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martes, marzo 18, 2008

Ronda nocturna

La única vez que dormí en una estación de policía fue hace un par de décadas. Eso de dormir es una artimaña narrativa. No pude pegar un ojo en toda la noche. Al miedo ―aquel ente palpable― y la incertidumbre de verme en un cuarto de la temida y hasta entonces mitológica Quinta Estación de Policía de La Habana, se sumaban los dieciséis años que estaba por cumplir y el desconcierto al no entender qué había hecho para ir a dar a lugar tan aciago. Lo sorprendente del arresto de la noche anterior era precisamente que no había hecho nada. No quiero decir nada heroico o digno de mención. Digo nada.

Horas antes, deambulaba por el Vedado con dos o tres amigos, luego de pasar un fin de semana acampados en algún punto del Litoral Norte. Recuerdo que a esta modalidad de campismo, por aquel entonces, le llamábamos «guerrilla» (tan en boga estaba el lenguaje bélico en la isla). Y, guerrilleros al fin, regresábamos a la capital andrajosos, hambrientos, felices, con ese buen humor que es a ratos producto de la edad, de no tener la más mínima idea de qué pasa alrededor de uno y de creer que en realidad se vive en un país libre, cual solamente puede ser libre. Debo aclarar que el ambiente a nuestro alrededor también se prestaba para entusiasmos: andábamos en época de carnavales.

Luego de sobrevivir el viaje en unos camiones que nos dejaron en Santa Cruz del Norte y soportar el errático tren de Hersey, la quejumbrosa lanchita de Regla que nos cruzó ―como pudo― La Bahía y aquella guagua Girón que nos adelantó hasta el Parque Maceo, nos unimos por inercia al molote y ―evitando discusiones, puñaladas y el orine que se escurría de los baños públicos instalados de cualquier manera y a intervalos irregulares a lo largo del Malecón― caminamos rumbo oeste hasta que, ya hastiados de tanto gentío y tanto desentonar con aquella indumentaria, dejamos el Malecón y nos adentramos en una calle cualquiera.

Hasta ese momento jamás había oído hablar de zonas congeladas.

Las circunstancias del arresto fueron ―ahora lo sé― predecibles, pero no por eso menos arbitrarias. Sin darnos cuenta, habíamos entrado en el área de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. No tuvimos tiempo de regresar sobre nuestros pasos. Puntual como las abejas, un policía ―y luego otro y otro― se nos acercó para pedirnos el dichoso carné de identidad. Y entre el pigmento de esta piel mía y el hecho de que «mi documento no estaba en orden» ―le faltaba la foto, algo que, si mal no recuerdo, era obligatorio luego de cumplir los catorce años―, en menos de lo que se cuenta nos habían detenido y nos conducían a la infame estación.

Nos soltaron a eso de las 4 de la mañana. El padre de uno de mis amigos, un flamante coronel del MINFAR, se personó en La Quinta e intercedió por el grupo. Desde aquí, una vez más, le doy las gracias.

Hoy que se cumplen 5 años de la injusta redada que llevó a prisión a casi ochenta de mis compatriotas ― de los cuales más de la mitad sigue tras las rejas por el insólito delito de pensar y expresarse a sus anchas―, me conduelo una vez más con su causa, que es la mía, y no puedo menos que recordar el horror que comenzó ―y que ya no me abandonaría desde― aquella tarde remota en que La Revolución me llevó a conocer el miedo.

3 comentarios:

LopezRamos dijo...

Bustro, apretate asere! como dirían los roommates del tanque.
Eso es maldad, terminar un post sobre tus horas de indeseada compañía parafraseando el comienzo de Cien años de soledad!

Anónimo dijo...

En el ano 1967 mientras estudiamos en una escuela de idioma un buen dia mis amigos, Hugo y Graciela desaparecieron, por mas que les llamaba no respondia. Cuando fui a la casa supe que Hugo estaba preso acusado de Microfraccionario y que no todos los amigos se habian acercado a Graciela, de pronto la mayoria desaparecio por miedo, el mismo miedo que yo tenia de que interceptaran mis llamadas o la casa estuviera vigilada y me vieran visitarle. Hoy Hugo esta muerto pero aun Graciela y yo nos mantenemos en contacto, una vez mas con el miedo de que sus cartas sean leidas, yo no tengo nada que perder pero ella aun esta en la gran prision.

Alexis Romay dijo...

Das Rafa:
Gracias por tu comentario que, por cierto, me dio pie (y excusa) para colgar un soneto al Nobel(ero).

Anónim@:
Ojalá lo del miedo a que nos intercepten las cartas, nos vigilen las casas y nos "tomen" las líneas del teléfono sea pronto cosa del pasado.