¡Este blog se mudó a http://belascoainyneptuno.com!

Espera unos segundos para redirigirte automáticamente al nuevo sitio. Si no funciona, visita
http://belascoainyneptuno.com.
De paso, actualiza la dirección en tu blogroll y en tus “favoritos”. ¡Gracias!

lunes, diciembre 22, 2008

Si a tu ventana llega una paloma

En su más reciente libro —¡Por culpa de Candela!—, Teresa Dovalpage tuvo la gentileza de dedicarme un cuento. Aquí lo transcribo, con gratitud enorme.
***
Si a tu ventana llega una paloma

Tremendo ñángara dice mi mom que es mi papá. Ñángara significa comunista o, como ella también dice, comuñángara. Mom lo pronuncia así, con rabia: ñángara.

Tantas palabras con eñe en el idioma de mi mom y la que más le gusta a ella es coño. Bien fuerte. Coñó. Coñoó porque la estira como si fuera chewing gum. Coñó, chilla mi mom cuando el avión se mueve y yo me río aunque igual estoy medio nerviosa. No por miedo a que el avión se caiga, como ella, sino porque al fin nos vamos a Cuba para conocer a mi dad.

Ésta no es mi primera vez en Cuba. Yo nací allá, en la mismísima Habana, cerca del Malecón. Mis amigas de la escuela no lo creen y dicen que eso es bullshit, de lo que pica el pollo, porque no tengo acento en inglés. Pero yo insisto que sí, que soy cubana cien por ciento. Bueno, o a lo mejor, ochenta por ciento. Pero cubana anyway.

Aunque no hablo perfecto el español, entiendo todos los programas de Univisión y Telemundo. Si no hablo mejor es porque salí de Cuba cuando tenía ocho meses y mi mom se montó en una balsa y arrancó conmigo para acá. O para allá, que estamos en el aire.

Mi papá no lo supo y tampoco supo (¿o sabía? ¿Por qué habrá dos pretéritos en español?) que yo había nacido. Él no me habría dejado salir porque es tremendo ñángara. Como el papá de Elián González, que lo vino a buscar y se lo llevó otra vez a La Habana, a ser pionero como el Che. Mi papá es tres veces más ñángara que el de Elián. Más comunista que el underwear de Fidel, vaya.

Pero a mí no me importa. Ñángara y todo, es el único dad que tengo. Por eso lo quiero ir a ver. Fue lo único que pedí al terminar el curso con A en todas las asignaturas. Honor student, eh. No me interesaba ir de nuevo a Disneyland. Ni a Miami con todo y lo que me divierto allí en la playa, sino a La Habana. Se lo dije a mi mom: si de verdad tienes ganas de hacerme un regalo, llévame a conocer a mi papá. Después de mucha lipidia al fin me complació. Y para
allá vamos. Hey, Cuba, here I come!

En la mochila llevo un montón de regalitos. Unos vaqueros Wrangler, un cinto y varios T-shirts para mi dad. Adornos de pelo para mi hermana y tenis para mi hermano. Y bolsas de M & M y muñequitos de Star Trek. Todo comprado con mi propio dinero, con lo que me he ganado babysitting. Porque yo sé que voy a encontrarme por lo menos a una hermana o a un hermano pequeño. Ya estoy harta de ser única hija.

No me importa si es una familia de ñángaras porque es mi familia. Pues como dice mi mom, que hace un año trajo de Cuba a abuela Julia con todo y lo que se pelean, la familia es la familia por encima de la cabeza de Dios padre, above all.


La familia estará por encima de todo, pero le zumba malanga y su puesto de viandas que a casi quince años de salir de Cuba cuando salí de La Habana válgame Dios regrese yo a buscar al hijoeputa ese. Si me lo hubieran dicho hace un año me habría reído. ¡Yo que nunca quise volver ni a ver a mi madre!

Menos mal que el regreso es en avión aunque me entra el tembleque cada vez que éste da un bandazo. Pero bastante en ganga vamos con no tener olas de tres metros de alto zancajeando alrededor, como entonces. Ni el sol rajándose encima de uno ni el miedo a que un tiburón esté apostado esperándonos como un guardacostas de Cuba. Aunque por especial favor de Yemayá no vimos ninguno —ni guardacostas ni tiburones...

Aquel viaje en balsa, en pleno agosto, y con una criatura de brazos berreando todo el tiempo no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo. Ni al mismo Pedro Luis, vaya.

