñadas en un apartamento de Centro Habana. Un apartamentico donde el vecino se tiraba un peo y uno lo olía. Así que la idea de mudarme para Miramar me ilusionó. Abrir los ojos por la mañana en una casa, tener mi propio cuarto, una cocina amplia y un patio con su sábana de hierba y muchas matas que regar... la vida misma.
Nunca me cuidé para no salir embarazada porque Pedro Luis me había prometido que nos íbamos a casar enseguida y yo pensé trátala con cariño que es mi persona que parirle un hijo era la mejor forma de atraparlo. El truco más viejo del mundo. Y el más estúpido también si no hay un buen par de tetas y un culón grande respaldándolo.
Mira que mi socia Yanisley me advertía niña, no te embarques con un chamaco a estas alturas. No te ilusiones, que ese tipo no está pa ti. Tenía razón, naturalmente. Yo no nací para buena hembra. Pero, comemierda que soy, vine a notar que no había caído con la regla casi un mes después del día que me tocaba. Y hasta dejé que pasara otro mes más. Estaba yo domiciliada allá en la luna de Valencia, en La-la-land.
Para entonces Pedro Luis se estaba alejando sin disimular mucho. No me llamaba por teléfono ni me iba a visitar. Andaba huido. Como que estaba acostumbrado a otro tipo de mujer, más pícara, más cujeá, y ya mi simplicidad de ex-virgen lo tenía empalagado.
Yo le iba a decir de la barriga a ver si lo endulzaba, si lo convencía para que no me dejara, pero no pudo ser. El día que me aparecí en su casa, con el papel del médico y el discursito ensayado frente al espejo medio roto de mi baño, su padre me contó que lo habían mandado a Nicaragua.
Ay, chinita que sí pero no me puede dar al menos una dirección para escribirle, le rogué. Y el viejo más serio que el Martí del Parque Central. No, mija, es imposible. Ay, chinita que no que él está en una misión secreta del partido. Después me enteré de que Pedro Luis andaba con una chiquita ahí, gozando en la playa de Varadero. Qué Nicaragua ni un cará.
El caso es que se me quedó la noticia por dentro, destrozándome las entrañas. No porté más por la universidad y dejé que el tiempo pasara sin mover un dedo hasta que mami me notó la panza y se puso histérica. Debía andar por los cuatro meses y no había manera de hacerme un aborto corriente, de succión, y ni siquiera un curetaje. El feto estaba ya formadito y era peligroso intentarlo, me dijo la enfermera del policlínico. Ay que vente conmigo, chinita.
Y conmigo arrancó Yanisley a la Maternidad de Línea para que me sacaran aquello como fuera, con una inyección de prostaglandín si hacía falta, pero ya en la camilla me arrepentí. No sé si fue puro miedo o el cuento que le oí a otra embarazada de que la última vez que le habían puesto la inyección ella había parido un muchacho completo, vivo y coleando. Y la enfermera se lo había tirado a la basura delante de sus propios ojos en cuanto lo soltó.
Qué va, pensé, a mi hijo no me lo tira nadie a la basura. Ni de juego. Y me levanté, me puse la ropa y salí caminando del hospital. Yanisley iba detrás de mí, espantada y tratando de aguantarme para que me quedara porque qué coño vas a hacer tú sola con un muchacho, mujer.
Mami por poco me mata. Me cogió por el pelo y me entró a gaznatones, pero qué remedio le quedaba que cargar con lo que viniera. Ironías del destino, pues si no es por mi hija, seguiría ella toda jodida en Cuba. Bastante que me hizo la vida un reverendo yogur allá. Pero la niña empezó conque si mi abuela cubana esto, que mi abuela cubana lo otro, que vamos a llamarla por teléfono… Así nos acercó hasta que terminé reclamándola. A ver si pasa lo mismo con el padre ahora y acabo enredándome de nuevo con él.
No. Eso sí que jamás. Dios me libre con Dios me ampare. Aunque se me ponga de rodillas, aunque me llore y me suplique, con Pedro Luis no vuelvo ni por medio minuto. No se me olvida aquella última vez que nos vimos. La tengo grabada aquí, en el medio del entrecejo. Grabada a sangre y fuego que caía del cielo habanero aquella tarde en que nos tropezamos en la parada del Coppelia.
Él, muy pelado a lo militar, orondo en su uniforme. Y con otra mujer al lado: una culona alta, bien comida y mejor vestida. Yo, con mi mocosa entre los brazos, despeinada porque me acababa de bajar de una ruta treinta que venía echando candela. Y mal envuelta en un vestidito de guinga que me quedaba grande, porque con una niña chiquita y todavía lactando me había puesto más flaca que un palo de trapear.
Él me miró, pero siguió de largo. Por poco me mando a correr detrás de ellos y le formo un escándalo y lo obligo a hacerse la prueba de la sangre para que me pasara la pensión de la niña y a lo mejor de nuevo ay que dame tu amor. Pero no. San Judas Tadeo, a quien siempre me he encomendado, por aquello de las causas perdidas, me taponeó la boca y no pude decir ni ji. Mejor.
Mejor, sí. Porque a los pocos meses el marido de Yanisley fabricó un armatoste con el espaldar de un sofá cama, una mesa de comedor y cuatro sillas, y lo aseguró todo con seis gomas de camión ZIL. Resultó una balsa muy marinera, quién lo hubiera creído. Una balsa que resistió la travesía, dos días completos en el mar, sin una rajadura.
Me preguntaron que si quería ir con ellos, ay que vente conmigo chinita, arriesgarnos a ver si llegábamos a Miami a donde vivo yo. Y les dije que sí. Total, me daba igual palo que rumba. Y cruzamos el estrecho de la Florida, que a mí me pareció más ancho que la muerte, hasta que nos recogió un guardacostas americano.
Ahora a esta guanaja se le ocurre ir a conocer al padre. No, en el fondo no se lo critico. Es muy apegada a la familia. Es decir, a la poca que tiene. A Yanisley la adora y le dice tía Jan. Si ella supiera que gracias a “tía Jan” por poco se queda en el limbo de los nonatos.
