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domingo, noviembre 30, 2008

Los culpables, según Manuel Sosa

Los culpables, de Alexis Romay, es una eficaz transcripción de aquellos susurros que no suelen distinguir los escribas: el ruedo como proceso o montaje, la escena santificada por el Poder. Un anotador oculto, reconocible apenas por la insistencia en escudriñar el attrezzo: así va recopilando el verdadero cronista sus impresiones. El Poder necesita investidura creíble, y la busca concibiendo su propio Teatro. La poesía que se contrapone al script autorizado no es un recurso usual, pues su naturaleza le hace rutilar con voz única, a distancia de las candilejas, dúctil y ambivalente. Pero Romay se encarga de matizar sus atributos, usando una rara mezcla de ironía y dolor, esa voz que describe las verdaderas mutilaciones cuando se participa en rituales de tal especie.

El libro como rosario, soneto a soneto, avanza desde la ilusión hasta la redención, buscando significados, tachando alocuciones vanas, dando espesor a lo que antes fuese tenue diálogo de usufructo. En la franqueza reside su fluidez, atenuando la insistencia del soporte: el metro y la estrofa donde más se vierten el amor y el encono, cultivados aquí con increíble destreza. Romay nos desgrana, en deleitoso reverso de aquel dolce stil nuovo, las otras evidencias: toda autocracia se alimenta de escenografías; cada tribunal es partícipe del libreto previsto; la literatura está siempre enmarcada en territorio vedado; el Poema contradice al acto de escribir, por querer ser más. Culpable, insatisfecho, y este libro como prueba decisiva del cargo más peligroso: incurable.

Manuel Sosa (autor de Canon, Todo eco fue voz y Una doctrina de la invisibilidad).

sábado, noviembre 29, 2008

Los culpables, según Isis Wirth

Hacer coincidir, sin misterio, a la desgraciada isla y al infinito, en un mismo hálito indivisible, son esos caminos que sólo los poetas ciertos iluminan. La lección de Borges es aquí, con intención, transparente, pero sólo es un punto de inflexión para otorgar una voz nueva, más desgarradora, profusa pero precisa. La historia y su absurdo, el ser y lo innombrable, hecho ya verbo, estremecen con un soplo redentor pero sosegado y sabio a estos sonetos. He creído que con ellos accedía a otras claves, más diáfanas en tanto más oscuras —como debe ser—, de la materia de la poesía.

Isis Wirth (autora de Después de Giselle).

viernes, noviembre 28, 2008

Estampas habaneras (VI)

Olores mañaneros
Teresa Dovalpage

Huele a asfalto derretido, a basura sin recoger desde hace una semana y a borra de café. Huele a aguas albañales que salen cual río revuelto (pero no hay pescadores cerca, mucho menos ganancia) de una alcantarilla cuya tapa herrumbrosa ha ido a recalar, por malabarismos del azar o del viento, dos cuadras más abajo. Huele a humo de tabaco, de cigarro, de quién sabe qué fábrica que todavía no se ha parado en seco.

Huele fuerte, sin sutileza alguna, a grajo en el camello que se lleva, entre las maldiciones de quienes lo aguardaban desde hace una hora, la parada atiborrada del cine Astral. (Del cine donde ponen Abbott y Costello contra los fantasmas, estrenada cuando mi madre montaba bicicleta en el Paseo del Prado. En fin). Huele a desodorante bajo las axilas peludas o depiladas de quienes aún esperan por un medio locomotor. Huele. Huele a café con leche. Y a frijoles negros con masitas de puerco que alguien —oh, dichosón— empieza a cocinar desde por la mañana. Porque aún no han dado ni las ocho pero todos estos olores (no hay maneras de llamarles aromas) forman ya parte del aliento matutino de la ciudad.

jueves, noviembre 27, 2008

Sueño fresco

Transcribo un texto de César Reynel Aguilera.
***
Llego nuevo al aula y me miran. Es una escuela de niños-bien. Lo sé por las paredes y los pupitres de caoba, por las chaquetas verdes con escudos en el pecho y un lema en latín que ahora olvidé. El profesor me presenta. Voy a sentarme y el gracioso de la clase quiere reírse de mí: Estábamos discutiendo la relación de Hemingway con las metáforas. Quizás tú puedas alumbrarnos.

Hay dos risitas y un mar de piernas extendidas. Hay quietud de caderas sobre el borde de los asientos, brazos dejados caer, manos cercanas al suelo y espaldas hundidas. Tres filas al Norte está sentada una muchacha con un pelo muy negro cortado al cerquillo. Tiene unas piernas largas y unos pechos que humedecen bocas. Se parece a Uma Thurman. Me mira y me quiere explicar —como si dejara de pintarse las uñas para decírmelo— que el gracioso de la clase es muy aburrido. No le hagas caso, vive en un closet con puertas de cristal. Dejo caer el nombre y me dispongo a echar con la cara.

Ernest le huía a los tropos como el anzuelo a la roca. Hablo y cada una de mis palabras reordena el aula. Quiso convertir el periodismo en arte. Los pupitres se deslizan como bloques de hielo. Y terminó escribiendo un himno al pragmatismo anglosajón. El alumno que estaba en primera fila ahora me mira desde lo alto de una pared. ¿Cerró Hemingway, con su aversión a las imágenes, las ventanas que pudieron haber alumbrado los secretos de su virilidad? La muchacha de las piernas largas sigue donde estaba. Hay quien dice que puso carnadas para ahuyentar sirenas y terminó pescando zapatos infantiles. Ahora se muestra desnuda y el resto de la clase la mira desde el techo. Los más nobles creen que el viejo Papa soñó convertir el río en gota. Me ignora sentada en el borde de su cama. Porque, ya sabemos, hay una intención de lágrima en cada tropo. Su espalda recostada contra una columna de madera, los pechos firmes y las rodillas flexionadas. Un deseo de atrapar la realidad en una perla de agua. Ajena a mis ojos mientras yo cincelo su imagen en una piedra muy dura. Eso pudo haber descubierto ese americano loco: desde una distancia adecuada, digamos, desde los confines de esta galaxia —o desde el borde de eso que llamamos historia de la literatura—, la Corriente del Golfo o la Obra de un escritor son charcos que no piden anclas. Se ven, si acaso, como pequeñas metáforas de la inmensidad.

