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sábado, noviembre 22, 2008

Tarde de gatos

Transcribo una crónica de Max.
***
Sabía que esa tarde miamense había salido a la calle con mi mejor cara de bobo. El carácter de la misión así lo requería: comprar latas de comida para gatos en Wal Mart, encargo de un tío medio loco que dedicaba sus últimos años a mantener cuanto gato callejero deambulaba por los alrededores de su casa.

Al llegar a la tienda me dirigí a la sección de los “pets” y me detuve a llenar mi carrito. Una jovencita, delgada y poco agraciada, se acercó a mí y en tono bajo me habló en un idioma incomprensible —confundida sin dudas por mi aspecto anglo— sobre una gran tragedia. Me entregó un pedazo de papel de libreta escrito a mano donde decía, en inglés, que tenía dos niños anormales y estaba sin trabajo, por lo que solicitaba mi ayuda.

“Debe ser recién llegada —pensé—; desconoce que en un Wal Mart de Hialeah no hay anglos y sólo compran cubanos y miembros de la raza sufrida”.

“Jovencita —le dije en español con amable tono—, Ud. tiene mejor puntería que Sara Palin, porque a ella de cinco le salió un manolo, pero usted tiene de dos, dos”.

Reaccionando con violencia me arrebató el papel de las manos y, mientras se alejaba, me espetó:
—¡Viejo comemierda!

Y sus palabras, en el ya olvidado acento lawtense, trajeron a mi memoria los recuerdos de mi barrio: la Calzada del 10 de octubre, la loma de la iglesia, el paradero de las guaguas, los pinos de la loma del burro…

Terminada la compra me dirigí al parqueo y comencé a llenar la parte trasera de mi humilde automóvil. Un carrazo grande, algo viejo, paró a mi lado y se bajó el cristal eléctrico de la ventanilla del pasajero.

—¡Oiga, amigo! — se dirigía a mí el chofer del carro, cubanazo, medio tiempo, más cargado de cadenas que un galeote—. Estoy sin trabajo y necesito comprar unas inyecciones para las piernas —me dijo, mientras mostraba en su mano algo que parecía un frasco de medicina.

—Amigo, yo también he caído en desgracias —le dije—. Vea usted que estoy comiendo arroz con comida de gatos como si fuera picadillo, pero puedo resolverle un par de laticas.

—¡Váyase pa´ la p…ga! —me contestó airado.

“Preferiría no hacerlo”, iba a responder al mejor estilo de Bartleby, pero aceleró el carro y salió en busca de otra víctima.Con mi alma permeada por una gran paz espiritual decidí que era mejor regresar a casa para ver la última película de Pacino y De Niro —pirateada, por supuesto— que me había prestado mi hija.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Max, ¡me encantó tu crónica! Empezando por la comida del gato, desde luego, porque yo tengo tres felinos personales... no callejeros, conste :-)
Eso de "miembros de la raza sufrida" no tiene precio. ¡Y los pinos de la Loma del Burro! Y lo del cubanazo cargado de cadenas... Se la voy a traducir a mi marido ahora mismo. A ver si nos obsequias con más crónicas a partir de ahora, chico.

Anónimo dijo...

Gracias Teresa, tu opinión vale mucho para mí. Estoy preparando algo cortico para agregar a tu magnífica estampa sobre la Iglesia de Reina.

Si, ya vi tu bella foto junto al bello gato(a)

Gracias Alexis por tu amabilidad.

Saludos

Anónimo dijo...

Muy bueno Max (who the heck is Max?), políticamente incorrecto, como debe ser.

Saludos

CRA

Anónimo dijo...

Este Max por lo menos escribe con salsa. Tu me aburres. Despierta, hermano.

Güicho dijo...

Bonito y tierno relato.

A la flaca de Lawton con los dos hijos mongos podría habérsele respondido más piadosamente:
OK, mami, te doy dos latas de comida de gato por una chupada... oye, espera, espera... ¡tres latas!