Con mi madre tiene una pejiguera de ampanga. La vieja también es más cariñosa con la nieta que lo fue conmigo en toda su vida. Al menos no le da golpes. (Y que se atreva, que me la como viva). Ya eso es mucho decir, porque a mí mami me daba unas palizas de padre y muy señor mío, que todavía me duelen de acordarme.
Falta ver cómo nos recibe Pedro Luis, suponiendo que lo encontremos. Con el odio que les tiene a los gringos, capaz hasta de que rechace a la niña, o que no crea que es hija suya. Eso me dolería en el alma porque ella viene con su ilusión y una ilusión de adolescente es lo más grande que hay.
Sí, una ilusión de cualquier tipo hace más llevadera la vida. ¿No es cierto, Pedro Luis? Y por eso, cuando se pierden las ilusiones, mejor es perder también la vida, ¿verdad, mi coronel?
Ahora, por el momento no te puedes quejar. Esta tipa treintona, ya no lozana pero con su culito relleno, como siempre te gustaron, y esa chiquita que te parece vagamente familiar, te han metido media shopping aquí en la casa. Hasta compraron un ventilador japonés para Pedrito, que sigue mal del asma. La leche en polvo, el jamón enlatado, el detergente y la pacotilla no les van a faltar a tu mujer y al niño por unos cuantos meses.
Pero a la tipa la conoces. Haz un esfuerzo de memoria. Sí, es la muchachita aquella con quien tuviste un romance hace… ¿cuánto hace, coronel? Ya va a ser quince años, cómo pasa el tiempo, cará. Lo mismo aquí que allá. Aunque aquí parezcan más largos los días, por el aburrimiento.
Acuérdate bien. Fue durante nuestra década prodigiosa, los ochenta. Cuando se podía entrar a la tienda Centro, la antigua Sears, y salir con una libra de queso amarillo, dos pollos congelados y un cake de chocolate. Cuando Yumurí, la antigua Casa de los Tres Kilos, se metamorfoseó en tienda por departamentos donde se podía comprar de todo. Desde una blusa vietnamita hasta un ventilador chino. Tao, tao, maní picao. Que viva Fidel y que viva Mao.
Fueron nuestros años del oro, y los mejores para ti. Hasta se habló de ponerte a administrar una tienda para extranjeros, de CUBALSE, y de asignarte un carro Lada. Ibas a estar completo, con las tres ces: casa, carro y cargo. Tenías las jovencitas así, a tutiplén. Por eso ni te acordaste más de ésta. Fue una cana al aire. O un peo al vacío, como decía tu padre, mujeriego también.
Pero mírala ahora, lo buena que se ha puesto. Si pudieras, le partías el brazo otra vez. Y tu mujer en el séptimo cielo, aunque con cara de no comprender nada. No es que tenga las neuronas quemadas por tanto picadillo de soya que tragaba, como te gustaba decirle, insultador. Es que a la pobre no le tocó en el reparto de cerebros mucha materia gris. Y la poca que tiene debe emplearla en resolver el cotidiano problema de lo que se va a echar en la cazuela.
¿Qué si estará celosa? No, hombre, no. Con los miles de tarros que le pegaste y nunca protestó ni se dio por enterada... Desmaya eso, que no están las cosas para pasiones trasnochadas. Aunque se lo imagine, ¿va a ponerse a mal con alguien que la acaba de surtir de comida y de ropa? No jodas…
Sientes el humo de los cigarros Salem que tu mujer compró con la plata que le cayó del cielo y te imaginas el sabor de esa Coca Cola que paladea la descarada, sin vergüenza ninguna y sin pensar en nada. Es decir, sin pensar en ti. En ti que la observas clavado en la pared, crucificado en un minuto eterno, sin poder moverte ni fumar ni tomarte siquiera una cerveza Hatuey.
Ella sigue habla que te habla. Nunca ha tenido control de la lengua. Y lloriquea cuando le cuenta a la recién llegada la desgracia de tu padre, al que implicaron en el caso Ochoa. Señora, no me diga que no se acuerda. Si hasta los gatos saben que en el ochenta y nueve rodaron aquí muchas cabezas de hombros condecorados.
A mi suegro, que en paz descanse, lo acusaron de tráfico de drogas. A él y a un montón de gente más. Era militar de la Sierra y todo, pero igual lo metieron en el ajo y lo degradaron. Gracias que no nos quitaron la casa. Se murió de tristeza. De cáncer, dijeron los médicos, pero fue de desesperanza. Ni un trabajo que le hicieron de Santería lo salvó, y mire que fue fuerte.
¿Y me dijo que Pedro Luis era amigo suyo, sí? Pues también se le volvió la vida al revés con todo ese rebumbio. Después que calimbaron a su padre la cogieron con él, de rebote. No pudieron probarle nada, pero de todas formas empezaron a joderlo y a pincharlo por todas partes. Tuvo que pedir que lo licenciaran porque los jefes no lo dejaban ni respirar. Hasta se habló de formarle causa. Los militares son peores que las mujeres para formar chanchullos, unos breteros del carajo…
Pedro Luis perdió la ilusión que había tenido siempre con la revolución y el ejército. Se quedó en la calle, con una mano alante y la otra atrás. No tuvo más remedio que ponerse a trabajar en un taller. De custodio nocturno, ganando una miseria. Imagínese, señora, lo que sería eso para un hombre como él, acostumbrado al uniforme, al cargo, a tener pesos y a que lo respetaran. Una tragedia. Si estuvo a punto a suicidarse, una vez...
Se volvió loco, el pobre. Porque loco tenía que estar para hacer lo que hizo cuando se formó la rebambaramba de las balsas y el sálvese el que pueda, o el váyase el que quiera, en el noventa y cuatro. Construyó una balsita chapucera con unas tablas viejas, él que no sabía nada de carpintería ni de navegación, y luego quiso que yo lo acompañara. Pero qué va. Con un niño chiquito ¿qué me iba a meter en esos trajines? Se fue solo, solito en alma. Y hasta el sol de hoy...