Termino de esculpir y la muchacha queda grabada en el fresco de una pirámide. Esa escuela me aburre. Quiero despertar. Jenny duerme a mi lado. La beso y abre los ojos. Me gusta el sabor de su boca. Su aliento es casi veinte años más joven que el mío. Le cuento el sueño y empieza a llover. Se deja abrazar. La cubro y mientras juega con mi cuello me susurra que le gusta eso del anzuelo en la roca... y Uma.
___

miércoles, noviembre 26, 2008

Alumbramiento

He esperado casi una década para darme el lujo de anunciar a toda voz que mi poemario acaba de ser publicado. Ha de resultar obvio que no me compete hablar de sus luces o sus sombras, pero sí quiero comentar brevemente los oscuros parajes por los que ha transitado este libro que desde sus inicios he escrito y reescrito hasta la saciedad.

En el principio era el verbo —en La Habana de finales de los noventa— y entonces el mamotreto llevaba por título El jardín de la inocencia, guiño que respondía a la peor de las intenciones, ya que éste era un texto que era de todo menos inocente, plagado como estaba de infamias —literales, literarias y de cualquier índole—, y en donde primaba el verso libre y las referencias directas a lugares (comunes) de la capital y el resto de la isla.

Poco después de concluir el borrador inicial hice mutis por el foro habanero. De ahí que del mutismo pasara a la primera mutación del manuscrito, que ocurriría ya en suelo neoyorquino, cuando sustituí una docena de poemas por sendos sonetos y eliminé el texto que nombraba al todo, razón por la que su título pasó a ser Ciudad de invertebrados, partiendo del poema que le otorgaba cierta unicidad al mejunje.

Entre 1999 y 2002, algunos fragmentos de esa Ciudad de invertebrados fueron recogidos en antologías que ni yo recuerdo y el poemario tuvo un primer editor en potencia: un personaje radicado en Nueva York, anglosajón y monolingüe, que estaba empecinado en sacar una edición en la que ambas lenguas aparecerían a contracara. Las traducciones las trabajé con espátula fina, mi esposa y una traductora oriunda de la Gran Manzana, con quien la colaboración merecía haber ido mucho mejor de lo que en realidad fue. A finales del 2001, el editor me comunicó que ya tenía las galeradas listas y, sin preámbulos ni advertencias, me pidió que cofinanciara el libro. En el acto le di las gracias. Y le retiré el manuscrito.

Dos años y otros tantos borradores después —en los que seguí eliminando versos libres y favoreciendo el soneto—, contacté a par de editoriales españolas. Ambas quisieron publicar el libro. Y ambas me pidieron sendas contribuciones pecuniarias. Uno de los editores llegó a decirme que el estigma estaba en mi mente; que no olvidara que Eliot se había autofinanciado sus publicaciones. Y yo, que en días de lluvia me caracterizo por mi buen humor y mi mala leche, le di las gracias y con aire de bolero le respondí que prefería que el libro se quedara inédito antes que tener que pagar un centavo por su publicación. Y el manojo de papeles regresó a la gaveta a dormir el dulce sueño de los (in)justos.

En abril de 2004, envié el manuscrito a Pureplay Press y al par de meses recibí respuesta del editor —que devendría amigo y colega, en ese orden—: a recomendación de su lector de poesía —que luego, para mi sorpresa y fortuna, me enteraría de que había sido el irrepetible Néstor Díaz de Villegas—, Pureplay Press publicaría mi Ciudad de invertebrados. El libro entraba en cola y saldría de ella y a la luz a finales de 2005 o principios de 2006. Aleluya. Finalmente aparecía un editor que correría con todos los gastos de publicación y se ocuparía como Dios manda de ese incómodo etcétera que obstaculiza al mundo editorial. Ay, pero no todo lo que tiene buenas intenciones está destinado a dar frutos. Y a mediados de 2006, el editor y yo, de mutuo acuerdo y por contratiempos que no vienen a colación, decidimos que no era oportuno que mi libro apareciera bajo su sello.

Ya para ese entonces, tres cuartas partes del animal estaban compuestas de sonetos y el resto incluía desde haikús, hasta epigramas, pasando por alguna que otra descarga (no hay otro nombre) desgranada en prosa poética. Fue entonces que me encomendé a Petrarca y opté por entregarle mi libro en su totalidad al endecasílabo. Le quité las referencias directas a la capital y el resto de los lugares (comunes) de la isla y reinventé el manuscrito que en algún momento se jactaba de su falsa inocencia como un ciclo de sonetos. En este borrador (del cual ya he adelantado subrepticiamente algún que otro texto en Belascoaín y Neptuno), el monstruo asumió su verdadero título, Los culpables, cerrando de ese modo el círculo que había comenzado con pretendida (y, mal que me pese, real) inocencia.

Dos editoriales, dos, recibieron este manuscrito. Dos editoriales, dos, quisieron publicarlo, pero al final me decanté por Linkgua, entre cuyas ventajas añadidas figura el hecho de estar radicada en Barcelona y tener un editor que ha devenido amigo y lee este blog y le tiene no poca fe al libro.

Dada la bienvenida formal, estimo que el momento es propicio para cambiar de tema. El resto lo dirán los lectores a quienes, como botón de muestra, dejo un soneto escogido al azar (que, por demás y como todos saben, no existe):

Ajeno, febril, fugaz, incongruente,
el tiempo le sucede en su mesura.
Recuerda algún pincel, la partitura
y la inquieta impresión del sol naciente,

el vicio de la edad y la ironía
de las fronteras y de los encierros,
de las falacias y de los destierros
de cada eternidad y cada día.

Amó a su prójimo entre cartas mudas.
Aprendió a respirar en tierra extraña
y el aire, limpio y grave, fue el dilema.