Pedro Luis era un descarado. Al principio me llamaba paloma si a tu ventana llega una paloma. Era un picaflor. Un pingahappy, como dice Rosita, mi amiga panameña. Un tipo alto y bien despachado que llamaba la atención dondequiera, mientras que yo nunca he sido lo que se llama vistosa. Menos en Cuba, con lo flacundenga que estaba. Ahora es que me he arreglado un poco con la buena comida y clases de Pilates tres veces por semana.

Vaya usted a saber cómo estará el hombrín, porque no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después. Pero entonces, con su uniforme verde olivo y su pistola al cinto, que no se la quitaba ni para mear, daba la hora. Me volvió loca. Yo era una inocentona, con todo y diecinueve años cumplidos. Cualquiera me hacía un cuento. Él me lo hizo y yo caí ilusionada, como paloma con señuelo.

A la semana de conocernos me prometió, no villas y castillas, que no las hay en Cuba, sino casarse conmigo y llevarme a vivir con su familia que tenía un caserón enorme en Miramar. Se lo habían dado al padre, ñángara de los antiguos que bajó de la Sierra Maestra con Fidel Castro. Por eso decía Pedro Luis: “Yo soy revolucionario desde que estaba en los cojones de mi viejo”.

¿Todavía lo será? Dicen que hasta el pan lo pusieron por la libreta en los años noventa. Un panecito por persona al día. Y que ya ni hay guaguas, sino unos camiones cerrados que les dicen camellos. Y tiendas donde todo es por dólares, creo que les dicen shoppings, así en inglés. Cucha pa eso. Cuando antes al que encontraban con un dólar en el bolsillo lo metían en chirona por aquello de la moneda del enemigo. A saber qué dirá Pedro Luis de eso. A saber.

Claro, los militares siempre tienen sus prebendas, así que él no estará pasando mucha necesidad. Me imagino que seguirá en el ejército. Ya habrá llegado a coronel, por lo menos. O a general de cinco estrellas, como las de los hoteles. ¿Vivirá todavía por la Quinta Avenida? Ojalá que sí, porque no pienso pasarme la semana rastreándolo por toda la isla.

Cuando conocí a Pedro Luis yo acababa de empezar la carrera de letras y vivía con mi madre, las dos apurruñadas en un apartamento de Centro Habana. Un apartamentico donde el vecino se tiraba un peo y uno lo olía. Así que la idea de mudarme para Miramar me ilusionó. Abrir los ojos por la mañana en una casa, tener mi propio cuarto, una cocina amplia y un patio con su sábana de hierba y muchas matas que regar... la vida misma.

Nunca me cuidé para no salir embarazada porque Pedro Luis me había prometido que nos íbamos a casar enseguida y yo pensé trátala con cariño que es mi persona que parirle un hijo era la mejor forma de atraparlo. El truco más viejo del mundo. Y el más estúpido también si no hay un buen par de tetas y un culón grande respaldándolo.

Mira que mi socia Yanisley me advertía niña, no te embarques con un chamaco a estas alturas. No te ilusiones, que ese tipo no está pa ti. Tenía razón, naturalmente. Yo no nací para buena hembra. Pero, comemierda que soy, vine a notar que no había caído con la regla casi un mes después del día que me tocaba. Y hasta dejé que pasara otro mes más. Estaba yo domiciliada allá en la luna de Valencia, en La-la-land.

Para entonces Pedro Luis se estaba alejando sin disimular mucho. No me llamaba por teléfono ni me iba a visitar. Andaba huido. Como que estaba acostumbrado a otro tipo de mujer, más pícara, más cujeá, y ya mi simplicidad de ex-virgen lo tenía empalagado.

Yo le iba a decir de la barriga a ver si lo endulzaba, si lo convencía para que no me dejara, pero no pudo ser. El día que me aparecí en su casa, con el papel del médico y el discursito ensayado frente al espejo medio roto de mi baño, su padre me contó que lo habían mandado a Nicaragua.

Ay, chinita que sí pero no me puede dar al menos una dirección para escribirle, le rogué. Y el viejo más serio que el Martí del Parque Central. No, mija, es imposible. Ay, chinita que no que él está en una misión secreta del partido. Después me enteré de que Pedro Luis andaba con una chiquita ahí, gozando en la playa de Varadero. Qué Nicaragua ni un cará.

El caso es que se me quedó la noticia por dentro, destrozándome las entrañas. No porté más por la universidad y dejé que el tiempo pasara sin mover un dedo hasta que mami me notó la panza y se puso histérica. Debía andar por los cuatro meses y no había manera de hacerme un aborto corriente, de succión, y ni siquiera un curetaje. El feto estaba ya formadito y era peligroso intentarlo, me dijo la enfermera del policlínico. Ay que vente conmigo, chinita.