¿Qué le importa a la otra fulana si tú sabías de carpintería o no? Además, se ve a la legua que está gozando el cuento, la cabrona. Que lo está saboreando sin reservas aunque se haga la apenada por consideración a tu mujer. A tu mujer que sigue derramando sus cuitas, botándolas al aire con el humo del Salem.
Mejor no le haces caso porque ya tienes ganas de entrarle a bofetones —a tu mujer, se entiende. Como le hiciste muchas veces, en tiempos más felices, cuando se ponía hocicona. Pero ahora es imposible. Más vale que la ignores para no coger calenturas por gusto, que aquí no hay ni ron pa bajarlas.
Dedícate a observar a la chamaca que sigue con los ojos fijos en tu foto —la del último cumpleaños de Pedrito que alcanzaste a celebrar. Desde allí tú también la observas y te mueres de ganas de salir. Y de hablar con la muchachita, la única que parece a punto de llorar. Qué pena que no tengas voz, porque te gustaría sentarte y explicarle cómo pasaron las cosas. A ver si ella, al menos, comprende tu condición de renegado ñángara o de ñángara renegado que no es lo mismo, viejo, pero es igual.
domingo, diciembre 21, 2008
El cuento de la buena pipa
hizo su entrada en el puerto
de La Habana. Vaya entuerto:
otra vez volvió el intruso
a dar su apoyo al abuso…
Y se armó la algarabía
y el molote en la Bahía
para ver cómo llegaba
este buque que anunciaba
¡la vuelta a la Guerra Fría!
sábado, diciembre 20, 2008
La otra mejilla
Así que me adentré, ya con confianza, en el poemario, después de pasar junto a un Platero-caracol que se atraca de flores en un prado. La otra mejilla es un libro íntimo, pero no hermético, en que la voz poética fluye en un estilo casi confesional: “Dime, por Dios, qué hago yo aquí/ tan pequeñita”, interroga en un “Credo” que, como señala la prologuista, está “poco convencido de la divinidad”. Cuza Malé se pinta sola en sus palabras. Dulce y sencilla pero también, si viene al caso, subversiva. Como hace falta ser.
En sus versos vive una búsqueda de la esencia que desdeña lo aparente, lo supuestamente real, para buscar el tronco de la vida. La poesía es cubana (“Jagüey Grande”) pero también universal. Usted puede no haber estado nunca en Jagüey Grande, no conocerlo ni de oídas, pero igual sentir un temblorcillo de reconocimiento ante “el paisaje de grandes tazas de café y un potrero por medio”. No aparece, por suerte, nada del hiper patriotismo que está hace tiempo mandado a recoger:
que la patria era cualquier sitio,
preferiblemente el sitio de la muerte”.
el libro: “La única encuesta posible/ ha dejado de interesarme, ya lo sé”, admite la poeta. Y el poemario se cierra dejando al lector con todas las preguntas, posibles e imposibles, que a cada uno le toca responder.
viernes, diciembre 19, 2008
Estampas habaneras (IX)
Teresa Dovalpage
Es Navidad en Cuba. Y desde que Juan Pablo II aterrizó en La Habana y la recorrió en papamóvil, los Reyes Magos (desterrados en los sesenta por monárquicos y contrarrevolucionarios) fueron de nuevo bienvenidos a la isla. Los árboles de Navidad brotaron como por ensalmo del suelo de las shoppings y las guirnaldas se atrevieron a agitar, aunque tímidamente, sus pestañas multicolores. Los pobres Santa Claus no han sido readmitidos, por no sé qué confusión con el Uncle Sam. Allá verán ellos.
En la Plaza Carlos III se reflejó con pasmosa fidelidad este cambio finisecular. Y aunque es feo citarse a una misma, aquí los dejo con un fragmento de mi novela Muerte de un murciano en La Habana (Anagrama, 2006,) donde la Plaza Carlos III en Navidad desempeña un papel muy principal:
«La Plaza Carlos III se abarrota en diciembre como arca de Noé ante los nubarrones del diluvio inminente. Hasta cola hay que hacer, en las tiendas baratas. ¡Hasta cola! Y la gente se pregunta intrigada de dónde sale tanta plata, cuál es el manantial de todos esos dólares, algunos flamantes y lisos como hojitas de primavera y otros que recuerdan flores resecas, aplastadas entre las páginas de un álbum con versos de amor.
Bienaventurados los que tienen unos cuantos fulas sobrantes para gastar en baratijas. Ésos, y también muchos que no tienen pero que sueñan con tenerlos, suben despacio por la rampa que lleva a la tienda de Todo A Dólar, aspirando con reverencia el aire oloroso a las pizzas hawaianas, de jamón y piña, que venden en los bajos. Después de media hora o más de espera, se hacen, los que cargan el guano, de un arbolito plástico y de una caja de bolas doradas. Si les alcanza la plata compran también una guirnalda de guiños psicodélicos y un paquete de escarcha artificial.
Aún más bienaventurados los que reciben remesas esporádicas de parientes de afuera o tienen negocitos más o menos ilegales (tratos con extranjeros, pequeña paladar) dentro del territorio nacional. Ésos corren a la tienda de ropa. Allí se enfundan en Levi’s —auténticos algunos, los otros made in Guanabacoa. Se pertrechan de zapatos plásticos italianos, de blusas taiwanesas y de licras deportivas, tan ajustadas que se incrustan hasta en las entretelas de la piel».
jueves, diciembre 18, 2008
Del ninguneo y otras malas artes
___
Ilustración: Oscar Peñate
miércoles, diciembre 17, 2008
Reclamar lo reclamable
Mi argumento es sencillo: sin mucho esfuerzo se puede demostrar que las libertades de expresión, elección y movimiento son sistemáticamente pisoteadas en Cuba, pero ¿existe una manera cuantificable de demostrar que en la isla está prohibido soñar? Por más que me gustaría afirmarlo, la respuesta es negativa. La libertad de cantar, por otra parte, está contenida en la libertad de expresión. Por tanto, reclamar ambas en un mismo texto redunda. Además, dichos estandartes —los sueños, las canciones— han sido eficientemente monopolizados por la retórica de la maquinaria revolucionaria y ese subproducto suyo que resultó ser la Nueva Trova. Que se queden los castristas y sus acólitos con sus sueños y canciones. Que le den al pueblo cubano —lo que es, por demás, su derecho— libertad de expresión, de asociación, de movimiento, de credo: todas conculcadas por el gobierno de la isla.
