Vivo en una zona donde muy pocos hijos de vecino podrían decir a ciencia cierta qué cosa es un tamal en cazuela. Así que mi alegría fue grande cuando hace varios meses, caminando por una de las arterias principales de mi ciudad, me topé con un anuncio prometedor: un restaurant cubano abriría sus puertas próximamente. Del anuncio me cautivó el diseño ―que es simple, a pesar de sus florilegios, y quiere recordar los vitrales que nos son tan caros a los cubiches―, la tipografía del texto y el hecho de que para el nombre del local los dueños tuvieran la delicadeza de cambiar la grafía de la isla y escribir el resultado en minúsculas. Pero lo que más me fascinó fue el texto encerrado en la burbuja que sobresale en la esquina superior derecha: Próximamente.Lo tomé como una premonición. Vinculé la apertura del restaurant con la posibilidad de una apertura política y económica en la isla. Pero tras varios meses de ver cómo el cartelito se burla de mí desde la vidriera de un restaurant que quién sabe cuándo abrirá sus puertas y luego de constatar que la deplorable situación de Cuba sigue su curso en picada, el anuncio me hace pensar en lo relativos que pueden ser ciertos adverbios de tiempo y me obliga a rememorar esa frase que les robamos a los judíos ―quienes, por estas fechas, repiten «El año próximo en Jerusalén»― y a la que nosotros sólo tuvimos que reemplazar la ciudad de destino.
Próximamente. Las puertas de un restaurant en Nueva Jersey o las jaulas de una isla que es una jaula. Ojalá se abran primero las segundas.