Y conmigo arrancó Yanisley a la Maternidad de Línea para que me sacaran aquello como fuera, con una inyección de prostaglandín si hacía falta, pero ya en la camilla me arrepentí. No sé si fue puro miedo o el cuento que le oí a otra embarazada de que la última vez que le habían puesto la inyección ella había parido un muchacho completo, vivo y coleando. Y la enfermera se lo había tirado a la basura delante de sus propios ojos en cuanto lo soltó.

Qué va, pensé, a mi hijo no me lo tira nadie a la basura. Ni de juego. Y me levanté, me puse la ropa y salí caminando del hospital. Yanisley iba detrás de mí, espantada y tratando de aguantarme para que me quedara porque qué coño vas a hacer tú sola con un muchacho, mujer.

Mami por poco me mata. Me cogió por el pelo y me entró a gaznatones, pero qué remedio le quedaba que cargar con lo que viniera. Ironías del destino, pues si no es por mi hija, seguiría ella toda jodida en Cuba. Bastante que me hizo la vida un reverendo yogur allá. Pero la niña empezó conque si mi abuela cubana esto, que mi abuela cubana lo otro, que vamos a llamarla por teléfono… Así nos acercó hasta que terminé reclamándola. A ver si pasa lo mismo con el padre ahora y acabo enredándome de nuevo con él.

No. Eso sí que jamás. Dios me libre con Dios me ampare. Aunque se me ponga de rodillas, aunque me llore y me suplique, con Pedro Luis no vuelvo ni por medio minuto. No se me olvida aquella última vez que nos vimos. La tengo grabada aquí, en el medio del entrecejo. Grabada a sangre y fuego que caía del cielo habanero aquella tarde en que nos tropezamos en la parada del Coppelia.

Él, muy pelado a lo militar, orondo en su uniforme. Y con otra mujer al lado: una culona alta, bien comida y mejor vestida. Yo, con mi mocosa entre los brazos, despeinada porque me acababa de bajar de una ruta treinta que venía echando candela. Y mal envuelta en un vestidito de guinga que me quedaba grande, porque con una niña chiquita y todavía lactando me había puesto más flaca que un palo de trapear.

Él me miró, pero siguió de largo. Por poco me mando a correr detrás de ellos y le formo un escándalo y lo obligo a hacerse la prueba de la sangre para que me pasara la pensión de la niña y a lo mejor de nuevo ay que dame tu amor. Pero no. San Judas Tadeo, a quien siempre me he encomendado, por aquello de las causas perdidas, me taponeó la boca y no pude decir ni ji. Mejor.

Mejor, sí. Porque a los pocos meses el marido de Yanisley fabricó un armatoste con el espaldar de un sofá cama, una mesa de comedor y cuatro sillas, y lo aseguró todo con seis gomas de camión ZIL. Resultó una balsa muy marinera, quién lo hubiera creído. Una balsa que resistió la travesía, dos días completos en el mar, sin una rajadura.

Me preguntaron que si quería ir con ellos, ay que vente conmigo chinita, arriesgarnos a ver si llegábamos a Miami a donde vivo yo. Y les dije que sí. Total, me daba igual palo que rumba. Y cruzamos el estrecho de la Florida, que a mí me pareció más ancho que la muerte, hasta que nos recogió un guardacostas americano.

Ahora a esta guanaja se le ocurre ir a conocer al padre. No, en el fondo no se lo critico. Es muy apegada a la familia. Es decir, a la poca que tiene. A Yanisley la adora y le dice tía Jan. Si ella supiera que gracias a “tía Jan” por poco se queda en el limbo de los nonatos.

Con mi madre tiene una pejiguera de ampanga. La vieja también es más cariñosa con la nieta que lo fue conmigo en toda su vida. Al menos no le da golpes. (Y que se atreva, que me la como viva). Ya eso es mucho decir, porque a mí mami me daba unas palizas de padre y muy señor mío, que todavía me duelen de acordarme.

Falta ver cómo nos recibe Pedro Luis, suponiendo que lo encontremos. Con el odio que les tiene a los gringos, capaz hasta de que rechace a la niña, o que no crea que es hija suya. Eso me dolería en el alma porque ella viene con su ilusión y una ilusión de adolescente es lo más grande que hay.


Sí, una ilusión de cualquier tipo hace más llevadera la vida. ¿No es cierto, Pedro Luis? Y por eso, cuando se pierden las ilusiones, mejor es perder también la vida, ¿verdad, mi coronel?

