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jueves, diciembre 11, 2008

Brezos y peonias

Transcribo un texto inédito de César Reynel Aguilera.

***
La Hora fue una actriz-aprendiz que los trovadores compartieron sin saber que era de todos; y después, cuando supieron que la compartían, marcados por el dato curioso que descubrió Casasús. Una vez desnuda La Hora tardaba —fuera quién fuera el amante, en cualquier posición, con palabras, sin ellas, envuelta en caricias, o a secas— siete minutos y treinta y nueve segundos en venirse. De esa exactitud nació el nombrete.

Se llamaba Cuca y le tomaron cariño, cobraba en unos versos que ellos olvidaban darle y que después corrían a escribir —en cuanto terminaban de hacerle aquello— en cualquier papel que encontraran por los alrededores.

Un día, avergonzados de tantos poemas en deudas, decidieron hacerle una canción a múltiples manos. Cada uno se comprometió a escribir una estrofa que encajara con la melodía que el más genial de ellos había creado para la ocasión. Así surgió “¡Cuca va!”.

La Hora se puso tan contenta con su canción que del tiro salió embarazada, y ellos, poetas comprometidos con el ideal colectivo, vieron en ese embarazo la caída de uno de los símbolos más sagrados de la propiedad. Ese niño sería de todos y de cada uno de ellos, ese niño vendría al mundo para demostrar que el ser social puede, y debe, derrotar al monstruo biológico del que brotan las desigualdades humanas.

Llegó el momento del parto y todos, como un solo ser, fueron a escuchar los gritos y las maldiciones de Cuca. Los médicos explicaron que se trataba de uno de esos casos conocidos como desproporción céfalo-pélvica. El niño era cabezón, la madre tendría que pujar y pujar, con mucha fuerza, para hacerlo salir a través del canal.

Así fue como entre gritos, llantos, malas palabras y juramentos de nunca más volver a parir, el más sensible de los trovadores, mientras se preguntaba si el diámetro de su cabeza era mayor que el de sus amigos, escribió esa canción que hoy conocemos como “La Hora está pariendo un cabezón”.

Cuca alumbró desgarrada y sangrante, pero tuvo fuerzas para tomar a su hijo en brazos, darle un beso, presentarlo al círculo de trovadores que rodeaba su cama, ponerlo en la teta, y anunciar, con el nombre de la criatura, el derrumbe del mundo que habían soñado los poetas.

Bastaba —para que ese niño siguiera siendo el símbolo del porvenir— que la madre lo llamara con el nombre de uno de ellos, el que fuera, lo mismo daba. Pero no, La Hora decidió ponerle Jorge y después, con una sonrisa cansada, se disculpó:

—Así se llama el padre que siempre quise para él.

5 comentarios:

Manuel Sosa dijo...

Dando la Hora, great.

Laura Perez Garcia dijo...

gracias por tu comentario en mi blog.
Besotes
Laura

Anónimo dijo...

¡Magnífico, César! Me he reído cantidad y le estoy enviando el enlace a una amiga que adora servil y perrunamente al autor de La hora está pariendo...jejeje, a ver qué dice cuando lea esta pieza.

Anónimo dijo...

Tere,

Para evitarle un mal rato a tu amiga hago uso de este disclaim:

Cualquier semejunza con Espronzuda es pura coincidunza.

Saludos

CRA

Anónimo dijo...

Genial!!! muy jacarandoso...

F.C.