Sus fobias confabulan con sus dudas.
Su pluma tiene forma de guadaña.
Quemó las naves en aquel poema.

martes, noviembre 25, 2008

Castro I en caída libre

La flexibilidad que el sátrapa nunca tuvo en vida la derrocha su monigote. Lo pueden zarandear con el ratón y tirarlo de un lado a otro. El jueguito es adictivo. Y terapéutico.

PD: Me entero por PD que la animación Flash es de Ulises Álvarez.

El joven y el mar

¿Qué fue del jovial mancebo
que con el barbudo un día
se perdió de pesquería
buscando el Pescado Nuevo?
¿Le servía de placebo,
como la foto propone?
Pues el barbudo le pone
el bronceador en el lomo
y el bronceado, con aplomo,
lo mira y lo descompone.

***
Foto: Del archivo (y cortesía) de Camilo Loret de Mola.

lunes, noviembre 24, 2008

Raúl Castro le comunica al Convaleciente su próxima gira por el hermano pueblo de…

Habrá que irse a Venezuela,
lo dice el sobrino Chávez
—gorila que, como sabes,
cocina en nuestra cazuela—.
Habrá que meterle espuela,
habrá que hilar bien finito,
habrá que cantar bonito
para alcanzar nuestra meta:
limosna con escopeta,

¡merengue con platanito!

H/T: Penúltimos días.

domingo, noviembre 23, 2008

Raúl Castro canta una canción folclórica dedicada a La China

Yo quiero un modelo chino,
vestido de camuflaje,
que me enseñe modelaje…
¡Y adiós mi fuero interino!
(¿O era mi fuego uterino?).
Yo quiero un chino, modelo,
envueltico en terciopelo,
muy jovial y rozagante.
Yo quiero mi Rocinante.
¡Paz aquí, gloria en el cielo!

sábado, noviembre 22, 2008

Tarde de gatos

Transcribo una crónica de Max.
***
Sabía que esa tarde miamense había salido a la calle con mi mejor cara de bobo. El carácter de la misión así lo requería: comprar latas de comida para gatos en Wal Mart, encargo de un tío medio loco que dedicaba sus últimos años a mantener cuanto gato callejero deambulaba por los alrededores de su casa.

Al llegar a la tienda me dirigí a la sección de los “pets” y me detuve a llenar mi carrito. Una jovencita, delgada y poco agraciada, se acercó a mí y en tono bajo me habló en un idioma incomprensible —confundida sin dudas por mi aspecto anglo— sobre una gran tragedia. Me entregó un pedazo de papel de libreta escrito a mano donde decía, en inglés, que tenía dos niños anormales y estaba sin trabajo, por lo que solicitaba mi ayuda.

“Debe ser recién llegada —pensé—; desconoce que en un Wal Mart de Hialeah no hay anglos y sólo compran cubanos y miembros de la raza sufrida”.

“Jovencita —le dije en español con amable tono—, Ud. tiene mejor puntería que Sara Palin, porque a ella de cinco le salió un manolo, pero usted tiene de dos, dos”.

Reaccionando con violencia me arrebató el papel de las manos y, mientras se alejaba, me espetó:
—¡Viejo comemierda!

Y sus palabras, en el ya olvidado acento lawtense, trajeron a mi memoria los recuerdos de mi barrio: la Calzada del 10 de octubre, la loma de la iglesia, el paradero de las guaguas, los pinos de la loma del burro…

Terminada la compra me dirigí al parqueo y comencé a llenar la parte trasera de mi humilde automóvil. Un carrazo grande, algo viejo, paró a mi lado y se bajó el cristal eléctrico de la ventanilla del pasajero.

—¡Oiga, amigo! — se dirigía a mí el chofer del carro, cubanazo, medio tiempo, más cargado de cadenas que un galeote—. Estoy sin trabajo y necesito comprar unas inyecciones para las piernas —me dijo, mientras mostraba en su mano algo que parecía un frasco de medicina.

—Amigo, yo también he caído en desgracias —le dije—. Vea usted que estoy comiendo arroz con comida de gatos como si fuera picadillo, pero puedo resolverle un par de laticas.

—¡Váyase pa´ la p…ga! —me contestó airado.

“Preferiría no hacerlo”, iba a responder al mejor estilo de Bartleby, pero aceleró el carro y salió en busca de otra víctima.Con mi alma permeada por una gran paz espiritual decidí que era mejor regresar a casa para ver la última película de Pacino y De Niro —pirateada, por supuesto— que me había prestado mi hija.

viernes, noviembre 21, 2008

Estampas habaneras (V)

La iglesia de Reina
Teresa Dovalpage

La torre puntiaguda, con su aguja neogótica, se alza y se estrella contra el cielo. Como flecha de piedra viva, dirían los cutres poetas de antaño. Como un misil intercontinental, dicen los prosistas, más cutres aún, de hogaño.

Es una tarde de domingo. Acabo de bajarme de una guagua. (Vaga que soy, mi apartamento, en Carlos III y Espada, dista menos de seis cuadras de Reina. Pero son tiempos anteriores al período especial). Me bajo de la guagua, digo, cruzo Belascoaín y camino hacia el templo con precaución de buhonera ilícita.

Antes de entrar al portal —no muy limpio y con algunos olorcillos que de beatíficos poco tienen— observo cautelosa a mi alrededor. Izquierda, derecha, otra vez izquierda y huye que te coge el moro. A la entrada está la portería, donde la inefable Teresita Bacallao o Esperancita reciben lo mejor posible a todo al que se le ocurra asomar las narices por allí. No son muchas narices las que ven, por cierto. En aquel tiempo (un día cualquiera de los años 80) la religión no se ha puesto de moda todavía y la posibilidad de que el Papa visite la isla colinda con la ciencia ficción.

