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sábado, marzo 29, 2008

Próximamente

Vivo en una zona donde muy pocos hijos de vecino podrían decir a ciencia cierta qué cosa es un tamal en cazuela. Así que mi alegría fue grande cuando hace varios meses, caminando por una de las arterias principales de mi ciudad, me topé con un anuncio prometedor: un restaurant cubano abriría sus puertas próximamente. Del anuncio me cautivó el diseño ―que es simple, a pesar de sus florilegios, y quiere recordar los vitrales que nos son tan caros a los cubiches―, la tipografía del texto y el hecho de que para el nombre del local los dueños tuvieran la delicadeza de cambiar la grafía de la isla y escribir el resultado en minúsculas. Pero lo que más me fascinó fue el texto encerrado en la burbuja que sobresale en la esquina superior derecha: Próximamente.

Lo tomé como una premonición. Vinculé la apertura del restaurant con la posibilidad de una apertura política y económica en la isla. Pero tras varios meses de ver cómo el cartelito se burla de mí desde la vidriera de un restaurant que quién sabe cuándo abrirá sus puertas y luego de constatar que la deplorable situación de Cuba sigue su curso en picada, el anuncio me hace pensar en lo relativos que pueden ser ciertos adverbios de tiempo y me obliga a rememorar esa frase que les robamos a los judíos ―quienes, por estas fechas, repiten «El año próximo en Jerusalén»― y a la que nosotros sólo tuvimos que reemplazar la ciudad de destino.

Próximamente. Las puertas de un restaurant en Nueva Jersey o las jaulas de una isla que es una jaula. Ojalá se abran primero las segundas.

jueves, marzo 27, 2008

Justicia poética

Luego de medio siglo enfrascado en convertir a los cubanos, esos eternos amantes de la carne y el colesterol, en herbívoros ―o, lo que es peor, en rumiantes―, varias décadas después de su estrepitosa idea de sembrar café en el llano, en días en que lo único que prolifera en la isla es el marabú y ahora que a cada minuto se acerca más a su añorado estado vegetal, Fidel Castro recibe el sello, diploma y placa de fundador del Jardín Botánico Nacional de Cuba. Da gusto.



miércoles, marzo 26, 2008

Demiurgo de Remedios, la bella

García Márquez tiene quien le escriba
(aunque le hago un soneto inoportuno).
El Gabo va a tomar su desayuno
a la ciudad que es trampa boca arriba.

Sus colegas de oficio y de calibre
aglutinan palabras inmediatas
y se pudren en cárceles baratas…
Y el Premio Nobel bebe un Cubalibre.

Vivió para contarla a su manera:
una historia parcial, desvencijada.
José Arcadio, Aureliano y sus compinches:

héroes de una nube pasajera,
caudillos de ilusión apasionada…
Y el Nobel: en La Habana y sus bochinches.

domingo, marzo 23, 2008

Los miserables

Una de mis expresiones favoritas en inglés reza: You can’t have your cake and eat it, too. Esto, traducido mal y pronto al castellano, quedaría como: no puedes quedarte con el cake y comértelo a la vez; lo que equivale a que no se puede estar con Dios y con el Diablo. A pesar de que la lógica más elemental apoya este simple razonamiento, un grupo de voluntariosos que responde al folclórico y kilométrico nombre de “Cubanos Residentes en el Exterior contra el Bloqueo y el Terrorismo”, se empeña en demostrar ―con pobre sintaxis y una mar de cacofonías― que si se carece de escrúpulos y memoria sí es posible esta metafísica. A tal fin, el Grupo, en un comunicado conjunto, declara que «la batalla de ideas se convierte en la más importante a librar en el ámbito internacional», y sin perder pie ni pisada se apura en hacer votos porque la salud del Comandante le permita contar con el ídem por muchos años más.

No deja de hacerme gracia el hecho de que en la tierra del Partido Único, sus seguidores allende los mares «hagan votos» por la salud de quien durante medio siglo se empeñó en no permitirles votar. Ah, gajes del oficio de la abyección.

