El festín terminó, pero nosotros
aun seguimos flotando en un nicho intermedio.
Fuimos gigantescas marionetas mutantes,
rompimos los cristales del vecino indefenso,
pellizcamos al tuerto, pisoteamos al loco,
escupimos al cielo con una rabia inédita,
bailamos del reflejo universal de cada charco.
Prohibimos el eco, si el eco era distinto.
Nos embriagó el mar:
sus decenas de muertos,
sus peces solidarios,
su calma relativa.
La textura de la sal nos invitó
a mantener la cabeza en los hombros,
la mentira acentuada,
el tubérculo en tierra.
Nos declaramos mudos, homofóbicos,
literatos modernos, asesinos del bien,
defensores de un millón y dos causas fantasmas,
estatuillas de cal, grandes héroes de seda.
No hay nada que temer.
Por lo pronto
vivimos en complicidad
con la métrica madura del silencio.
jueves, septiembre 25, 2008
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7 comentarios:
A falta de Salcedo, Romay. Gracias.
¿Hasta cuándo?
F.C.
Me dejaste sin piso, tiraste de la alfombra. Voy a penar que quiere usted también librarse de mi. A versificar puede aprender cualquiera, (normal, claro) pero escribir poesía es OTRA COSA y en eso yo me multiplico por cero y me pongo a la izquierda. Espero acá el otro camello “en complicidad con la métrica madura del silencio.”
Olvidé decir que el poema es maravilloso.
Saludos
F.C.
Gracias, Sosa. Honor que me haces, compadre. También echo de menos (y mucho) los poemas de Salcedo, que tan bien acostumbrados nos tenía, pero entiendo que en estos momentos está enfrascado en un poema mayor. Ya regresará con su pulso inconfundible. Y aquí estaremos esperándole. Mientras tanto, intentaré aguantar la antorcha con cierta dignidad.
Me alegra que te haya gustado el poema, F.C. Te has convertido en mi lectora ideal. Y te lo agradezco.
Tirito: Uno escribe, como ya ha dicho mi bróder Enrisco, entre otras cosas, para que los amigos lo quieran. Y para recibir comentarios como ese que has dejado aquí. No quiero librarme de ti, pero te advierto que en estos días iré desempolvando y colgando por acá varios poemas que ya se acercan a la década de engavetados (o publicados) y que, para mi grata sorpresa, no llegan a avergonzarme. Para más detalles: éste lo escribí en La Habana, en septiembre de 1999, un par de semanas antes de partir. Apareció en una antología (horrible, como todas) al año siguiente, en Estados Unidos. De mis tiempos en Cuba, este es uno de los pocos textos que no he “desautorizado”.
Estupefacta me has dejado. Creí que los culpables eran la cumbre. De aquí, al cielo.
QF
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