El altar es de mármol y los vitrales representan, supongo, escenas de la Biblia. Nunca me detengo a mirarlos. Hay algo de subversivo (sí, no lo borro: ¡subversivo bien!) en asistir a una misa de domingo en la iglesia de los jesuitas. Bajo las bóvedas, góticamente ojivales, se han sentado los cuatro gatos que suelen venir a esta hora. La misa de los jóvenes, por las mañanas, es algo más concurrida, pero tampoco multitudinaria, eh. Las filigranas del altar son un tejido de Aracné en alabastro, bronce y mármol. Quizá si las viera ahora me inundarían de admiración babosamente turística. Pero aquel domingo no me importaban los ventanales, ni los vitrales ni el clasicismo ni los arcos. Lo importante era la callada complicidad del templo y de la torre que lo vigilaba, con su aguja neogótica como un misil intercontinental.

jueves, noviembre 20, 2008

Convenio político-religioso-comercial entre los pueblos hermanos de Cuba y Rusia

Erigiremos un templo
a esta iglesia compañera
(que es ortodoxa y señera)
y daremos un ejemplo
—esas cuestiones contemplo—
de tolerancia a la intrusa
iglesia ortodoxa rusa
sin seguidores cubanos:
¡les cambiaremos habanos
por zapatos de gamuza!

miércoles, noviembre 19, 2008

Inventario de Miami

(a Zoé Valdés, que inspiró este soneto con una excelente crónica)

Hay soledad y hay falta de cabilla,
pingas paradas, chochas que chorrean,
castristas reciclados que chochean,
pero ya no hay país ni maravilla.

Es la ciudad de la mierda con lujo
(la mezcla es tan nefasta, tan cubana,
tan propia del Vedado o Centro Habana).
Resisto sus embates y su embrujo,

evito sus mil poses, en detalle:
su botox, sus botes y sus embotes,
su arte de realismo socialista,

me quedo con la gente de la calle
que no arma ni desarma despelotes

y me es mucho más grata que el dentista.

martes, noviembre 18, 2008

Abajo quién tú sabes

1
Estaba repasando unas fotos de mi antiguo barrio con la esperanza de que me ayudaran a escribir una escena de mi segunda novela cuando me vino a la mente el periodo de finales de los ochenta y principios de los noventa, época en que el futuro ministro de relaciones exteriores y por aquel entonces presidente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), Robertico (sic) Robaina empezó a organizar conciertos multitudinarios que atraían a la muchachada adormecida y abúlica y que terminaron por secuestrarle a la “novísima trova” lo poco que le quedaba de rebelde,
haciendo coexistir en infeliz tarima a Fidel Castro y Carlitos Varela, esos grandes genios del espectáculo que, al parecer, tenían un público en común. Recuerdo aquellas cintas blancas en las cabezas y las garabateadas consignas en negro que las recorrían de un lado a otro y daban cuenta de un optimismo inmerecido, de una victoria abrumadora sobre un enemigo invisible. Aun me cuesta olvidar todos los letreros producidos en masa que entonces y de la noche a la mañana cubrieron cada superficie plana de la ciudad con colores tan chillones como el triunfalismo que preconizaban y que repetían ya fuera sobre paredes de concreto, portones de madera o rejas de metal: «Te seré fiel, Revolución» y demás estupideces al uso.

2
Si alguien me preguntara cuál es el colmo de la adulación —desgracia que abunda en mi tierra y se conoce con los más carismáticos nombres de guataconería o chicharronería—, sin chistar ni pensármelo dos veces —y dejando al margen las genuflexiones del ministro cubano de (in)cultura en la presentación del más reciente libro de su comandante—, respondería que una pintada progubernamental en un muro de alguna calle de cualquier ciudad, sobre todo si la ciudad en cuestión es La Habana o alguna otra de ese país de las sombras largas y chinescas.


3
Adoptar el grafiti —que como todo fenómeno contracultural surgió precisamente para hacerle resistencia al establishment— para apoyar al status quo es no sólo una bajeza, sino una ironía indescriptible. Y viceversa.

4
Aquí me detengo un minuto a imaginar posibles escenarios de cómo fue a parar dicho letrero al muro:

- Un “revolucionario” —al amparo de la noche y de la policía que lo vigila y protege— con aro balde y paleta y lechada de mala muerte pinta la inscripción.
- Un policía atrapa a alguien con las manos en la masa, alguien que estaba a punto de hacer grafiti, esto es, grafiti verdadero, es decir, grafiti subversivo. El oficial lo conmina a modificar el mensaje. Ya conocemos el resto.
- Un chiste que rondaba hace década y media en la capital cubana describía a un personaje que había terminado de escribir en un muro: “Abajo F”, cuando una patrulla que hacía la ronda nocturna lo descubre, lo detiene y lo increpa por sus acciones, a lo que el artista gráfico responde: «¿Me pueden aclarar cómo se escribe Flinton?».

Sólo así se explica ese “Viva Raúl” que aparece en la foto que ilustra esta nota.

lunes, noviembre 17, 2008

Buzón de quejas y sugerencias

Dejen aquí sus insultos
comunistas trasnochados,
envidiosos, amargados
(adolescentes y adultos),
adoradores de cultos
(guevaristas, guerrilleros),
cederistas, jineteros,
sapingonautas, chivatos,
negros, blancos y mulatos,
pirómanos y bomberos.

domingo, noviembre 16, 2008

Oda al hambre vieja

Ay, pasteles de guayaba,
que se pegaban al cielo
de la boca y con recelo
de ustedes me alimentaba
cuando el hambre me asaltaba
en el medio de la vía
y huyendo a la policía
los compraba en bolsa negra,
mi estómago no se alegra,
¡se retuerce todavía!

sábado, noviembre 15, 2008

No a la Cornucopia (edicto encontrado en el imperio del sol decreciente)

El Mundo habló hace poco del delito
—uno de tantos en la imberbe tierra—,
delito diluviano y de postguerra:
todo el que coma más de un huevo frito,

quien tenga una cebolla en la despensa
un melón, un tomate o una piña,
por mucho que cultive la campiña,
por mucho que coopere en la defensa,

por mucho que se desgaste las suelas
marchando ante la enérgica Tribuna,
chivateando a tirios y a troyanos,

jamás podrá escapar de las secuelas
por jugar en el bando de la luna

con acaparadores y gusanos.
____

viernes, noviembre 14, 2008

Estampas habaneras (IV)

Mi escuela alegre y bonita
Teresa Dovalpage

Entre los libros que traje de Cuba está el más conocido de Edmundo D’Amici. Y ayer precisamente, desempolvando mis libreros, di con aquel viejito, ya bastante despeluzado ejemplar de Corazón.