Obra: Detalle de “Parejas condenadas a vivir eternamente con una piedra en la cabeza”
Medidas: 80 x 100 cm
martes, diciembre 16, 2008
Apuntes al vuelo sobre el lanzamiento de calzado masculino (un deporte antiguo)
La comidilla del momento no es otra que el par de zapatos que le lanzara un dizque periodista iraquí al presidente George W. Bush durante una conferencia de prensa otorgada por éste en su visita sorpresa al país sacudido tanto por la brutalidad de la guerra como por la brutalidad de los brutos. “Dizque periodista” pues dejó de serlo en el momento en que se quitó el primer zapato y se lo zumbó a la cara del mandatario estadounidense. Poniendo las cosas en términos bien simples: la labor del periodista constituye en entrevistar a quien tira el zapato —si es antes del “performance”, mejor—, determinar el origen del disgusto del lanzador del calzado, averiguar la marca del zapato, o cómo llegó a la mano que lo lanzará al vacío (o a la cara presidencial), o, ya una vez consumado el hecho, calcular la velocidad que alcanzó en su trayecto el proyectil, o especular sobre qué habría pasado de haber hecho contacto con el rostro del visitante, o indagar sobre los daños que el impacto causó en la víctima... pero el acto de quitarse el zapato y dispararlo contra el gobernante está fuera de la jurisdicción de quien diga representar al cuarto poder.
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Desde que las cámaras atraparan los zapatos en pleno vuelo hasta ahora que escribo esta nota, con toda seguridad ya el clip de la “despedida peletera” habrá sido visto más veces que la cinta porno de Paris Hilton. Reúne todos los requisitos —presidente norteamericano, zapato volador, por nombrar los elementos que tienen más gancho— para convertirse en uno de esos fenómenos virales —como el video del “león Christian”— que la gente se envía y reenvía y que, cual si fuera un credo, cuelga en su página de Facebook, blog, o cualquier otra plataforma de conexión social en la red. He visto el video del tiro al blanco (valga la expresión) en par de ocasiones y debo admitir que no me hizo ninguna gracia. Y me alegré de que el presidente esquivara los zapatos con la misma destreza con que años atrás eludiera su participación en la guerra de Vietnam.
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No es que esté en contra de que se les tiren zapatos a los jefes de estado. ¡En lo absoluto! Sin embargo, en dicho contexto, a mí particularmente me habría gustado ver esos zapatos rumbo a la cara de Saddam Hussein. O, por poner un ejemplo que me toca más de cerca y a este lado del océano, a la cara de alguno de los hermanos Castro. (¿Por qué nadie les tira un zapato a esos señores? La respuesta es bien simple: porque es mucho más fácil tirarle un zapato a un presidente —bueno, malo, regular— de los Estados Unidos y luego posar de héroe antiimperialista que tirarle el mismo zapato a un dictador que no cree ni en la madre que lo parió. Los perros siempre saben de qué palo rascarse). Pero regreso al hombre de letras que devino lanzador de calzado: en su caso lo que me preocupa no es el acto, sino quien lo ejecuta: un supuesto periodista.
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Este supuesto periodista tal vez no quiera admitirlo, pero con su recién adquirida libertad de prensa (gracias a las tropas del gobierno norteamericano, todo sea dicho), tenía otras maneras de ridiculizar (y de pedirle cuentas) al gobernante ajeno. Pudo hacer como Lee C. Bollinger, presidente de Columbia University, quien en septiembre de 2007 recibió al mandatario iraní Mahmoud Ahmadinejad con el siguiente preámbulo: «Señor Presidente, usted muestra todas las señales de ser un mezquino y cruel dictador (…). Usted es abiertamente provocador o increíblemente ignorante». ¡Así es como se tira un zapato!
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Huérfanas de otra cosa que comentar, las cadenas de televisión no se han cansado de repetir aquello de que mostrar la suela de un zapato es un grave insulto en la cultura árabe. Eso tiene un ligero inconveniente: el presidente de los Estados Unidos no pertenece a dicha cultura, por tanto, para él, al igual que para el resto de Occidente, este acto representa única y exclusivamente eso: un tipo que lo odia y que ha decidido tirarle un zapato. Además: ¿hemos caído tan bajo, tan torpes somos que nos tienen que explicar la significación de un zapato tirado a cabeza ajena? Al oír a los comentaristas diseccionar las interpretaciones del atentado, recordé una escena de Stardust Memories, de Woody Allen, en la que un periodista —faltaría más— le pregunta al personaje que interpreta Allen (un director de cine), que qué representa el Rolls Royce en tal o cual escena de su más reciente película. A lo que el aludido responde: «representa el carro».
lunes, diciembre 15, 2008
¿Y cómo dices que piensan los ahorcados?
Gregorio León es un autor murciano que escribe sobre Cuba. Y escribe bien, por cierto. Cualquier pensaría que nació en Cayo Hueso y que tiró piedras de muchacho en el Parque Central. Claro que lo primero que pensé en preguntarle fue: “¿Qué hace un murciano como tú escribiendo sobre La Habana?”. Pero me pareció que me contestaría: “¿Y a santo de qué una cubana como tú escribe sobre los murcianos, eh?”. Así que elegí otras interrogantes menos resbalosas. El libro más reciente de León es El pensamiento de los ahorcados, publicado por la editorial Algaida este año y que se presentó en la recientemente concluida Feria del Libro de Miami.