Por último, en aras de demostrar que el régimen de la isla y sus acólitos nada tienen que envidiarle al peor culebrón de turno, el Grupo cierra el comunicado con un predecible: «Usted siempre será nuestro Comandante».

Hemos escuchado mil variantes de esta despedida en los tantos culebrones que intentaban hipnotizarnos desde la pantalla chica. De ese inmenso catálogo de frases que pueden provocar un coma diabético, traigo a colación la que más se acerca (por contexto): imagino a una puta diciéndole a su chulo que él siempre será su macho.

martes, marzo 18, 2008

Ronda nocturna

La única vez que dormí en una estación de policía fue hace un par de décadas. Eso de dormir es una artimaña narrativa. No pude pegar un ojo en toda la noche. Al miedo ―aquel ente palpable― y la incertidumbre de verme en un cuarto de la temida y hasta entonces mitológica Quinta Estación de Policía de La Habana, se sumaban los dieciséis años que estaba por cumplir y el desconcierto al no entender qué había hecho para ir a dar a lugar tan aciago. Lo sorprendente del arresto de la noche anterior era precisamente que no había hecho nada. No quiero decir nada heroico o digno de mención. Digo nada.

Horas antes, deambulaba por el Vedado con dos o tres amigos, luego de pasar un fin de semana acampados en algún punto del Litoral Norte. Recuerdo que a esta modalidad de campismo, por aquel entonces, le llamábamos «guerrilla» (tan en boga estaba el lenguaje bélico en la isla). Y, guerrilleros al fin, regresábamos a la capital andrajosos, hambrientos, felices, con ese buen humor que es a ratos producto de la edad, de no tener la más mínima idea de qué pasa alrededor de uno y de creer que en realidad se vive en un país libre, cual solamente puede ser libre. Debo aclarar que el ambiente a nuestro alrededor también se prestaba para entusiasmos: andábamos en época de carnavales.

Luego de sobrevivir el viaje en unos camiones que nos dejaron en Santa Cruz del Norte y soportar el errático tren de Hersey, la quejumbrosa lanchita de Regla que nos cruzó ―como pudo― La Bahía y aquella guagua Girón que nos adelantó hasta el Parque Maceo, nos unimos por inercia al molote y ―evitando discusiones, puñaladas y el orine que se escurría de los baños públicos instalados de cualquier manera y a intervalos irregulares a lo largo del Malecón― caminamos rumbo oeste hasta que, ya hastiados de tanto gentío y tanto desentonar con aquella indumentaria, dejamos el Malecón y nos adentramos en una calle cualquiera.

Hasta ese momento jamás había oído hablar de zonas congeladas.

Las circunstancias del arresto fueron ―ahora lo sé― predecibles, pero no por eso menos arbitrarias. Sin darnos cuenta, habíamos entrado en el área de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. No tuvimos tiempo de regresar sobre nuestros pasos. Puntual como las abejas, un policía ―y luego otro y otro― se nos acercó para pedirnos el dichoso carné de identidad. Y entre el pigmento de esta piel mía y el hecho de que «mi documento no estaba en orden» ―le faltaba la foto, algo que, si mal no recuerdo, era obligatorio luego de cumplir los catorce años―, en menos de lo que se cuenta nos habían detenido y nos conducían a la infame estación.

Nos soltaron a eso de las 4 de la mañana. El padre de uno de mis amigos, un flamante coronel del MINFAR, se personó en La Quinta e intercedió por el grupo. Desde aquí, una vez más, le doy las gracias.

Hoy que se cumplen 5 años de la injusta redada que llevó a prisión a casi ochenta de mis compatriotas ― de los cuales más de la mitad sigue tras las rejas por el insólito delito de pensar y expresarse a sus anchas―, me conduelo una vez más con su causa, que es la mía, y no puedo menos que recordar el horror que comenzó ―y que ya no me abandonaría desde― aquella tarde remota en que La Revolución me llevó a conocer el miedo.

Elogio del poeta preso

Rescato un soneto que escribí a raíz de la implacable razzia contra la disidencia pacífica en la isla, perpetrada por el no menos implacable régimen cubano en la Primavera Negra del 2003.