Por muchos años creí que el tal libro debía ir junto a los de Bradbury en el clóset que en mi casa fungía como biblioteca. Aquellos maestros preocupados y amables, aquellos estudiantes respetuosos que (con una excepción) pueblan las páginas de Corazón no podían ser realidad, ¿eh?

Ay, mi escuelita primaria, centro habanera y barriotera... Si D’Amici la ve, le da un infarto. Creo que la calle donde estaba era Sitios, pero no puedo asegurarlo. Lo que sí me atrevo a jurar era que el olor que se sentía apenas transpuesto el umbral era a comida agria, a leche requemada, a sudor, a bocas no lavadas, a aguas albañales, a mierda y, leve, indiscretamente, a ratón. Ratón que habitaría una de las mil hendiduras de las desconchadas paredes de las aulas, que no se pintaban jamás.

“Mi escuela alegre y bonita” rezaba la calcomanía de la puerta, sin duda puesta allí por un geniecillo maléfico e irónico. Pues la escuela primaria José Joaquín Palma tenía poco (si es que tenía algo) de estas dos cualidades.

Y si sólo fuese el edifico de categoría Z... pero los maestros, señor... ¡los maestros! El ejemplo para las nuevas generaciones, los forjadores del futuro...Y veo de nuevo a María, que tendía los pañales de su hija a secar en el aula, en una tendedera improvisada entre pupitres. Y a Elena, la terrible, que dejaba a su hijo levantarles las sayas a las chicas y no sabía sumar. (Elena, no su hijo). Y al boquirroto de Juan, que llenaba la clase de coños y carajos cuando no le prestaban atención. Y a Emma, la pobre Emmita, cuyo marido, querido o significant other iba al aula a dormir la siesta. Lo llamábamos indistintamente Esopo (como al jorobado de Enrique de Lagardere, porque era maletúo) o el Bello Durmiente...

Cuántos recuerdos y evocaciones me han traído, por asociación contrastiva (si tal término existe) el tropezar de nuevo con ese libro maravilloso y sci-fi que es Corazón.

jueves, noviembre 13, 2008

Jardines invisibles en la Feria del Libro de Miami

LOS NOMBRES DE LA NOCHE, de Carlos Pintado
LOS FRUTOS DEL VACÍO, de Heriberto Hernández
SEÑAL DE VIDA, de George Riverón
UNA DOCTRINA DE LA INVISIBILIDAD, de Manuel Sosa
Fecha: 13 de Noviembre
Lugar: La Casa de Tula
1513 SW 8 Street
Miami, Fl, 33135

El corojo se rompe hoy, a las 7pm, en La Casa de Tula. No se lo pierdan. Dichosos los que puedan asistir. Y que alguien me haga el favor de darle un abrazo a Sosa de parte mía.
Nota: Estos libros podrán adquirirse los días 14, 15 y 16 de Noviembre, durante la XXV Feria Internacional del Libro de Miami en el stand de Bluebird Editions (Stand 346 E. 3th ST entre NE 1st Ave and NE 2nd Ave.) Aquí, detalles sobre los libros.

De las emergencias cotidianas

Les dejo una anécdota muy simpática que le sucedió a Ana T. —amiga que habita en tierras tapatías— cuando, meses atrás, se apareció en una librería de Guadalajara a preguntar por mi novela.

***
Dice Ana T.:

Fui con la señorita encargada de los libros a preguntarle si tenía Salidas de emergencia. Como me habías comentado que sólo estaba disponible por Amazon.com se me hizo raro que me contestara que sí y muy amablemente me señaló en dónde estaba, le pregunté que en qué estante y me miró con asombro. «¿Cómo?», me dijo y le volví a preguntar si tenía “el libro” titulado Salidas de emergencia; ja ja, la señorita había pensado que le preguntaba por las salidas de emergencia de la librería, en fin... Ya he conseguido el libro a través de Amazon.com. Pero me reí un buen rato en la librería.

miércoles, noviembre 12, 2008

Sapingonalia (una isla)

El sapingo me llama resentido
(cuando critico a Castro) y da un respingo.
No le gusta mi ataque al Gran Sapingo.
Ay, sapingo, carente de sentido,

que defiendes la gloria del Partido,
y el trabajo del sábado y domingo,
¿que no sabes quién es el Gran Sapingo?
Gran Sapingo es un pingo malnacido,

es un pingo malquerido y malcriado,
que se aferra al poder cual garrapata
y que quiere fundirse (o confundirse)

con la patria, el escudo y el estado
y sueña con dar muerte y con dar lata,
pues sólo así consigue divertirse.

martes, noviembre 11, 2008

Tema del patriota y el traidor

O patriota o traidor, de ti depende.
¿O son uno los dos? (En vano el día
que teñimos de sangre la alegría
sobre nuestras cabezas pende y pende).

El patriota saldrá mares allende
a enarbolar nuestra ideología
y el traidor tomará la misma vía,
mas su fuga será mares aquende.

¿O es que acaso el traidor y su patriota
son las dos fases de un ciclo que cierra,
de un círculo cuyas puntas se besan?

¿Es mi traición patriótica esta nota
y el patriota quien huye de su tierra
y el traidor ése a quien las barbas mesan?
______

lunes, noviembre 10, 2008

Jardines invisibles en la Feria del Libro de Miami

LOS NOMBRES DE LA NOCHE, de Carlos Pintado
LOS FRUTOS DEL VACÍO, de Heriberto Hernández
SEÑAL DE VIDA, de George Riverón
UNA DOCTRINA DE LA INVISIBILIDAD, de Manuel Sosa
Fecha: 13 de Noviembre
Lugar: La Casa de Tula
1513 SW 8 Street
Miami, Fl, 33135
Hora: 7.00 p.m.
Dichosos los que puedan asistir.

Nota: Estos libros podrán adquirirse los días 14, 15 y 16 de Noviembre, durante la XXV Feria Internacional del Libro de Miami en el stand de Bluebird Editions (Stand 346 E. 3th ST entre NE 1st Ave and NE 2nd Ave.) Aquí, detalles sobre los libros.

