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viernes, abril 10, 2009

Estampas habaneras (XXIII)

La Plaza de la Catedral en dos tiempos
(Primera parte)

Teresa Dovalpage

En su primera época (digo, primera para mi generación, los nacidos en los sesenta), la Plaza de la Catedral era el reino multicolor del kitsch criollo. Los sábados se poblaba de vendedores de hebillas plásticas, cinturones y huaraches de cuero, calabacitas —imágenes en yeso de la que mandaba a dormir a los niños por la televisión, no la que se echa en el ajiaco— macramés de soga y bolsas tejidas.

Estoy hablando del principio de los ochenta, de aquellos inocentes días en los que a nadie se le ocurría vender en la Plaza, ni en ninguna otra parte, pulóveres con la cara del Che. Es más, creo que la idea de comerciar con el susodicho se habría considerado hasta medio sacrílega. Eran los tiempos feraces y felices en que, después de gastarse veinte pesos en un collar de semillas y una blusa de lienzo allá en la Plaza, sintiéndose una rica con las adquisiciones, podía ir con toda tranquilidad a zamparse un bocadito de queso en los portales de El Patio. O a la Bodeguita del Medio si tenía antojo de arroz con picadillo, o a La Torre de Marfil, situada en Mercaderes, si le apetecía un plato de arroz frito.

Y todo se pagaba
—oh, virgen del Pilar—
en simple y bienhabida
moneda nacional.


Verdad es que a veces no había agua, o el arroz venía empegotado o había que esperar cuatro horas para entrar a cualquiera de estos restaurantes. Pero, como diría el carnicero de mi barrio cuando se acababa el “pollo de población” a mitad de la cola: todo no puede ser perfecto, ¿no?

Los únicos turistas extranjeros que caracoleaban por la Plaza provenían de Europa del Este. Rollizos rumanos, barbudos búlgaros, estólidos estonios y bolos barnizados por el sol. Se les veía pacíficos, callados, seriotes y siempre un poco sudorosos. No se interesaban en los nativos y los nativos no se interesaban en ellos. La mole de la Catedral los contemplaba —como contempla a todos— con un aburrimiento grave, emparedado en gris…
___
Foto:
Roberto Machado.

10 comentarios:

Al Godar dijo...

Buenos los ochenta.
Yo recuerdo esa inocencia con agrado.
Y es cirto que había una abundancia relativa. Más bien una miseria moderada.
Saludos,
Al Godar

Anónimo dijo...

Tere, me dio mucha gracia lo de que entonces los turistas no se interesaban en los nativos y los nativos lo mismo. Como cambiarian luego las cosas que hasta a algun nativo alguna vez fue tomado por yuma!! Yo tuve una tia que si se adelanto a su epoca y alguna vez cuadro algun marinero ruso o de la familia. Lo recuerdo llegando a mi casa vestido con varias mudas de ropa para luego dejarlas todas alli e irse con una camisa y un pantalon de mi abuelo!! Las cosas que ha visto esa catedral, como tu acertadamente dices, con esa frase del emparedado gris. Disfrute mucho tu estampa requetehabanera.
Cristina

Rosa dijo...

La Catedral, tan especial siempre, como toda esa zona. Y los tiempos de "miseria moderada" como bien dice Al, y de "los bolos y las bolas" como denominábamos a todos los "soviéticos" y por extensión a muchos de los demás "hermanos". Lo que no has mencionado es que en aquella época era poco menos que un delito enamorarse de un extranjero. Recuerdo un caso en mi pre de una muchacha que se enamoró de un nicaraguense, y la expulsaron deshonrosamente de la juventud, y si no recuerdo mal hasta de la escuela. Magnífica estampa, como siempre. Besos.

Teresa Dovalpage dijo...

¡Hola! ¡Gracias por lso comentarios! Y Bustro, me encantó la foto. Súper. vas a tener que decirme dónde en la red se encuentran esas cosas...Al, lo de la miseria moderada es una frase excelente. Cristina, qué bueno tu post de Antonia, traté de dejarte un comentario, espero que haberlo conseguido. ¡Y bien por tu tía! Rosie, qué pena lo de la chica del nicaraguense, oye, qué extremistas eran en tu pre, si los nicas estaban casi tan jodíos como nosotros, los pobres...

Anónimo dijo...

En los sesenta no había vendedera en la plaza, sin embargo todavía se comía en La Bodeguita, sin mucha colita.

Saludos
F.C.

Mandy Aballi dijo...

Yo me acuerdo de los marineros griegos que fueron los primeros jineteados. de ahi vino la expresion fletera porque toda esa gente traia flete de carga. siguele ahi la tessy.
Mandy

Anónimo dijo...

En la plaza fue donde aparecieron los primeros merolicos que no se por que les decian asi.
mandy

Cubanita2 dijo...

Tessy pero aquellos vendedores de la catedral no duraron mucho porque hubo la operacion pitirre y los descueraron a todos, yo me acuerdo que fue por los ochenta casi al final. la abundancia relativa o la miseria moderada se fueron al diablo.

Teresa Dovalpage dijo...

FC yo sólo agarré el tiempo de las colotas :-( Gracias, Cubanita, por la muy pertinente aclaración. Mandy, a los merolicos les decían así por los personajes de una telenovela mexicana que, me parece, se llamaba Gotita de Gente.

Chez Isabella dijo...

Teresa, gracias por deleitarnos con esos recuerdos. Hermosa estampa de La Habana de los 80. Iba a contar lo de los merolicos, me dio mucha gracia que alguien preguntara porque esta semana casualmente les hice ese cuento a mis hijas, pero veo que no se te escapa una. Recuerdo esa época con candor: mucha playa y buenos momentos. Mi madre siempre estaba rodeada de rusos a los que el trópico no les hacía mucho favor. Su novio había estudiado en Polonia y también por ahí le llegaban amigos. Ambos trabajaban en el ICAIC y allí iban muchos técnicos extranjeros. Gracias a eso yo recibía chocolates y juguetes "socialistas" que me parecían increíbles. Claro, más me gustaban los que me traía el novio de mi madre cuando iba a Japón o Italia, ¡jajajajaja!!! Una vez "los bolos" me regalaron un mini arbolito con bolas de colores que mi madre colocaba religiosamente todas las navidades. Yo no tenía la menor idea de por qué hacía aquello. Mis tías viejas se encargaban de explicármelo, pero a mi me parecía muy rara y sospechosa la historia. Por eso discrepo cuando dicen que no se podía tener amigos extranjeros. Al menos con los que venían de países socialistas y con "los pobres de la tierra" la cosa no era grave. Mi padre, por ejemplo, es boliviano, cosa que a mi madre no le reportó beneficio alguno -de hecho jamás visitó ese país-. También conocí a otros hijos de matrimonios mixtos; casi siempre alguno de los padres provenía de un país del campo socialista. Nada, tremendo ajiaco con eso del internacionalismo prole-tario, ¡jajajajaja!!! ¡Y para qué hablar de lo que vino después!

Saludos para ti y gracias a Alexis por publicarte aquí.