Malvivo en un país de soledades
―isla de circunstancias patrioteras,
cubil lleno de sangre y de banderas―,
paisaje dividido en seis mitades.

Despierto en una tierra inoportuna,
―espejo de verdugos camuflados,
horizonte de olvidos desterrados,
cementerio global de la fortuna―.

Me queda poco: un perro, una guitarra,
un libro confiscado, un cenicero,
las cuatro esquinas de mi manicomio

y una voz que me salva y me desgarra.
Hoy me voy a llamar Raúl Rivero.
Hoy mi mujer será mi patrimonio.

jueves, marzo 13, 2008

El pez y el pescado

Nunca se me dio bien la piscicultura. Esto es debido a que jamás me hicieron gracia las peceras, esas pequeñas prisiones acuáticas que siempre se las agenciaban para transmitirme una insoportable sensación de claustrofobia. Sin embargo, como cualquier habanero que se respete, tengo amigos y parientes expertos en el tema y éstos, en más de una ocasión, han intentado ―sin éxito― pasarme el entusiasmo por el (in)sano pasatiempo. Del arte de mirar a las burbujas recuerdo una regla elemental: al traer un pez nuevo a la pecera, éste no entra en contacto directo con el agua, sino que se pone en una bolsa de nylon, en la que nadará por un tiempo (in)determinado hasta que se adapte a la temperatura de su nuevo hábitat. Una vez adaptado, se saca de la bolsa y se le permite unirse al resto de sus congéneres. A este proceso estándar, los entendidos lo denominan «aclimatación».

Sobre las peceras volveré más adelante. (No hay que olvidar que Cuba más que una isla es eso, una gran pecera). Mientras tanto, me voy por la tangente: ahora que se confirman los rumores de que cinco miembros del equipo de fútbol cubano han puesto pies en polvorosa luego de asistir a la convocatoria de la Copa CONCACAF en Tampa (Estados Unidos), les doy la bienvenida y pienso (cuando me alegro) en las diversas fases de aclimatación por las que invariablemente pasarán los recién llegados.

Estas fases son aplicables a cualquiera que salga de la isla por avión y decida no regresar a la jaula grande. (Los balseros llegan a Estados Unidos ―si llegan― curados de espanto; quienes cruzan la frontera o quienes piden asilo político tan pronto pisan el primer aeropuerto foráneo también suelen estar exentos de estas fases). Cuánto tiempo dura cada fase varía por caso y depende de factores internos ―el peso corporal de cada individuo―, así como de condicionantes externos que incluyen: número de familiares que dejó en la isla; número de compatriotas en fase militante (ver definición abajo) con quienes está en contacto sistemático; acceso enfermizo a internet, donde leerá decenas de blogs que toquen el tema cubano; etc. Etcétera ―decía un eximio profesor hace década y media― es lo que uno no sabe.

Las fases que siguen tienden a ser ―como el socialismo en Cuba― irreversibles.

La fase inicial: La disonancia
En esta fase, los recién llegados evitarán dar a la deserción un cariz político. Repetirán frases que denoten su postura completamente neutral respecto a la situación en la isla. Hablarán de la decisión de no regresar a Cuba como un gesto profesional. En otras palabras: no jugarán ni con la cadena ni con el mono. Gracias a esta fase se debe ese gracioso eufemismo que tanto abunda por ahí: emigrantes económicos cubanos.

Una segunda fase: El pánico
En este peldaño, ya habrán superado la disonancia ―que no negación― inicial. Pero seguirán hablando con cautela de La Cosa. No perderán aun el hábito de mirar por encima del hombro cuando sostengan conversaciones comprometedoras en lugares públicos y se lo pensarán dos veces antes de decir frases contrarrevolucionarias por teléfono. El lema de esta fase: No quiero que se enteren (de lo que pienso) en Cuba.

La tercera fase: La indiferencia
Ya acostumbrados a la ausencia de la mordaza, no ahorrarán calificativos para describir al sátrapa. Tirarán de la cadena con fuerza y les tendrá sin cuidado si despiertan al mono. El lema de esta fase sube la parada: Me da igual que se enteren (de lo que pienso) en Cuba.