Esquina con primavera rota (III)

¿Qué exaltación, qué gozo canta el bardo?
¿Le embriagan el salitre y su quejido?
Su verso vuelve a ser un ciervo herido:
cultiva hiel, arena, ortiga, cardo.


Sus días multiplican la mentira.
Sus noches son silentes desengaños.
Su tierra es el país de los extraños.
Su verbo estalla, pero no conspira.

Ha vivido derrotas innombrables.
La inmensidad del átomo le aterra.
Sus madres languidecen tiernas, solas.

Su asombro y su credo son maleables.
Sus hijos no volvieron de la guerra.
Sus nietos se perdieron en las olas.

domingo, noviembre 09, 2008

Oda al correo basura

Masha me pide que vote.
¿Quién es Masha? Es una rusa
que me escribe (la muy intrusa),
y quiere que me alborote
enseñándome su escote,
sus piernas largas, su pelo,
que es, para muchos, desvelo,
pero a mí no me hace mella
porque yo tengo mi estrella
y mi pedazo de cielo.

sábado, noviembre 08, 2008

Esquinita cruel, del Vedado, barrio aquél…


El edificio rojo que aparece en la foto —en la esquina de 25 y G— es el “Palace”. Para ponerlo en letra de bolero, de aquel palacio ya no le queda ni el recuerdo. El edificio grisáceo que se le enfrenta desde el otro lado de calle —no sé desde cuándo— lleva el nombre —el apellido— de nuestro más ilustre suicida: “Chibás”.

Los primeros años de mi infancia y —luego de un hiato por provincias—, en mi más temprana adultez, antes de mudarme a los predios de Belascoaín y Neptuno, viví en el séptimo piso del Palace, en un apartamento que se jactaba de un envidiable balcón a la Avenida de los Presidentes —avenida a la que, para ponerlo en letra de bolero, de aquellos presidentes ya no le quedaba ni el recuerdo—. El Palace se podría haber jactado también de un cajón de aire que daba a uno de nuestros cuartos y por el que, muy a mi pesar, me mantenía al tanto de quién le pegaba los tarros a quién, o me enteraba del mal que se iba a morir la puta de la madre de Fulana, o me llegaba la grata noticia de que en la triste bodega de 25 y F estaban vendiendo el arroz (con piedras) correspondiente al mes anterior. Fue en esta caja de resonancias, gloria de glorias, donde aprendí en mis primeros años todas las malas palabras que debía tener en su léxico cualquier habanerito en ciernes.

Más que edificio, aquello era un solar vertical. Pero el solar interminable, que —mirado desde abajo— quería perderse en el cielo como la
columna infinita de Brancusi, me regaló una tía y el consecuente par de primas, así como un resquemor por el chisme y los elevadores viejos y, para mi sorpresa, a décadas de distancia, aún me trae recuerdos entrañables.

Este blog se pudo haber llamado 25 y G. Hago constar.

viernes, noviembre 07, 2008

Estampas habaneras (III)

Los restos del Manzanares
Teresa Dovalpage

En la esquina de la Avenida Carlos III —no hay manera de que me salga llamarla Salvador Allende, ¿verdad, Néstor Díaz de Villegas?— y San Francisco hubo un cine llamado Manzanares muchos años atrás. Cuando me mudé de Lawton —¡querida Víbora!— en 1971, ya el cine había dejado de serlo y las únicas películas que se proyectaban allí eran las que se pasaban en sus afiebradas cabecitas los borrachos del barrio. Cuando salían del bar Cincuentenario, al que ya me referiré más adelante, se dirigían a lo que fuera sala de proyecciones, convertida en cementerio de papeles y botellas vacías, y allí daban del cuerpo o mataban impunemente el tiempo. Al menos eso se decía en el barrio.

Un día, cuando tendría yo nueve o diez años, se me ocurrió llegarme por allá una tarde a curiosear. Como los gatos, tengo atracción magnética por las puertas cerradas. Abrí sin dificultad aquellos portones de madera carcomida y hedionda y entré... al aire libre porque en el cine no quedaban techos ni paredes ni la madre que los parió. Pasé al fresco. Y allí, bajo el sol de la tarde, estaba sentado un borrachito triste. Tenía una botella al lado y los pantalones por los muslos y una cosita fláccida, más triste que su alcohol, entre los dedos.

No sentí miedo, ni ganas de huir. No me quedé traumatizada. Lo que me sobrecogió fue una pena enorme cuando aquel borrachito me mostró el pellejo que le colgaba entre los dedos sucios y me dijo con voz velada por las lágrimas: «Muchachita, esto ya no sirve pa' na'».

jueves, noviembre 06, 2008

Oda a la serpiente que se muerde la cola

¿Pero nadie ha dicho nada
de este post tan ocurrente,
tan gracioso y tan candente,
tan movido cual lambada,
tan sabroso cual fabada,
y que derrocha modestia
y es, del castrismo, molestia
y es oasis en el éter
y es para el alma un catéter…?

Lector, ¡no seas tan bestia!

martes, noviembre 04, 2008

Crónica electoral

No me compete decir que éstas fueron mis primeras elecciones, pues ya había votado —yo y otras 28 personas a lo largo y ancho del país— en las que se efectuaron en 2006. Recuerdo que cuando me aparecí en el colegio electoral, con mi licencia de conducción y una sonrisa de oreja a oreja, los voluntarios reaccionaron con cierta sorpresa (por no decir suspicacia) ante mi entusiasmo de primerizo. A la ligera, la diferencia más notable entre el electorado del 2006 y el del 2008 es que en aquella ocasión los votantes no se movían con el tumbao que tienen los guapos al caminar. De hecho, si mal no recuerdo, el número de votantes en el estado de Nueva Jersey estuvo por debajo del 20% durante esos comicios, efectuados entre los presidenciales de 2004 y 2008. (Aclaro que no me molesté en verificar la cifra de votantes de hace par de años y, puesto a ser preciso, tampoco me interesa; de paso, invito a los lectores a que piensen que, como el 47.3 % de las estadísticas a nivel mundial, ésta la inventé en el acto).

