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domingo, julio 27, 2008

Te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar

Poco antes del cierre y secuestro de su blog ―aunque no necesariamente en ese orden―, los entrañables Mickeys de Miami revivieron un episodio tristemente célebre del deporte profesional: la muerte del boxeador cubano Benny “Kid” Paret a manos de Emile Griffith. La historia es conocida: días antes de la pelea, durante el pesaje, Paret había ―supuestamente― hecho comentarios despectivos sobre las preferencias sexuales de su contrincante. Una línea que ―según la opinión pública de la época y del propio Griffith― no debía haber cruzado. Ya en el ring, el americano se dejó llevar por la ira y el duelo ―desde sus inicios y quizá sin que los contrincantes lo supieran― estuvo marcado por el signo de la muerte.

Décadas después, a raíz de su salida del armario, Griffith declararía: «Yo maté a un hombre y la mayoría de las personas lo entiende y me perdona. Sin embargo, yo amo a un hombre y eso para muchas personas es imperdonable».

La semana pasada comentaba este episodio con César Reynel Aguilera, quien además de ser un excelente escritor es aficionado al boxeo. Esta combinación ―uso la palabrita a sabiendas― se evidencia a lo largo de su novela, R.U.Y., sobre todo en el fragmento que transcribo a continuación.

***

Eso fue lo que pasó. Salieron a matarse. Ya se conocían bien y perdieron poco tiempo para meterse en el tercer ring. El réferi fue Ruby Goldstein, un buen hombre que se estaba recuperando de un infarto, y del que se dice que esa noche tuvo su peor actuación. Padrino no cree en eso, Padrino jura que es verdad que al Nano le gustaba hacerse el que estaba en malas condiciones, se hacía el muerto pa’ ver el entierro que le hacían, cuando el contrario se acercaba a prenderle la última velita el Nano lo clavaba en la lona, eso es verdad, y también es verdad que el bueno de Goldstein lo sabía. Pero eso poco importa, lo que importa es que esos dos salieron a preguntar quién merecía vivir. Porque hay cosas que no se dicen, porque hay cosas que no se hacen; y si las decimos, o las hacemos, entonces tenemos que aprender a cargar con ellas por la vida, a menos que tengamos el valor de preguntar el veredicto de los que mandan. Eso es algo que nunca van a entender los que gritan en las gradas, eso es algo que nunca van a entender los que lloran entre cuerdas de guitarras. Esos dos no se subieron allá arriba por nada ni por nadie que no fueran ellos mismos y sus asuntos pendientes con la vida. Ahora hablamos de la culpa, hablamos de la civilización, ahora decimos que estas cosas deben evitarse, que deben ser prohibidas y olvidadas, ahora queremos creer que se puede vivir sin el concurso de los guerreros, sin la compañía de los que saben mirar de frente a la muerte, de los que corren hacia el humo y el polvo, hacia la sangre y la furia, siempre en contra de la multitud. Decimos que son bobos, imbéciles, retrasados mentales que terminaron haciendo esas cosas porque no pudieron hacer otras. Pero de tanto en tanto, y de vez en vez, los dioses nos recuerdan que la civilización es el sueño de los bárbaros; y para que no lo olvidemos nos mandan un asesino a la puerta de la casa, un violador al próximo callejón, un degenerado que nos levanta sobre sus hombros para tirarnos al vacío o a las olas del mar. Ese día rezamos por un guerrero, ese día nos quedamos en una sola pieza y descubrimos el valor de un simple movimiento de nuestros brazos, ese día, coño, ese día cambiaríamos cada uno de nuestros dólares por ser capaces de tirarle un golpe a la muerte que nos corroe las entrañas. Eso fue lo que hizo Benny Kid Paret, le apostó al peso de sus palabras y salió a cumplirlas con la fuerza de sus puños. El Nano aguantó durante cinco rounds el ataque feroz de Emile Griffith, en el sexto salió a combatir sangrando por la nariz y con una herida en la ceja derecha, se estaban dando palo a palo, pero en un momento el Nano empezó a dominar, sus combinaciones empezaron a llegar con más fuerza y certeza, tiraba y tiraba con la secuencia de una ametralladora y la precisión de un francotirador, hasta que logró atrabancar a míster Griffí con una combinación que pudo haber sido mortal, pero no lo fue. Porque Padrino no se cansa de repetir que en el tercer ring las cosas suceden más despacio de lo que nadie puede imaginar, en el tercer ring los golpes se dosifican y el tiempo alcanza para echar un párrafo con la muerte, la dama se acerca melosa con su propuesta “ahora es cuando es, soy yo, o eres nada”. Y el fajador le dice que ni ella ni la madre que la parió. Que va a ser un nocao de quince segundos, los suficientes para que míster Griffí se levante y acepte las disculpas de su vencedor, o la solicitud de que traiga al marido, lo mismo da en un mundo donde no hay vencedores ni vencidos, culpables ni pecadores. Así fue la derecha que envió a Emile Griffith a la lona, la puntilla que lo clavó por ocho segundos que debieron ser quince. Pero estaban en New York, y la muerte rondaba entre las cuerdas, y el público gritaba por su ídolo, y los dioses jugaban con el tiempo. Al conteo de ocho sonó la campana, siete más le hicieron falta a míster Griffí para recuperarse. En el próximo round el Nano volvió a machacar a su contrincante, pero las cosas empezaron a cambiar, la muerte desviaba los golpes; se colgaba de los brazos del Nano y le hablaba de la leña que Gene Fullmer le había dado unos meses antes, la muerte le hacía guiños al neoyorquino y le decía que no se preocupara, Patroclo y Aquiles habían apostado por él. Así llegaron al doce, y los brazos de Emile Griffith se convirtieron en guadañas. El Nano iba retrocediendo y tropezó, fue a dar contra las cuerdas y uno de sus puños se enredó. Griffith se adelantó como un tigre y sin darle tiempo para sacar el brazo enredado lo trituró sin piedad, lo molió al ritmo de las tres sílabas que no se dicen, el brazo siguió enredado entre las cuerdas, y el bueno de Goldstein nada hizo, ¿qué iba a hacer? Si no estaban ni allí. Sus ojos vieron algo que ya estaba escrito. El Nano recibiendo golpes a mansalva, el Nano con la cabeza rebotando contra el poste de la esquina, y la muerte diciendo “ahora es cuando es, soy yo, o eres nada”. Y míster Griffí quiso ser algo más que un peleador, y el público no quiso que parara, y el réferi tampoco pudo hacerlo. Sólo dos compartían el mismo ring, uno ya estaba muerto.