La fase final: La militancia
Es más sencillo resumirla con el lema que revela su esencia: Yo lo que quiero es que se enteren (de lo que pienso) en Cuba.

La fase superior de La militancia, todo parece indicar, es el blogger.

domingo, marzo 09, 2008

Relecturas

En la segunda entrada de este blog, refería una aflicción que nos aqueja a muchos: el horror cotidiano de encontrar a Fidel Castro hasta en la sopa. En el poema que reproduzco abajo ―cortesía de Jorge Luis Borges―, no puedo evitar ver al octogenario dictador enfrascado en el intento de crear al Hombre Nuevo.

EL GOLEM

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de la Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo:
Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de la angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

sábado, marzo 08, 2008

El sueño de la (sin)razón

1
Durante mi vida en Cuba ―y sobre todo en la nefasta década del noventa―, yo era una máquina de soñar. (También era una máquina de escribir sonetos, pero eso lo contaré más adelante). Cuando me refiero a mi cuantiosa producción onírica en la isla, no hablo de la socorrida válvula de escape que constituye soñar despierto, esa tabla del náufrago cubano que es pasatiempo común y necesario en cualquier sociedad amordazada. Me refiero al sueño como «acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes»; ese mismo sueño que ha hecho a tantas mentes lúcidas perder el ídem en busca de su definición mayor.

En Cuba, mis sueños tenían una cualidad exótica, incluso naíf. Algo traficaban entre sí: todos padecían una imaginación desbordante, que, por lo general, trascendía los límites de la limitada isla. Parafraseo a Cristina García: sí, soñaba en cubano, pero con otras tierras.

Las pesadillas también hacían lo suyo. Como casi todo lo que acontece en Cuba, éstas eran increíblemente mundanas y circunstanciales: en época de exámenes, me hacían suspender; si tenía algún problema en el trabajo, éste me perseguía a la cama y se las agenciaba para destrozar la paz de mi letargo... Y cosas por el estilo.

Ahora que lo pienso, no recuerdo haber tenido una pesadilla recurrente.

2
Borges, en un ciclo de conferencias impartidas en el teatro Coliseo de Buenos Aires ―que quedó recogido en Siete noches―, define la pesadilla como una yegua nocturna. Entre varias hipótesis respecto a la etimología de la palabra ―y el concepto mismo de pesadilla―, confiesa que «hay algo terrible en lo de “yegua de la noche”». La imagen se la sugiere el vocablo inglés nightmare, que está compuesto por una conjunción de las dos palabras (night: noche; mare: yegua) que forman la encabritada y febril pesadilla borgiana.

3
Acá sueño poco. O, al menos, no lo hago con la frecuencia de hace una década. Y la pesadilla ―aquella que consideraba mi fiel, personal e intransferible yegua de la noche― fue una, que se repitió hasta el infinito en mis primeros cinco años de vida en el revuelto y brutal. La primera vez que le comenté a un amigo mi sistemática “pesadilla de exilio”, éste me respondió que no era inusual que tuviera esa pesadilla. Al parecer, también había montado la misma yegua. Y, lo que era peor, conocía a varios compatriotas que también despertaban en la madrugada producto de similares sobresaltos.

He aquí que la dichosa yegua me visitaba con dos monturas. (1) En mitad de la noche, saltaba de la cama ―como la horrible canción de Alfredito Rodríguez: empapado de sudor― y con la aún más horrible sensación de que estaba despertando en Cuba. O (2) soñaba que, desoyendo a mi esposa y el sentido común, iba a la isla a visitar a familiares, amigos y recuerdos. Y cuando quería montarme en el tren de las 3:10 para Yuma, las autoridades cubanas no me lo permitían. Esta última versión de la pesadilla era doblemente frustrante, por el hecho de que entraba mansamente y por voluntad propia a la jaula grande y se la ponía en bandeja de plata a los siempre entusiastas cancerberos.

Han pasado varios años desde la última vez que me visitó la susodicha. No la echo de menos, pero recuerdo no con poca gratitud el alivio que sentía al comprobar que ―ya despierto― eran de Nueva York las luces que veía a través de la ventana.