Este año ha sido súper para León, que ganó también el Premio Valencia de novela, con una dotación de 30.000 euros, por su obra Balada de Perros Muertos. La historia se desarrolla en México y analiza el conflicto del narcotráfico a través de la guerra desatada entre dos bandas, la del Chivo y la del Chapo Méndez, junto a la frontera con Estados Unidos. Se publicará en 2009.
Aquí van mis preguntas a este murciano que ya es habanero honorario:
TD: ¿Por qué ese título, El pensamiento de los ahorcados?
GL: La realidad es que, atendiendo a lo que pasa en la novela, debería ser “El pensamiento del ahorcado”, así, en singular. Pero me parecía que tenía más potencia el título finalmente elegido. En todo caso, lo que tenía claro es que no iba a recurrir bajo ningún concepto a fórmulas como enigma, misterio o código… Además, en esta novela no aparece por ninguna parte Leonardo da Vinci, ni templarios.
TD: Ésta es tu segunda novela sobre Cuba. ¿Por qué escribes sobre la isla? ¿Alguna fascinación peculiar, un duende isleño que no te deja en paz hasta que lo exorcizas con la palabra...?
GL: Sí, has dado en el clavo. Un duende muy juguetón es el que me está pinchando constantemente para que escriba de Cuba, y particularmente, de la Cuba de los años 50. Me parece una etapa fascinante, una auténtica provocación para cualquier creador. No es tan difícil hacer una novela cuando se te cruzan en el camino mafiosos, políticos corruptos, periodistas amantes de primicias, actrices de películas de relajo... El pensamiento de los ahorcados es mi pequeño homenaje a La Habana que unos pocos pudieron disfrutar, y todos los demás, imaginar.
Pero, por encima de todo, El pensamiento de los ahorcados no es una novela de gánsters. Es una novela de amor. Hay más celos que tiros. Más pasiones que sangre. El único cadáver que queda en el camino es el amor.
TD: A diferencia de Murciélagos en un burdel, aquí la acción transcurre entre los años 50 y la actualidad, el período especial. ¿Por qué decidiste usar dos planos temporales?
GL: Porque uno de los personajes principales de la novela es la nostalgia. No sólo Abuelo Asdrúbal o Zoila, o incluso Superman, miran hacia atrás con la sensación de tiempo perdido e irrecuperable. El chico que emprende la investigación para descubrir si está viva o muerta Rachel se siente extranjero en la etapa que le ha tocado vivir, con el período especial y todo eso, y añora un tiempo que sólo puede reconstruir a través de los recuerdos que va recabando. Entendía que mostrar las diferencias entre las dos Habanas, entre las dos etapas, no sólo me daba más posibilidades literarias, sino que incluso me servía para proponer un debate sobre cuál de ellas es la mejor, aquella en la que hubiéramos querido nacer. El pensamiento de los ahorcados también propone ese juego literario. El elemento lúdico no debe faltar en la vida, y mucho menos en un libro. Jugar, jugar, jugar.
TD: Tus novelas están tan bien documentadas que cuesta creer que no seas nativo de la isla. Aparte de todos los recursos que mencionas en los agradecimientos, ¿cómo te las arreglas para procesar todo ese material de apoyo para tus novelas sin que se le vean las costuras?
GL: Tengo muy buen oído, debo confesarlo. Me pasa si estoy en Cuba, o en México, por citar los dos países que he visitado con más frecuencia. Se me pegan mucho los giros propios de cada ciudad. En ese aspecto, juego con ventaja. Pero la cosa está en después acomodar ese lenguaje local al texto, sin que chirríe, sin que parezca un postizo. Es verdad que muchos lectores de dentro y fuera de la isla han comentado que la novela suena muy cubana. Para mí esto constituía un desafío. Si lo he superado, fantástico. Seguiremos con los oídos bien abiertos para no perdernos nada.
TD: ¿Alguno de los personas de El pensamiento... está basado en alguien real, aparte, naturalmente, los que mencionas por sus nombres como Meyer Lansky o Lucky Luciano? Especialmente me interesa Freddy Ramírez. ¿Tuviste en mente a algún periodista de los 50 como su modelo?
GL: Me consta que en [la revista] Bohemia trabajaron durante los 50 periodistas de raza, capaces de escribir reportajes que tenían profundidad y aroma literario. Pero en ese caso quise crear un personaje propio. Un gordo al que le interesan poco las mujeres y que no quiere que nadie le desvíe de su auténtica obsesión: atrapar la siguiente primicia que ponga a temblar los cimientos de La Habana. Como periodista que soy, me produce todavía un temblor especial dar una noticia que nadie tiene. Puedo llegar a entender a Freddy en algunas cosas. Pero jamás cambiaría una primicia por una buena cena con una mujer, eso te lo puedo asegurar.
TD: “Esa mujer es... La Habana” dice Asdrúbal en una conversación con su jefe, Meyer Lansky. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación de tu personaje? ¿Qué significa La Habana para ti, como escritor y como visitante?
GL: Una ciudad a la que siempre volvería. Hay algo que no ha podido destruir Fidel Castro, y es la calidez de los cubanos. Hay una sintonía especial que une a españoles y cubanos. Y eso te hace sentir como en casa. Quizá tenga que ver con el sentido del humor, con lo latino que compartimos los de aquí y los de allá. En el fondo, todos somos españoles, y todos somos cubanos. Por eso en España interesa tanto todo lo que ocurre en la isla. Y soñamos con encontrarnos un día en los periódicos esa gran noticia, esa primicia con la que soñaría un Freddy Ramírez contemporáneo, de que en Cuba hay elecciones libres. No hay que desesperar. Aquí en España pensábamos que Franco era inmortal. Fíjate, un tipo que iba bajo palio. Vamos, que se podía pensar que tenía un pacto con Dios para no morirse nunca. Pero al final la biología se impone. Y la libertad llegará.
domingo, diciembre 14, 2008
Los dos laberintos
***
Teseo ha decapitado al Minotauro. El hilo de Ariadna teje una extensa red que conduce a numerosas salidas. En alguna, Penélope espera, Teseo que ha leído la Odisea y teme un enfrentamiento con los pretendientes, le pregunta en un susurro si éste es su verdadero hilo:
—Si no lo fuese —responde ella— no estaríamos en Itaca, y no serías Ulises.
sábado, diciembre 13, 2008
“El rostro del cine cubano” habla del paraíso socialista
de las cosas que acontecen
y aunque algunas no merecen
nuestra obediencia sin par,
no nos podemos quejar,
que la crítica es mal vista
(¿dónde sale esta entrevista?),
la crítica destructiva.