Ahora, por el momento no te puedes quejar. Esta tipa treintona, ya no lozana pero con su culito relleno, como siempre te gustaron, y esa chiquita que te parece vagamente familiar, te han metido media shopping aquí en la casa. Hasta compraron un ventilador japonés para Pedrito, que sigue mal del asma. La leche en polvo, el jamón enlatado, el detergente y la pacotilla no les van a faltar a tu mujer y al niño por unos cuantos meses.

Pero a la tipa la conoces. Haz un esfuerzo de memoria. Sí, es la muchachita aquella con quien tuviste un romance hace… ¿cuánto hace, coronel? Ya va a ser quince años, cómo pasa el tiempo, cará. Lo mismo aquí que allá. Aunque aquí parezcan más largos los días, por el aburrimiento.

Acuérdate bien. Fue durante nuestra década prodigiosa, los ochenta. Cuando se podía entrar a la tienda Centro, la antigua Sears, y salir con una libra de queso amarillo, dos pollos congelados y un cake de chocolate. Cuando Yumurí, la antigua Casa de los Tres Kilos, se metamorfoseó en tienda por departamentos donde se podía comprar de todo. Desde una blusa vietnamita hasta un ventilador chino. Tao, tao, maní picao. Que viva Fidel y que viva Mao.

Fueron nuestros años del oro, y los mejores para ti. Hasta se habló de ponerte a administrar una tienda para extranjeros, de CUBALSE, y de asignarte un carro Lada. Ibas a estar completo, con las tres ces: casa, carro y cargo. Tenías las jovencitas así, a tutiplén. Por eso ni te acordaste más de ésta. Fue una cana al aire. O un peo al vacío, como decía tu padre, mujeriego también.

Pero mírala ahora, lo buena que se ha puesto. Si pudieras, le partías el brazo otra vez. Y tu mujer en el séptimo cielo, aunque con cara de no comprender nada. No es que tenga las neuronas quemadas por tanto picadillo de soya que tragaba, como te gustaba decirle, insultador. Es que a la pobre no le tocó en el reparto de cerebros mucha materia gris. Y la poca que tiene debe emplearla en resolver el cotidiano problema de lo que se va a echar en la cazuela.

¿Qué si estará celosa? No, hombre, no. Con los miles de tarros que le pegaste y nunca protestó ni se dio por enterada... Desmaya eso, que no están las cosas para pasiones trasnochadas. Aunque se lo imagine, ¿va a ponerse a mal con alguien que la acaba de surtir de comida y de ropa? No jodas…

Sientes el humo de los cigarros Salem que tu mujer compró con la plata que le cayó del cielo y te imaginas el sabor de esa Coca Cola que paladea la descarada, sin vergüenza ninguna y sin pensar en nada. Es decir, sin pensar en ti. En ti que la observas clavado en la pared, crucificado en un minuto eterno, sin poder moverte ni fumar ni tomarte siquiera una cerveza Hatuey.

Ella sigue habla que te habla. Nunca ha tenido control de la lengua. Y lloriquea cuando le cuenta a la recién llegada la desgracia de tu padre, al que implicaron en el caso Ochoa. Señora, no me diga que no se acuerda. Si hasta los gatos saben que en el ochenta y nueve rodaron aquí muchas cabezas de hombros condecorados.

A mi suegro, que en paz descanse, lo acusaron de tráfico de drogas. A él y a un montón de gente más. Era militar de la Sierra y todo, pero igual lo metieron en el ajo y lo degradaron. Gracias que no nos quitaron la casa. Se murió de tristeza. De cáncer, dijeron los médicos, pero fue de desesperanza. Ni un trabajo que le hicieron de Santería lo salvó, y mire que fue fuerte.

¿Y me dijo que Pedro Luis era amigo suyo, sí? Pues también se le volvió la vida al revés con todo ese rebumbio. Después que calimbaron a su padre la cogieron con él, de rebote. No pudieron probarle nada, pero de todas formas empezaron a joderlo y a pincharlo por todas partes. Tuvo que pedir que lo licenciaran porque los jefes no lo dejaban ni respirar. Hasta se habló de formarle causa. Los militares son peores que las mujeres para formar chanchullos, unos breteros del carajo…

Pedro Luis perdió la ilusión que había tenido siempre con la revolución y el ejército. Se quedó en la calle, con una mano alante y la otra atrás. No tuvo más remedio que ponerse a trabajar en un taller. De custodio nocturno, ganando una miseria. Imagínese, señora, lo que sería eso para un hombre como él, acostumbrado al uniforme, al cargo, a tener pesos y a que lo respetaran. Una tragedia. Si estuvo a punto a suicidarse, una vez...