4
¿Cuántos en el exilio comparten mi pesadilla? ¿Qué intervalos y posibles versiones tiene? ¿Cuándo se manifiesta? ¿Cuándo dejó de aparecer?

5
¿Esta pesadilla es posible para quienes viven en la isla? ¿Alguien ha despertado en Cuba luego de haber soñado que está en Cuba? ¿Existe algo peor en materia de sueños malogrados? Acaso el homólogo a mi pesadilla de exilio: soñar (en Cuba) que solicitas visa (a cualquier país) y te la niegan.

6
Pueden decir que soy un (mal) soñador. Pero no soy el único.

jueves, marzo 06, 2008

La gravedad o De las desventajas de escupir hacia arriba

La palabra como bumerán
(a Roberto Fernández Retamar)

Dijo: «¿quién recibió la bala mía?».
Formuló un Calibán muy conveniente.
Lo hicieron de una Casa el Presidente.
Lo acusaron de escribir poesía…

¡y hasta un premio le dieron en el brete!
Publicó sus panfletos altruistas,
inspirado en sinsontes y amatistas:
su cómoda visión del palacete.

Muchos años después, en sus poderes,
tuvo el lujo de decidir la muerte
de algunos condenados a la suerte

de escapar del país de los placeres.
Con su firma apoyó la cruel sentencia.
Pasó un rato… y de vuelta a la docencia.

martes, marzo 04, 2008

Mentes autónomas

En portada de la edición en castellano de la revista National Geographic, un interesante artículo que se adentra en la mente de los animales. A nuestro pesar, no explora la mente del tocororo o de Felipe Pérez Roque, mascotas nacionales.

lunes, marzo 03, 2008

Notas a propósito de “Music Freedom Day”

1
Hoy, 3 de marzo de un año bisiesto, se conmemora Music Freedom Day, una efeméride dedicada a la música que ha pasado por el tamiz de la censura en cualquier parte del orbe. Y, como ya es natural, en Cuba acontece otro día más, sin grandes penas ni glorias y sin mencionar ni de pasada a quienes por motivos ajenos a su voluntad tuvieron que irse con su música a otra parte.

Miento descaradamente. Hay un ejemplo, tangencial y oportunista, que sirve de excepción de una regla de por sí bien torcida. Gracias a Tania Quintero y Penúltimos días, me llega la siguiente noticia: hoy los medios de prensa cubanos (sic) anunciaron que Ela O’Farrill, la estigmatizada autora de “Adiós, felicidad” ―aquella infeliz canción que interpretara, entre otros y como ninguno, el gran Bola de Nieve―, ha regresado a la isla para formar parte de la próxima producción musical de Omara Portuondo ―cantante exquisita que tiene en su haber una voz única y plañidera, un refinado gusto por el filin y el muy mal hábito de firmar declaraciones de apoyo a la dictadura cubana―.

En la década de los sesenta, la canción de marras fue presa de la jauría más ortodoxa que la acusó de contrarrevolucionaria por declarar abiertamente que (la autora) jamás había conocido la dicha, pecado inconfesable en la tierra donde todo lo que no es prohibido es obligatorio. (La felicidad cae en la segunda categoría).

2
El inventario de compositores e intérpretes contraindicados por los galenos de la censura oficial goza de una salud envidiable; cambia y crece constantemente. Quien hoy es excomulgado, mañana puede recibir una dádiva. Quién ayer perteneció al grupo de los favorecidos, sin saberlo (o quererlo), hoy puede encontrarse al otro lado de la raya.

En Cuba, querida Celia, la vida no es un carnaval. Es una veleta.

3
No deja de picarme una curiosidad que peca de inocente: ¿quién está a cargo de componer la lista de los renegados? ¿Cómo llega el edicto al común de los mortales? ¿Es la censura hereditaria? ¿Acaso, como las alergias, pasa de generación en generación? No conozco a nadie que haya visto ese panfleto aciago que dicta quién sí y quién no. Tampoco recuerdo que, durante mi infancia y adolescencia, en mi casa nadie prohibiera nunca escuchar a X o Y. Sin embargo, todos sabíamos a qué atenernos.