¿Para qué gastar saliva?
A mí, el arte. ¡Soy artista!
viernes, diciembre 12, 2008
Estampas habaneras (VIII)
Teresa Dovalpage
Mole centrohabanera, inmensa, colosal... que ha sufrido más transformaciones, mutaciones genéticas, afeites y embellecimientos que una grande dame de Hollywood. En los años cuarenta vio la luz como el Mercado de Carlos III, donde, según mi abuela, se podían comprar desde ajíes, tomates y calabazas hasta la piña, el mamey y el zapote del refrán. También tenía los Pullman, restaurancitos que, según la susodicha, servían comida china a precios módicos. Luego del cincuenta y nueve el Mercado decayó, como casi todo, perdiéndose de sus tarimas los ajíes, tomates, zapotes y una larga cola de etcéteras para desgracia estomacal de mi generación. Los Pullman chinos sólo sobrevivieron en la memoria de sus antiguos parroquianos.
Recuerdo el devaluado Mercado en los ochenta con un perenne olor a papas podridas en las rampas. Y a orine que salía del túnel subterráneo que lo comunicaba con la acera de enfrente. Si alguien me puede explicar cuál fue la intención original del tal pasadizo me hará un señalado favor, pues presumo que no fue la de servir de urinario público a los borrachines del barrio.
En los duros noventa el Mercado sufrió otra mutación convirtiéndose en la Plaza de Carlos III: un mall con todas las de la ley y el dólar (ahora CUC) donde se ofertan paraguas, palanganitas plásticas, paquetes de picadillo y pacotilla china. Pero de esta etapa les hablaré más, para no cansarlos, en mi próximo post.
jueves, diciembre 11, 2008
Brezos y peonias
***
La Hora fue una actriz-aprendiz que los trovadores compartieron sin saber que era de todos; y después, cuando supieron que la compartían, marcados por el dato curioso que descubrió Casasús. Una vez desnuda La Hora tardaba —fuera quién fuera el amante, en cualquier posición, con palabras, sin ellas, envuelta en caricias, o a secas— siete minutos y treinta y nueve segundos en venirse. De esa exactitud nació el nombrete.
Se llamaba Cuca y le tomaron cariño, cobraba en unos versos que ellos olvidaban darle y que después corrían a escribir —en cuanto terminaban de hacerle aquello— en cualquier papel que encontraran por los alrededores.
Un día, avergonzados de tantos poemas en deudas, decidieron hacerle una canción a múltiples manos. Cada uno se comprometió a escribir una estrofa que encajara con la melodía que el más genial de ellos había creado para la ocasión. Así surgió “¡Cuca va!”.
La Hora se puso tan contenta con su canción que del tiro salió embarazada, y ellos, poetas comprometidos con el ideal colectivo, vieron en ese embarazo la caída de uno de los símbolos más sagrados de la propiedad. Ese niño sería de todos y de cada uno de ellos, ese niño vendría al mundo para demostrar que el ser social puede, y debe, derrotar al monstruo biológico del que brotan las desigualdades humanas.
Llegó el momento del parto y todos, como un solo ser, fueron a escuchar los gritos y las maldiciones de Cuca. Los médicos explicaron que se trataba de uno de esos casos conocidos como desproporción céfalo-pélvica. El niño era cabezón, la madre tendría que pujar y pujar, con mucha fuerza, para hacerlo salir a través del canal.
Así fue como entre gritos, llantos, malas palabras y juramentos de nunca más volver a parir, el más sensible de los trovadores, mientras se preguntaba si el diámetro de su cabeza era mayor que el de sus amigos, escribió esa canción que hoy conocemos como “La Hora está pariendo un cabezón”.
Cuca alumbró desgarrada y sangrante, pero tuvo fuerzas para tomar a su hijo en brazos, darle un beso, presentarlo al círculo de trovadores que rodeaba su cama, ponerlo en la teta, y anunciar, con el nombre de la criatura, el derrumbe del mundo que habían soñado los poetas.
Bastaba —para que ese niño siguiera siendo el símbolo del porvenir— que la madre lo llamara con el nombre de uno de ellos, el que fuera, lo mismo daba. Pero no, La Hora decidió ponerle Jorge y después, con una sonrisa cansada, se disculpó:
—Así se llama el padre que siempre quise para él.
miércoles, diciembre 10, 2008
De Cuba y otros demonios
Llegué a la escuela —de una belleza descomunal, asentada en una propiedad de quinientos acres— poco después de las cuatro de la tarde. Mi anfitrión me recibió en el acto y a los pocos minutos estábamos hablando cómoda y animadamente en la sala de su casa. Se nos fue la hora y media sin que nos diéramos cuenta. Nos recomendamos libros, películas, debatimos la cosa cubana sin repetir clichés y nos vimos forzados a interrumpir el diálogo a las seis de la tarde para enrumbar al comedor, donde cenaríamos con el resto de la escuela. La cena, deliciosa. Al concluir la misma, el director de Blair Academy agarró el micrófono y, no con poco entusiasmo, presentó al primer escritor cubano que arribaba a esos lares para pararse en el podio a hablar sobre la isla. Y me cedió el artefacto. Mi locución aquí sería el anzuelo, pues el evento tendría lugar en un auditorio que estaba en otro edificio. Comencé —¡horror!— con un chiste que nadie entendió, pero rescaté de inmediato la debacle diciéndoles que teníamos en común el hecho de que yo también había asistido a una escuela becada, pero que las diferencias eran notables pues mi adolescencia había transcurrido en una sociedad completamente militarizada y, para colmo, mi escuela era una academia castrense —la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de la cual, para mi eterno orgullo, me habían expulsado tildándome “una deshonra al uniforme militar”. Omití la parte de la expulsión. Por modestia. Por no hablar de mí mismo—. Y luego les dije que si venían a mi presentación les revelaría la única similitud que existe entre Cuba y Estados Unidos.