Se volvió loco, el pobre. Porque loco tenía que estar para hacer lo que hizo cuando se formó la rebambaramba de las balsas y el sálvese el que pueda, o el váyase el que quiera, en el noventa y cuatro. Construyó una balsita chapucera con unas tablas viejas, él que no sabía nada de carpintería ni de navegación, y luego quiso que yo lo acompañara. Pero qué va. Con un niño chiquito ¿qué me iba a meter en esos trajines? Se fue solo, solito en alma. Y hasta el sol de hoy...

¿Qué le importa a la otra fulana si tú sabías de carpintería o no? Además, se ve a la legua que está gozando el cuento, la cabrona. Que lo está saboreando sin reservas aunque se haga la apenada por consideración a tu mujer. A tu mujer que sigue derramando sus cuitas, botándolas al aire con el humo del Salem.

Mejor no le haces caso porque ya tienes ganas de entrarle a bofetones —a tu mujer, se entiende. Como le hiciste muchas veces, en tiempos más felices, cuando se ponía hocicona. Pero ahora es imposible. Más vale que la ignores para no coger calenturas por gusto, que aquí no hay ni ron pa bajarlas.

Dedícate a observar a la chamaca que sigue con los ojos fijos en tu foto —la del último cumpleaños de Pedrito que alcanzaste a celebrar. Desde allí tú también la observas y te mueres de ganas de salir. Y de hablar con la muchachita, la única que parece a punto de llorar. Qué pena que no tengas voz, porque te gustaría sentarte y explicarle cómo pasaron las cosas. A ver si ella, al menos, comprende tu condición de renegado ñángara o de ñángara renegado que no es lo mismo, viejo, pero es igual.

10 comentarios:

Manuel Sosa dijo...

Pequeño agradecimiento a usted hoy, en mi blog. Gracias!

Rosa dijo...

Dios, esta historia tan bien contada me deja sin palabras. Con qué maestría cuenta Teresa nuestra tragedia nacional. Gracias una vez más a Alexis por permitirnos disfrutarlo - o sufrirlo, que la lágrima asoma, ajena a mi voluntad, inesperada!

Jorge Salcedo dijo...

Muy bien por Teresa. Lo disfruté de principio a fin. Quiero decir, hasta donde dice: "Y de hablar con la muchachita, la única que parece a punto de llorar."

Anónimo dijo...

Alabao, gracias a todos ustedes por sus comentarios. Salcedo, dime qué cambiarías del final. De veras, estoy siempre abierta a las sugerencias, más si vienen de gente que sabe lo que se trae entre manos...Por cierto, el verso "por este triángulo carnal y oscuro" de tu poema me encantó.

Anónimo dijo...

Teresa:

Esa historia es demasiado real y me trae recuerdos de juventud.

Gracias Teresa, disfruto mucho tus textos, gracias tambien Alexis por tener tan buen tino

Esperanza

Jorge Salcedo dijo...

Teresa, a mí me gusta como el último párrafo vuelve a llevar la atención a la perspectiva de la hija y cierra el círculo narrativo. Pero en la segunda mitad del último párrafo, vienen las reflexiones del padre sobre su condición, y creo que esa reflexión del padre, como las de "tu" tío, no adicionan mucho, dramáticamente hablando. El momento en que el padre posa la vista sobre esa niña desconocida, "la única que parece a punto de llorar", ya están atados todos los cabos. Me gustaría que la historia se acabara ahí. Ahora perdóname esta tremenda impertinencia y sigue deleitándonos con tus historias.

Anónimo dijo...

primera vez que se de ud pero algo quiero decirle ud sabe escribir.

Unknown dijo...

bravo.

Anónimo dijo...

Estoy ronrroneando de contento al leer sus comentarios, gracias a todos. Salcedo, tienes toda la razón y ahora mismo voy a hacer ese cambio en el final por si vuelvo a publicar el cuentito luego. hay que reciclar, tú sabes...¡Gracias!

Marta Farreras dijo...

Estoy leyendo todos los cuentos y el dedicado a Alexis "Si a tu ventana llega una paloma " es uno de los mas bonitos , espero poder hacer una reseña del libro y del realto que te dedica a ti, pero me da apuro al ver lo bien que escribis
Saludos muy cordiales Alexis sois excelentes