―Con las zapatillas puestas.

7 comentarios:

Jorge Salcedo dijo...

Muy bien, habrá que echarle un vistazo a R.U.Y. La pongo en la lista. Por cierto, vi también la reseña que le haces, y es muy convincente.

Alexis Romay dijo...

Salcedo:

Me alegra que pienses que mi reseña es convincente, pero temo que no le hice justicia a R.U.Y. en dicho texto. De veras es un libro inmejorable. No tiene desperdicio.

machetico dijo...

Escelente post. Coincidente con cierta onda pugilísta que parece que se estila. Uno en órbita es:

http://tromponmetabiotico.blogspot.com/

Anónimo dijo...

WOW, eso estuvo intenso! hay que leer el resto del libro ya.
Lila

Anónimo dijo...

Bustro,

Así que nacimos el mismo día, mira tú las cosa que tiene la vida.

Te agradezco mucho este post, y a Jorge, a Lila, y al tocayo Machetico, sus opiniones. RUY, más que un libro, es un aljibe de generosidades.

Saludos

César Reynel

Anónimo dijo...

Este estilo de texto es el que obliga a la lectura porque sin haber leido el libro me senti involucrada en el, lo cual me hacce pensar que es un excelente libro. Al mismo tiempo, me hizo recordar algunas anecdotas de nuestro pais que tambien es un ring de boxeo solo que los jugadores nunca ganan porque ya todo esta pactado.
Un abrazo

Omara

Anónimo dijo...

Muy bueno el fragmento, ví la entrevista con Zoé V. en la Rueda Bohemia, otro escritor que me haces conocer, además dos libranos, como yo, estoy encantada con eso.

Saludos
F.C.