Diez minutos más tarde, para mi profunda sorpresa, no cabía un alma en el auditorio. Luego de una muy amable presentación del Dr. Miller, tomé el podio. Empecé revelando lo que ambos países tienen en común: tanto en Cuba como en Estados Unidos se puede hablar mal de Estados Unidos. Hubo risas. Di la panorámica empezando con el golpe de estado de Batista y concluyendo con que el remedio había sido siete veces peor que la enfermedad: en su fase dictatorial, Batista estuvo en el poder siete años; Castro multiplicó su estadía por siete y se aplatanó en el trono (para luego cederlo a su heredero) durante cuarenta y nueve años; en cuanto a número de víctimas: los muertos de ambos bandos desde aquel 10 de marzo en que se malogró la República hasta el 1 de enero en que se malogró la Nación no llegaban a los 2300 —cifra horrenda por demás, que un muerto por razones políticas ya es demasiada muerte—. Las muertes atribuidas a Fidel Castro y su régimen —de las que da fe el Archivo Cuba— a fecha de hoy sobrepasan las 9000. Aclaré que estas muertes sólo abarcan los fusilamientos, las muertes en prisión, los asesinatos, las ejecuciones extrajudiciales, pero excluyen las decenas de miles de personas —el cálculo es conservador— que han perdido y pierden la vida en el mar, huyendo del tan cacareado paraíso socialista. Y, ya expuestas las vísceras de la isla, invité al debate.
La primera reacción vino de un profesor de la escuela, inmigrante de origen haitiano. Dijo que ya quisieran en su tierra natal tener los problemas que tenemos nosotros en Cuba. (Este maniqueísmo es enternecedor por su torpeza). Le respondí que en ningún momento me atrevería a minimizar la problemática haitiana —en donde la situación, lo sé, es de cuidado—, y que por respeto a las víctimas de ambas tragedias no me permitía comparar cuáles muertos eran más muertos, pero que el hecho de que su país viviera un infierno no justificaba en forma alguna el infierno que es Cuba. A esto respondió con el sonsonete de los “logros de la educación”; mi contraargumento: de qué servía educar a las masas para luego prohibirles los libros. Al hablar del muy limitado acceso a la información en la isla, mencioné que la negativa del diario Granma de darle el 5 de noviembre de 2008 la cobertura en primera plana que merecía la elección del primer presidente negro de este país —destacando en su lugar los resultados de alguna cosecha de cítricos u otro tema absolutamente irrelevante—, se debía al hecho de que mientras nosotros vivimos en el mundo de la realidad, la prensa cubana vive en el mundo de Las crónicas de Narnia. La carcajada sacudió el recinto. Y el maestro de ceremonias cortó el careo, alegando que el resto del público también tenía derecho a participar en el intercambio.
Las preguntas de los estudiantes fueron, en su totalidad, cándidas e inteligentes —dos categorías que no tienen por qué excluirse entre sí— y abarcaron desde lo personal —si en mi “malestar” con Cuba había espacio para encontrar algo digno de ser rescatado luego de este medio siglo (en realidad, la joven dijo “odio”, pero después me comentó que había usado un término impreciso)— hasta lo global —la razón de ser del embargo—, a lo que respondí alegando, por una parte, que, obviamente, mi malestar no era con Cuba, sino con los miembros de la cúpula que la dirige (que aunque hayan intentado, con éxito, metamorfosearse en una misma entidad, eran dos cosas separadas) y, por la otra, al hecho de que, como reportara Roger Cohen en su tendencioso artículo para The New York Times: «Estados Unidos es el mayor exportador de comida a Cuba, alcanzando el monto de $600 millones este año» y que el único embargo que en realidad me preocupaba es el que el gobierno cubano le ha impuesto durante medio siglo al pueblo de la isla. En algún momento señalé un par de pifias —entre tantas— del texto de Cohen: se refiere a Castro como alguien que ha sido durante cincuenta años “intermitentemente despiadado”; declara que en la isla parece existir “una especie de apartheid económico”. Lo cuestionable, claro está, yace en lo de “una especie”. Hay apartheid o no hay apartheid, señores. Y en medio siglo de calentar el trono sin intervalos, se es despiadado o no se es despiadado, pero sin intermitencias. Y, no faltaba más, destaqué la joya de la contradicción que contamina el reportaje: «Ha habido cientos de ejecuciones, sobre todo en los primeros años, pero él nunca ha sido un dictador sangriento, un Ceausescu caribeño». Ay, y con estos bueyes tenemos que seguir arando.
Al final de la velada, se me acercó un grupo de estudiantes y continuamos la conversación en privado, haciendo hincapié en la novela de Correa Mujica, la obra de Reinaldo Arenas, la fascinación hollywoodense con el matón argentino. La plática pudo haberse extendido hasta el infinito, pero ellos se debían a sus quehaceres y a mí me esperaba una hora y media en la carretera.
Al llegar a casa, cansado y cayéndome de sueño, me di el salto de rigor por Penúltimos días para enterarme no con poca tristeza de la brutalidad policial perpetrada contra un grupo de opositores pacíficos en Cuba, en la víspera del aniversario del Día Internacional de los Derechos Humanos.