En lo que respecta a participación ciudadana, no me queda duda de que el 4 de noviembre de 2008 el panorama ha sido bien distinto: a pesar de que no me encontré con la multitud enardecida —ni el gato en casa, ¡todos a la Plaza!—, cocinándose a fuego lento en una cola que le daría dos vueltas a la manzana, me alegró constatar que entre mi entusiasmo por ejercer el voto y la urna que me acogería para tal efecto mediaba una modesta fila india que hizo que, desde el momento en que entré al recinto hasta mi salida, tardara media hora para adentrarme en la cabina improvisada a señalar con una cruz quien a mi juicio ha de regir los destinos de esta tierra (que es azul y también es roja) durante los próximos cuatro años.

En las afueras del colegio, se me acercó una periodista del Star Ledger que estaba involucrada en la famosa encuesta de salida (exit poll, para los anglófilos). La atrajo mi innegable cara de cumpleaños y el hecho de que mi esposa me tomaba fotos a la entrada del recinto. Cuando supo que éstas eran mis primeras elecciones presidenciales, me comió a preguntas. La primera: ¿a quién le había dado mi voto? A lo que contesté preguntándole si era legal lo que me preguntaba. Verán: el voto, además de secreto, tiene sus reglas y una de ellas establece que en un determinado perímetro de los colegios electorales queda prohibido hacer campaña a favor de ningún candidato —lo que incluye mencionar por quién se vota—, para evitar ejercer influencia en quienes no saben si decantarse por el pollo medio crudo o la mierda con vidrio molido —la analogía es del desopilante David Sedaris; Enrisco ya la desmenuzó con su acostumbrada gracia y buen tino—.

La periodista me explicó lo obvio: que ya no me podía influenciar pues había votado. (Debí haberle dicho que no lo decía por mí, que para mí, nada para mí, camaroncito; ¿qué he de querer yo?, pero Masicas y el resto de los votantes que venían acercándose, en teoría, podían haber escuchado mi respuesta y haber cambiado de opinión en los últimos diez metros, que por acá, al parecer, somos muy volátiles. Pero era una bella mañana de otoño, así que le dejé pasar la perogrullada). Le susurré mi candidato y mis razones. Y cuando escuchó que ésta era mi primera elección presidencial, pero no por el hecho de haber recién alcanzado la mayoría de edad —usaba espejuelos con algo de aumento, de ahí que me tomara por alguien mucho más joven—, sino por haberme naturalizado norteamericano hace sólo dos años, perdió interés en lo que tenía que decir. El brillo regresó a sus ojos cuando escuchó mi país de origen, pero ya era yo quien iba en retirada. (Mi esposa me aclara que no, que ni la mención de la isla pavorosa —la imagen feliz es de Juan Abreu— le hizo recuperar el interés perdido: la mujer tenía una misión: entrevistar nuevos votantes que fueran jóvenes y de cualquier raza menos la blanca). No hice más que despedirme de ella cuando me encontré con uno de mis vecinos. Mientras lo saludaba, una voz que salió de la nada, le dijo: «Si eres republicano, las elecciones son mañana. Regresa entonces». Todos rieron. Nadie cuestionó si la broma era legal en esa parte de las afueras del recinto. Entonces, casi sin notarlo, me puse a tararear el estribillo de una canción de Superávit: «Elegir nunca asegura acertar». Y me fui, con la enorme satisfacción del deber cumplido, alegre, como el jibarito, silbando así por el camino.

Votar con todo

Se vota con las narices,
se vota con la cultura,
con la cara fresca y dura
y con estas cicatrices…
Ya comeremos perdices
después del dichoso voto
y armaremos alboroto
cuando gane el candidato
que es blanco y negro (mulato)
o el viejo que fue piloto.

lunes, noviembre 03, 2008

Éramos la leche (II)

El amigo al que aludo en “Éramos la leche” me acaba de enviar una nota a mi correo personal. En vista de que me sacó alguna carcajada y con su permiso, la publico aquí, usando —a petición suya— el nombre de guerra del susodicho. Incluyo, también, un fragmento de mi respuesta. Ya que estamos: omito nombres (los reduzco a iniciales) para proteger a inocentes y culpables.

Por último: perdonen lo escatológico del intercambio; no olviden que este blog versa principalmente sobre Cuba.
***
Y dice Carmona caja quinta, cazador de mulatas y sus derivados:

Como te prometí, leí tu blog el domingo y créeme que me sacó una sonrisa. Aunque tengo que reconocer que es una adaptación libre a las memorias. Si mal no recuerdo, lo del chorro incontenible de diarrea fue debido a unas tripas de res que se comieron J., El Caballo, A. y L. (entre otros) que estaban pasadas de tiempo, pero como tú sabes, nosotros en esa época teníamos el estomago blindado y nos cagábamos en la noticia (valga la redundancia) y le metíamos el diente a cualquier cosa (…). Pues retomando el tema: recuerdo que estábamos en una práctica docente y lo más sobresaliente no fue lo pedagógico de la estancia sino lo popular. Ahora sí, nunca olvidaré que el chorro de mierda corría por las paredes del meadero, pues había que practicar la cagada de altura desde el entre-baño para no ensuciarse los pies. ¿Cuántos recuerdos, verdad? Pero, de todas formas, me divertí, además me hiciste recordarlo. Te mando un abrazo bien grande y te prometo que de vez en cuando te haré comentarios sobre tu blog.

***
Y le respondo:

Ah, si por eso mismo quería que leyeras el texto. Resulta que estamos hablando de dos episodios completamente distintos. Lo de la mierda voladora ―atribuida indistintamente al J., L., A., El Caballo, etc.―, aconteció como bien dices durante una etapa de práctica pedagógica en una secundaria o preuniversitario becado. Y ocurrió tal y como lo cuentas: tripas de puerco lavadas hasta la saciedad, cocinadas hasta lo crujiente y devoradas hasta el hartazgo. (Y, ya que estamos, ¿cómo olvidar el campo de papas adyacente y nosotros recogiéndolas en medio de la noche para hervirlas y acompañar el banquete de intestinos porcinos? ¿Y cómo olvidar a L., encuero en medio de la larga carretera y la noche fría, con el pelo recogido en un moño y unas botas Centauro que partían el alma? ¿¡Y qué hacía L. encuero a esa hora, tiritando?! Ah, los misterios de la vida y juventud, divino tesoro. Pero déjame aclararte que este episodio fue en tercer año de la carrera, que era el primer año en que el Pedagógico nos mandaba a las famosas prácticas docentes.

