El amigo al que aludo en “Éramos la leche” me acaba de enviar una nota a mi correo personal. En vista de que me sacó alguna carcajada y con su permiso, la publico aquí, usando —a petición suya— el nombre de guerra del susodicho. Incluyo, también, un fragmento de mi respuesta. Ya que estamos: omito nombres (los reduzco a iniciales) para proteger a inocentes y culpables.
Por último: perdonen lo escatológico del intercambio; no olviden que este blog versa principalmente sobre Cuba.
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Y dice Carmona caja quinta, cazador de mulatas y sus derivados:
Como te prometí, leí tu blog el domingo y créeme que me sacó una sonrisa. Aunque tengo que reconocer que es una adaptación libre a las memorias. Si mal no recuerdo, lo del chorro incontenible de diarrea fue debido a unas tripas de res que se comieron J., El Caballo, A. y L. (entre otros) que estaban pasadas de tiempo, pero como tú sabes, nosotros en esa época teníamos el estomago blindado y nos cagábamos en la noticia (valga la redundancia) y le metíamos el diente a cualquier cosa (…). Pues retomando el tema: recuerdo que estábamos en una práctica docente y lo más sobresaliente no fue lo pedagógico de la estancia sino lo popular. Ahora sí, nunca olvidaré que el chorro de mierda corría por las paredes del meadero, pues había que practicar la cagada de altura desde el entre-baño para no ensuciarse los pies. ¿Cuántos recuerdos, verdad? Pero, de todas formas, me divertí, además me hiciste recordarlo. Te mando un abrazo bien grande y te prometo que de vez en cuando te haré comentarios sobre tu blog.
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Y le respondo:
Ah, si por eso mismo quería que leyeras el texto. Resulta que estamos hablando de dos episodios completamente distintos. Lo de la mierda voladora ―atribuida indistintamente al J., L., A., El Caballo, etc.―, aconteció como bien dices durante una etapa de práctica pedagógica en una secundaria o preuniversitario becado. Y ocurrió tal y como lo cuentas: tripas de puerco lavadas hasta la saciedad, cocinadas hasta lo crujiente y devoradas hasta el hartazgo. (Y, ya que estamos, ¿cómo olvidar el campo de papas adyacente y nosotros recogiéndolas en medio de la noche para hervirlas y acompañar el banquete de intestinos porcinos? ¿Y cómo olvidar a L., encuero en medio de la larga carretera y la noche fría, con el pelo recogido en un moño y unas botas Centauro que partían el alma? ¿¡Y qué hacía L. encuero a esa hora, tiritando?! Ah, los misterios de la vida y juventud, divino tesoro. Pero déjame aclararte que este episodio fue en tercer año de la carrera, que era el primer año en que el Pedagógico nos mandaba a las famosas prácticas docentes.
Lo del trabajo suspendido por mierda producto de las longevas latas de leche evaporada y sus fétidas consecuencias ocurrió antes, en una escuela al campo y fue así como lo cuento. Fue en el curso en que todos ―tú, C., F., yo― pedimos licencia, que fue cuando estábamos en segundo año, si no me equivoco. Tú habías pedido la licencia al iniciar el curso. Y por eso te perdiste la rebelión intestinal. Yo la pedí en diciembre, antes de concluir el primer semestre (pues con el cúmulo de ausencias que tenía en Historia de la Revolución Cubana no me iban a dejar presentarme a exámenes). Y esta etapa al campo fue en octubre. De tal suerte (es un decir) me tocó morder el cordobán. Y beber leche caducada.
Todo esto para decirte que me ha dado un alegrón enorme que te hayas dado el brinco por el blog. Y para reiterar que tomé prestado tu apartamento del Pastorita (y tu edificio de Retiro Radial) para ambientar escenas de mi novela ―que llora en los anaqueles de tu casa, esperando que la abras―. Si no tienes tiempo para meterle el diente al libro (cosa que entiendo), por favor, regresa al blog de vez en cuando. Estoy rescatando esa parte de nuestra historia que, mal que nos pese, vale la pena recordar.
lunes, noviembre 03, 2008
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2 comentarios:
Continuando con S.S....
El día después, ya ella está risueña.
Saludos
F.C.
http://tirofijomalanga.blogspot.com/2008/11/decamos-ayer.html
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