Hoy escribo esto a la carrera, con el asco inevitable ante la infamia y con la esperanza de que alguno de mis interlocutores de anoche lo lea. Si alguien se lo hace llegar al profesor haitiano —cuyo nombre desconozco—, quedaré inmensamente agradecido.
lunes, diciembre 08, 2008
Soneto
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Soneto
Los dos cuartetos son de construcción paralela; van seguidas cuatro exclamaciones, cada una ocupa dos versos. El primero y el quinto son bipartitos, construidos en quiasmo. El segundo verso presenta una serie, que por lo extenso de sus términos resulta una gradación. El tercero está adornado por una anáfora —aliterada— y una metáfora, mientras que en el cuarto encontramos una antítesis. Incluye el sexto una construcción paralela. En el octavo destacan dos metonimias antitéticas algo gastadas. El ornato de los versos noveno y décimo es en expresiones sinónimas, formando quiasmos las del verso décimo. En el undécimo actúa —además de la metáfora— el ornato de la aliteración, que continúa en los versos siguientes. En los últimos versos del soneto se enumeran todos los objetos indicados en los versos anteriores, en el mismo orden en que aparecieron antes.
domingo, diciembre 07, 2008
sábado, diciembre 06, 2008
Cuento de dos ciudades
De este grupo selecto, sólo uno —ay, yo— estará consciente de que el encuentro bajo nuestro techo es legal y posible gracias a la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, que, de un plumazo, nos garantiza libertad de culto, de expresión, de prensa, de reunión, o de petición de cambios al gobierno. En algún momento lo recordaré. (Hay ciertas cosas que no me gusta tomar por sentado). Predigo la reacción de un confín a otro de la mesa: alguien levantará una copa y brindaremos por este derecho, que es en ciertos lugares del mundo —pienso en Cuba, por poner un triste ejemplo— un privilegio inexistente.
Mientras esto acontece en un lugar cualquiera de Nueva Jersey, en La Habana, Yoani Sánchez y Claudia Cadelo —junto a un grupo de la incipiente blogosfera cubana que durante meses, sin publicidad ni secretismo, han venido organizando un encuentro de bloggers que tendría lugar hoy— se enfrentarán a la arbitrariedad del gobierno cubano, que las ha amenazado con «tomar todas las medidas y hacer las denuncias pertinentes y las acciones necesarias» si llevan a cabo dicha actividad.
Por suerte, mis amigos no dicen estupideces de la calaña de: «¿Pero en realidad somos libres en Estados Unidos?». Tengo una paciencia muy limitada para estos casos de miopía política.
viernes, diciembre 05, 2008
Estampas habaneras (VII)
Teresa Dovalpage
Esta noche me doy cuenta de que me he pasado doce horas, entre pitos y flautas, hablando sólo inglés. Mi único contacto con el español ha sido por el Internet, los correos escritos y recibidos, ventanita internáutico-lingüística a mi lengua materna.
Y se me ocurre la idea de mandar un agradecimiento a mis antiguos maestros de la Facultad de Lenguas Extranjeras, donde hice la licenciatura. Pensamiento éste que me lleva de la mano al edifico situado en 19 de Mayo y Ayesterán. Como en la iglesia, los que allí estudiábamos inglés nos sentíamos un poco cómplices. No digo que no hubiera miembros de la juventud comunista ni militantes del partido, que sí que los había, sin dudas...Pero en el aire se respiraba un no sé qué de rebelde, de sedicioso casi, que causaba el reunirse a estudiar, a mediados de los ochenta, el idioma del enemigo...
A la entrada del edificio, una guardiana encuadernada en gris requería, invariablemente, la tarjeta de identificación. Si llegaba una tarde a clase (lo cual era mi caso, casi siempre) tenía que rebuscar entre libros y cuadernos hasta que aparecía el desangelado carnecito. A la derecha, una cafetería huérfana de todo lo que no fuese pan con croquetas y refresquitos tibios. Al fondo del pasillo, la biblioteca viuda de periódicos en los idiomas que se enseñaban en la facultad...
En el primer piso nos enracimábamos los estudiantes de primer año, no sé si por casualidad o ingeniado diseño. Y aquí me acuerdo de la Cuqui Cueto, de excelente pronunciación y melenita oscura a la Edith Piaf que supe luego recaló en Miami. La Cuqui usaba un proyector de vistas fijas con la familia Turner para enseñarnos los misterios fonéticos de la “s” al inicio de una palabra: “And this is Spot, the dog”.
En el segundo piso estaba el lounge de los maestros, donde una vez oí decir a uno que prefiero no mencionar: “Ojalá que se caiga este edifico y nos reviente a todos de una vez”, maldición gitana que se me clavó en la memoria por años y hasta ha asomado la nariz en alguna de mis novelas.
Más tarde tuve otros maestros: Ismael (he olvidado el apellido, que también se exilió), Sonia Dunn, María Cristina, Nancy Palacios... A todos ellos, que me enseñaron a masticar la lengua de Walt Whitman, a no usar double negatives, a escribir, a pensar and ultimately, a vivir en inglés, a big, thankful hug desde Taos, dondequiera que estén.
jueves, diciembre 04, 2008
De cómo Celia Cruz describió las relaciones entre los intelectuales de la isla y el exilio
Borondongo le dio a Bernabé.
Bernabé le pegó a Muchilanga,
le echó a Burundanga, le jincha los pié.
—¿Por qué fue que Songo le dio a Borondongo?
—Porque Borondongo le dio a Bernabé.
—¿Por qué Borondongo le dio a Bernabé?
—Porque Bernabé le pegó a Muchilanga.
—¿Ay, por qué Bernabé le pegó a Muchilanga?
—Porque Muchilanga le echó a Burundanga.
—¿Y por qué Muchilanga le echó a Burundanga?
miércoles, diciembre 03, 2008
Nota editorial
En medio de los versos hay alusiones veladas y no tan veladas a José Martí, a las fantasías de las izquierdas del siglo XX y a los desmanes del poder totalitario, a las letanías de las nuevas religiones que trastornan con una persistencia terrible la conciencia nacional de Cuba, y hasta a esos boleros que una y otra vez nos remiten a los seres amados. Este calculado despliegue tiene un único trasfondo que reaparece a lo largo del libro como el motivo de una sinfonía, recreado una y otra vez de maneras distintas. Este trasfondo, que no es nombrado de frente sino mediante el perfil de los sonidos y la palabra, nos remite por encima de todo al enigma de la palabra poética.