Esta noche, con la celebración de la octogésima ceremonia de entrega de los premios Oscar®, la Academia habrá demostrado una vez más su increíble falta de imaginación, así como la inflexibilidad que rige el proceso de selección de candidatos al panteón hollywoodense. ¿Qué entienden por «actuar» los miembros de este jurado? ¿Y qué requisitos debe cumplir un largometraje para figurar entre los contendientes al Gran Premio? La respuesta es simple: la película debe haber llegado a las pantallas de cine de Estados Unidos antes de cierta fecha y, respecto a los actores, optan por las interpretaciones más convincentes. Pongamos por ejemplo los nombres que se barajan para la categoría de mejor actor en un rol protagónico: Daniel Day Lewis, Johnny Depp, George Clooney, Viggo Mortensen y Tommy Lee Jones. Otros cinco señores se disputan la codiciada estatuilla al mejor actor de reparto. No es baladí señalar que ninguno de los nominados en el nicho de mejor actor secundario es Raúl Castro.
La oración anterior puede resultar traída por los pelos. Pero no lo es. Néstor Díaz de Villegas cierta vez confesó una dolencia común: sufre de pancastrismo, y sospecha que no es el único ―entre cubanos― que ve al longevo dictador hasta en la sopa. Y lleva razón. ¿Cómo no sentir a Castro ―o, en este caso, su ausencia― en la disputa de esta noche por la estatuilla al mejor actor en rol protagónico? Desde su temprano inicio en las tablas ―durante “La Violencia”, en Colombia, 1948―, Fidel Castro ha interpretado con éxito inigualable ―de crítica y taquilla― los disímiles roles de pandillero, agitador político, asaltante a cuarteles (o, lo que es lo mismo, golpista), abogado que asume su propia defensa ―inspirado en el personaje idealista de James Stewart en Mr. Smith Goes to Washington―, expedicionario, jefe guerrillero, campeón de los desvalidos, líder carismático que pregunta a grito pelado: «¿Elecciones, para qué?», estadista, peón en una posible guerra nuclear, meteorólogo… La lista es larga y conocida. Por estos días, mermadas ya sus cualidades histriónicas, tiene que conformarse con interpretar el papel de abuelito benévolo que en su delirio se cree atleta o periodista ―por eso el chándal y las reflexiones― y que necesita llevar su nombre impreso en la chaqueta Adidas, so pena de que su público no lo reconozca.
Hoy, en una Habana cada vez más uniforme, Fidel Castro ha logrado mantener su liderazgo en el Partido Comunista, pero ―producto de su renuncia al cargo― no fue ratificado como Presidente del Consejo de Estado; tarea que recaerá en el joven Raúl.
Pero su gran derrota del día ―que es la nuestra― será no recibir la estatuilla dorada de manos de la Academia.
domingo, febrero 24, 2008
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5 comentarios:
Alexis, gracias por darnos otra salida de emergencia en la blogosfera.
Bienvenido, Sosa. Aquí tienes tu finca…
Gracias Aleph por dejarme esa anécdota tan sabrosa en mi último post.
Sobre este tuyo de hoy sólo quiero recordar que se trata del alumno más aventajado, no de Marx, sino de Stanislavski!
Alexis,ya tenia deseos de leerte en algun sitio;puedes estar seguro que frecuentare esta esquina habanera.
Gracias, Al Godar.
Evelio, ¡bienvenido a Centro Habana! Nos vemos en el éter.
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