4
¿Cuánto de autocensura encierra dicha lista? ¿Cuánto colaboramos los no censores en la diseminación de ese mar de prohibiciones? Siempre he sido de la opinión de que es igual hablar con alguien desde un teléfono cuya línea está tomada que hablar con alguien desde un teléfono pensando que la línea está tomada.

En el segundo de los casos, le ahorramos tiempo y trabajo al censor.

5
«La memoria prepara su sorpresa». El verso es de Lezama Lima. Mi memoria tiene lagunas que intento (re)llenar en este blog. Entre ellas, rescato un episodio: a finales de los ochenta (o principios de los noventa; ya advertí que no recuerdo), en medio de una etapa al campo, a un alumno le descubrieron una hoja con la letra manuscrita del éxito del momento: “Ya viene llegando”, de Willy Chirino. Cómo llegó el papel a manos del inquisidor general sigue siendo un misterio. Lo que recuerdo, vagamente, es que el que tenía el sartén por el mango ―un coronel que años más tarde pasaría a engrosar el inmenso inventario de suicidas cubanos― reunió al campamento en vilo para aleccionarnos sobre los peligros de la penetración ideológica de la que éramos, ay, pobres criaturas, objeto. Luego de despotricar contra Chirino, desde un podio improvisado a último minuto, quiso poner un ejemplo de lo nocivo de dicha canción. Y leyó la primera estrofa.

Apenas siendo un niño allá en la Antilla,
mi padre me vistió de marinero,
tuve que navegar noventa millas
y comenzar mi vida de extranjero.

Fe de erratas: donde escribí leyó, sería más justo poner tarareó. Mortal al fin, el militar conocía y había sucumbido al ritmo pegajoso, la letra picante y la desviación ideológica de que nos acusaba y que destilaba por los cuatro costados el son de Chirino.

Desde las filas del público, todo un campamento a sotto voce le siguió la rima.

6
Esto de la música cautiva me hace pensar en dos campos análogos: las letras y las artes visuales. Al de las letras prometo regresar en notas futuras. Respecto al otro: evoco una exposición a mediados de los noventa, en una galería de la periferia habanera. Dicha expo incluía un lienzo que mostraba ―con perdón de la imagen manida― una bandera cubana que se hundía en el mar. Los censores prohibieron la obra. La directora de la galería, en un inútil intento por razonar con las paredes, les dijo que la mala idea provenía de sus mentes. Los censores eran los malpensados. La bandera no estaba al lado de una flecha que indicara que iba hacia abajo. Según ella, la insignia ―cual Excalibur o fénix ultra patriótico― bien podía estar emergiendo de las aguas.

El resultado es obvio. El lienzo no fue expuesto.

7
Si tomamos como punto de partida el concepto de Music Freedom Day, deberíamos hacer campaña por la creación de un día del escritor, otro dedicado a las artes visuales, otro a las artes escénicas... De hecho, en el caso cubano debería existir un día para todas y cada una de las disciplinas ―de las bellas artes, las ciencias, los servicios, etc.― donde se homenajeara a quienes han sido censurados por motivos políticos o ideológicos. Dicha lista de efemérides incluiría los siguientes días festivos: del agrónomo libre, del ingeniero naval libre, del físico nuclear libre, del meteorólogo libre, del diseñador industrial libre, del doctor en ciencias médicas libre, del educador libre…

Temo que será necesario conmemorar dos efemérides en una misma fecha. Y, aún así, sospecho que con 365 jornadas por año no daremos abasto.

domingo, marzo 02, 2008

Paranoia I

Unos nudillos se acercan a tu puerta.
Los miedos se alternan.
El hambre amiga proclama su delirio.

Cada palabra es una patria clandestina,
una mentira átona, uniforme,
un vicio innecesario que redunda.

Se escucha un disparo.
Amanece.

La tilde y la coma

Un cubano más libre.
Un cubano más, libre.
Un cubano, mas libre.