Lo del trabajo suspendido por mierda producto de las longevas latas de leche evaporada y sus fétidas consecuencias ocurrió antes, en una escuela al campo y fue así como lo cuento. Fue en el curso en que todos ―tú, C., F., yo― pedimos licencia, que fue cuando estábamos en segundo año, si no me equivoco. Tú habías pedido la licencia al iniciar el curso. Y por eso te perdiste la rebelión intestinal. Yo la pedí en diciembre, antes de concluir el primer semestre (pues con el cúmulo de ausencias que tenía en Historia de la Revolución Cubana no me iban a dejar presentarme a exámenes). Y esta etapa al campo fue en octubre. De tal suerte (es un decir) me tocó morder el cordobán. Y beber leche caducada.

Todo esto para decirte que me ha dado un alegrón enorme que te hayas dado el brinco por el blog. Y para reiterar que tomé prestado tu apartamento del Pastorita (y tu edificio de Retiro Radial) para ambientar escenas de mi novela ―que llora en los anaqueles de tu casa, esperando que la abras―. Si no tienes tiempo para meterle el diente al libro (cosa que entiendo), por favor, regresa al blog de vez en cuando. Estoy rescatando esa parte de nuestra historia que, mal que nos pese, vale la pena recordar.

Breve tratado sobre la salsa agridulce

¿Cómo explicarte, incauto, ese concierto
de idioteces malsanas, repetidas,
de vidas malgastadas, pobres vidas,
de naves que se alejan de su puerto,

del hambre vieja, del odio insepulto,
de años arando con la misma yunta,
del grito que responde a la pregunta,
de un pueblo que se dice libre y culto:

libre para aplaudir a la cultura
del puño, del garrote y la mordaza
y del terror que deja sus secuelas?

¿Cómo explicarte, incauto, que perdura
la aversión —¿la nostalgia?— por la casa
que pisaron un día nuestras suelas?

domingo, noviembre 02, 2008

Éramos la leche

¿Qué puedo decir en mi defensa? ¿Repetir lo de “ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón”? Pues no. Aquí hago constar los hechos.

Estábamos en medio de una de esas forzadas etapas de la escuela al campo. En aquella ocasión, asistíamos con el nunca bien ponderado —razones sobran— Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona”, enclavado en lo que antes fuera el Cuartel Columbia y que aún hoy, en la tierra del eufemismo, se conoce como “Ciudad Libertad”.

El campo de concentración —o campamento, como prefieran— estaba en las afueras de La Habana. Creo que por aquellos días estibábamos cargamentos de tomate (supuestamente destinados a la capital), plantábamos fresas (sí, fresas), recogíamos café, boniatos, papas, naranjas o cualquier otro grano, cítrico o tubérculo que jamás llegaría a los huérfanos comercios estatales asignados a nuestros parientes capitalinos. No puedo precisar la tarea que “nos encomendara la revolución” aquel semestre. El lapso en mi memoria quizá se deba a que corrían los noventa. Teníamos hambre. Y bebíamos como si el mundo se fuera a terminar con cada trago. (No es justificación, pero vivía convencido de que para digerir —o soportar— la realidad cubana era imprescindible un estado mínimo de ebriedad).Tampoco recuerdo de quién fue la idea —quién quedaría, oh, de autor intelectual del asalto a la cocina—, pero me consta que actuamos en plan Fuenteovejuna: ¡todos a una!

Bajo el amparo de la madrugada, el candado voló por los aires y entramos —borrachines confesos, chivatos tapiñados, niñas bien, puticas malas, repitentes optimistas, profesores distinguidos, ¡todo mezclado!— al cuarto en penumbras que hacía las veces de despensa. Para nuestra sorpresa y deleite, encontramos docenas de latas de leche evaporada, que, como ha de resultar lógico, consumimos de inmediato —en estado casi febril (esto lo confirmaríamos más tarde)—, en medio de aquella larga noche láctea.

A la mañana siguiente, la mierda daba al techo. La oración anterior no es metafórica. Una epidemia de diarrea se desató entre los moradores del local. Los baños no daban abasto. Los deshidratados iban y venían. Las pastillas de sales hidratantes eran repartidas (por primera vez) con carácter democrático. Y antes de que los camiones llegaran a transportarnos a los surcos —camiones que transportaban animales al matadero—, ya el alto mando universitario había decretado la cancelación de la jornada laboral. ¡Trabajo suspendido por mierda! ¡Hurra! ¡Qué gran imagen revolucionaria!

No hizo falta ningún personaje de Arthur Conan Doyle para develar el misterio del caos intestinal. Tampoco (por primera vez) se pudo responsabilizar a la CIA de tamaña cagástrofe. El campamento que nos acogía, en época anterior, había sido una unidad militar. La despensa de marras guardaba lo que los dulces guerreros cubanos conocen como reservas de guerra. Pero esto lo aprenderíamos luego, cuando un amigo —lector ocasional de este blog— se me acercó con la evidencia: en el fondo de una lata recién consumida, la fecha de vencimiento databa del año en que habíamos venido al mundo.

sábado, noviembre 01, 2008

Se busca

Agente literario que responda
correos y llamadas y recados
y lea manuscritos terminados
y tenga su buen gusto y buena onda

—que prefiera el David a la Gioconda,
el ajedrez al póker o los dados,
tristes tigres a tigres disecados,
y sepa por qué va Pilar oronda,

y, ya que estamos, que deteste a Castro,
que haya leído a Orwell y a Kundera,
bostece si se le menciona al Gabo

o cualquier escritor politicastro—,
que trepe como buena enredadera

y me encuentre editor escandinavo.